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(¡Atención, spoilers!)

El cadáver de Tony Montana es un signo de interrogación en la inscripción The World is Yours. Esta es quizás la idea más interesante que se puede destacar de la conocida película Scarface: la vileza e irracionalidad propias del capitalismo, y en ese sentido, la destrucción que necesariamente trae el capital como sujeto automático.  

El protagonista llega desposeído a los Estados Unidos, pero gracias a las posibilidades que le ofrecen la libertad, la igualdad y propiedad capitalistas —es decir, gracias a la explotación y destrucción del prójimo—, se convierte en un poderoso e imponente jefe mafioso, en un burgués sin máscara ni disimulo.

En esa ensangrentada contienda que le lleva del puesto de sándwich al jacuzzi de una mansión, hay una frase que el protagonista repite dos veces: «Los comunistas no paran de decirte qué hacer, qué pensar, y qué debes sentir». Esa palabrería anticomunista, acaso sin querer, posibilita la crítica al capitalismo y a su ideología. Pues, en efecto, al avanzar la película, encontrará «en la tierra de las posibilidades» la suerte que le reprocha al comunismo: aunque formalmente nadie le haya dicho nada, le está materialmente fijado lo que debe hacer para adquirir y conservar el poder, y el proceso mismo de acumulación de capital que quiere poner de su parte establece su actuación personal, invalidando la razón y haciendo desechar sus valores y deseos. Además, la destrucción es el constante resultado: violencia y sinsentido.

Aparte de la narrativa trágica, es interesante la crudeza con la que Montana personifica el poder burgués. Pues nos pone de manifiesto que el proceso infinito de valorización del valor puede usar cualquier medio para cumplir con su objetivo, que en la perversa disputa no se pueden establecer criterios racionales ni  morales a largo plazo, y que para la riqueza de uno es indispensable la miseria y expropiación de otro.  Al fin y al cabo, en la historia, como en la película, el propio proceso de acumulación del capital se convierte en protagonista real, en sujeto, él organiza las vidas de los seres humanos, él dice, como mediante un código oculto, qué hacer. Él es el único receptor posible de la oración «the world is yours», y es de la clase trabajadora la sangre derramada en las escaleras de la mansión.

Lo más grave es que eso que sugiere la película lo vemos a diario: matanzas, incendios, guerras, encarecimiento, vulneraciones de derechos, asesinatos, represión… se nos presentan inaceptables ante la pantalla. Pero las noticias se suelen leer como se ven los excesos de Tony Montana: con pesar, lo fácil es limitarse a preguntar «¿cómo es posible?» y quedarse a esperar cualquier desenlace, especialmente para quien tiene la barriga llena de palomitas. Quien no quiera ser espectador de la barbarie, en cambio, debe negar de raíz su condición de espectador y, tras responder a la citada pregunta, escribir un personaje antagonista que se enfrente al protagonista actual.


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