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Una masacre. Más de 35.000 muertos. Decenas de miles de heridos. Miles de desaparecidos. Todo un país hecho polvo. Familias disueltas. Todos nos llevamos las manos a la cabeza. Frente al genocidio surge un pacto social: aparentemente, todos condenamos la situación y condenamos la violencia y la guerra. Un pacifismo frágil y sin valor. Más allá de mensajes de solidaridad y apoyo, basta con señalar a los responsables y cómplices y hacer exigencias concretas para que el pacto se agriete. Y cuando esto se hace desde los centros educativos, se produce una gran agitación.

Las universidades, apresuradas, vienen a subrayar su ejemplar práctica. Dicen que es ejemplar que la UPV exprese su posición contra Israel, aunque abra las puertas de la universidad a empresas que hacen negocio con el estado sionista genocida o, en colaboración con la Universidad de Israel, esté dispuesta a poner en marcha la Cátedra de Ciberseguridad. Los máximos patrocinadores de la paz social se han alterado rápidamente con que "los propios estudiantes" "entremezclen" universidad y política. Infantilizan totalmente a los alumnos, extendiendo la idea de que están confundidos y no saben muy bien lo que están haciendo. Los partidos socialdemócratas, de forma oportunista, expresan su apoyo a las acampadas ignorando su responsabilidad política y vendiendo, una vez más, el espejismo de un capitalismo pacífico.

Mientras, en todo el mundo, la labor política de los estudiantes es sistemáticamente perseguida y reprimida: algunas universidades ponen en marcha recogidas de firmas para criminalizar la actividad política y justificar la represión, otras dan ultimátums a los estudiantes amenazándolos con expulsarlos; llaman a la Policía y le abren la puerta, y detienen a miles de estudiantes en medio mundo. Y, sin embargo, desde las butacas de televisión alguna se atreve a decir que esos "gestos" de los estudiantes no son muy valientes; hay quien dice que todos estamos "de acuerdo".

Algunos sueñan con no entremezclar los centros educativos con la política. Pero es político que la universidad mantenga la relación con el estado genocida. Es político abrir las puertas de la universidad a empresas que no tienen escrúpulos en hacer negocios con el estado que ejerce la barbarie más cruda. Es político no hacer nada contra la barbarie y quedarse tranquilo con las declaraciones y promesas de los que tienen las manos manchadas de sangre. Lo que está claro es que, si no fuera por el señalamiento y la lucha de los alumnos y la rotunda negativa de algunos profesores, la UPV, al igual que las demás universidades a nivel mundial, no habría dado un paso atrás ni habría hecho declaraciones para explicar (o ocultar) su posición. No serán las palabras de los manifiestos y declaraciones que ahora proliferan las que aclararán la posición de cada uno en este conflicto, sino los pasos y las acciones a partir de ahora.

Contra la masacre, nos toca movilizarnos. Unámonos a las acampadas estudiantiles y a las convocatorias que se están haciendo localmente para denunciar la masacre y solidarizarse con la resistencia palestina. Nos vemos el 18 de mayo en la manifestación convocada en Iruñea por la plataforma Palestinarekin Elkartasuna.

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