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5.600 son los menores no acompañados que acoge actualmente el Gobierno Canario, 347 el número que quieren repartir entre las comunidades autónomas de la península; 12 son las portadas que ha copado la ruptura de relaciones de VOX con el PP en 5 comunidades, 23 los menores que correspondería a la Comunidad Valenciana; 29.589 son las personas que desde 2014 han muerto tratando de cruzar el Mediterráneo, 1.541 en lo que va de año, 0 son las portadas que han recogido este hecho; 95 millones de turistas ha recibido el Estado español durante 2024, mientras 31.155 personas llegaban sin visa y con vistas a quedarse; el Estado español ofreció asilo a 198.220 ucranianos, es el quinto país de la UE que más deportaciones realizó el año pasado –son 10.645–  y se sitúa a la cabeza de los que menos protección internacional ofrecen, sólo un 12% de los solicitantes de asilo; 17 años tiene Lamine Yamal, 21.000 likes el tweet de Yolanda Díaz que lo calificaba de "orgullo antirracista"; 37 fueron las asesinadas y 76 las desaparecidas en la masacre de Melilla, 33 era el número de diputados que Podemos tenía en el Congreso; 3 son las mujeres asesinadas este verano por sus parejas policías o ex-policías, 339.000 suscriptores tiene la cuenta de Youtube de Roberto Vaquero en la que alerta sobre la islamización como amenaza para los derechos de las mujeres.

El doble rasero no importa a nadie. Mientras algunos números sirvan a los propósitos de los partidos políticos, todo marcha bien. Este verano le han sido muy útiles a una derecha española a la que le han salido más primos hermanos de los que desearía, y necesita diferenciarse, destacar en la pista de baile: el PP intenta arrinconar al PSOE marcando el paso de la agenda política; VOX se desplaza aún más a la derecha y trata de cerrar el paso al partido de la ardilla; y Alvise mira gozoso cómo otros siembran por él un ambiente de paranoia y criminalización que recogerá con acusaciones de inmobilismo. Las tres derechas danzan al son de la canción que ellas mismas han entonado. Si el coste de reordenar el mercado electoral derechista es un passé a la derecha con un pas de burré xenófobo, ¿quién es la izquierda para fastidiarles el baile?

Pero a la izquierda socialdemócrata le preocupa, y mucho, este pasodoble corrido a la derecha. Sin embargo, poco puede hacer. La socialdemocracia adolece de una contradicción insalvable entre sus principios éticos –un humanismo igualitario, defensor de la vida humana y de los derechos fundamentales– y sus principios estratégicos. Están atados de pies y manos a una estrategia electoralista que se circunscribe al marco nacional y cuya propuesta política redistributiva era útil en un periodo de bonanza, pero languidece ante este contexto marcado por la crisis. Así, la inmigración representa para ellos un factor desestabilizador irresoluble: no pueden reducir los flujos migratorios porque sus causas están ligadas a las relaciones de dominación e interdependencia globales y estas izquierdas son, ante todo, nacionales; aunque rechacen la vía represiva, no pueden evitar pensar que la inmigración consume recursos del Estado, esos mismos recursos que merman y que pretenden redistribuir entre las "clases populares nacionales".

Por lo tanto, como no pueden combatir efectivamente el problema, lo reducen a una cuestión de criminalización y racismo. Así, tratan de diferenciarse de la reacción combatiendo el prejuicio racial, humanizando a la persona migrante y otorgándole valores esencialmente positivos. La diferencia respecto a la derecha no estriba en la gestión efectiva de la inmigración, ni en la propuesta política para la integración social de las personas que emigran, sino en la escenificación altiva del homo progresista como una especie moralmente superior a la ardilla, la gaviota o el toro.

De momento, el PSOE es un aliado para la izquierda socialdemócrata en esta cruzada cultural. Parece que Pedro Sánchez no acaba de morder el anzuelo del discurso securitario y evita vincular inmigración e inseguridad de forma tajante. Sin embargo, no debería de sorprendernos si en algún momento cede en esto también. Para sorpresa de nadie, el presidente del gobierno conjuga un discurso antirracista con una política fuertemente antimigratoria. Un día, en su discurso presidencial de septiembre nos habla de una política migratoria "humanista" y al siguiente, en su gira estival africana, firma acuerdos de cooperación con Mauritania, Gambia o Senegal para frenar la "inmigración ilegal" y facilitar las deportaciones. ¿Un traspiés? Para nada. No puede haber contradicción ninguna entre una política migratoria que nunca se ha predicado ni pretendido aplicar y la política que efectivamente lleva aplicándose, sin giros inesperados, desde hace años. El partener de la izquierda socialdemócrata sólo la acompañaría en su señalamiento del "problema racista", nunca más allá de esto. Porque el PSOE, por encima de etiquetas ideológicas es "gestor" del estado burgués, y actualmente sólo hay una propuesta efectiva de gestión del "problema migratorio": tratar de reducir el flujo migratorio vía represiva dentro y fuera de las fronteras y absorber parte de ese flujo como mano de obra barata en la economía estatal.

Lo que Pedro Sánchez está haciendo, es traducir esa misma fórmula a códigos moralmente aceptables por los progresistas: en primer lugar, distinguiendo entre inmigración "legal" e "ilegal" y poniendo en el punto de mira a las mafias, justifica toda una serie de medidas que dificultan las posibilidades de acceso al país y permiten deportar a quién convenga. En segundo lugar, con la panacea de la "inmigración circular" dulcifica la explotación asalariada. Así, la política efectiva del gobierno no difiere mucho de la alemana, la francesa o la británica: estado de sitio en las fronteras y explotación dentro de ellas.

No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que la inmigración "legal" o "ilegal" depende completamente de las políticas migratorias de los estados receptores; a mayores prohibiciones mayor inmigración ilegal. Además, cabe esperar que a causa de las crisis ecológicas y de las crisis económicas, políticas y bélicas exacerbadas por las intervenciones imperialistas de Occidente, cada vez más personas se vean obligadas a emigrar. Este proceso es imparable, si no se resuelven sus causas más profundas, no puede revertirse. Por lo tanto, lo que políticos como Pedro Sánchez están asumiendo –de forma implícita– es que aplicarán dosis de violencia inefables para exacerbar el problema pero, por lo menos, mantenerlo fuera. Porque cuando militarizan fronteras, niegan visas o deportan a personas, no están "desincentivando la inmigración", lo que están haciendo es violentar ese proceso aún más. Están condenando a las personas que huyen de sus lugares de origen a vías marítimas más peligrosas con tal de evitar los controles, o a caer en manos de mafias que los maltratan con tal de tener una mejor oportunidad.

La inmigración no es algo que pueda revertirse, persistirá, y aumentará, mientras persistan sus causas: un sistema capitalista basado en la dominación imperialista. Frente a ello, lo que para algunos es un factor desestabilizador, para los comunistas debe convertirse en potencial político: en primer lugar, debemos rechazar todo discurso que convierte la inmigración en el problema y no en su consecuencia. La organización comunista debe ser una herramienta para la guerra cultural, debemos combatir el racismo y todo tipo de ideas reaccionarias y excluyentes. Frente a las campañas de criminalización que distorsionan la dimensión y las causas de los problemas, debemos redimensionar los fenómenos, representarlos con fidelidad y vincularlos a sus razones estructurales. En segundo lugar, debemos oponernos a toda medida que profundice en la represión hacia el proletariado inmigrante dentro y fuera de las fronteras y realizar una defensa sin fisuras de sus derechos políticos y económicos. Y en tercer lugar, debemos de ser capaces de ofrecer un proyecto de integración social al conjunto del proletariado inmigrante. La forma de integración ha de ser política –es decir, la vinculación del proletariado inmigrante al proyecto comunista– y su lugar de recepción debe ser, forzosamente, una comunidad multicultural, reconstruida y aunada sobre unas bases éticas no excluyentes. La tarea no es sencilla pero es absolutamente necesaria.

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