La propia sociedad capitalista habría creado un monstruo del cual ya no puede escapar. Esto es, «así como, en la religión, el hombre está gobernado por los productos de su propio cerebro, así en la producción capitalista está gobernado por los productos de su propia mano».
La afirmación de que el ser humano es un ser social no es nueva para nadie. A todo individuo le será imprescindible establecer vínculos sociales, con el resto de individuos, que le permitan sobrevivir a lo largo del tiempo. Dicho de otra forma, toda sociedad ha de organizar de alguna manera a cada individuo dentro de un sistema, con el objetivo de llevar a cabo transformaciones del entorno que permitan asegurar su reproducción en el tiempo. Esto es, toda sociedad tendrá que organizar su trabajo y decidir qué se produce y quién produce cada parte. La división social del trabajo es un elemento inherente a la sociedad, pero esta adopta diferentes formas, puesto que no existe una forma «natural» de organizar la reproducción de la especie humana.
En el modo de producción capitalista, la organización del trabajo se da, de manera indirecta e inconsciente, a partir del mercado. Un productor, por ejemplo, de coches, no trabajará con el objetivo de proveerle un bien útil a alguien que necesite un coche. Por el contrario, el productor fabricará el coche por el simple hecho de que le es rentable. De hecho, lo más probable es que el productor del coche y su comprador no se conozcan nunca y tampoco establecerán ningún tipo de relación personal directa entre ellos. Pero, en realidad, productor y comprador son mutuamente dependientes, puesto que el segundo estará utilizando un bien gracias a comprar el fruto del trabajo del primero. El hecho de que el trabajo se invierta de manera privada, con productores que parecen ser independientes los unos de los otros, hace que este trabajo se presente a la sociedad adoptando una forma particular: el valor.
El valor es consecuencia directa de que el trabajo, que es una actividad social y no individual, se lleve a cabo de manera autonomizada y que los distintos productores de mercancías establezcan vínculos impersonales a través del intercambio en el mercado. La producción sólo muestra su verdadero carácter social en la esfera de la circulación, en el intercambio.
Aunque pueda parecer algo banal, el valor tiene implicaciones en multitud de aspectos de nuestras vidas: afecta a nuestra manera de relacionarnos en sociedad, a nuestros intereses, a la manera que tenemos de ver el mundo. En definitiva, afecta a la manera que tenemos de comprender la realidad e interactuar con ella.
Muchos estudiosos del valor han resaltado la manera en la que el valor domina y supedita a toda la sociedad, y crea un círculo vicioso en el que la actividad productiva está dirigida a la búsqueda permanente de ganancia, condicionando a toda la sociedad. Estoy hablando, entre otros, de la Wertkritik (o Crítica del Valor) y otros teóricos que centran su análisis en cómo la objetividad capitalista domina a toda persona, independientemente de su clase. Así, para ellos el capitalismo sería una especie de estructura impersonal que fuerza a toda la sociedad (tanto a trabajadores como a capitalistas) a regular su actividad productiva, de manera automática e inconsciente, de acuerdo a la lógica de incrementar permanentemente la ganancia. La propia sociedad capitalista habría creado un monstruo del cual ya no puede escapar. Esto es, «así como, en la religión, el hombre está gobernado por los productos de su propio cerebro, así en la producción capitalista está gobernado por los productos de su propia mano». Frente a esta imposición social que nos afecta a todos, lo que proponen es, resumidamente, rehacer la manera que tenemos de relacionarnos como sociedad y evitar toda forma de vida que esté mediada por el valor.
Estoy de acuerdo en que el capitalismo domina a toda la sociedad, tanto a trabajadores como capitalistas. Sin embargo, quedarse aquí es pararse en un nivel de análisis superficial que no es capaz de explicar las bases de la dominación del valor. Existe una premisa fundamental para que la dominación impersonal de la que hablábamos pueda surgir: la separación entre los productores y sus medios de producción. Solo porque existe una clase que, al no disponer ni de los objetos de trabajo ni de los instrumentos de producción que permitan su supervivencia, está permanentemente obligada a vender su fuerza de trabajo a los poseedores de los medios, puede surgir la necesidad de supeditar la producción capitalista a la búsqueda de la ganancia. El hecho de que el trabajador no disponga de sus medios implica que estará obligado a vender su capacidad productiva al capital, que comprará esa capacidad productiva con el objetivo de hacerse cada vez más grande. Así, debido a la necesidad del capital de crecer y a la incapacidad del trabajador de hacerse con los medios necesarios (que son propiedad exclusiva del capitalista), se da una dinámica que reproduce continuamente la situación de propietarios y no propietarios. Solo a partir de esta idea podemos entender como el capital domina tanto a capitalistas como a trabajadores.
Sí, el capital domina también a los capitalistas, aunque de una forma particular. El capitalista, que al mismo tiempo es siervo y ejecutor de una serie de imposiciones sociales a las que debe subordinarse, puesto que está obligado a someterse al sujeto automático del capital. Obligado a acrecentar su capital permanentemente y, para ello, debe ser siempre competitivo y mantenerse en una posición ventajosa respecto al resto de capitales. Para ello, independientemente de su voluntad, el capitalista debe explotar a sus trabajadores, apropiándose de parte de su trabajo con el fin de llevar a cabo su proceso de acumulación.
Ahora bien, lejos de toda inocencia, el capitalista, como sujeto consciente, hace coincidir sus intereses subjetivos con la estructura objetiva de la acumulación de capital. Puesto que, aunque él también esté preso por la dinámica, se beneficia de ella y participa activamente para mantener su posición.
Y esto trae a cuento cuestiones políticas relevantes. Un análisis que pretenda ser útil para superar la totalidad de las relaciones capitalista ha de tener en cuenta que la dominación impersonal y abstracta que se da en el modo de producción capitalista brota de las relaciones de explotación que subyacen al mercado y el intercambio. Desde el marxismo, muchos análisis suelen centrarse en una forma de dominación (ya sea la impersonal y abstracta o la directa basada en la explotación) y relegan la otra a un papel secundario o incluso marginal. Es necesaria la comprensión articulada de ambas, pues la una no se puede comprender totalmente sin la otra.