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En la primera parte de este artículo hemos visto como se formaron el Estado y la nación ucranianas, y hemos visto también a Lenin y a Stalin defendiendo dicha formación –no acometiendo contra ella, como suele decir la propaganda-. En esta segunda parte buscaremos más argumentos.

¿Qué dijeron las contemporáneas de la Revolución? En uno de sus últimos trabajos, en 1918, Rosa Luxemburgo analizó la Revolución Rusa (el opúsculo lleva ese título, La Revolución Rusa); sobre todo, sus errores –es cierto que después cambió su opinión sobre algunos “errores”, por ejemplo, atacó a los bolcheviques por el cierre de la Asamblea Constituyente, pero durante la revolución alemana ella misma se posicionó contra una Asamblea homóloga-. Según Luxemburgo, uno de los errores de los bolcheviques radicaba en la generosidad que habían tenido con el derecho de autodeterminación, “facilitando la tarea de los imperialistas alemanes” (hay que tener en cuenta que cuando Luxemburgo escribió ese trabajo Ucrania estaba ocupada por los alemanes). Pero en el caso de Ucrania fue más allá: acusó a los bolcheviques de “inventar la nación ucraniana, que entonces sólo existía en los sueños reaccionarios de un puñado de nacionalistas y en la poesía romántica de Shevchenko”, definiendo la creación de Ucrania como un “juego de Lenin”.

Por tanto, dejando a un lado las valoraciones de Luxemburgo, parece claro que ella pone como un hecho que los bolcheviques desarrollaron la nación ucraniana –y les criticaba por ello-. ¿Se equivocaba Luxemburgo? Veamos dos casos: en febrero de 1918, en la ciudad de Donetsk, los soviets locales, bajo el liderazgo de Fiodor “Artiom” Sergeyev declararon la República Soviética e Donets-Krivoi Rog, que comprendía los valles del Don y de Krivoi Rog esto es, en el centro y este de Ucrania (al este del Dnieper). Seguramente se acordarán, ya que lo he mencionado en la primera parte del artículo, que entonces en Kiev estaban los rojos en el poder; esto es, no se trataba de una independencia “ideológica”, sino “identitaria”. Podremos decir que en el contexto de la Revolución y al comienzo de Guerra Civil, no había la información ni el debate suficiente información, que las estructuras políticas eran precarias y las fronteras cambiantes y que muchos delegados quizá no conocían a donde conducía tal vorágine de acontecimientos; pero está claro que ya entonces existía cierto sentimiento “donbassiano”. ¿Qué contestaron desde Moscú? Que no reconocían dicha República y que consideraban al Donbass como parte de la República Soviética Ucraniana. Esta decisión del Gobierno bolchevique de Moscú fue clave para que las tierras del Donbass (y también el sur de Ucrania), que estaban entre dos órbitas, se decantasen hacia Ucrania, hacia la esfera de Kiev. Es más, en 1919, cuando finalizó la ocupación alemana, algunos comunistas donbassianos (entre ellos Artiom Sergeyev) organizaron un Congreso fundacional del Partido Comunista del Donbass. En este caso, fue Stalin, como presidente del Buró de Organización (Orgburo) del Partido Bolchevique Ruso quien les respondió: los comunistas del Donbass debían organizarse dentro del Partido Comunista Ucraniano. Es decir, los bolcheviques rusos de aquella época apostaron por Ucrania.

Si no creemos ni a Lenin, ni a Stalin, ni a Luxemburgo, podemos consultar con otros actores, como por ejemplo, con Mijailo Hrushevski, el gran historiador y político ucraniano, a quien conocimos en la primera parte de este artículo. Como sabéis quienes habéis leído esa primera parte, Hrushevski fue presidente de la República Nacional Ucraniana. Cuando cayó dicha República marchó al exilio, y al cabo de unos años volvió a Kiev. Al volver a su ciudad natal, el gran historiador y político nacionalista declaró: “Esta República Socialista Soviética Ucraniana es muy parecida a la República Nacional Ucraniana que yo fundé”. Y tenía razón: la República Socialista Ucraniana fue la primera que puso el idioma ucraniano como oficial; esto es como idioma de los medios de comunicación, administración, pasaportes, libros, educación, prensa, cine y otras funciones (a finales de los 20 se imprimieron 28 millones de ejemplares de libros en ucraniano, en 1919, 84 millones). El ucraniano fue así mismo estandarizado por la Ucrania soviética (todos somos conscientes de lo importante que ha sido el euskara batua para la supervivencia del euskara), bajo la dirección del bolchevique Mykola Skrypnyk.

El Estado soviético, o por lo menos la República Socialista Soviética de Ucrania fue un Estado ucranizador, no rusificador. En el mapa de abajo podemos ver el mapa étnico de 1925. Podemos compararlo con los datos actuales (o mejor dicho, con los datos de 1991).  El expresidente de la Ucrania independiente entre 1994 y 2004, Leonid Kuchma, en un libro que significativamente título Ucrania no es Rusia afirmo que “sin las políticas comunistas durante las décadas de los 20 y los 30 hoy no habría una nación ucraniana diferenciada”. En la lingüística y en la sociolingüística se le da mucha importancia a que una sociedad tenga la oportunidad de conservar su idioma en el momento que da el salto a la modernidad y a que de ese salto sin perder ese idioma. Las tierras y sociedades de Rusia y de Ucrania entraron en la modernidad en la etapa soviética; podemos imaginar qué hubiese sido de este idioma con un gran parecido con el ruso –el idioma estatal- si los comunistas lo tratasen como un “dialecto del ruso”, o si no lo liberasen de las limitaciones de ser un “habla rural”, como se tenía hasta entonces.

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Ilustración: Mapa de las etnias ucranianas en 1925. Como podemos observar, la población autoconsiderada rusa es todavía grande en Ucrania, sobre todo en las zonas que no formaron parte de la Malorossia histórica, así como en las grandes ciudades de Malorossia (Kiev, Yekaterinoslav-Dnipropetrovsk, Zhitomir). Sin embargo para la década de los 80 la mayoría de la población de esas ciudades o comarcas se consideraba ya ucraniana. Esto desmiente que la URSS “rusificase” Ucrania.

Otro punto de debate es el Holodomor. Precisamente el hambre (que no fue provocado ni fue contra los ucranianos; pues ocurrió en muchas zonas de la URSS en un contexto de lucha de clases entre obreros y kulaks), lo sufrieron sobre todo en la Ucrania Oriental (las hoy muy nacionalistas Galitzia y Volinia entonces no eran parte de Ucrania)[1]. Algunos afirman que los dirigentes soviéticos aprovecharon la circunstancia para “vaciar el Donbass de ucranianos y traer nueva genta de Rusia”, utilizando la retórica de la “colonización rusa”. Pero una vez más, los datos no avalan eso: según el historiador ucraniano Hennadi Yefimenko en toda la década de los 30 sólo 20.000 personas cambiaron su residencia de la República Soviética de Rusia a la República Soviética de Ucrania (muchos más fueron a las nuevas ciudades de Siberia).

Por otra parte, en la II Guerra Mundial, unos cinco millones y medio de ucranianos se alistaron en el Ejército Rojo, y otros cientos de miles en los partisanos rojos. La II Guerra Mundial comenzó unos años después del supuesto “Holodomor”, es raro que un pueblo que sufrió ese “genocidio” hiciese tal esfuerzo de guerra en favor del Estado que los “masacró” –tengo una pregunta para quienes lo equiparan con el Holocausto, ¿cuántos judíos lucharon en las fuerzas del III Reich?-. Con los nacionalistas ucranianos que colaboraban con Alemania pelearon muchos menos ucranianos, aunque hoy –por consecuencia del Maidan- sean ellos quienes se han hecho con la idea de “Ucrania” y la manejan a su antojo. Esta última monopolización actual puede tener algo que ver que una parte de Ucrania y los ucranianos, precisamente los ucranizados bajo la URSS, tras los ataques contra su idioma, sentimientos, cultura y patrimonio y memoria histórica (por ejempl la rehabilitación de los fascistas y los derribos de las estatuas de los combatientes soviéticos) no quiera saber nada más de la nueva Ucrania, como declaró el odessita Aleksei Albu a BERRIA.

Stepan Bandera, quien fue el jefe de los colaboracionistas fascistas durante la II Guerra Mundial, fue muerto por el KGB en 1959. Fue el último nacionalista ucraniano que mató el Estado soviético –incluyendo todos los contextos-. En la movilizaciones de los 80 y 90 no hubo ningún muerto en Ucrania, ni siquiera choques violentos; lo que separó a Ucrania de Rusia fueron las manibras de adaptación de las élites burocratizadas del Partido y del Estado, no las “Movilizaciones populares” (tras la independencia, en las primeras elecciones parlamentarias ganaban los comunistas, y en las presidenciales candidatos excomunistas, no los nacionalistas que “recién habían conseguido su objetivo”). Esto es, la independencia de Ucrania fue un producto de la transición del socialismo al capitalismo; siendo el jalón más importante el acuerdo de  diciembre de 1991, firmado por los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, donde a espaldas del pueblo y sin preguntar a nadie firmaron la disolución de la URSS. Hay que tener en cuenta que en el referéndum sobre la continuidad de la URSS de marzo de 1991 la mayoría de los ucranianos abogó por la continuidad de la Unión Soviética.

Tras la disolución de la URSS en 1991, nos encontramos con una Ucrania independiente, que como hemos visto, reunía a territorios con una historia muy dispar. Las nuevas élites, unos partidos más otros menos, utilizaron el nacionalismo ucraniano y sus aspectos más extremos para legitimar la nueva situación; el clímax –antes del golpe del Maidan- fue el mandato de Viktor Yuschenko, quien nombró “Héroes de Ucrania” a Stepan Bandera y otros colaboracionistas. Aun así, antes del Maidan, la mayoría del pueblo rechazaba dicha ideología como bien ha mostrado Ivan Katchanovski[2]; es lógico que si el Maidan –con ayuda exterior- impone esta ideología, que mucha gente se levante contra la misma.

Así pues, tras lo escrito en este artículo, sacamos las siguientes conclusiones: a) que no hubo una “dominación stalinista” contra o que modificase una “nación pura” anterior; b) que una parte de Ucrania se adhirió a la ucraniedad en el contexto soviético y por obra de decisiones soviéticas; y c) que esta parte reaccionase contra el golpe de Estado fue totalmente natural, que se rebelaron por factores internos. Esta guerra no ha ocurrido porque Rusia quería “Invadir” o “controlar” Ucrania, sino porque un golpe de Estado fascistoide quería imponer una idea de Ucrania que margina a una parte de los ucranianos.



 [1] En 2010,  bajo la presidencia del liberal occidentalista Viktor Yuschenko, los Servicios Secretos Ucranianos “investigaron” el Holodomor.  Como consecuencia, encausaron a siete dirigentes soviéticos: Stalin, Viacheslav Molotov, Pavel Postishev, Stanislav Kosior, Hrihori Petrovski, Lazar Kaganovich y Vlas Chubar. Es curioso que los últimos cuatro estuviesen vistos como “ucranistas” en la política soviética de entonces.

[2] Hay que mencionar que Ivan Katchanovski no es comunista, y que seguramente no comparta muchas opiniones del articulista. Katchanovski se hizo famoso por su investigación de los tiroteos del Maidan: fue él quien demostró que la mayoría de los tiros contra los manifestantes entre el 20 y el 21 de febrero de 2014 se dispararon desde edificios controlados por el movimiento del Maidan, por militantes de este movimiento o por mercenarios contratados por ellos, para buscar un “shock” que legitimase el golpe de Estado.