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A menudo no sé qué plurales nos incluyen y cuáles no cuando habla gente no tan cercana, pues creo que hay usos del pronombre nosotras que no pueden dar fruto en el camino hacia un cambio radical y que en ocasiones nos debe de incluir: se trata del uso estéril del pronombre nosotras. Antes de nada, que quede claro que durante este texto haré referencia a las mujeres comunistas en primera persona del plural, teniendo claro que el único plural capaz de superar el sistema capitalista lo formará toda la clase trabajadora.

Diría que los movimientos aislados, en la mayoría de los casos feministas, que se plantean como una alternativa a las reglas de la sociedad actual se encuentran con contradicciones respecto al pronombre que emplean, haciendo a veces dudosa la identidad de aquello que es nuestro: nuestras plazas, nuestras ideas, nuestros espacios, nosotras. Ese plural se ha propuesto a menudo como sujeto revolucionario, y más de una vez nos ha incluido en el grupo por el mero hecho de ser mujeres, mientras que ser comunistas nos suele convertir en agente de tercera persona. Y es ahí donde yace la contradicción: mujer y comunista. Cómplice y enemiga. 

                                        “[...]                                  
ejemplares inadecuados
excelentísimas mujeres;
son todas mis cómplices
y las amo a todas”

Algo similar ocurre cuando hablamos de conceptos como sororidad: se propone crear redes conjuntas de todas las mujeres, siempre que no seamos comunistas, porque en ese caso, se despolitiza a las militantes y se lleva a cabo una tergiversación interesada de nuestras críticas y análisis, a menudo mediante rumores machistas y falacias. Evidentemente, no digo que debieran incluirnos en esa sororidad, ni que eso fuera a cambiar nada, solo quería poner en tela de juicio la veracidad de aquello que se defiende.

“Hijas de la marquesa,
criadas gordas…
[...]
son todas mis cómplices
y las amo a todas” 

Es digno de mención, además, que la libertad que se nos vende en estos conceptos se representa como una cuestión individual propia, lo que obstaculiza la unidad de clase indispensable para superar el sistema que se apropia de las opresiones y las reproduce. Dicho de otra manera, no podemos meter en el mismo saco a la hija de una marquesa y a la criada que trabaja para ella; las mujeres trabajadoras debemos actuar con solidaridad de clase y fortalecer una organización política que nos libere de esas cadenas, lejos de una posible alianza entre todas las mujeres.

“Las mujeres del primer mundo
las más capitalistas
[...]
son todas mis cómplices
y las amo a todas ” 

Por lo tanto, es imprescindible, en el camino de la construcción de una sociedad que supere todas las opresiones, reafirmarse en la unidad de los y las trabajadoras y optar por la vía de la organización; tener claro cuál es el verdadero plural revolucionario. No podemos amar, como tanto se nos ha repetido, a las hijas de una marquesa, a las excelentísimas señoras y a las mujeres más capitalistas del primer mundo que están asesinándonos a nosotros y a nuestros hermanos y hermanas; ¿acaso no nos convertiremos en cómplices de las masacres si aprendemos a amar al enemigo?