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(Traducción)

Se ha hablado mucho últimamente sobre la sexualización de la sociedad, si no como tema central de debate, sí como parte de otros debates, pero lo realmente sorprendente es el tratamiento que se le esta dando desde sectores supuestamente «críticos» con la sociedad, hasta el punto de confundir la tendencia sexualizadora del capitalismo con la libertad sexual de las mujeres.  Escribiré sobre esta cuestión en los próximos dos o tres artículos de esta sección de Ikuspuntua, con el fin de profundizar en diferentes elementos sobre la ligazón entre la sexualización y la opresión de las mujeres trabajadoras.

Se han hecho muchas interpretaciones a lo largo de la historia sobre la sexualidad, desde la filosofía hasta la medicina; pero, sin duda, cobra protagonismo en el contexto de convulsión de la revolución cultural de la década de 1970, en donde por primera vez se politizará la sexualidad. Es entonces cuando, entre otras reivindicaciones, se reclama la libertad sexual, frente a los límites y estereotipos de la época. Desde la experiencia que nos brinda el futuro, no podemos decir que las reivindicaciones de los jóvenes de aquella época hubieran sido satisfechas en la realidad actual. Por un lado, porque no se ha realizado tal revolución, entendiendo que, aunque la comprensión de la sexualidad haya cambiado culturalmente, esta no se ha liberado de los intereses económico-políticos. Por otro lado, porque las proclamas anticapitalistas de la época han resultado útiles al propio capitalismo para su modernización económica y cultural.

Podemos decir que la crítica al modelo de relaciones sociales de aquella época se llevó a cabo, sobre todo, en nombre de la autonomía ilimitada de los deseos individuales. Y, por tanto, no se planteó ninguna nueva forma de organización de las relaciones sociales ni de los deseos más allá de la reacción. El capitalismo, en su desarrollo, lleva a cabo un continuo intento de asimilación de los cambios culturales surgidos como reacción al mismo, y, es que, si dichos cambios no se concretan en términos políticos de superación de la estructura de dominación, el capital nos ha demostrado una y otra vez que puede hacer uso de ellos en beneficio de sus propios intereses. De ello podemos sacar dos conclusiones o hipótesis: 1) los cambios culturales difícilmente podrán escapar de las garras asimiladoras del capital si no vienen de la mano de un programa político revolucionario y una propuesta organizativa encaminada a llevarlo a cabo y 2) los cambios culturales no deberían tener solo con una forma reactiva o de respuesta contra lo establecido, sino que además deberían constituir el embrión de los fundamentos éticos de esa sociedad que se quiere construir.

Es evidente que estas últimas décadas han tenido lugar en la sociedad cambios profundos respecto a la manera de entender la sexualidad, coincidiendo en gran medida con la decadencia del modelo de disciplina familiar y religioso, e incluso impulsando dicha decadencia en cierta medida. El auge de las teorías postestructuralistas ligadas a las nuevas tendencias económicas y sociales del capitalismo también influyó en la difusión de algunas ideas, como, por ejemplo, la respectiva a la liberación de los cuerpos. Se habla de una revolución cultural que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XX, en cuyo fundamento podemos situar la importancia dada al individuo por encima de la sociedad. Se pueden mencionar fenómenos sociales, económicos y políticos que incidieron en ello, tales como el auge del feminismo como consecuencia de la introducción masiva de las mujeres en el mercado laboral, o la decadencia de proyectos colectivo etc. pero que dada la dimensión de este texto no analizaremos aquí. Respecto al tema, se pueden destacar entre las consecuencias heredadas de esa época el subrayar las libertades individuales como vía de consecución de la libertad social, y la desestigmatización y normalización de comportamientos y modos de relación sexual que hasta entonces habían sido inaceptables. Esto es, aquel cambio valió para sacar de una situación discriminatoria a algunas formas de sexualidad.

Algunos aspectos de los que englobaba la reivindicación de la liberación sexual sí que se han producido. El más claro es el salto de la sexualidad al ámbito público, sacándola del ámbito privado familiar y empapando casi todos los ámbitos de la vida. Se ha socializado, porque los cambios económico-políticos así lo han permitido. Se ha difundido hasta dimensiones incontrolables, porque se trata de un recurso inmejorable para que el capital saque rédito. Finalmente, la sociedad se ha sexualizado en todos los aspectos. Y lejos de poner las condiciones para la liberación sexual de las mujeres se ha convertido en el origen de los problemas de tantísimas mujeres. Y es que la opresión de las mujeres cuenta con una particularidad sexual, pues, aunque dicha opresión no se da solo en ese aspecto, sí que recoge esa especificidad: acoso sexual, violaciones, esclavitud sexual, estereotipos sexistas, cosificación de los cuerpos, etc. Además, todo esto se reproduce de un modo cada vez más crudo y masivo, y dada la cultura sexualizada tan accesible que se consume, es preocupante el aumento de todo tipo de ataques y acosos de esta índole entre jóvenes. No hay más que observar los datos que aporta Maria Fuentes en la colaboración hecha para este medio.

Por el contrario, es significativo que lo que fue la reclamación de las sexualidades libres se haya convertido en un instrumento más para la acumulación de beneficios económicos para la burguesía; cómo el contexto de mercado libre sin límites (ni morales) ha dado impulso a la tendencia histórica de convertir los cuerpos de las mujeres en mercancía. Además de la disciplina sexual y el imaginario sexualizado impuestos, en el marco de la ideología general de una sociedad hipersexualizada, las mujeres proletarias son utilizadas para la producción de placer sexual, y ello es posible porque el capital ha encontrado en los cuerpos previamente sexualizados de las mujeres un medio inmejorable para extraer plusvalía.

Pero, para que esto se dé de manera masiva, tienen que existir algunas condiciones económicas y culturales. Por un lado, el hecho de que la fuerza de trabajo de las mujeres valga menos (tener sueldos más bajos y condiciones de trabajo realmente más agotadoras), así como una tasa alta de paro entre las mujeres, son las garantes de que muchas mujeres tengan que buscar su supervivencia a través de la venta de sus cuerpos. Por otro lado, que la mujer esté socializada como símbolo sexual es preciso para que esa mercancía tenga venta en el mercado.  Esto último se garantiza a través de toda una industria sexual y cultural: los estereotipos burgueses antes mencionados, todo el marketing y publicidad que socializa el canon estético burgués, la prostitución, la pornografía, una cultura de masas hipersexualizada (series de televisión, películas, dibujos animados, comics, novelas…) y más.

Además de ello, hay que mencionar que el desarrollo de una nueva forma de consumo en la que los formatos audiovisuales han cobrado centralidad, ha contribuido a difundir y a hacer más accesible el consumo de la industria sexual. Han proliferado las formas de sexualización mainstream, pero también nuevos modelos planteados desde la transgresión de la normalidad o los modelos sexualizados «elegidos» partiendo de la ilusión de la autonomía de los deseos propios. Pero, me pregunto, si, al fin y al cabo, no tenemos en la raíz de todas ellas la reproducción de un imaginario sexual de las mujeres, que al mismo tiempo reproduce la lógica de su explotación. ¿O acaso se puede plantear la mercantilización de los cuerpos aparte de la lógica del capital, desde la autodeterminación de cada una?

Yo creo que no. Para empezar, tenemos que tener en cuenta que la educación sexual actual, que produce cuerpos sexualizados y los estereotipos sexistas que cuajan a través de la misma, abren las puertas a la violencia machista. Y más aún, que el hecho de haber convertido a las mujeres en objetos sexuales es una de las formas primordiales en la que se materializa la opresión de las mujeres trabajadoras y a su vez es una herramienta para la reproducción de dicha opresión. La clave del problema, pues, no residen la libre decisión de cada cual a hacer con su cuerpo lo que desee en cuanto no se dan en la sociedad las condiciones para que dicha libertad individual parta de una libertad universal y nuestras decisiones no estén condicionadas por la ideología burguesa dominante. Además, subrayar que en nombre de esa apología de la «libre» elección, existe el riesgo de caer en una justificación vacua de las tendencias del capital. Al fin y al cabo, la sexualización de los cuerpos de las mujeres no es más que un mecanismo de dominación más escondido tras una cara de libertad o autonomía individual, y es ella misma la que hay que combatir y no solo su forma  Tenemos que afilar nuestra mirada y saber ver que lo que nos venden como libertad no es sino libertad para las mujeres burguesas, mientras que se profundizan y afinan los mecanismos de dominación ejercidos sobre las mujeres de la clase trabajadora, dejándonos con cada vez menos fuerzas para luchar por la emancipación social y por la libertad universal.

Por tanto, el tema es realmente complejo, por lo menos, desde una perspectiva política revolucionaria: ¿Qué tiene nuestra sexualidad para que sea el blanco de diversas violencias? ¿A través de qué mecanismos se materializa la sexualización de nuestros cuerpos? ¿Cómo se justifica o se normaliza el control sobre la sexualidad? ¿Cuál es la relación de raíz que tiene esto con nuestra opresión? ¿Hay en una sociedad hipersexualizada algún modelo de sexualización no opresora para las mujeres? Por suerte, Itaia acaba de anunciar que va a trabajar este tema con el rigor que se merece.

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