En este texto vamos a intentar dar una breve explicación acerca de la función política –sobre todo en términos ideológicos– que tiene otorgar a la juventud un aspecto o una característica de radicalidad y/o revolucionariedad. Lo que trataremos aquí es de averiguar el carácter y las consecuencias políticas de esta caracterización/caricatura de la juventud. No se trata de entrar en los valores morales burgueses sino de darle un sentido político y averiguar la potencialidad emancipatoria –o no– que tienen estos discursos.
En primer lugar, debemos dar una diferenciación entre radicalidad y revolucionariedad, aunque no nos detendremos demasiado en esto. La radicalidad, en cuanto a movimiento obrero se refiere, se pone de manifiesto de forma espontánea en momentos coyunturales, la cual puede dar respuesta a un enfado colectivo o individual y se desenvuelve generalmente en acciones directas. Es una respuesta que surge a consecuencia de la división social en clases la cual genera pobreza estructural, miseria moral… Es cierto que esta espontaneidad puede ser síntoma de una conciencia embrionaria pero no se debe mistificar puesto que está sumergida en una resistencia continuada. Esta espontaneidad suele ser radical en cuanto a la forma pero no en cuanto al contenido y aquí reside una de las diferencias con la revolucionariedad. La revolucionariedad hay que entenderla como movimiento, en el cual, en el momento histórico de efervescencia, el proletariado revolucionario organizado como vanguardia política se funde con las masas por la transformación social. Y en el momento actual –donde el comunismo está desarticulado internacionalmente– se determina por el horizonte político encaminado a la rearticulación del movimiento comunista, de aquí la importancia de la independencia ideológica y organizativa del proletariado. Por lo que la cuestión aquí no reside en entrar en valoraciones subjetivas –que a menudo no rompen con la moralidad burguesa– sino en pensar cómo orientar la resistencia que el proletariado ejerce ante las agresiones del capital (que a menudo se reducen a volver a la situación anterior creada por la ofensiva burguesa) hacia el programa universal que supone el comunismo con el fin de lograr su autoemancipación, la cual supondrá la emancipación de la humanidad.
Desde posiciones socialdemócratas se ha llegado a la conclusión de que si el motor de la historia es la lucha de clases, la juventud es el motor de la lucha de clases (1). Siendo –para estos sectores– la juventud el motor de la lucha de clases, determinan, como elemento imprescindible para cumplir los objetivos políticos de una organización juvenil, la conciencia juvenil (2). Para ellos, el desarrollo de esta conciencia tiene que ir acompañado de elementos radicales ya que estos discursos son cercanos y atractivos para los jóvenes (3). De ahí la necesidad de utilizar conceptos como: revolución juvenil. A este respecto debemos decir que no es igual la conciencia juvenil en su diferenciación y relación de poder con lo adulto o que se extienda entre la juventud proletaria la conciencia revolucionaria de clase. Al margen de esto, ¿por qué hablar de revolución juvenil y no de revolución proletaria? ¿Por qué tanto interés en que el joven proletario constituya un sujeto político diferenciado que únicamente cubra los intereses inmediatos-momentáneos de los jóvenes?
La función política por la cual la socialdemocracia asocia la revolucionariedad a la juventud es la táctica en la correlación de fuerzas demócrata-parlamentaria. Este discurso se da a causa de dos interpretaciones erróneas. La primera es la interpretación de la revolucionariedad como una característica propia de la juventud, lo cual sería un análisis biologicista-determinista en el cual se deja al margen del proceso social la superestructura y la lucha de clases. Por lo tanto, si viéramos en el potencial juvenil un germen hacia la revolución –por sus características fisiológicas y biológicas–, y le diéramos esa característica per se, caeríamos en el análisis mecanicista del desarrollo lineal, el cual haría pensar que de ese germen habría un desarrollo hasta la que sería su consecuencia lógica: la revolución socialista. Pero vemos que esto no sucede así. Si esto fuera cierto deduciríamos que los países más jóvenes estarían más cerca de la revolución. La segunda interpretación errónea asocia mecánicamente a la juventud unos rasgos de radicalidad como evolucionismo cultural, fruto de su situación en el sistema capitalista. Sin embargo, en contraposición con esto vemos que los valores que transmite el aparato ideológico burgués (medios de comunicación, familia, educación…) son valores idiotizantes, serviles, dóciles e infantiles, entre otras cosas. Si la concepción de que a causa de la situación concreta del joven proletario en el proceso de producción hiciera que este tuviera características revolucionarias no haría falta la concienciación revolucionaria. Como esto no es así, las organizaciones juveniles socialdemócratas exacerban –exagerándolo si es necesario– (4) su condición juvenil, con tal de no perder la perspectiva de su ser diferenciado en el sistema capitalista. La perspectiva juvenil se reduce así a una esencia, a una positivación del joven proletario que debe autoidentificarse como joven (en cuanto a su problemática concreta) (5). Por ello, todo discurso se da en el reduccionismo político juvenil: Gazte Indarra, gazte danbada, gazte martxa, gazte eta aske, gazte borroka… (6)
Este identitarismo político no es tan diferente del obrerismo, el cual sitúa a la clase trabajadora como sujeto político revolucionario por su situación concreta en el proceso de producción y en su relación inmediata con el capitalista, es decir, en su característica económica. Aquí la tergiversación que se da es la de hacer creer que todo sujeto oprimido, por el hecho de serlo, es sujeto revolucionario como sujeto aislado, parcializado.
Lenin decía que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera en la lucha económica del proletariado y no algo que ha surgido espontáneamente (7). De aquí concluimos, como hemos mencionado anteriormente, que para que la radicalidad espontánea suponga un avance hacía el comunismo, la concienciación debe establecerse fuera de esa espontaneidad. Por lo que al igual que el obrero no puede superar su situación en cuanto a obrero sino en cuanto a socialista, el joven proletario no puede adquirir conciencia revolucionaria desde su centro de trabajo –sindicato– en relación con su capitalista individual, ni desde su condición de estudiante en relación con el profesor autoritario, ni desde el ámbito familiar en relación a la figura autoritaria adulta; esta conciencia la tiene que adquirir fuera de la problemática concreta. Hoy, parecería que la revolucionariedad determinara el sumatorio de opresiones que sufriera el individuo.
Tenemos que entender el discurso identitarista dentro de las coordenadas de la lucha de clases y las contradicciones internas propias de esta en el sistema capitalista. Es la desembocadura lógica de un programa político –socialdemócrata– que no tiene como objetivo la superación de clases. Por eso vemos que mientras Otegi califica de frívolo el movimiento socialista y entiende que el momento histórico actual no está para mensajes radicales (8), Ernai necesita ganar fuerza entre los jóvenes con los discursos radicales que el partido desecha. Son, en resumen, las contradicciones propias de un oportunismo político electoralista. A causa de estas contradicciones irresolubles necesitan desligarse de y ligarse a movimientos espontáneos según su conveniencia en el cálculo político para fortalecer su fracción en el poder. Ejemplo de esto lo vemos en el llamamiento al «bien común» por la defensa de la gran burguesía y la criminalización del proletariado en los acontecimientos del último mes en Donostia.
Cuando el cálculo político se torna en la defensa de esta espontaneidad, asignan al joven proletario una aurora de radicalidad, para así, idealizando al joven proletario, integrarlo en el marco pequeñoburgués, es decir, en el colaboracionismo de clase, dando así un bloqueo político al proceso socialista ya que no permite la ideologización revolucionaria. Por lo que, reducen esta radicalidad a la coyuntura inmediata del movimiento obrero con el objetivo parlamentarista. Así, legitiman y refuerzan la explotación asalariada y la dominación política burguesa.
Para concluir, es cierto que la juventud trabajadora tiene que ser parte del todo que significa confrontar el capital en todas sus facetas, como relación social, pero no como sujeto político diferenciado sino como parte de un proceso socialista que les elevará como clase hasta la supresión de esta. A través de la ideologización, el proletariado tiene que verse como clase, no en un sentido de identificación personal, sino de la conciencia de formar parte de la única clase social que objetivamente tiene que elevarse para acabar consigo misma. Por lo tanto, el impulso a la identificación tiene que ser reemplazado por la concienciación revolucionaria. Dicho de otro modo, la clase trabajadora –clase objetiva en el sistema capitalista– tiene que dotarse de la ideología socialista –condición subjetiva– para poder acabar con su situación y por lo tanto con el sistema clasista. Dicho esto, la actividad de una organización juvenil socialista no debe ser hacer la positivización de la problemática juvenil haciendo hincapié en su subjetividad dentro del sistema capitalista, o mejor dicho, reduciendo sus tareas únicamente con respecto a resolver las problemáticas juveniles obviando superar el sistema regido por la dictadura del capital.
Siendo la lucha de clases, la lucha política de clases, la que tiene primacía en el proceso histórico, únicamente cuando la simbiosis entre el objetivo político y la conciencia revolucionaria coincida con la tarea histórica del proletariado en el marco de un todo organizativo –Partido Comunista– se podrá emprender la lucha-ofensiva por la superación de clases. Solo dentro de estos márgenes encaja la revolución proletaria, de ahí la necesidad de la organización comunista entre la juventud proletaria.
(1) https://ernai.eus/wp-content/uploads/2018/05/FORMAKUNTZA_4-1.pdf Pág. 8
(2) https://ernai.eus/wp-content/uploads/2018/05/FORMAKUNTZA_4-1.pdf Pág. 23
(3) https://ernai.eus/wp-content/uploads/2018/05/FORMAKUNTZA_4-1.pdf Pág. 23
(4) https://ernai.eus/wp-content/uploads/2018/05/FORMAKUNTZA_4-1.pdf Pág. 24
(5) https://ernai.eus/wp-content/uploads/2018/05/FORMAKUNTZA_4-1.pdf Pág. 24
(6) https://ernai.eus/wp-content/uploads/2018/05/FORMAKUNTZA_4-1.pdf Pág. 24
(7) https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/quehacer/que_hacer.pdf Pág. 62
(8) https://twitter.com/ManexGM/status/1392907668671672322