Ligado al conflicto de clase ascendente, al igual que en otros ámbitos, surge una contraposición programática en el espacio que nos ocupa, que tiene expresión en la constitución de nuevos agentes que apoyan sus reivindicaciones y lucha no en la tantas veces reclamada regularización y legalización de la prostitución, sino que en su abolición.
Nos encontramos frente a una línea definitoria de dos corrientes feministas que responden a dos intereses de clase contrapuestos. Por un lado, el movimiento liberal burgués, que defiende la salarización y legalización de la prostitución como condición de libertad y empoderamiento de las mujeres, mientras que, por el otro lado, el feminismo proletario, al contrario, halla en tales prácticas un proceso de construcción cultural de la mujer como sujeto devaluado, y una práctica de opresión específica que es inherente y exclusiva al género oprimido. Nos encontramos, por lo tanto, frente a dos consideraciones y propuestas que giran en torno al concepto de libertad de las mujeres, pero también del conjunto de la sociedad.
El movimiento regulacionista, haciendo suyos los principios de igualdad y libertad inherentes al librecambio mercantil, entiende que el empoderamiento de la mujer pasa por extender el contrato de compra-venta de la fuerza de trabajo sobre el que se sustenta el beneficio capitalista a todos los ámbitos de la sociedad. Así, considera que oponerse a las medidas legalizadoras y reguladoras de la prostitución es oponerse a la libre disposición de la mujer sobre su cuerpo, y a la libertad capitalista de venderlo como fuerza de trabajo por la que obtener un salario. O, dicho de otra manera, la libertad de enajenar o vender la libertad se presenta, desde esta óptica, como proceso de empoderamiento, porque da por válidos los fundamentos del sistema capitalista y de la explotación de clase. Es, por lo tanto, un empoderamiento clasista, que se sustenta en la producción de poder privado para la burguesía, también en la rama de producción de beneficio sostenida sobre la explotación sexual de las mujeres.
En lo que respecta a esta rama de explotación sexual, el proceso de producción de beneficio se realiza directamente, mediante el negocio de la prostitución, e indirectamente, contribuyendo a la devaluación cultural de la mujer que permita un beneficio aumentado en otras ramas de la producción capitalista. Incluso en el terreno de la compra-venta formal, sobre la que se sustenta toda idea de libertad e igualdad, y haciendo abstracción del contenido de la explotación de clase, es cuanto menos digno de atención el hecho de que lo que se está vendiendo es el derecho a disponer sexualmente sobre la mujer y, por lo tanto, no una compra-venta cualquiera de la fuerza de trabajo, sino que una específica y exclusiva constitutiva de y constituida en la opresión de género sobre las mujeres. Solo una mente profundamente cínica y una posición clasista burguesa de apoyo a la explotación capitalista puede ocultar tal realidad, llegando incluso a aceptar la existencia de la explotación de la fuerza de trabajo y resignándose a extender y normalizar tal realidad hasta el ámbito de la explotación sexual de las mujeres, bajo el paraguas del derecho de ser explotada de manera regularizada y en igualdad de condiciones.
Como vemos, la reivindicación y práctica del movimiento regulacionista evita el contenido de la compra-venta de la fuerza de trabajo, el marco general de la explotación de clase, sosteniendo que la simple relación formal de comprar y vender nos iguala y supone un ejercicio de libertad. No dudan, por ello, en señalar que las propuestas abolicionistas de la prostitución buscan ejercer un control sobre el cuerpo de las mujeres, en tanto que se oponen a la libre explotación sexual de las mismas. Todo ello socializado mediante la vieja estrategia de manipulación posibilista, que circunscribe el marco de decisión a dos posibilidades, ser explotada legalmente o serlo ilegalmente, negando la tercera, que es la vía hacia el fin de la explotación capitalista.
Con mayor justicia se les podría achacar, a quienes buscan legalizar la prostitución, querer legalizar el proxenetismo y al proxeneta, y convertir tal práctica en una actividad regularizada así como normalizada por la estructura estatal capitalista. Y es que, lejos de obtener un beneficio a cambio de la supuesta libre disposición de su cuerpo, la mujer se convierte en productora de beneficio ajeno, su cuerpo le pertenece al proxeneta que decide compartirlo con violadores con dinero, proxeneta que, por mediación del salario, se encarga simplemente de reproducir esa disposición y propiedad privada sobre el cuerpo de la mujer. No parece una actividad empoderadora ni ejercida libremente aquella que tiene por objetivo la obtención de un salario y con el mismo la renovación del contrato de explotación generador de beneficio ajeno. Ni siquiera justifica, ni tranquiliza el hecho de que esta relación salarial sea inherente al conjunto de la clase obrera, y no solo a las mujeres obligadas a prostituirse.
Detrás de cada pago por abusar sexualmente de una mujer hay una violación, simple y llanamente porque su voluntad no le pertenece a ella, como no le pertenece al conjunto de la clase obrera obligada a vender su fuerza de trabajo, sino que se haya enajenada en la relación social de producción capitalista, y personificada en su sujeto, la burguesía. En cada acto, por tanto, la mujer es doblemente violada: primeramente sometida frente al poseedor de capital, en tanto que le vende el derecho sobre su cuerpo, luego frente al poseedor de dinero, que consume tal cuerpo. Por lo tanto, ya en el propio acto de venta hay una violación en potencia que se materializa con el consumo del cuerpo de la mujer, que lo diferencia de todos los demás actos de venta en que en este caso hay un contenido sexual exclusivo que disciplina y oprime a todas las mujeres de la clase obrera. Esa es la práctica empoderadora que se pretende legalizar.
De lo mencionado se deduce que es indispensable la introducción de una diferencia específica ligada a la clase social para poder determinar adecuadamente la práctica de la prostitución: al igual que no es lo mismo el acto sexual si hay compra-venta de por medio que si no la hay, no es lo mismo prostituirse, como acto de sometimiento clasista perpetuado sobre la mujer de clase obrera, que obtener capital por medio de tu cuerpo. De igual manera, se podría pensar, ilusoriamente, en la posibilidad de ejercer la prostitución de manera autónoma, sin mediación del proxeneta. Esto, en cambio, no modifica en nada lo señalado: mujer de clase obrera, producción cultural de la mujer devaluada y sometimiento formal a la ley del salario productora de beneficio capitalista.
Así pues, mientras perdure el capitalismo perdurará el negocio proxeneta de la prostitución y la mujer de clase obrera violada, desposeída de toda capacidad de elección y obligada a ser prostituida. No es casualidad que las mujeres que se prostituyen sean pobres. Tampoco vende nadie su fuerza de trabajo sin coacción social alguna, mucho menos prostituirse. Así, ocultar una relación de explotación bajo el precepto de luchar por los derechos y la igualdad es una práctica habitual del movimiento reformista que encuentra su contraposición en la lucha revolucionaria por el fin de la prostitución y de la sociedad de la explotación asalariada, por un empoderamiento real y no ilusorio.
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