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Las abundantes experiencias revolucionarias de los siglos XIX y XX marcaron la dirección hacia la libertad de la humanidad. Analizando el tratamiento que tuvieron algunos temas en aquellas experiencias, se puede deducir que buscaban cambiar no sólo la organización de la sociedad, sino también renovar toda una cosmovisión. La construcción de un nuevo mundo requería obligatoriamente deshacer cada cimiento de la lógica social capitalista, y esto dió paso a algunas visiones y propuestas impensables hasta aquel momento. Ejemplo de ello son las propuestas sobre la educación infantil y las prácticas educativas puestas en marcha. Tirando de este hilo, abordaré brevemente la experiencia que tuvo lugar en la Unión Soviética.

A nivel internacional estaban surgiendo en aquella época los primeros movimientos para proteger a la infancia. En la Declaración de Ginebra de 1924 se hablaba por primera vez, entre otras cuestiones, de dar prioridad a las niñas y niños en las situaciones de emergencia, de la protección frente a la explotación y del acceso a la educación. La visión sobre la infancia era aún la de un objeto de protección, y ponía el foco fundamentalmente sobre las obligaciones parentales. Pero, aunque casi haya caído en el olvido, seis años antes, pocos meses después de la revolución de octubre, presentaban la Declaración sobre los Derechos de la Infancia de 1918 en el seno de la primera conferencia del Proletkult de Moscú. Por contra de la visión que predominaba en el contexto internacional, dicha declaración presentaba a las niñas y niños como sujetos de derecho, y buscaba reforzar su posición en la sociedad. La declaración recogió derechos que, aun cien años más tarde, nos pueden resultar sorprendentes, como por ejemplo: el derecho a elegir a los educadores, o el derecho a alejarse de los padres y madres si éstos no les garantizaban una buena educación; el derecho a una educación que garantizase el libre desarrollo de sus capacidades y su individualidad; el derecho a participar en el diseño de las reglas que incumbieran a sus vidas y sus actividades; el derecho a crear asociaciones; la prohibición de castigos y de medidas represivas, etc[i].

Aquella declaración no fue aceptada en la conferencia, y diría que se basaba en algunas ideas que pueden ser problemáticas, tales como la bondad natural de la infancia o la existencia de capacidades o talentos naturales. Así y todo, la idea principal era la siguiente: crear las condiciones vitales que garantizaran a la infancia una vida digna, esto es, las condiciones para desarrollar sus potencialidades y capacidades y para satisfacer sus necesidades. Aunque la declaración no fuese aceptada como tal, algunos conceptos y consignas tuvieron una gran influencia en la política educativa. Precisamente, la base de la declaración era la idea del libre desarrollo de la personalidad humana, y dicha idea básica estaría presente en la Declaración de la Escuela Única del Trabajo, firmada por Lunacharski y aprobada en octubre de 1918, sobre las obligaciones de la educación. Entre las medidas aprobadas estaban: acceso universal y obligatorio a la educación entre 8 y 17 años, cursos particulares para niñas y niños sin alfabetizar, desayuno y servicio médico en las escuelas, abolición de los deberes escolares para casa y de los exámenes y prohibición de los castigos.  

El fundamento de la vida escolar era el trabajo productivo, entendiendo este como actividad socialmente necesaria. A medida que se iba avanzando en edad, el cada vez más complejo proceso de trabajo era planificado y organizado entre profesorado y alumnado, y para ello se proponía, entre otras cosas, disponer en las escuelas de un taller y de una granja. De esta manera, se estableció un modelo pedagógico que familiarizaba a las niñas y niños con el mundo exterior y con las cuestiones que les sería necesario saber, haciéndolas a la vez partícipes activas de la organización y de las labores escolares.

Además, se impartían asignaturas básicas y también educación estética para el “desarrollo de los órganos de percepción”. Se dejaron de lado los métodos tradicionales de enseñanza y se apostó por los métodos activos. Esto significa: aprender a través de experiencias, dando sentido a las mismas. Por lo tanto, la labor de las personas docentes sería crear entornos estimuladores, orientando al alumnado para desarrollar su capacidad de actuación. Entre los métodos que se usaban estaban la observación y el cuidado de los animales, las colecciones, dibujos, paseos... [ii]

La educación nos sirve para vislumbrar de cierta manera los planes de futuro que tienen para la sociedad aquellos que la diseñan. Es por ello que hoy en día se educa a las niñas y niños en esos centros de disciplinamiento con paredes de colores, a través de competencias que le son útiles a la acumulación del capital, educándolas en la competitividad y poniendo el foco en actitudes individuales ante cualquier conflicto social. Aunque sea a través de métodos activos y con programas llenos de bonitos títulos, las escuelas son fábricas de personas que se adaptarán a nuevas formas de explotación. Y por eso merece la pena poner atención sobre la experiencia soviética, porque nos recuerda que la educación tiene que servir para fomentar el libre desarrollo de la personalidad, para crear y desarrollar capacidades e intereses y para educar personas para una sociedad que ponga en su centro el bienestar universal, tanto a nivel intelectual, moral como técnico. Esto solo es posible a través del proceso de construcción del socialismo. No se pueden construir islas en medio de este mar contaminado.  


[i] Hoernle, E., Kroupskaia, N., Lounatcharsky, A.V. et al. (1978). La Internacional Comunista y la Escuela. Barcelona: ICARIA.

[ii] Fitzpatrick, S. (1977). Lunacharski y la Organización Soviética de la Educación y de las Artes (1917-1921). Siglo XXI.

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