El móvil te recuerda que solo le queda el 15 % de batería, y activa automáticamente su ahorrador de batería.

Podrías aprender a dosificar las últimas gotas de batería para mantener el móvil en vida por si tienes algún percance en el viaje de vuelta, pero has preferido ponerte los cascos, abrir el Spotify pseudopremium que te ha ayudado a hackear una amiga, y disfrutar del concierto personalizado que te ofrece durante la media hora que te va a durar la batería.

Anoche se te olvidó cargar el móvil. Sí, se te volvió a olvidar. Fue un día largo, llegaste tarde y te acostaste tras cenar dos lomos a punto de caducarse. Sí, primero te acostaste… y luego te dormiste.

El temporal le ha declarado la guerra al cristal del autobús. El cristal se llena de gotas, y tú, un espectador privilegiado de esta guerra, observas cómo las gotas colisionan contra el cristal. Inspeccionas cómo se resbalan al chocar contra el cristal. Recuerdas que cuando eras niño las seguías con los dedos.

Has continuado viendo cómo la gota, al tocar el cristal, toma una inercia descendente, se encuentra con otra gota, y se unen. Para cuando te das cuenta que, aunque sea por un segundo, las gotas unidas son capaces de combatir la inercia descendente, ya se han encontrado con otra gota que sigue a la inercia descendente, y se unen. Y entonces ocurre otra vez: otro intento de hacer frente a la inercia.

El temporal le ha declarado la guerra al cristal del autobús, y la inercia obliga a descender a las gotas y a los intentos.

Entre las gotas que resbalan por la ventana del autobús, ves que el mundo hace tiempo que tomó una inercia descendente; oyes que unas pocas personas han empezado a organizarse, y te has acercado a ellos, con la esperanza de que, aunque sea por un momento, seáis capaces de contener el desplome de este mundo.

Menos mal que anoche no pusiste el móvil a cargar; si no, sería la enésima guerra que sucede a un metro de ti y no te enteras.

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