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No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser. Su finalidad y su acción histórica le están trazadas, de manera tangible e irrevocable, en su propia situación de existencia, como en toda la organización de la sociedad burguesa actual. (K. Marx y F. Engels. La sagrada familia, 1844).

 

(Traducción)

En el anterior artículo, mi objetivo era poner sobre la mesa la necesidad de una política antagonista sobre el conflicto social capitalista que nos afecta específicamente a las mujeres trabajadoras. Quise dejar escritas unas ideas generales iniciales y un esquema general, para, algún día, volver a retomarlas y seguir desarrollándolas a la luz del cauce que vayan alcanzando la teoría y la práctica política. Aun así, como entiendo que las ideas que eché pueden ser un punto de partida válido en el camino a la liberación de las mujeres trabajadoras, me extenderé sobre su significado en los siguientes escritos. Mencionaba que «el sujeto universal dotado de potencial revolucionario es la clase trabajadora», y seguidamente sugería «la necesidad de un programa de mínimos que apueste a nivel inmediato por crear mecanismos para la defensa de las condiciones de vida de los sectores más afectados». Para mejor comprensión de lo planteado hasta ahora, me gustaría en este artículo ahondar sobre la condición de clase de la mujer trabajadora, ya que defiendo que es su función económica, o la posición que ocupa en la relación capital-trabajo, la que marca la forma cultural de su opresión.

Al observar someramente los datos estadísticos, vemos que en la mayoría de los índices ligados a la precariedad de las condiciones de vida, los porcentajes de mujeres son superiores a la media: según datos del INE, si bien la tasa de población en riesgo de pobreza ya era alta anteriormente (alrededor del 25 %), en los últimos 10 años se ha incrementado en un 4,1 % en el caso de las mujeres; siendo ese incremento del 2 % en el caso de los hombres. Si observamos los datos del EUSTAT, el 8,5 % de las mujeres de la CAV en 2018[i] vivían en situación de pobreza de mantenimiento, o sea, a falta de recursos económicos para cubrir sus necesidades materiales básicas. En lo que respecta a la renta personal media, en 2016 la de las mujeres era un 18 % más baja que la de los hombres. En lo referente al empleo los salarios bajos y la dedicación parcial predominan en las condiciones laborales de las mujeres proletarias que trabajan en sectores feminizados[ii]. Al ojear la prensa vemos que los casos de violencia machista están lejos de tender a la baja, y por lo tanto, no sería ningún disparate situar este problema entre los más graves que plantea el capitalismo[iii]. Así que, a simple vista, está claro que esta realidad miserable nos reclama mecanismos eficaces para que esta violencia que es ejercida de muy diversas formas sobre la mujer trabajadora deje de ser norma cultural.

Pero no nos quedemos sólo en un análisis rápido de datos. No basta para desarrollar dichos mecanismos. Y es que, esos datos no responden a un sistema ideológico distinto del capitalismo, sino precisamente a la función estructural que cumple la opresión hacia la mujer trabajadora en el marco de la acumulación capitalista: que la fuerza de trabajo femenina aparezca devaluada y que las mujeres trabajadoras (junto con otros sectores) sean la punta de lanza de la precariedad[iv], entre otras. Todo esto, claro, está basado en una división sexual del trabajo que muta adaptándose a las necesidades de acumulación de capital y que genera una infravaloración social hacia las mujeres trabajadoras. Podemos afirmar que en las últimas décadas, la ofensiva burguesa contra las mujeres trabajadoras ha adoptado una forma de feminización de la fuerza de trabajo, junto con el empeoramiento de sus condiciones de vida. No seré yo quien niegue la posible existencia de una cuestión femenina específica que afecta a las mujeres burguesas o pequeño-burguesas, aparte de la cuestión de las mujeres trabajadoras. Sin embargo, lo que quiero subrayar es que basta con observar lo que nos rodea para darnos cuenta del significado de clase que tiene la opresión que sufrimos las mujeres trabajadoras. Y que así, la cuestión femenina –por llamarlo de alguna manera– que afecta a la mujer trabajadora está marcada por su condición proletaria.

Volvamos por un momento a la primera frase. El proletariado es producto del capitalismo, y por tanto afirmamos que es un sujeto universal y potencialmente revolucionario, ya que existe en todo el mundo y tiene el mismo interés de clase, como producto que es de la relación capital-trabajo. En la realidad social, la clase trabajadora aparece como si tuviera intereses contrapuestos, aparecer como algo o serlo no es lo mismo. Y como la clase trabajadora global está obligada a participar en la dinámica social que fortalece el poder del enemigo, entenderemos que es su dependencia vital hacia ese enemigo la que la caracteriza, apareciendo así a nivel mundial como clase sin poder material ni libertades políticas. Pero sabemos que dentro de esa dominación económica se dan diversas formas de opresión, como diferentes expresiones de dominación de clase, o como diversas formas de desigualdad de oportunidades y discriminación sufridas por las subjetividades sociales.

Podemos extraer dos conclusiones de todo ello: por un lado, que es esa condición proletaria la que explica el fundamento de la desigualdad de oportunidades y por tanto de la imposibilidad de conseguir la igualdad; y por otro lado, que las mujeres trabajadoras tienen potencial revolucionario para acabar con la sociedad burguesa que las condena a su situación de oprimidas, siempre que se organicen como sujeto proletario y con dicho fin. Sin embargo, sin contar con un movimiento socialista fuerte, el proletariado no aparece como bloque político y cultural en esta realidad social, aunque exista como sujeto económico. Para que aparezca como fuerza social capaz de revertir su situación, habrá que construirlo como sujeto político dotado de su propio marco de comprensión y de acción. En caso contrario, mientras no reaccione ante su situación o se limite a respuestas espontáneas, el proletariado será el conjunto de personas que no tienen otro remedio que acostumbrarse a vivir en condiciones miserables, y que continuarán reproduciendo entre ellas los modos de relación competitivos y agresivos propios del capitalismo. Y sin ser conscientes de sus intereses comunes no optarán por tomar las riendas del futuro de la sociedad en sus manos.

Por lo tanto, es en esa reconstrucción de la conciencia proletaria y de su forma cultural y política donde se halla la urgencia política para cambiar la situación de las mujeres trabajadoras. Es en esa dirección en la que podremos organizar nuestras luchas, según las condiciones y necesidades del presente. Y así llegamos a la segunda idea que apuntaba al inicio: ¿por qué es prioritario crear mecanismos de defensa de las condiciones de vida de las mujeres proletarias? Pues, por un lado, porque existe una ofensiva burguesa que las está deteriorando, y porque no hay otro agente político que ejerza su defensa real (si no es para hacer campaña desde una conciencia espontánea burguesa). Y por otro lado, porque para construir poder propio nos son imprescindibles las experiencias de lucha que parten de las necesidades inmediatas, ya que muestran claramente la validez de nuestras bases y a la vez ofrecen base organizativa. Partiendo de necesidades concretas, que lejos de ser individuales, se comprende que son colectivas, necesidades comunes de clase, abriendo así una oportunidad para la estructuración como clase universal, y constituyendo un punto de partida para la creación de una nueva objetividad en potencia. Por lo tanto, las luchas defensivas por la mejora de las condiciones de vida de las mujeres proletarias, si están situadas en el horizonte de la transformación de la condición proletaria mediante la revolución, aportan condiciones favorables para acrecentar el potencial dinamitador contra el principio de dominación de clase.

 



[i] Aunque carecemos de datos seguros, el contexto que vivimos nos hace pensar que las cifras de este año serán aún más altas.

[iii] Habría que analizar bien por qué sucede esto, y cómo influye el contexto de crisis sobre un hipotético incremento de casos de violencia machista, y qué formas concretas tienen en el contexto actual.

[iv] Ibíd. «las trabajadoras estamos siendo utilizadas para llevar a cabo la ofensiva burguesa para extender a toda la clase obrera las condiciones laborales de vida futuras».