Irati Z
2023/03/05

Siendo la única organización femenina del Movimiento Nacional reconocida por Franco, la Sección Femenina tuvo un rol específico en los años de posguerra. El objetivo de este texto es intentar explicar el modus operandi de la Sección Femenina en la construcción, consolidación y reproducción del orden social en el régimen franquista hasta aproximadamente la Segunda Guerra Mundial. Esta aportación no pretende realizar un análisis detallado, sino más bien proporcionar algunos apuntes generales sobre la lógica general de los mecanismos de control y sus formas de actuación.

LA SECCIÓN FEMENINA

La Sección Femenina (SF en adelante), fue una organización creada institucionalmente en junio de 1934, parte del partido de la Falange Española y de las JONS. Tras la unificación del sector tradicionalista en abril de 1937 en el partido único FET y de las JONS, la SF pasó a ser una rama de dicho partido. En el Decreto de Unificación se declaró que la SF de la FET sería la organización encargada de educar y movilizar a la población femenina. Así, la Sección Femenina de FET y de las JONS se convirtió en la única organización de mujeres reconocida por Franco[1]. Fue Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio, quien creó y lideró la organización durante 43 años, es decir, hasta su disolución en 1977.

La Sección Femenina de FET y de las JONS se convirtió en la única organización de mujeres reconocida por Franco. Fue Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio, quien creó y lideró la organización durante 43 años, es decir, hasta su disolución en 1977

La SF desempeñó un papel fundamental como herramienta de control, encuadramiento y adoctrinamiento de la población femenina. Pero su labor no se limitó solo a eso, ya que como rama del partido único, fue un engranaje en la creación y mantenimiento del orden social del régimen franquista. Además, las mujeres fueron un instrumento de transmisión fundamental, ya que según el ideario del régimen, como esposas, madres y constructoras del hogar, se les encomendó la tarea de formar la nueva «identidad nacional».

APOYO, ASISTENCIALISMO E INTERVENCIONISMO

Realizando un breve repaso de las funciones de la SF desde su creación hasta el periodo de posguerra, podríamos dividir tres etapas. Primeramente, habría que mencionar los años previos a la Guerra Civil. En ese período, las actividades de la organización se basaron en el apoyo a los hombres de la Falange: las recaudaciones, el trabajo propagandístico, las visitas a cárceles, la ocultación de armas o la confección de atuendos fueron algunas de las tareas de las afiliadas. Esas actividades aumentaron aún más cuando en 1936 la Falange fue declarada ilegal, siendo claves en el contacto con los grupos golpistas[2]. 

La segunda etapa sería la concerniente a la Guerra Civil, y su función se resumiría a actividades asistenciales. Las afiliadas desempeñaron diversas ocupaciones en la retaguardia y en los territorios conquistados por los sublevados. Aunque en esta época el ámbito de la enfermería estuviese oficialmente en manos de las mujeres carlistas, la SF organizó toda una red de mandos, y así, se consolidó como la organización que controlaba los trabajos asistenciales. De ese modo, durante los primeros meses de la Guerra Civil, la SF evolucionó de ser una organización de apoyo general a convertirse en una entidad encargada de atender las necesidades asistenciales de la guerra. Asimismo, con la expansión territorial de los golpistas, se establecieron las bases provinciales de la SF, lo que permitió su representación en todas las regiones al terminar la guerra[3]. 

Con el comienzo de la dictadura franquista, se produjo otro cambio en las funciones y manera de operar de la organización: además del soporte y asistencialismo, la organización se encargará de encarnar el control político y social sobre las mujeres, que se ejercería mediante una red territorial de mandos. Para entonces, la SF declaró tener una cantidad de 600.000 afiliadas. Por lo tanto, para ese momento la organización femenina se consolidó como una entidad perfectamente estructurada, y fue reconocida oficialmente por Franco[4]. Precisamente, el 1er artículo del Decreto del 28 de diciembre de 1939 sobre las funciones de la Sección Femenina establece que esa organización del partido tiene la responsabilidad de «la formación política y social de las mujeres españolas en orden a los fines propios de Falange»[5]. Al finalizar la guerra, por lo tanto, comenzarían a crearse actividades y programas de carácter intervencionista. 

El 1er artículo del Decreto del 28 de diciembre de 1939 sobre las funciones de la Sección Femenina establece que esa organización del partido tiene la responsabilidad de «la formación política y social de las mujeres españolas en orden a los fines propios de Falange»

COMPOSICIÓN/CONFIGURACIÓN SOCIAL  

Para comprender la composición social de la SF durante el período que nos ocupa, es necesario remontarse a los últimos años previos a la Guerra Civil. Las políticas relacionadas con las mujeres llevadas a cabo en la Segunda República encontraron oposición entre la burguesía y muchas mujeres de clase media. Esas últimas se identificaron con las manifestaciones de la Iglesia, que sostenía que apoyar a la República equivalía a negar los valores cristianos y la base de la familia tradicional[6]. 

Las creadoras y primeras afiliadas de la SF fueron un grupo muy selecto de mujeres ya vinculadas con la causa falangista. Esas primeras afiliadas procedían de las clases altas y adineradas, aunque durante la guerra encuadraron a mujeres de realidades sociales más diversas. Fueron los hijos de la oligarquía financiera, de propietarios y de miembros del ejército golpista quienes se convirtieron en la vanguardia más radicalizada durante la guerra y posguerra, y de ahí surgieron las primeras afiliadas de la SF. Por eso, como hemos dicho, la primera base sociológica de la SF demostró el perfil de mujeres de la burguesía y clase media, solteras, jóvenes y con estudios primarios[7]. Como ya relató Kortazar (2021), en el régimen franquista coexistían la «antigua derecha» de las élites tradicionales y la «nueva derecha» fascista. La SF se desarrolló en gran medida como parte de la «nueva derecha»: en oposición a la Segunda República, pero también en constantes tensiones con las ideas y organizaciones femeninas de la «antigua derecha»[8]. 

La SF se desarrolló en gran medida como parte de la «nueva derecha»: en oposición a la Segunda República, pero también en constantes tensiones con las ideas y organizaciones femeninas de la «antigua derecha»

En ese sentido, durante los primeros años de la dictadura franquista, las mujeres falangistas tomaron como referencia a los partidos fascistas europeos de entreguerras (especialmente a los de Alemania, Italia y Portugal) y adoptaron su doctrina y políticas de encuadramiento ideológico para aplicarlas en sus territorios[9]. También tomaron de referencia la estructura organizativa de la organización femenina nazi y organizaciones de mujeres fascistas italianas. 

El discurso de la SF, como el de la Falange, se caracterizaba por su carácter populista e interclasista, buscando la movilización de las masas. A pesar de que la base social de la organización se amplió con el tiempo, el equipo directivo de la SF siguió estando conformado únicamente por mujeres de clase alta. Aunque Pilar Primo de Rivera afirmaba que llegar a posiciones de mando era cuestión de meritocracia, para llegar a ser mando se necesitaban medios independientes a la organización. Como resultado, las dirigentes siempre provenían de las tradicionales élites locales[10]. 

INTERVENCIONISMO Y PROPAGANDA, COACCIÓN Y ATRACCIÓN 

Como hemos mencionado, una de los cometidos centrales de la SF era intervenir en la población femenina en un contexto de «violencia política, pobreza desesperada y corrupción institucionalizada»[11]. Para ello, desarrollaron varios programas intervencionistas que les permitieron ejercer un control sobre los múltiples aspectos de las vidas de las mujeres. Todos estos programas se basaban en el ideal de la mujer del régimen: debían contribuir a la reconstrucción de la nación de posguerra mediante su función de esposa, madre y creadora de hogares[12]. Sin embargo, ese ideal se distaba bastante de la realidad de los mandos de la organización[13]. 

Desarrollaron varios programas intervencionistas que les permitieron ejercer un control sobre los múltiples aspectos de las vidas de las mujeres. Todos estos programas se basaban en el ideal de la mujer del régimen

Uno de los ámbitos principales de intervención fue el de la educación. Las afiliadas de la organización asumieron la educación (social, política doméstica, etc.) de las mujeres durante el régimen. Se inició de forma gradual abordando desde diversos ámbitos (lecciones, clases, conferencias), y se complementaban con la educación básica, la formación religiosa y el ocio[14]. La organización se enfocó en la formación de las mujeres en tres áreas principales: educación religiosa, educación nacionalista y habilidades del hogar. Esos temas se impartieron a través de cursos ofrecidos en las escuelas del hogar, escuelas de verano y programas de preparación profesional que la organización estableció y administró[15]. Aunque la educación de las niñas solía comenzar en el hogar, a partir de los siete años se estableció el inicio de su formación reglada[16]. 

Sin embargo, el pilar fundamental de los programas educativos fue el de las habilidades domésticas, un terreno crucial de control para la organización. No solo cumplía con el ideal de formar a las mujeres para su papel en el hogar, sino que también tenía una función económica vital: contribuir a la reconstrucción económica un contexto de crisis[17]. 

Según Richmond (2004) la práctica intervencionista más significativa de la SF tuvo lugar en el Servicio Social. Dicho servicio era obligatorio para las mujeres solteras de entre los 17 y 35 años, las cuales trabajaban entre tres y seis meses sin remuneración en trabajos asistenciales feminizados, como comedores infantiles, orfanatos, hospitales y sanatorios. La obtención del certificado de realización era necesaria para acceder a numerosos trabajos, obtener un título académico o el permiso de conducir. 

El objetivo, en última instancia, era que todas ellas siguieran dentro de la organización. Es decir, movilizarlas a sus filas. La realidad, sin embargo, fue otra. Las mujeres más pobres fueron, en su mayoría, las que cubrieron el servicio, motivadas únicamente por la necesidad de obtener el certificado. Mientras tanto, las mujeres adineradas podían evadir el Servicio Social sin muchas dificultades. Además, como señala Cenarro Lagunas (2010), el Servicio Social desempeñaba una función adicional al garantizar la disponibilidad de «mano de obra gratuita» en las instituciones de asistencia. 

El intervencionismo de la SF adoptó un aspecto diferente al adentrarse en el entorno de las mujeres del mundo rural. En un contexto de hambre y miseria, la SF estableció varios servicios e iniciativas para intentar cubrir las necesidades existentes, enfocándose particularmente en la población femenina[18]. Al mismo tiempo, fue una manera de llegar a espacios donde los aparatos organizativos del régimen no tenían tanta presencia. 

Un ejemplo de ello fue la creación de la Hermandad de la Mujer de la Ciudad y del Campo, que se inspiró en otras experiencias fascistas. Consistía en colaborar en las labores agrícolas intentando paliar la situación de las familias mientras hacían propaganda. La Hermandad llevó a cabo la creación de diversos programas de capacitación agrícola y artesanal dirigidos a las mujeres del campo. Más tarde se crearon el Cuerpo de Divulgadoras Rurales Sanitario-Sociales, el Servicio de Ayuda al Hogar, las Cátedras Ambulantes o los Hogares Rurales. Todas esas iniciativas se basaban en mantener la presencia y ejercer control sobre la población más alejada de los centros urbanos[19]. 

En el campo también encontramos una característica interesante, pues a través del departamento de la Hermandad de la Ciudad y el Campo, consiguieron enlazar a las mujeres del campo con el sindicato falangista a través de intermediarias. El reconocimiento de condición de trabajadoras asalariadas de esas mujeres, y además, su integración sindical, puede parecer contradictorio con los fundamentos del ideal falangista. Pero, no podemos olvidar, por ejemplo, que sus bajos salarios aumentaban significativamente los beneficios de los propietarios. Uno de los retos de la SF fue tratar de conciliar discursivamente esas esferas (la domesticidad de la mujer y el trabajo asalariado), ya que eran una realidad existente y también necesaria[20]. 

Otro recurso intervencionista para la dominación social fue el del control sobre la maternidad y la salud de las mujeres. Esa, a su vez, se encarnó junto a una política eugenésica. Se trataba, en definitiva, de profesionalizar la maternidad y, a través de la exaltación de la higiene, acabar con los «virus» de la República. Para ello, en lo que respecta a la SF, este creó diferentes programas y organizaciones sanitarias. Al mismo tiempo, la organización monopolizó el ámbito de la enfermería, una esfera feminizada que se estaba profesionalizando antes de la dictadura. Mediante organizaciones como el Cuerpo de Enfermeras o la Obra de Auxilio Social, y con la incorporación de nuevas figuras como la de enfermera visitadora, ese se convirtió en un elemento clave para el control social de la población[21]. 

Las herramientas que hemos mencionado son sólo los ejemplos más destacados de un mismo modus operandi. Es decir, desde la SF se manejaban políticas intervencionistas con una doble función: económica y social. Por una parte, económica, pues como hemos señalado, con el nuevo ideal femenino y el deber de eficiencia doméstica se pretendía agilizar la «regeneración» de la economía. Al mismo tiempo, convirtiéndolas en un sujeto íntegramente devaluado, y siendo culturalmente así aceptado, de su mano de obra también se acumulaba más riqueza. Por otra parte, la función social, pues reforzando ese ideal se reproducían las condiciones de la violencia machista. Como es evidente, esas dos dimensiones son esenciales entre ellas. Por lo tanto, insistimos en que esos planes eran al mismo tiempo mecanismos de control y medios de estabilización. Y, por último, todos ellos tenían también una clara función propagandística.

Las herramientas que hemos mencionado son sólo los ejemplos más destacados de un mismo modus operandi. Es decir, desde la SF se manejaban políticas intervencionistas con una doble función: económica y social 

Además de los mecanismos ya nombrados, la SF recurrió a otros medios de «atracción» que se dedicaban más a la propaganda. Aquí debemos mencionar el ámbito del deporte y de la educación física. Pues, además de ser un valioso medio de propaganda, también tenía una función disciplinadora y de control genésico. Es decir, discursivamente se transmite la idea de que la razón del fomento del deporte femenino está vinculada a la salud física materna. Pero, en realidad, su uso iba más allá: era un claro instrumento de propaganda y encuadramiento. Como menciona Manrique Arribas (2011), los líderes políticos del franquismo siempre fueron conscientes de las posibilidades del deporte como medio para atraer a las masas, como una forma de unir intereses y como un factor de desarrollo económico. Desde esa lógica, la Sección Femenina organizó los programas de deporte y educación física como espectáculos y demostraciones de unión al régimen. 

Por supuesto, también debemos mencionar la prensa de la organización. La SF atendió la importancia de utilizar la propaganda para llegar a toda la población femenina y crear una identidad unificada. Por ello, se esforzó en difundir sus ideales y las actividades realizadas por la organización mediante diferentes medios de comunicación: prensa, revistas, radio y, por supuesto, el NO-DO. Podemos destacar, por ejemplo, las revistas Teresa, Medina, Consigna y el espacio en la radio La Hora de la Sección Femenina

La Sección Femenina encontró en el folclore uno de los medios de propaganda más útiles, ya que representaba para el régimen un elemento que brindaba una continuidad esencial y atemporal al sistema político. Elementos como la música, la danza y la poesía «tomados como acervo antiguo con el que es fácil identificarse», se utilizaron para establecer lazos de adhesión[22]. La Regiduría de Cultura, fundada en 1938, y más tarde los Coros y Danzas de España, se convirtieron en los medios de promoción más efectivos. 

LA IDENTIDAD COLECTIVA COMO FUERZA AGLUTINADORA 

La creación de una identidad colectiva fue imprescindible en la Sección Femenina, entre otras cosas, para crear una imagen atractiva para las mujeres. Como señala Cenarro Lagunas (2018), son importantes «las representaciones, los discursos, los símbolos y las redes de sociabilidad». Por una parte, hay que mencionar como diría Hobsbawm las «tradiciones inventadas», relacionadas con la creación de un «tiempo mítico» situado mayoritariamente entre los siglos XIV y XVI y la creación de su propio pasado y relato de la guerra. Adoptaron como principales figuras identitarias a Isabel de Castilla y Teresa de Ávila. Esa identidad inventada se materializó principalmente en el castillo de La Mota, cedido por Franco en 1942, que sería la Escuela Mayor de Mandos. 

Al mismo tiempo, la identidad colectiva de la Sección Femenina se desarrolló estrechamente con un compromiso personal. Es decir, además de una convicción política y el afán en alcanzar ese ideal, se crea una conciencia de ser un proyecto común, en este caso, de realización femenina. Pues aunque la SF fuese parte de la Falange, al construir su identidad a partir de la diferencia sexual, se convirtieron en un sujeto colectivo diferenciado: un sujeto femenino aparentemente colectivo. Con eso, se proyectaba la imagen de que la SF era un proyecto de vida y de realización personal. 

LA SECCIÓN FEMENINA: ¿LA CARA BONITA DEL FRANQUISMO? 

La labor de la Sección Femenina, marcada por su intervencionismo, adquirió un matiz asistencial y regenerador. Por medio de ese enfoque se procuraba transmitir una imagen de humanitarismo. Auxilio Social fue la principal institución social de beneficencia que constituyó el régimen franquista, pero la mayoría de las prácticas intervencionistas de la SF tenían un carácter similar. La distribución de vestimenta, víveres, medicinas y el cuidado de huérfanos, así como la asistencia en el ámbito rural fueron los medios por los que se canalizaba la beneficencia, disfrazada bajo el discurso de la «justicia social» del nacionalsindicalismo[23]. La forma en que se ejercía el control y la dominación social por parte de la organización ha llevado a algunos historiadores a calificarla como «honesta» e incluso «compensatoria» en relación a la represión del régimen. 

Me gustaría matizar esa idea, pues me parece peligroso reducir la represión y la coerción a los ejemplos más evidentes. Como se ha observado, la Sección Femenina tomaba diversas formas para conseguir sus objetivos: algunas más propagandísticas y simbólicas como los Coros y Danzas, el ocio, el deporte o las revistas. Sin embargo, otras eran claramente impositivas, tal es el caso del Servicio Social[24]. 

Es decir, hacían uso de medidas represivas y de atracción, y todas funcionaban dentro de la misma lógica y marco operativo. Pero además de esos medios, la SF tenía otras vías de imposición más implícitas: a través del control o monopolio de ciertas oportunidades y beneficios. Por ejemplo, el acceso a puestos, becas o el hecho de poder impulsar una carrera profesional estaban mayoritariamente monopolizados por la SF, por lo que, aunque fuese con intenciones personales, las mujeres tenían que relacionarse con la organización. 

Hacían uso de medidas represivas y de atracción, y todas funcionaban dentro de la misma lógica y marco operativo. Pero además de esos medios, la SF tenía otras vías de imposición más implícitas: a través del control o monopolio de ciertas oportunidades y beneficios

Además, cabe señalar que la organización, en determinados momentos, desempeñaba funciones de carácter «policial». Por ejemplo, en cuanto al estraperlo, las delegadas y divulgadoras locales comunicaban sospechas al alcalde o al gobernador civil (Richmond, 2004). Otro ejemplo lo encontramos en la Hermandad de Ciudad y el Campo, pues las divulgadoras sanitarias y maestras de cátedras ambulantes que acudían a zonas rurales tenían que recoger información sobre las condiciones de vida, observancia religiosa y condición política de las familias. Dicho de otra manera, podríamos decir que llevaban a cabo tareas de «chivato». Además, las actividades aparentemente más «benefactoras» también escondían claras actitudes humilladoras y excluyentes hacia los «enemigos» del régimen[25]. Como claro ejemplo dejo esta cita del testimonio de Encarnación Santamaría, nacida en Sestao en 1939: 

Solíamos ir mi hermana y yo, me parece, a comer al Auxilio Social. Y había una canalla, una maestra que la tengo en el alma. Bueno, ya murió. Pero decía que a mi hermana no la darían comida porque se parecía mucho a mi padre. “A su padre, que era rojo”[26].

En resumen, la represión y la coerción adoptaban diferentes formas, algunas más visibles que otras, pero todas igualmente efectivas y necesarias. Acceder al humanitarismo de la SF garantizaba mediante coerción más implícita que la población femenina asumiera el régimen de una u otra forma. Y con asumir me refiero a convertirse en una masa desmovilizada, incapacitada a oponerse: crear un consenso aparente hacia la dictadura[27]. Pero también es necesario señalar, que esa apariencia de mantenerse al margen de los peores excesos del régimen era la clave de su manera de trabajar y de su eficacia como dispositivo de control. Además, el hecho de relacionar la benevolencia con una organización femenina, además de caer en la trampa de la imagen que querían proyectar, tiene mucho de sesgo de género.

Acceder al humanitarismo de la SF garantizaba mediante coerción más implícita que la población femenina asumiera el régimen de una u otra forma. Y con asumir me refiero a convertirse en una masa desmovilizada, incapacitada a oponerse: crear un consenso aparente hacia la dictadura

Para finalizar, es importante mencionar que aunque las labores que hemos observado de la Sección Femenina fuesen funcionales en el sentido de desmovilización (de una oposición) y atracción de mujeres, eso no se tradujo en compromiso político con la organización. Pues como hemos visto, muchas mujeres se relacionaban con la organización meramente por obligación o necesidades personales. Y como relata Sofía Rodríguez (2007), debemos mencionar también aquellas mujeres que: 

Articularon sus propios mecanismos de resistencia, bien mediante el gesto valiente de no adhesión a la Falange, evitando el seguimiento de sus cursos o falsificando el certificado del Servicio Social, o bien integrándose en los movimientos de oposición a la dictadura.

NOTAS

1. Gahete Muñoz, 2015; Viuda-Serrano, 2022 y Ortiz, 2012.

2. Del Rincón, 2010.

3. Richmond, 2004.

4. Del Rincón, 2010

5. Martins Rodríguez, 2019.

6. En 1931, la Constitución republicana estableció la igualdad de derechos electorales para hombres y mujeres, seguida de la aprobación de una ley de divorcio en febrero del año siguiente (Richmond, 2004).

7. Rodríguez López, 2007.

8. Sobre todo, con organizaciones católicas como Acción Católica.

9. Ruiz Franco, 2016.

10. Rodríguez López, 2007.

11. Richmond, 2004.

12. El tema del ideal de la mujer en el franquismo, falangismo y en la Sección Femenina es amplio y complejo, y no pretendo abordarlo en estas líneas. El artículo de Barrera (2020) recoge una amplia bibliografía al respecto. Por lo tanto, recomiendo su consulta.

13. Aceptaban que una pequeña élite de mujeres retrasara o incluso incumpliera su obligación maternal para poder acceder a cargos políticos de cierta responsabilidad. Además, ciertos aspectos de estos trabajos les proporcionaban una serie de libertades que la mayoría de las mujeres de la época no podían disfrutar, como movilidad, cambios de residencia, vacaciones o tiempo libre.

14. Jiménez Aguilar, 2018.

15. González Pérez, 2013.

16. Mediante el Frente de Juventudes creado en 1940 se comenzó a encuadrar a los más jóvenes (Jiménez Aguilar, 2018).

17. Rebollo Mesas, 2001.

18. Ramos Zamora y Colmenar Orzales, 2014.

19. Rodríguez Martínez, 2017.

20. Por ejemplo, las revistas de la SF promovían ciertos trabajos que se consideraban “aceptables” para la organización. Por un lado, aquellos que eran tradicionalmente realizados por mujeres, como la enseñanza o la enfermería. Por otro lado, “nuevos” trabajos feminizados como el de telefonistas, camareras, esteticistas, entre otros.

21. Maceiras-Chans et al., 2018.

22. Asunción Criado, 2017.

23. Rodríguez López, 2007.

24. Rodríguez Martínez, 2017.

25. El Auxilio Social y el asistencialismo de la SF no funcionaba sólo mediante consenso vía asistencial, tenía también carácter coactivo: humillación, exclusión, control… hacia los “vencidos” (Cenarro, 2006).

26. Solé y Díaz, 2014.

27. Para profundizar en las formas represivas del Régimen Franquista de este periodo, recomendaría el trabajo de Souto Blanco (2012). Como señala la autora,la represión también «favorece la aparición de áreas de consenso aparente, evitando que se traslade a la población un “ambiente de descontento”».

BIBLIOGRAFÍA

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