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(Itzulpena)

«Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases»

K. Marx, 1848, Manifiesto Comunista.

 

Ha llovido mucho desde entonces y la realidad ha vivido un cambio constante en estos 170 años. Sin embargo, teniendo en cuenta la idea en la que se basa, las cosas no han cambiado demasiado. La historia se escribe según el choque de fuerzas sociales. El desarrollo de las capacidades productivas impone a la sociedad unas «reglas» para vivir, y vivimos bajo esas reglas, sin excepciones. La lucha por garantizar la reproducción de la vida llena la historia de contenidos concretos. Así, en diferentes fases de la historia, la sociedad ha vivido en diferentes formas según en lo que estuviera basada, o dicho de otro modo, según las capacidades que ha tenido la sociedad, la vida se ha producido de una u otra manera. Todavía hoy, en el modo de producción capitalista, la sociedad produce su reproducción de una manera concreta, y de acuerdo con esa forma concreta se estructura nuestra vida. La forma de la propiedad privada (el hecho de que uno sea propietario único de algunos de los elementos necesarios para la producción), supone la estructuración de la producción (en el seno de una división social definida pero variable del trabajo) de una forma individual e independiente, cuya organización se ejecuta (en el mercado) a posteriori, dentro de la dicotomía de qué vale y qué no. De este modo, las diferentes figuras que se encuentran en la sociedad, como producen forzosamente para otros, participan en el proceso social de la producción según la mercancía de comercialización de la que disponen.

Este factor tiene varias consecuencias. Los diferentes personajes tienen una posición diferente en ese proceso, por supuesto, pero también podemos identificar diferentes consecuencias dentro de cada personaje. Si nuestra participación en la sociedad viene definida por la capacidad que cada uno tiene al entrar en el mercado, entonces esa participación dependerá de la capacidad que uno tenga. ¿Qué significa eso? Veamos algunos ejemplos.

La burguesía, poseedora de los medios productivos necesarios para lanzar el proceso de producción, reúne, aprovechando la fuerza de trabajo ajena, las condiciones para enriquecerse constantemente. Tiene así la capacidad de tomar decisiones sobre el desarrollo de la producción, así como de capitalizar, potencialmente sin participar físicamente en el proceso de producción, la riqueza que de ella se deriva. El obrero, por otra parte, que poco tiene más allá de la propiedad de su capacidad de trabajo (fuerza de trabajo), está obligado a trabajar por un salario para pagar sus gastos de vida, condicionado, día a día, por las decisiones de aquel que compra esa capacidad.

Sin embargo, esa obra de teatro que vivimos al ir a trabajar en el día a día, esconde una dimensión tan oscura como interesante. Si nuestra participación o posición en la sociedad viene definida por nuestra capacidad al ir al mercado («aquí solo se trata de personas en la medida en que son la personalización de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase»), si la base de la historia se encuentra en el desarrollo de la forma de producción y la burguesía tiene (y no nosotros) el control sobre la producción, podríamos concluir que la burguesía tiene capacidad de decisión sobre la totalidad social y sobre su futuro. En este sentido, y, en suma, puede decirse que la burguesía saca una doble ganancia de su posición de mando en el proceso de producción, pues a medida que se va enriqueciendo económicamente, va acumulando poder. Es un hecho por todos conocido, que en una sociedad basada en la dinámica de la ganacia manda el que tiene dinero , incluso podríamos escuchar a alguien afirmando esto cualquier día en cualquier discusión de bar.

Al hilo de esta afirmación, se pueden identificar las diferentes dimensiones de esta capacidad. A corto plazo, la burguesía tiene la capacidad de tomar decisiones coyunturales para garantizar la supervivencia de la economía, que se realiza a través de diferentes aparatos y mecanismos como por ejemplo, las «medidas de austeridad» que se hicieron habituales en los días posteriores a la crisis de acumulación de 2008, así como las que se están adoptando actualmente. Por lo general, tienen como objetivo atar en cadena corta a la «bestia» hambrienta (es decir, al capitalismo), así como de aplacar con la misma cadena a los que también están hambrientos (es decir, la clase obrera) y desean que esa «bestia» se muera. Aunque esto tiene mucho interés desde el punto de vista político, en este momento me gustaría fijarme en otro aspecto que, bien explicado, también incluye este anterior.

El control sobre la totalidad no se agota a corto plazo, ya que tanto las decisiones coyunturales a corto plazo, como los planteamientos a largo plazo, encierran una dimensión histórica. La burguesía, con el poder en sus manos, toma constantemente decisiones y medidas para conservar su reinado, e interviene así en el curso de la historia, definiendo el rumbo que debe seguir el desarrollo de la historia. Por un lado, en lo que se refiere a las decisiones a corto y largo plazo, su carácter coyuntural sólo supone la antesala del tránsito hacia el carácter estructural que éstas adoptan en caso de que se arraiguen. Un ejemplo claro es lo que dice GKS sobre la problemática juvenil; que el modelo de vida que los jóvenes vivimos en una franja de edad concreta es la primera expresión y la semilla del futuro modelo de vida de toda la sociedad, que se va imponiendo gradualmente. Por otra parte, tiene la capacidad de trazar la forma del camino hacia ese futuro, de decidir de qué manera concreta se va a realizar el concepto de desarrollo. Desarrollar recursos militares punteros o pensar cómo el bienestar humano puede realizarse de una manera universal. En la época de nuestros padres, más de uno pensaba que en el futuro (en lo que es nuestro presente) nos transportaríamos en coches voladores, y desde el punto de vista privilegiado que nos da el paso de la historia se puede afirmar que este pensamiento se ha cumplido. Se les olvidó, sin embargo, preguntar quién iba a disfrutar de esas mejoras. El ser humano tiene más capacidades que nunca, la sociedad es capaz de construir coches que pueden circular por el espacio, de llevar en el bolsillo un móvil más potente que el ordenador que antes ocupaba toda una habitación, de realizar operaciones a través de robots… y sin embargo somos más pobres que nunca. No tal vez en un sentido absoluto, aunque esto también tienda a cambiar y empiecen a aflorar indicios de ello, pero sí en un sentido relativo. Esto ocurre porque la burguesía, que tiene la llave del control de la totalidad, se apropia del disfrute exclusivo de esa sociedad «del futuro».  Además, en estos tiempos, en los que los pobres son cada vez más pobres y cada vez más numerosos, y los ricos cada vez más ricos y cada vez menos, se puede afirmar que, esto se está convirtiendo en un privilegio cada vez más exclusivo.

Mientras tanto, si miramos bajo suela del zapato del capital, ¿dónde está la clase obrera? El proletariado, que sólo participa en la producción bajo la forma de mercancía, es expulsado de la ecuación del poder. No tiene capacidad para decidir sobre su vida y mucho menos para opinar sobre su futuro. En una sociedad en la que la dinámica del poder se basa en la acumulación de capital, como se ha dicho antes, manda el que tiene capital, el que no tiene capital, por lo tanto, no manda nada. Formulémoslo de otro modo, en una sociedad en la que la dinámica de la historia que se basa en la acumulación de capital, la historia la escribe quien tiene capital, quien no tiene capital, por lo tanto, no cuenta nada. Dicen que dos no bailan si uno no quiere. Sin embargo, en este tango kafkiano, nuestro enemigo prefiere bailar solo.

Consecuencia directa de esto es el paradigma de la construcción del poder obrero como única esperanza de la sociedad. El obrero, si quiere tener en sus manos el porvenir, debe emprender desde hoy la construcción de una modalidad propia de poder que se oponga al poder del enemigo. Para intervenir en el curso de la historia, para dar la vuelta al recorrido de la historia, para hacer historia. Parafraseando una frase famosa de un viejo camarada, "La historia no se hace, se organiza". Organizar, haciendo referencia a la organización de una fuerza social que vuelva a poner en marcha el tren de la historia (pasar de ser una voluntad para adquirir un carácter orgánico, organizar la voluntad por la libertad). Organizar haciendo referencia a un deber específico (sistematizar el conocimiento de la historia, hacer sistemática la difusión de ese conocimiento) de cara a cumplir esta función. Yo vengo a aportar mi granito de arena al primer punto, abordando el segundo. Conocer (y comprender) el pasado es imprescindible para entender el presente y de paso construir el futuro. En estos tiempos oscuros, en los que la realidad se agrieta y está convulsionando, en Euskal Herria hay quien está dispuesto a coger el testigo de la historia. En ese sentido, sigamos haciendo historia, ¡que no hemos hecho más que empezar!