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Hay quien dice estar en medio, quien se posiciona en medio, y quien está en medio no suele dejar ver lo que está pasando.

Cualquiera que esté sabe que lo que está pasando no es cosa de anoche. Lo que está ocurriendo es una ofensiva cada vez más fuerte contra los comunistas, iniciada y liderada conscientemente por Sortu y EH Bildu desde la creación del Movimiento Socialista y que ha ido subiendo de intensidad, correlativamente, a medida que la presencia del comunismo en el panorama político ha ido aumentando. Si bien son los sucesos de Donostia los más recientes y los que mayor importancia mediática han tomado, cualquiera que esté sabe que son anteriores los vetos a los grupos socialistas en las txosnas de diferentes localidades por razones ideológicas, las duras campañas de difamación que han tenido un nivel más local o amplio contra la militancia comunista por el mero hecho de ser comunista, los ataques sistemáticos contra la propaganda socialista, así como los insultos, las amenazas y los intentos de marginación. Cualquiera que esté lo sabe.

 

Lo que está ocurriendo, exactamente, es la estrategia que pretende impedir la misma existencia de la política comunista. Es decir, se busca la aniquilación de la política comunista cueste lo que cueste. Esto, en contra de los que algunos han dicho con descarada palabrería, no tiene nada de victimismo o de deseo de protagonismo. Es una constatación de la historia: a la socialdemocracia que se confina en los límites del Estado le resulta insoportable el comunismo porque su propia existencia hace emerger el carácter burgués de toda expresión política integrada, y es por eso que ha cargado varias veces en la historia contra el comunismo. Esta tendencia se ha visto entre el comunismo y la socialdemocracia como política general, pero en el contexto actual de aquí, ha adoptado tendencias y nombres de grupos concretos.

 

Y en todo ese entorno, ahí están: los que dicen estar en medio. Ellos y su cólera, semejante a los que se quejan de la fatalidad de la historia del injusto destino atribuido por los dioses. Y a alguien que va por la calle le agarran del brazo y, desesperados, le preguntan: ¿esto, todo esto, tenía que ser así necesariamente?

 

Pues para el que está en medio le resulta bastante inentendible lo que sucede, a sus ojos, las diferencias de las partes implicadas en el conflicto político no son tan diferentes entre sí, al menos –por citar un ejemplo– no más diferentes que los aficionados al fútbol del Liverpool y los del Everton entre sí. El que está en medio siempre sabe un poco más que los participantes, aparte de en medio también le gustaría situarse un poco más arriba, y, desde ahí, decir: vuestras propuestas son compatibles, os habéis equivocado de enemigo. Además dice que no se posiciona, que entiende las «dos partes» y que necesitamos «unidad», porque la izquierda siempre está dividida mientras el verdadero enemigo se ríe y no-se-que-más. Pero su cólera y crítica moral siempre se dirige hacia un mismo lado –al lado del nuevo–, y en los momentos de conflicto él siempre se acerca a un mismo lado –al viejo, siempre–. En efecto, el que está en medio no se entera que la unidad que predica, esa palabra intocable y neutra caída del cielo, tiene un contenido político muy concreto, a saber: el del ya viejo paradigma de la Izquierda Abertzale.

Y llora, el llanto es la expresión más notorio de lo que hay en medio, expresa su profunda tristeza de manera que sea escuchada por todos, como si eso fuera lo más importante, como diciendo: ¿por qué no puede seguir todo como antes? Porque la tristeza del que está en medio siempre está unida a un mundo que se esfuma. Para él, hasta ahora existía un entorno armónico que aseguraba una diversidad pacífica, y todo era cómodo y bueno, hasta que aparecieron los malditos comunistas y empezaron a liarlo todo. Efectivamente, el del medio no está contra la crítica, claro está, pero le da pereza la insistencia que tienen estos comunistas con la crítica política. Le da igual por qué se queja, será por la nostalgia de los «buenos tiempos del movimiento popular» o porque le gustaría salir de fiesta tranquilamente en una sola txosna, «todos juntos», pero siempre guardará cierta melancolía, un deseo de quedarse en los viejos tiempos. Insistirá en el no, pero él también ha interiorizado desde el principio lo que han dicho de nosotros, y desde ahí piensa: «El comunismo per se es bueno», se dice a sí mismo, «pero estos comunistas, no sé yo», o «yo estoy en contra de los vetos ideológicos, pero en el caso de estos, ¡qué es lo que esperaban!». Y, vaya, qué sorpresa: el que dice que está en medio no está tan en medio. También él lo sospecha de vez en cuando.

Hay quien dice estar en medio en todo lo que está pasando, pero la realidad, con o sin ellos, avanza sin remedio, y no hacerse nunca responsable de nada no es una opción. Los de en medio optan por la comodidad, la cobardía, la lección fácil; en fin, el deseo de aferrarse a lo de siempre. La realidad, sin embargo, nunca es como nosotros queremos. Deberían saber, a estas alturas, que lo que haces, e incluso lo que no haces, tiene sus consecuencias y que la buena voluntad es una vana voluntad, si no es una voluntad consecuente, una voluntad para la práctica.

 

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