Recuerdo, el momento en el que mi padre regresaba del trabajo cuando era niña. Llegaba a las ocho y media de la noche, y abría la puerta de casa agotado. Yo estaba esperándole en la entrada, con un libro en la mano, cualquier libro, y papá, papá, por favor, después de cenar nos leerás algo, ¿no? Le rogaba. Sabía que la respuesta siempre, o casi siempre, era un sí. Entonces íbamos corriendo a la cocina, tratando de cenar lo más rápido posible, con la esperanza de poder leer un capítulo más. Entonces, con un vaso de agua en la mano, y con la voz teñida de cansancio, papá nos regalaba cuentos, ofreciendo las últimas horas de la noche a sus hijos. Y entonces, como ahora, cuando me metía en la cama, sólo tenía un pensamiento en la cabeza: no es justo. Papá no debería de estar tan cansado, no deberíamos estar esperando las últimas horas de la noche para poder estar con él un ratito, robando minutos al trabajo, al sueño, para poder vivir.
Dicen que las cosas bellas, como los pecados hermosos, son privilegio de los ricos, al menos según el escritor Oscar Wilde. No estoy del todo de acuerdo. Aquí lo que es privilegio de los ricos es el tiempo, el tiempo que no tienen que invertir trabajando, el que pueden pasar viviendo. La clase trabajadora, en cambio, le roba segundos, minutos y horas al tiempo de trabajo, hipotecándose la vida para poder vivir. ¿No es absurdo? Y además esto, como si fuera poco, es una experiencia generalizada. ¿Cuándo quedar con las amigas? Una estudia, la otra trabaja y la siguiente hace las dos cosas a la vez. Parece imposible coincidir con los horarios de todas. Bueno, al menos, yo hoy lo tengo libre, y como hace sol, ¡puedo ir al monte! Pero ya son las seis de la tarde, y pronto va a anochecer. Bueno, da igual, está este libro que hace tiempo que quería leer, pero a decir verdad estoy muy cansada y mañana tengo que madrugar para ir a trabajar de nuevo. Lo más fácil es volver a casa, a lo mejor ver alguna serie o peli, y pronto a dormir. Claro, si puedo dormir y el estrés me deja cerrar los ojos en algún momento, porque mañana tengo que entregar un trabajo y, todavía no he empezado, no he tenido tiempo.
Le robamos trozos de tiempo al Capital: querría ir al teatro, dar un paseo por la costa, visitar a mi tía, ir al cine con los amigos, pintar un cuadro, escribir una novela. A lo mejor, si tuviera el tiempo que quisiese, me pasaría una semana entera metida en la cama durmiendo, para recuperar energía y poder hacer todas las cosas que quiero. Pero en este mundo, eso no es posible, o cuando es posible, sólo es una excepción. Esto es lo que hay. Y a nosotros nos ha tocado aceptar lo que hay. Ir a estudiar, a trabajar, hacía delante cada día, en un ciclo que nunca va acabar. ¿Qué vamos hacer sino?
Sí, le robamos trozos de tiempo al Capital. Pero hace tiempo que esos trozos no nos satisfacen.
Para que la clase trabajadora sea dueña de su tiempo, ahora tenemos que utilizar esos instantes que justo conseguimos robar por los pelos para unirnos a la organización independiente. Ante el cansancio, hay que ir a la propia raíz del cansancio, al trabajo asalariado más concretamente, de donde proceden las demás ramas que no nos permiten disfrutar de nuestro propio tiempo. La organización no es más que un indicio del trabajo asalariado, y el único y más potente medio que poseemos. La defensa de la vida está contrapuesta al Capital, y en esta batalla está la propia vida, yendo hacia delante con dignidad y convicción, para, por encima del cansancio, poder superar el propio cansancio, mientras convertimos las migajas que nos ofrecen en un banquete donde comamos todos.