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«Está en casa cuando no está trabajando, y cuando está trabajando no está en casa».

Karl Marx, Manuscritos Económico-Filosóficos.

Introducción

Podemos afirmar que lo que estamos presenciando son grandes cambios, que lo que adviene es una nueva configuración del capitalismo. Así lo deja claro el Foro Económico Mundial al proponer un «Gran Reset»[1], que no es otra cosa que una puesta a punto para un nuevo ciclo de valorización, eso sí, a una escala inédita. Estas reconfiguraciones han ocurrido y ocurrirán; es la vieja historia de la concentración y  centralización de capitales; ¿qué otra cosa fueron sino las reconversiones industriales de los años 90? Como ya se ha señalado numerosas veces, sería un error identificar la crisis sanitaria de la COVID-19 como la causa profunda. Más bien se trata de un catalizador de cambios, algunos latentes, y otros que ya estaban en camino, que de otra manera hubieran tardado años en darse. Irónicamente, y ya que hablamos en términos sanitarios, la crisis no se trata tanto de la enfermedad, sino de su tratamiento. Y la medicina nos va a saber amarga.

Uno de estos cambios más destacables está siendo, sin duda alguna, el salto cualitativo del papel de la Inteligencia Artificial, mientras se profundiza en la implementación masiva de las Tecnologías de la Información, en el marco de la llamada Revolución 4.0[2]. Otro sería la creciente importancia de la resiliencia de la economía frente a disrupciones, como la propia pandemia mundial. En definitiva, amplificar, optimizar y mantener la extracción y acumulación de plusvalor.

Así las cosas, trataré de abordar una modalidad de trabajo, que si bien ya existía y estaba legislada, se colocó de lleno bajo el foco mediático, no solo por aunar ambas cuestiones mencionadas más arriba (tecnificación y resiliencia), sino por haber sido objeto de un nuevo decreto de ley[3]. Trataré de desentrañar qué interés puede tener para los capitalistas y si harán una apuesta por el teletrabajo, una modalidad que ha resultado imprescindible para mantener a flote el barco, cuando por un momento parecía que la maquinaria iba a parar. Hablemos, pues, de teletrabajo.

¿De que hablamos?

Como tal, el trabajo a distancia tiene siglos de historia, y el teletrabajo solo es una modalidad bajo la que se da hoy en día. Y es que el domicilio particular ha sido una extensión del centro de trabajo incluso antes de la industrialización. Tendríamos ejemplos en el sistema del putting out[4]o el verlag, consistente en que los obreros manufacturen las mercancías en casa. Más allá de lo obvio (trabajo en el domicilio de los trabajadores), una curiosa similitud son algunos de los motivos por los que se usaba este sistema; se trataba de un modelo de organización adecuado a una situación de «aislamiento» (aquí en el sentido literal) de los productores; antes, con el putting out, por el mal estado de carreteras y caminos o condiciones climatológicas, ahora, con el teletrabajo por una pandemia mundial. Antes, el putting out permitía atender tareas de la granja y el hogar, y ahora uno de los «beneficios» que se atribuyen al teletrabajo es que «posibilita la conciliación» (luego entraremos en ello).

Volviendo a lo que nos ocupa, veremos que en 2019 se hablaba de un 4,9 %[5] de personas en el Estado español que estaban teletrabajando de manera habitual y un 3,5 %[6] que lo habían hecho alguna vez. En general, las cifras no habían variado mucho durante una década, crecían lentamente. Ahora, debido a la pandemia, las cifras se han disparado notablemente; en el Estado español hablamos de un 30,2 %[7] que ha comenzado a teletrabajar, y eso que está atrasado en cuanto a infraestructura que lo posibilita, por lo que contrasta en comparación con Europa, donde se disparó desde un 5,4 % en 2019 hasta casi un 40 %[8] este año. Semejante (des)movilización de fuerza de trabajo no se puede pasar por alto.

La legislación española lo define como una forma de organización y realización del trabajo. Sin embargo, la definición misma de teletrabajo es complicada. No en vano, el estudio de esta categoría ha sido calificado de «pesadilla metodológica» por lo elástica que puede ser dicha definición y por lo difícil de cuantificar su dimensión real. A fin de cuentas, tendemos a la definición estrecha, a imaginarnos a una persona friendo sus ojos frente al ordenador en casa, lo cual es un reduccionismo. Pero, ¿no sería teletrabajo también lo que hace una persona que responde e-mails desde el móvil el fin de semana, a pesar de trabajar en la oficina de lunes a viernes? ¿No es teletrabajo lo que se hace en un call center, cuando nos llaman para vendernos la última tarifa de móvil, desde miles de kilómetros? Como digo, hay definiciones más estrictas y más amplias, pero todas concuerdan en que se trata de trabajo, realizado fuera del centro considerado habitual, mediante el uso de Tecnologías de la Información.

No nos vamos a extender sobre todas las variantes, pero sí que citaré algunas: puede ser desde un sitio fijo (p. ej. en casa o una oficina satélite con equipamiento para teletrabajo) o cambiante, con un horario fijo o flexible. Puede ser un trabajo individual, totalmente separado de otros trabajadores, o bien darse en equipo. También varían los grados de autonomía para realizar sus tareas; un directivo puede tener mayor margen para decidir cómo distribuye su carga de trabajo y jornada, mientras que un trabajador raso[9] no. Cabe señalar que, con la pandemia, uno de los modelos que se han implementado es el de la rotación por grupos en el centro de trabajo, para que no coincidan todos los trabajadores a la vez.

Por su parte, y para hacernos una idea de los sectores profesionales a los que afecta[10], ya era una modalidad bastante frecuente entre autónomos, y se ha implementado sobre todo en educación, administración pública, el ámbito científico-técnico, la información y las comunicaciones, finanzas o seguros, o energía, por mencionar algunos. Por razones obvias, el impacto ha sido menor (que no nulo) en industria, sector primaria, trabajo doméstico, hostelería, comercio o sanidad.

¿Ha venido para quedarse?

La histeria del momento invadió a la prensa y se afirmaba que sin duda «venía para quedarse» y que el teletrabajo sería parte de la «nueva normalidad». Lo cierto es que ha marcado un antes y un después, aunque se haya adoptado de manera tan extensa temporalmente. En el caso del estado español, cuando analicé el Real Decreto de marzo[11], ya señalé que este planteaba una inversión en equipos informáticos para que las empresas pudieran pasarse al teletrabajo con urgencia, y que la informatización a marchas forzadas no se esfumará cuando acabe la pandemia.

Así, el primer «beneficio» es el más obvio; el teletrabajo ha resultado imprescindible para la resiliencia frente a la pandemia, como medida para mantener la «distancia social». En segundo lugar, supone una reducción de costes para los capitalistas en capital fijo, como por ejemplo oficinas (con sus correspondientes gastos) o incluso de equipos informáticos en caso de que se cargue con sus costes a los trabajadores. De esta manera se puede maximizar los beneficios, además de mantenerse a flote en momentos de emergencia. En cuanto a los trabajadores, se señala que supone un ahorro de gastos en ropa, gasolina, comidas y alojamiento, pero son migajas en comparación con lo que ahorran los empresarios. Un buen ejemplo es IBM; empresa que en los 90 decidió apostar por el teletrabajo, vendiendo inmuebles por 1,9 billones de dólares, y ahorrando 100 millones al año, sin contar lo que ahorra en gastos de luz, agua, etc.[12]

Otro ahorro de costes importante se deriva de la reducción del absentismo; por ejemplo, si llevamos a los críos al médico y nos ponemos con el trabajo en otro momento, no nos ausentaremos. Y es que, la conciliación ha sido un punto especialmente utilizado como punta de lanza para vender el teletrabajo. No obstante, suele ir de la mano de la flexibilidad (por ejemplo el plan MeCuida). ¿El resultado? Que en realidad la vida familiar interfiere menos en el proceso de trabajo y que se diluye la diferencia entre tiempo de trabajo y descanso. Las labores de cuidados (que recaen sobre todo en las mujeres trabajadoras) se podría hacer durante la jornada normal, pero luego se debería reanudar el trabajo en momentos poco oportunos o durante el fin de semana, con lo cual tendría un impacto negativo sobre el tiempo libre. Al final la flexibilidad significa poder atender cuestiones externas al trabajo (como hacer la colada) en horas de trabajo, pero también todo lo contrario; atender al trabajo en horas de descanso. Y a eso difícilmente se le puede llamar conciliación. Más aún, Marina Kabat[13] explica que lo que se vende como ventajas del teletrabajo para las mujeres tiene una sospechosa similitud con los argumentos de la iglesia católica para defender el trabajo a domicilio hace 100 años, como mal menor frente al mal absoluto del mundo fabril, moralmente peligroso para la mujer proletaria.

Se argumenta que hay un mayor control de los trabajadores sobre su trabajo, pero nada más lejos de la realidad; los límites de la jornada laboral se vuelven cada vez más difusos y el trabajo tiende a invadir cada vez más los momentos de ocio. Y, si bien el Decreto[14] regula el derecho a la desconexión, una cosa es lo que pone en el papel y otra lo que pasa en el trabajo. Así, con el teletrabajo se ha comprobado que las jornadas laborales se alargaban[15], con lo cual aquel ahorro de tiempo en desplazamientos del trabajador se cancela fácilmente, sale a suma cero, cuando no perdiendo. Al hilo de esto, cabe destacar que aunque por ley se deba dar un registro de la jornada, el teletrabajo se presta a las horas extra, que a menudo ni siquiera quedan registradas.

Con todo, en este caso, creo que no cabe hablar de esta prolongación como un beneficio para el capitalista, o por lo menos no aún.  Aunque haya más horas trabajadas realmente, las horas de trabajo que añaden valor no aumentan, o incluso disminuyen. Trabajar más horas no se traduce automáticamente en más plustrabajo, ya que deben ser horas socialmente necesarias, esto es, según la media de lo que se debería tardar en realizar un trabajo. Si llevamos a cabo una tarea en más horas que esa media, ese tiempo extra no es de ninguna utilidad al capitalista[16], quien no tiene ningún interés sádico en tenernos trabajando innecesariamente. Dicho en términos marxistas, las horas de más que se hacen con el teletrabajo, como tal, no suponen un aumento de la plusvalía absoluta (alargar la jornada para alargar el tiempo de plustrabajo, que es de dónde saca la plusvalía, y en último término la ganancia). Lo podrían ser dentro de un tiempo si ese número más largo de horas necesarias para realizar un trabajo no fueran una excepción temporal, sino la norma.

Otra concepción errónea que se ha extendido es que hay un aumento de la productividad con el teletrabajo, como afirman numerosos medios, en base a que supuestamente hacemos menos pausas o la cacareada «satisfacción». Al contrario, también se dice que baja debido al estrés, la ansiedad y la fatiga, así como la sensación de aislamiento. Más aún, se ha aplicado a trabajos donde la eficiencia se ha visto seriamente afectada, como por ejemplo en Educación. Sea como sea, no merece la pena entrar en ese debate, ya que no hay estudios definitivos. Por otro lado, parece que en realidad se equivoca la productividad con intensidad.  La productividad (o fuerza productiva) significa producir más cantidad de producto con el mismo esfuerzo, mientras que la intensidad supone hacer un mismo trabajo en menor o mayor tiempo, con mayor o menor esfuerzo.

De igual modo, el teletrabajo puede repercutir notablemente en el propio espacio de trabajo y la división de tareas. No obstante, a pesar de lo mencionado en ahorro de costes en capital fijo, los capitalistas tampoco toman el teletrabajo como la panacea, e incluso pueden ser reticentes a este. De esta manera, el modelo hacia el que se tiende es más bien híbrido[17]; parte de la jornada se realiza en remoto[18], y parte de manera presencial. Por ejemplo, el Decreto del Teletrabajo establece un mínimo del 30 % de la jornada que ha de ser realizado a distancia, lo cual es el límite que la patronal tratará de apurar para evitar que los trabajadores se puedan acoger a la Ley. En potencia podría trabajar así la mitad de la población activa del estado español en una década[19] (actualmente podría hacerlo alrededor del 30 %). Igualmente, según la división de trabajo se hace más compleja, algunos procesos se simplifican (respondemos e-mails y realizamos funciones que antes correspondían a una persona en la oficina).

Ahora bien, lo realmente interesante para los capitalistas es que la generalización del teletrabajo abre las puertas de la deslocalización. Ya existía[20], pero se podría extender muchísimo más, gracias a la implementación de la Tecnologías de la Información en tiempo récord. Como dijo Marx, «El capital, por su naturaleza, tiende a superar cualquier barrera espacial». Me consta un ejemplo cercano en el que se despidió a un equipo entero en el país de una empresa de la semiperiferia del centro capitalista, para contratar en remoto a trabajadores de la periferia. ¡Tiene toda la lógica del mundo en tanto también supone un ahorro significativo en salarios! En ese sentido, es destacable también la apuesta de Facebook por adaptar el salario de sus trabajadores según el coste de vida del lugar desde el que teletrabajan.

Finalmente, cabe destacar que el teletrabajo supone un paso en el sentido de la tendencia general hacia la automatización. Estamos en una etapa de transición, donde muchas actividades se han informatizado, y los trabajadores cumplimos cada vez más una función auxiliar a la máquina, pero aún no se ha automatizado el conjunto del proceso productivo. Algunas personas estarían, literalmente, enseñando a las máquinas que luego los habrán de sustituir. Así, el ordenador, por tanto puede servir de herramienta, para auxiliarnos (por ejemplo en el caso de un docente), o como máquina, en cuyo caso nosotros somos acoplados a ella para auxiliarla (por ejemplo, el data entry). Por otro lado, las Tecnologías de la Información facilitan que el proceso productivo sea mucho más cuantificable y analizable. En ese sentido sí podría suponer un beneficio para la burguesía, porque permite un mayor control; por ejemplo, existen programas que analizan qué hacemos, en cuánto tiempo, qué interrupciones hay y qué errores cometemos.

Conclusiones


En conclusión, el teletrabajo ya estaba aquí, desde hace décadas, pero ahora se hace mucho más posible y se está profundizando en sus posibilidades. Adaptarse a él será una condición para la estabilidad de muchas empresas en un contexto en el que se habla de la posibilidad de más pandemias. Los que mejor y antes se adapten serán seguidos por los demás, y los que no puedan hacerlo se hundirán. Al fin y al cabo en eso consiste la guerra abierta de la competencia. No obstante, no hay razones para pensar que el espacio de trabajo posfordista dejará de ser físico, a pesar de la importancia del ciberespacio.

Así las cosas, a pesar de la percepción distorsionada por la esquizofrenia de la prensa ¿supone el teletrabajo una situación beneficiosa para trabajadores y capitalistas por igual, un win-win? Definitivamente no. Es cierto que hay cuestiones que pueden a priori pueden parecer beneficiosas para las personas que teletrabajan, como la flexibilidad que permite la conciliación, pero se trata de comprender que no nos regalan nada, sino que se trata de cuestiones que son ante todo funcionales al capitalismo. Tenernos contentos también es necesario para su funcionamiento.

Las empresas que consigan ahorrar costes fijos obtendrán una ventaja competitiva frente a las que no lo hayan hecho, pero a la vez, si la intensidad real del trabajo disminuyera, llevaría a una bajada de los beneficios. Estaría por ver si puede suponer un aumento de plusvalía absoluta y si a medio plazo puede llevar a una bajada de salarios, en base al ahorro de costes de la vida de los trabajadores.

Por otro lado, tiene un sentido defensivo, en tanto ayuda a la resiliencia de la economía frente a disrupciones, más que como manera directa de aumentar los beneficios alargando la jornada o aumentando la intensidad. Asimismo, definitivamente ayuda a la deslocalización y la automatización de numerosos procesos de trabajo, lo cual sí serviría para bajar los salarios.

A la vez, podría ser utilizado con un carácter ofensivo para la burguesía si sirviera de palanca para bajar los salarios, en tanto las deslocalizaciones dificultan enormemente la resistencia obrera, y en tanto fomenta el aislamiento de los grandes grupos de trabajadores, privados de momentos de socialización que se daban en el trabajo, momentos como la pausa para el café que se prestan a fortalecer lazos, la complicidad y tal vez la organización.

No obstante, el aislamiento no siempre es visto como beneficioso por la patronal, ya que numerosas empresas prefieren mantener estos espacios informales conjuntos para los trabajadores,  eso sí, a condición de encuadrarlos mediante ideología toyotista («tus intereses y los de la empresa son los mismos»), de manera que esa interacción entre trabajadores no lleve a fomentar su resistencia frente a los capitalistas sino la cooperación en su beneficio. Para ello sería especialmente útil  el modelo de salario por objetivos[21] (una actualización cool del trabajo a destajo), ya que los trabajadores se auto imponen ritmos de trabajo y niveles de intensidad para cumplir con dichos objetivos, sin necesidad de vigilancia coercitiva.

En resumen, el teletrabajo no es la panacea, ni para trabajadores ni para capitalistas. Aún así, su presencia crecerá en los siguientes años, ya que supone ciertas ventajas, sobre todo para estos últimos, aunque no desplazará el trabajo presencial sino que convivirá con él.

Referencias

       Para profundizar en la organización de la oficina frente a la COVID-19: Coronavirus y teletrabajo: 5 modelos de «oficina del futuro» que están emergiendo gracias a la pandemia.

        Sobre industria 4.0: Beñat Gallastegi: «Laugarren industria iraultzaren oinarriak eta bere ondorio sozialak» https://gedar.eus/aktualitatea/biolentziaestrukturala/laugarren-industria-iraultzaren-oinarriak-eta-bere-ondorio-sozialak/

        Sobre los supuestos beneficios de la conciliación en el teletrabajo: Eric Lohman, «When [S]He is Working [S]He is Not at Home: Challenging Assumptions About Remote Work».

        Fernando Estebe Mora, «El teletrabajo, la autoexplotación y el fin de la Historia».

        Marina Kabat, «Teletrabajo, pandemia y después. Contra las miradas conspirativas pesudo marxistas y las apologías liberales».

        Vamos hacia la vida, «El teletrabajo enajenado» https://hacialavida.noblogs.org/705-2/

        Entrevista a Santiago Niño Becerra: https://cadenaser.com/programa/2020/09/23/la_ventana/1600880373_485318.html

        Un resumen de la Ley del Teletrabajo: https://twitter.com/robert_gual/status/1308381944577691648?s=08

        Un análisis de la Ley del teletrabajo: https://www.elsaltodiario.com/laboral/errores-cinco-aciertos-decreto-ley-trabajo-distancia-teletrabajo?fbclid=IwAR28ol3z8iQ9jVOTP_TDR3JXGVVTG9zbIT6d_tjwNlowbqSUazspa4E1qU4&s=08

 


[1] Véase: https://www.weforum.org/agenda/2020/06/now-is-the-time-for-a-great-reset/

[2] Al respecto, véase el artículo de Beñat Gallastegi «laugarren industria oinarriak eta bere ondorio sozialak».

[3] Real Decreto-ley 28/2020, del 22 de septiembre, de trabajo a distancia.

[4] Que hoy en día sigue existiendo, por ejemplo en la industria textil.

[5]Banco de España, «El teletrabajo en España» (2020)

[6]UGT, «El teletrabajo en la encrucijada. Análisis y propuestas».

[7]Ídem

[8]Eurofund, «Living, working and COVID 19, first findings– April 2020»

[9] En inglés Rank-and-file worker (“raso”) asemeja el trabajo asalariado a la organización militar.

[10] Banco de España, «El teletrabajo en España (2020)» y Fondo Monetario Internacional, «World Economic Outlook (Oct 2020). A long and difficult ascent».

[11] Adam Radomski, «Arbeit macht frei en tiempos de COVID-19», https://gedar.eus/ikuspuntua/adamradomski/ampldquoarbeit-macht-freiamprdquo-covid-19aren-garaietan

[12] Eric Lohman, «When [S]He is Working [S]He is Not at Home: Challenging Assumptions About Remote Work».

[13] Marina Kabat, «Teletrabajo, pandemia y después. Contra las miradas conspirativas pseudo marxistas y las apologías liberales».

[14] Real Decreto-ley 28/2020, de 22 de septiembre, de trabajo a distancia.

[15] https://www.bloomberg.com/news/articles/2020-04-23/working-from-home-in-covid-era-means-three-more-hours-on-the-job

[16] Cabe mencionar que, según Marx, el valor se determina de manera objetiva, según el trabajo socialmente necesario, y no coincide con el concepto de valor que usan algunos economistas, que en todo caso se corresponde con el concepto de valor de uso, una cuestión más subjetiva, porque la utilidad depende de cada cual.

[17]https://www.bbc.com/worklife/article/20200824-why-the-future-of-work-might-be-hybrid

[18] Se contemplan variaciones, como el Modelo remoto «plus» (3 semanas en remoto, 1 en oficina), o 2 días en oficina y el resto en remoto https://www.bbc.com/mundo/noticias-54356853

[19] https://www.expansion.com/economia/2020/09/26/5f6f2e52468aeb35048b467a.html

[20] EEUU lo lleva haciendo años y años, tele-deslocalizando a Filipinas o Corea, o el Estado Español mismo con países de América Latina.

[21] Que no es más que otra forma transfigurada de salario por horas. Esos objetivos se pagarían en función a las horas de trabajo que se calcula que deberían llevar de media. Por tanto, en el fondo se paga en arreglo a horas de trabajo.