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La intervención o agencia de la juventud trabajadora es el modo más eficaz para construir los cimientos de la sociedad del futuro. Las tendencias culturales que se están extendiendo entre los y las jóvenes trabajadoras son fruto de las condiciones materiales del momento y de la intervención cultural que se lleva a cabo en el mismo. El proceso de proletarización ha determinado entre nosotros que la decepción, la rabia y la falta de expectativas se conviertan en sensaciones generalizadas; y con ello, la denominada cultura mdlr, en la que predominan la violencia, la desconfianza hacia la política, la incapacidad para pensar más allá de lo inmediato, el consumo de droga... Además de esto, también están las hijas e hijos de la clase media que viven con el ensueño de poder aferrarse a un nivel de vida que está ya en decadencia, que pueden verse representados de alguna manera en los programas de los partidos institucionales, con un sentido de la justicia y de la moral burguesas totalmente asimiladas; y junto con ello, un auge impresionante de las políticas identitarias y del alternativismo.

Entre esa mezcla, una puede pensar que existe entre la juventud una voluntad de romper con la realidad. Puede pensar que todos estamos hartos, y que existen ciertas intuiciones que, encauzadas y organizadas de manera eficiente, disponen de un gran potencial. Por ejemplo, la defensa del prójimo, el rechazo a la política profesional y a la gente adinerada, o el odio hacia la policía. Tirando de este último hilo, sin embargo, una se ve empapada de un jarro de agua fría al observar el grado de normalización de la policía que se está dando entre los jóvenes. Como si ser policía fuera un trabajo más, «aunque a veces cometen abusos». De los 706 alumnos que están recibiendo en este momento formación en Arkaute para ser cipayos, el 83,5% tienen entre 24 y 33 años.

No es casualidad. Desde el inicio de la pandemia no paran de hacer propaganda de la policía en los medios de comunicación. Estos servidores armados, garantes de la dominación mediante la represión sistemática, se plasman como gente trabajadora dotada de valentía y humanidad.

Los partidos políticos de todos los colores que conforman el partido del capital han aprobado tremendos presupuestos para las fuerzas policiales. Los representantes políticos han subrayado una y otra vez la necesidad de incorporar jóvenes en las fuerzas policiales para «hacer frente a nuevas formas de delito». Están realizando una inversión seria. 

Muchos los tenemos en la cuadrilla, en la familia o en un entorno cercano, y cada vez son más los y las que ven entre sus posibles profesiones la de ser agente represor de los trabajadores. El escándalo que ha tenido lugar en las fiestas de Mutriku nos ha dado razones para la preocupación a las y los que aspiramos a la liberación universal del proletariado, pero ha servido en cierta medida para comprobar de cerca hasta qué punto ha llegado la normalización de la policía entre la juventud trabajadora. La idea de pluralidad y de libertad que prima en el sentido común y que lleva a aceptar sin problemas que un agente de policía participe en una comida popular nos tiene que servir para darnos cuenta de la importancia de la lucha ideológica. Si la pluralidad se traduce en el derecho a pisotear al compañero y ´libertad en la libre opción de hacer lo que cada cual quiera, es que nuestro marco ideológico se  circunscribe dentro de los márgenes de un sistema de dominación. No es posible que la idea de pluralidad sea garante del poder impuesto por una minoría sobre una mayoría. Los partidos socialdemócratas de izquierda reproducen y enmarcan este sentido común en su programa anticomunista. En efecto, no necesitan un proyecto para la libertad universal que realmente haga posible la pluralidad. Es más: esto entraría en contradicción con su programa populista e interclasista.

Y no. La cuestión no yace en un modelo policial u otro, un nivel de violencia u otro. Aquí estamos hablando de la función social que cumple la policía en el sistema capitalista, la de mantener al proletariado sumiso y políticamente incapacitado, y de la función de acabar con las expresiones del proletariado contra el poder burgués. Estamos hablando, precisamente, de esa función que se debe eliminar cuando hablamos de libertad universal.

Mientras tanto, las paredes de las calles dicen ACAB, y los jóvenes huyen de la policía los sábados por la noche. Si una intuición es únicamente guiada por los intereses personales del momento y dicha intuición no se organiza políticamente, cualquiera puede acabar dándole la mano a la policía. Sin unas sólidas paredes, de nada nos sirven las decoraciones.

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