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El bombardeo mediático nos ha acostumbrado a tragar un sinfín de horrores y a soportarlos sin inmutarnos. En las pantallas y en los periódicos, estamos viendo con nuestros propios ojos un genocidio documentado, el drama de miles de personas forzadas a vivir en la calle o a cruzar el mar, junto a noticias sobre el tiempo y el alumbrado navideño. Todo ello al mismo nivel, todo ello como parte de nuestro día a día, todos ellos como hechos naturales sin explicación y por tanto sin remedio.

Y se habla sobre la violencia machista dentro de ese caos. Salen a la luz las agresiones sexuales, las violaciones y el acoso; el maltrato y las palizas; pero nos cuentan todo ello como si fueran hechos sin causas estructurales y, además, generan cada vez menos impacto en la sociedad. Es triste hasta qué punto podemos asimilar y normalizar la barbarie: un informe de la CAV señala que la mitad de los hombres jóvenes cree que la violencia machista no es un problema "de primer orden", y un informe publicado hace un año en el Estado español señala que una cuarta parte de los jóvenes varones niega la existencia de la violencia machista.

En este sentido, está tan extendida la aparente oposición a la violencia machista, está tan extendido el ponerse la careta morada para lavarse las manos, que se ha distorsionado totalmente la lucha contra la violencia machista. En días como el de hoy, instituciones públicas y privadas, colectivos e individuos innumerables levantan la ambigua bandera contra la violencia machista, hasta convertirla en una reivindicación sin implicación alguna. El rechazo a la violencia machista es, supuestamente, parte del sentido común, pero no parece que ello haya traído el fin de la violencia machista.

No permitamos la naturalización de la violencia machista ni que se den por naturales sus causas estructurales. Pero, al mismo tiempo, hagamos frente a las posiciones que vacían de contenido e implicación alguna la lucha contra la violencia machista. Parece que a las mujeres trabajadoras simplemente se nos quiere inducir a no sentir "miedo" y a ser "valientes". Y sí, hay que ser valientes, pero no sólo para resignarnos y poder volver a casa solas y sanas y salvas: tenemos que tener la valentía para organizarnos codo con codo, para crear recursos colectivos para hacer frente a la violencia machista, y para hacer frente de forma organizada a las figuras y toda la estructura social que generan dicha violencia.

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