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Casi nada tiene de azar la manera en que se comunican los agentes políticos para incidir en cada contexto histórico. No son casuales los hechos, causas y consecuencias que se señalan; tampoco lo son las palabras que se eligen para hacerlo, ni su registro o el tono en que se pronuncian. Detrás de todas ellas se pueden leer e interpretar, de manera más explícita o implícita, las aspiraciones y el proyecto de un movimiento político. Claramente, lo que se persigue a través de la comunicación política es tejer los elementos que se perciben en la conciencia inmediata de las masas a través del discurso, dotándolos de un sentido completo y articulándolos bajo un programa político.  

La comunicación política cuenta como ingredientes principales con la agitación y la propaganda. Las acciones de agitación son las que buscan extender la indignación y el enfado ante las injusticias, y por lo tanto, el foco se pone sobre los hechos y situaciones que se perciben en el sentido común o la conciencia inmediata de las masas. Sin embargo, a través de la propaganda, se explican las causas (los responsables o causantes) de dichos hechos y sus efectos, que no son tan visibles, y de esta manera se señalan las estructuras que se deben vencer o superar a través de la actividad política para que dicho problema desaparezca. Salta a la vista en este punto tienen cabida todas las interpretaciones de la realidad que cada cual puede construir basándose en su propia intencionalidad política. Quien comunica puede elegir decir la verdad, pero esto le exigirá un análisis profundo y serio de la realidad, y le dejará políticamente en la posición más difícil. Puede escoger decir la verdad a medias, eligiendo solo las partes de las ideas que le interesan, o sea, algunos problemas superficiales o parciales que se puedan resolver desde las líneas de actuación de su programa político. Y puede escoger también mentir y engañar a las masas. Por ejemplo, culpando del paro a los inmigrantes, o cargando sobre la responsabilidad individual el peso del colapso climático.  

En estos tiempos que vivimos, la socialdemocracia de izquierda no tiene una tarea nada fácil en lo que respecta a la propaganda. Si señalase con sinceridad las causas de lo que está sucediendo, quedaría en evidencia, por una parte, su verdadero talante, el de ser sostener el régimen capitalista; y por otra, el sinsentido y la imposibilidad de realización de sus reivindicaciones. Si escogiera decir la verdad a las masas que viven en su propia piel la crudeza de la miseria, tendría que terminar señalándose (también) a sí misma.  

Por eso se instalan en discursos que se limitan a la agitación, haciendo uso de un tono exclusivamente emocional. Siendo su objetivo aunar y articular la frustración de la gente con el programa socialdemócrata, y a falta de verdaderas analogías de causa-efecto que puedan servir para justificar su actividad, la herramienta que les queda es el discurso identitario. A continuación trataré el ejemplo de la Izquierda Abertzale, pues los lemas y los mensajes que elige son significativos en este sentido.  

Por un lado, se sigue la lógica del «nosotros vs. el enemigo», con la intención de aparentar una confrontación que ya realmente no existe. Esta es una herramienta que utiliza reiteradamente la organización juvenil Ernai para incidir en la subjetividad de la juventud. Situarán al estado español y al francés como fuente de todos los males y al «sistema» como un agente exterior, que nos ataca, que destruye nuestras vidas. Un agente exterior en contra nuestra: esa será la idea que se instalará fácilmente en el sentido común. Pero, si lo pensamos dos veces, te das cuenta de que no sabes a quién se refiere ese nosotros, pero, sobre todo, te das cuenta de que mientras el discurso es ese, trabajan activamente en el seno del estado, sosteniendo el capital. Un ejemplo: los presupuestos generales del estado que acaban de aprobar.

Por otro lado, a falta de una propuesta válida para hacer frente a lo que denuncian (porque los límites de la socialdemocracia son los mismos límites del capital), se reivindica un sujeto abstracto como solución: la solución somos nosotros. «Los jóvenes lo tenemos claro / Gazteok argi dugu», «las jóvenes sabemos qué y cómo hacerlo / gazteok badakigu zer eta nola behar dugun». Lo que ofrecen no es una propuesta concreta para organizar al proletariado para hacer frente a su situación vital, sino formar parte de una identidad, sumando fuerzas (¿con quién, cómo y para qué?), para así conseguir una victoria (¿qué victoria?). La participación de las masas en el proyecto político se realiza a través del voto electoral, y realmente no hace falta más.

Componiendo todo eso y dotándolo de herramientas formales, consiguen adornar su discurso. Con palabras como ayer, mañana y ahora, y con la forma «vamos a», demostrando un convencimiento a través de las referencias al «desarrollo» y al carácter histórico de la humanidad, y realizando promesas: «somos la generación que va a transformar nuestro presente y nuestro futuro». Y utilizando metáforas constantemente, como hicieron, por ejemplo, para la movilización del 12 de noviembre: la gota de agua, el mar, la ola, el barco y la galerna (¿no tenían ya su cupo cubierto las metáforas sobre el mar?).

Esa manera de comunicar no se está utilizando solamente en los discursos públicos. Ya es parte de su cultura militante explicar significantes sin significado mediante forma poéticas, así como buscar la adhesión a través de un constante ejercicio de auto-referencia, y es algo que la base social, en general, lo tiene totalmente asimilado. Así lo observamos en las redes sociales, en las conversaciones o entrevistas directas, en las diversas dinámicas que crean... No quiero, de ninguna manera, poner en entredicho la voluntad de las personas que militan en las organizaciones de la socialdemocracia de izquierda ni hacer ningún juicio moral, sino señalar las consecuencias políticas que ello conlleva. En estos tiempos decisivos, la socialdemocracia sufre una impotencia estructural para responder con honestidad al enfado, al sufrimiento y a la desesperanza de las masas, y por lo tanto, para alimentar su programa político, le es imprescindible hacer uso de su habilidad para conmover al público, para lo cual se dirige a una identidad. Una falsa alternativa para la clase trabajadora, una promesa de que todo irá bien, y ninguna propuesta que de verdad vaya a servir para convertir eso en realidad. ¿No equivale esto a poner a la clase trabajadora a forjar sus propias cadenas?

A los y las comunistas nos corresponde dar respuestas al proletariado para que construya una comprensión del mundo, y junto con ello dotarnos de propuestas para organizar el enfado, lo cual no es tarea fácil. Los ejes de nuestro trabajo militante diario y de nuestra comunicación debe ser la sinceridad y la humildad, no las promesas. Tenemos que analizar y señalar las causas de lo que sucede, porque ya se vislumbran sus consecuencias, y además (siguiendo con las metáforas), no tenemos ningún jardín para ofrecer a nadie. Pero sí un campo de batalla que podemos ir tomando.