FOTOGRAFÍA / Lander Moreno
2022/10/02

«Los europeos hemos construido la Unión como un jardín a la francesa, ordenadito, bonito, cuidado, pero el resto del mundo es una jungla. Y si no queremos que la jungla se coma nuestro jardín tenemos que espabilar». Josep Borrell, Vicepresidente de la Comisión Europea

La Gran Crisis de 2008 y su sucesiva crisis de los refugiados de 2015 inauguraron un tiempo de desestabilización de las bases materiales de los tratados Maastricht (1992) y Schengen (1995) en el bloque imperialista europeo. Estos acuerdos fundacionales de la Unión Europea corresponden a un momento histórico de triunfo sobre la Unión Soviética y a un estadio de desarrollo capitalista determinado que desbordaba el estrecho paradigma de gobernanza de los estados-nación. Ambos factores permitían ampliar la acumulación capitalista a nivel continental, y, en general, producían unas expectativas de integración ascendente de las diferentes potencias bajo el dominio político y económico de la oligarquía financiera europea y la burguesía industrial alemana. El acuerdo de Schengen, en concreto, establece un principio que los capitalistas denominan «libre circulación de personas y capitales», es decir, libre circulación de la fuerza de trabajo para su explotación y libertad comercial sin cuartel a escala geográfica europea extendida.

No obstante, el plan no tardaría en mostrar sus debilidades estructurales. Por un lado, el desarrollo desigual de la acumulación capitalista entre las distintas potencias entraña enormes desequilibrios comerciales y financieros que amenazan con romper la unidad de la UE hasta día de hoy, como muestra toda una serie de acontecimientos como la crisis de deuda, la cuestión de los fondos europeos ante la pandemia de la COVID-19 (1) o la actual crisis energética (2). Por otra parte, la vorágine imperialista que sostiene los menguantes sistemas de bienestar que caracterizan a la unión no deja de producir muertos, miseria y desplazados en la periferia global (3). Como consecuencia, en un período de tiempo relativamente corto, millones de personas que huyen de la barbarie desde Oriente Medio, El África Subsahariana y el Magreb son empujadas en masa a las fronteras de esta región mundial. Los diferentes agentes que de un modo u otro están integrados en la redistribución de la riqueza material del jardín del BCE ven amenazada su posición, produciendo ensoñaciones varias sobre enroques identitarios tras las decrépitas murallas de los estados-nación soberanos.

MIGRACIÓN EN LA ACTUALIDAD

Aunque solo sea para hacernos una vaga idea de la coyuntura migratoria, expondremos una serie de datos de actualidad generales y varios hechos particulares. La cuantificación de los flujos migratorios, en concreto, es fundamental a la hora de analizar los patrones migratorios contemporáneos, sobre todo las consecuencias que acarrean los factores y las políticas en los países de origen y de destino. No obstante, es justamente en este aspecto donde menor disponibilidad de datos globales hay, así como sobre la desaparición de migrantes, la migración irregular, el contrabando de seres humanos, el impacto de las políticas migratorias o la salud de los migrantes. Los datos sobre flujos migratorios solo se compilan en 45 países del mundo pertenecientes a la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), o, a lo sumo, existe una estimación por cada región mundial. Por otro lado, los países que informan sobre los flujos migratorios emplean conceptos, definiciones y metodologías de recopilación de datos que a menudo no son homologables, cosa que dificulta la comparación de los flujos internacionales.

En 2016, el número total de entradas permanentes en los países de la OCDE rozaba los 5 millones. Tras un fuerte aumento al comienzo del siglo y una cifra máxima alcanzada en 2007, las entradas permanentes de personas en los países de la OCDE disminuyeron marcadamente en 2008 y 2009, junto al inicio de la crisis financiera mundial. Sin embargo, los flujos migratorios han aumentado casi un 25 % desde 2011, pasando de 4 millones a cerca de 5 millones en 2017. Este incremento se debió, principalmente, a la migración a Europa por razones humanitarias. Después de la disminución registrada en 2017, en gran medida por la disminución en el número de entradas de migrantes humanitarios, los flujos migratorios a los países de la OCDE volvieron a aumentar en 2018, y los nuevos inmigrantes permanentes ascendieron aproximadamente a 5,3 millones. Las estimaciones mundiales basadas en los datos de los censos indican que entre 2010 y 2015 unas 37 millones de personas abandonaron su país natal para instalarse en otro, lo que supondría un 0,5 % de las personas del mundo (4). En lo que a fronteras respecta, un estudio de la Universidad de Québec en Montreal (Canadá) advierte de que en 1990 había 15 muros fronterizos en el mundo, y que en 2019 eran al menos 70 (5). De acuerdo con las estadísticas de la agencia de fronteras de la UE, las autoridades europeas expulsaron a alrededor de 139.000 personas (sobre todo procedentes de Ucrania, Albania y Marruecos) en 2019, entre un total de 298.000 personas en riesgo de ser deportadas (6).

Con datos algo más recientes en la mano que observan las tendencias migratorias desde una perspectiva más general, somos testigos de cómo la situación es aún más desalentadora. Según las estimaciones del informe Global Migraton Indicators 2021 (7), en 2020 serían 281 millones las personas que vivirían fuera de sus países de nacimiento, es decir, un 3,6 % de la población global. Dos décadas atrás, a mitades de los años 2000, este grupo estaría formado por unos 153 millones de seres humanos. Dentro de la población migrante existente en 2020, al menos 135 millones serían mujeres, 164 millones lo harían por motivos principalmente laborales, otros 40,9 millones serían niños y 26 millones de personas serían reconocidos como solicitantes de asilo o como refugiados registrados. Por otra parte, se estima que entre 35 y 40 millones de personas emigran cada cinco años. Al menos 82,4 millones tuvieron que hacerlo bajo coerción directa (conflictos armados, violencia generalizada o por razones similares que atentaban contra su integridad humana). 30,7 millones han sido recientemente desplazados por desastres medioambientales. Más de 40.000 personas que emigraron entre 2014 y 2020 murieron durante el trayecto. Los últimos datos indican que más de 40 millones de personas migrantes son víctimas de la esclavitud moderna. Para el año 2030, se espera que el aumento de la inmigración en la UE oscile entre el 21-44 %. La aceptación pública global de los migrantes, por su parte, ha empeorado en los últimos años: el indicador marcaba 5,34 en 2016, y para el 2019 bajó hasta 5,21.

Para el año 2030, se espera que el aumento de la inmigración en la UE oscile entre el 21-44 %. La aceptación pública global de los migrantes, por su parte, ha empeorado en los últimos años: el indicador marcaba 5,34 en 2016, y para el 2019 bajó hasta 5,21

Habiendo hecho un retrato general de la situación migratoria con datos, podemos repasar ciertos sucesos de actualidad. Empezando por Euskal Herria, durante el año 2022 hemos sido testigos de cómo varias personas se han ahogado tratando de cruzar la frontera entre los Estados español y el francés por el río Bidasoa en Irun (Gipuzkoa). Un millar de kilómetros al sur, el pasado 25 de junio, 24 personas fueron asesinadas por las fuerzas policiales cuando intentaban cruzar la frontera de Melilla Inmediatamente, se percibió la mimetización entre las posturas de la extrema derecha y la izquierda parlamentaria del Estado español. El presidente Pedro Sánchez calificó como «ejemplar» la actuación de las fuerzas policiales de Marruecos, con la connivencia de todos los partidos políticos que siguen sosteniendo su infame gobierno. Santiago Abascal sentenciaba los sucesos de la siguiente forma en el debate parlamentario del 12 de julio: «Buenas vallas hacen buenos vecino». Un documental de la cadena británica BBC ha revelado recientemente que la Policía española fue testigo de los asesinatos y no los impidió. Por el contrario, se atribuye a las fuerzas policiales españolas arrastrar varios cadáveres a Marruecos. Por otro lado, advirtieron de que 70 personas siguen desaparecidas y de que el Gobierno español ocultó imágenes de las cámaras de seguridad. En el Reino Unido, el ex primer ministro Boris Johnson anunció la intención de deportar a varios migrantes a Ruanda. El gobierno británico y el presidente de Ruanda Paul Kagame firmaron un acuerdo el 14 de abril, que permitiría enviar forzosamente al país africano a personas que Londres considere «ilegales». Para ello, el gobierno británico entregó 155 millones de dólares a su homólogo ruandés. El objetivo, asegura la prensa británica, sería deportar «a los migrantes económicos», es decir, a trabajadores que emigran por necesidades laborales.

CAPITALISMO E INMIGRACIÓN

En el modo de producción capitalista, la inmigración está lejos de ser una contingencia. Es más, en términos absolutos, la inmigración es un fenómeno más visible cuanto más se internacionalizan el comercio y los circuitos globales de exportación/importación de capital. Y aunque en momentos de guerra o de cruda crisis la inmigración se muestra relativamente más explícita, haríamos mal en acudir a estos momentos para encontrar en ellos la clave de la inmigración como conflicto, siendo en cambio que debemos mirar al corazón mismo de la lógica social capitalista. Por un lado, con la internacionalización del mercado en general, también se internacionaliza progresivamente el mercado de fuerza de trabajo, con su consiguiente movilidad o, lo que es lo mismo, migración. Por otro lado, la competencia internacional de capitales también ha producido históricamente una diferencia en los niveles de vida entre países, donde en unos la vida es más soportable que en otros –y en otros, directamente insoportable–. Ambos factores convergen en la que es la causa principal de la migración: la búsqueda de subsistencia, en un mundo de desigualdades, incertidumbre y dependencia respecto del salario.

Ahora bien, el problema de la inmigración, es decir, su carácter negativo para la opinión pública, no está en el mero hecho de trasladarse de un país a otro para afianzarse en el extranjero. Cuando se firma un contrato de trabajo o cuando se constituye o compra una empresa en el extranjero, la sociedad en la que vivimos tiende a recibir al extranjero con los brazos abiertos: más valor, más riqueza. Y su contraparte, la llamada «fuga de cerebros» o la expulsión de capital, se concibe como una emigración que afecta negativamente a la nación. Pero, en general, el problema para la lógica capitalista no está en la migración de capital, de una rama nacional a otra. El problema surge cuando lo que emigra no es una mercancía, sino población excedente: grandes grupos de personas que le son inmediatamente inservibles al capital, pero que buscan subsistir en una sociedad en la que el acceso a los medios de subsistencia está mediado por el salario. A su vez, no obstante, por ser pura vida desnuda, por llegar a otros países como personas en default, sin absolutamente nada más que su fuerza de trabajo, son virtualmente útiles para el capital. Y vaya que sí lo son; no hay más que ver quién tiende a hacer los trabajos más duros y precarios. No es de extrañar que en un ejercicio de sinceridad, el ex primer ministro de Malta, Joseph Muscat, dijera que prefería que los inmigrantes trabajaran duro bajo el sol, recogieran basura o realizaran trabajos no cualificados, reservando para los malteses el acceso a los empleos cualificados y más cómodos (8).

El problema surge cuando lo que emigra no es una mercancía, sino población excedente: grandes grupos de personas que le son inmediatamente inservibles al capital, pero que buscan subsistir en una sociedad en la que el acceso a los medios de subsistencia está mediado por el salario

La desesperación es un medio que el capital utiliza para disminuir los salarios y recrudecer las condiciones de trabajo; es una herramienta de disciplinamiento basada en la dependencia. Por ello, tal y como dice Madjiguène Cissé, la idea de enviar a todas las personas en situación irregular a su país de origen es pura palabrería, pues los gobiernos europeos jamás han concebido ni concebirán semejante proyecto. «La presencia de los sin-papeles es a menudo tolerada, ya que ciertos sectores de la economía no funcionarían sin ellos», asegura la activista senegalesa. Es más, el informe Global Migration Indicators recuerda que la fuerza de trabajo migrante en 2015 suponía al menos 6,7 billones de dólares, es decir, que más del 9,4 % del Producto Interior Bruto (PIB) mundial provenía de obreros y obreras migrantes (9).

«El control ejercido sobre los sin-papeles es una forma de tener una mano de obra barata fácilmente disponible, controlando al tiempo el mercado de trabajo», explica Cissé. Recuerda que, si bien una parte de los inmigrantes detenidos son internados o expulsados, «los otros son abandonados a su suerte, haciendo las delicias de los patrones sin escrúpulos» (10). En palabras de Sandro Mezzana y Brett Neilson, el capital trata de «valorizar y contener simultáneamente la movilidad del trabajo» (11). Por ello, en primera instancia, la llegada masiva de seres humanos es un problema para el capital: supone un gasto para el Estado, empezando desde la gestión pública, pasando por las ayudas a su «integración social» a través de instituciones de beneficencia, hasta la inversión en barreras fronterizas, control policial, CIEs, etc. A nivel económico, a veces no le es posible integrar a todas las personas migrantes en el mercado de la fuerza de trabajo, por razones como pueden ser la ausencia o la dificultad de homologación del nivel formativo, el manejo de la lengua autóctona, los prejuicios xenófobos de los patrones o, simple y llanamente, el desajuste cuantitativo entre demanda y oferta de fuerza de trabajo. Esto supone, a su vez, que muchos proletarios migrantes caigan en la esfera de la economía sumergida, en los traidores brazos de las mafias, en la delincuencia, etc. No obstante, por ser personas desesperadas y, por lo mismo, extremadamente vulnerables, también pueden serle útiles al capital; porque supone fuerza de trabajo barata, disciplinable y en muchos casos inexistente para la ley, con todo lo que ello conlleva. En esta contradicción se mueve el fenómeno de la inmigración en la lógica capitalista: por un lado, una carga, por otro, una oportunidad y, en suma, un fenómeno necesario. Es importante destacar que los trabajadores de origen extranjero están sujetos a la ley de extranjería y que esta genera las condiciones para que estos trabajadores se vean obligados a aceptar peores condiciones laborales; debido a que, tanto para la obtención como para la renovación de los papeles, se debe demostrar una relación laboral estable o ser pareja de quien la tenga.

Tiende a interpretarse que el migrante decide ir en busca de una mejor vida a otro país, como si de una decisión voluntaria se tratara. Pero, en realidad, si esto ocurre es porque detrás existe todo un contexto en el que el migrante se siente obligado a emigrar, y el hecho mismo de que exista una división entre países en los que se vive mejor que en otros en un mundo de abundancia es sintomático de una sociedad atravesada por una desgarradora contradicción. Desde luego, la migración de la que hablaremos aquí no es la migración «libre», es decir, la de quien pese a vivir relativamente bien quiere descubrir mundo, trabajar en otro países para conocer sus culturas, hacer voluntariado para calmar su conciencia, etc. La migración de la que tratamos es la de los grandes flujos migratorios: no solo los provocados por la guerra y la persecución política, sino también por la pobreza, el hambre y la crisis. Si estos flujos existen como pasando por tuberías relativamente estables, es porque la inestabilidad vital en la sociedad capitalista tiende a poner necesariamente esas tuberías. Y si el caudal que corre por ellas aumenta, es porque la vida empeora en el origen de ese caudal.

Si estos flujos existen como pasando por tuberías relativamente estables, es porque la inestabilidad vital en la sociedad capitalista tiende a poner necesariamente esas tuberías. Y si el caudal que corre por ellas aumenta, es porque la vida empeora en el origen de ese caudal

Por si no fuese poco sufrimiento el propio hecho de emigrar a otro país, dejando atrás a la familia y a los amigos, arriesgándose la vida en el mar o en los puestos fronterizos y pasando penurias de todo tipo, una vez el inmigrante llega a su país de destino, tiene que soportar todo tipo de inseguridades, pero, sobre todo, xenofobia. La xenofobia está íntimamente ligada a la lógica capitalista y al racismo. El racismo ciertamente es un fenómeno que se ha dado desde mucho antes de la consolidación de la sociedad burguesa, bajo unos contextos y unas dinámicas cuyo análisis no se hará en este reportaje. Lo que nos importa aquí es que el capitalismo recoge y reproduce el racismo, entre otras razones, a través de la xenofobia. Debido a que el capital tiene un interés objetivo en la división de la clase trabajadora, el discurso xenófobo y racista le es funcional, porque enfrenta entre sí a los trabajadores, los hace competir y evita su potencial unidad, tan peligrosa para la reproducción de la relación capitalista. Como se verá más adelante, no es que esto se haga siempre ni principalmente de forma consciente y conspirativa, sino que la competición en el mercado laboral tiende a generar un enfrentamiento entre trabajadores por razones de nacionalidad y reforzar los prejuicios racistas. El capital puede dejar esta dinámica a su suerte o acentuarla mediante discursos políticos y culturales, pero lo que está claro es que este enfrentamiento le es provechoso. Ciertamente, en el interior de una unidad productiva concreta puede darse una dinámica muy diferente, donde trabajadores de diferentes nacionalidades pueden por medio de su cooperación entablar amistad entre sí, dejando atrás los prejuicios o constituyendo una conciencia de estar trabajando entre iguales, más allá de las diferencias culturales. Por ello no es de extrañar que frecuentemente conviva el sentimiento xenófobo con la amistad entre nacionalidades. No debemos, en este sentido, confundir la xenofobia con el racismo, y no solo porque, evidentemente, ambos conceptos designen intolerancias diferentes. El racismo, a priori, puede serle tan funcional como disfuncional a la lógica capitalista. De hecho, la burguesía no tiene problemas en lanzar campañas antirracistas, como bien ejemplifican el «Say no to racism» de la UEFA o el marketing multirracial de Inditex. La xenofobia, en cambio, tiende a reproducirse automáticamente en la sociedad regida por la lógica capitalista y, como hemos dicho, le es útil al capital. Precisamente en este punto es donde intersectan el racismo y la xenofobia: por medio de la xenofobia, se reproduce o acentúa el racismo, porque se identifica la «amenaza inmigrante» con tal o cual grupo de personas racializadas.

Y es que la xenofobia, si bien puede darse hacia diferentes clases, en su versión más cruda y generalizada ocurre con los inmigrantes pobres. Como se ha dicho antes, al capital y a la riqueza se les recibe con los brazos abiertos. A la pobreza, en cambio, le espera una acogida muy diferente, ya sea por la supuesta amenaza laboral («nos roban el trabajo»), la amenaza cultural («no se integran») o por la amenaza financiera («viven de las ayudas públicas»), entre otras. Sin embargo, incluso si hacemos abstracción de la existencia de «amenazas» culturales y de «amenazas» financieras, es decir, si damos por válido que una perfecta «integración» de la fuerza de trabajo inmigrante en la forma de vida autóctona y en la economía oficial, no sumergida, pudiese darse en su totalidad, en el marco de las relaciones sociales capitalistas la xenofobia seguiría siendo un fenómeno con condiciones de existencia necesarias, lo que implica que estas «amenazas» de las que hemos hecho abstracción también lo son.

El abaratamiento general de la fuerza de trabajo puede darse por varias razones, una de las cuales es la inserción en el mercado laboral de una porción de fuerza de trabajo más barata y disciplinable. Si los inmigrantes, en situación vulnerable, con un nivel de vida más bajo, se ven obligados a aceptar determinado puesto de trabajo en unas condiciones peores y por un salario notablemente más bajo que el de un trabajador autóctono, esto tiende no solo a reducir la cantidad de puestos de trabajo disponibles, sino a empujar a la baja los salarios en ese sector. En el mercado de la fuerza de trabajo, como en todo mercado, los propietarios de esta mercancía tienen que competir entre sí para venderla y venderla en las mejores condiciones posibles. No obstante, esta mercancía no puede venderse a cualquier precio, y en cada nación, por razones de orden histórico y cultural, este mínimo de salario, así como su media, están determinados no solo por lo necesario para subsistir, sino también por una porción dedicada al ahorro y al ocio. En cualquier caso, es evidente que el país-destino, por lo general, dispone de un nivel de vida mayor, lo que se traduce como una media de ingresos mayor a la del país desde el que se emigra. Como se estaba diciendo, si la persona migrante tiene un nivel de vida menor y, además, está en una situación en la que tiene que aceptar cualquier forma de obtener un salario, venderá su fuerza de trabajo por un precio menor al habitual en ese mercado laboral nacional. Evidentemente, si hay personas dispuestas a hacer un trabajo por un menor salario y peores condiciones, este mínimo de salario y nivel de condiciones son los que comenzarán a marcar el estándar del sector. Cissè lo explica de la siguiente forma: «Las medidas que nos afectan en tanto que trabajadores extranjeros forman parte de políticas decididas para organizar el conjunto del mercado del trabajo y controlar la totalidad de la mano de obra. Obligando a una masa de trabajadores sin papeles a aceptar cualquier tipo de condiciones de trabajo, cualquier salario, creando y manteniendo una auténtica bolsa de trabajadores sin empleo, es el Estado directamente el que organiza la competencia, hace bajar los salarios y enfrenta a unos trabajadores con otros» (12).

Consecuentemente, la reacción de los trabajadores autóctonos no se hará esperar. Pero esta reacción no se dirige contra la lógica social general que determina que el empleo de más personas no sea algo positivo, porque requeriría menos trabajo de cada cual para satisfacer el mismo monto de necesidades. La naturalización de las relaciones de producción capitalistas, es decir, la concepción de la presente organización del mundo como algo necesario, no puede, salvo mediaciones contingentes, generar sino una conciencia de la competición. Y aquí, apoyados por todo tipo de prejuicios racistas y nacionalistas, es el punto donde nace la conciencia xenófoba de los trabajadores. Por ello, no es que este o aquel partido político inocule la xenofobia en el seno de la clase obrera, sino que existe una práctica cotidiana que produce las condiciones necesarias para la existencia de este discurso xenófobo. Lo que se hace en la política burguesa es aprovechar dichas condiciones ya presentes en la realidad social capitalista para movilizar a las masas a su favor, y esto es lo que se podría denominar populismo xenófobo. Poniendo un ejemplo más concreto, no es que la irrupción electoral de la extrema derecha amenace con derechizar las sociedades europeas, como quiere dar a entender la socialdemocracia; sino más bien al contrario, la irrupción electoral de la extrema derecha demuestra que, efectivamente, las sociedades europeas se están derechizando.

No es que este o aquel partido político inocule la xenofobia en el seno de la clase obrera, sino que existe una práctica cotidiana que produce las condiciones necesarias para la existencia de este discurso xenófobo

POPULISMO XENÓFOBO: EL BUNKER DE LA CLASE MEDIA

Esta crisis generalizada, que se nos quiere presentar como «una amenaza del mundo globalizado contra la humilde vida en el interior de la nación», ha provocado una reconfiguración de las alianzas de clase. Pese a las diferencias que puedan existir entre las particulares expresiones políticas del nacional-populismo (13), todas comparten un denominador común: se da un cierre reaccionario, por el cual las clases medias conservadoras se acuartelan entre las ruinas de un decadente Estado de Bienestar, según unos parámetros cada vez más excluyentes.

Vemos así cómo la extrema derecha presiona a la alta la demanda de dureza del poder ejecutivo (aumento del control policial, militarización de las calles, leyes de excepción, eliminación de las libertades políticas fundamentales) en un momento histórico donde las turbulencias sociales están más que aseguradas y cuando el estado de derecho se vuelve un impedimento más que un medio para conservar la paz social (14). La socialdemocracia, por su parte, que no duda en gestionar los presupuestos del Estado como si de una billetera neutral se tratase, ha endurecido y justificado las medidas de represión, sentando los precedentes de una dinámica que sin lugar a dudas se va a acentuar con el paso del tiempo.

Tal y como recuerda Iker Madrid en el artículo El rumor de las periferias. A vueltas con el rap underground y el drill (15), trayendo a colación al Centro de Estudios Culturales Contemporáneos, «”en tiempos problemáticos", cuando la ansiedad social no es capaz de encontrar una expresión política organizada, esta se desplaza hacia chivos expiatorios». Los mencionados contextos inestables generan, recuerda Madrid, una especie de «pánico moral» en la población. Guiados por ese miedo a perder su posición y su mundo, ciertos grupos sociales tienden a identificar un enemigo y emergen como los guardianes de los «valores tradicionales». En esta coyuntura, justamente, no han faltado los clásicos chivos expiatorios para explicar y afrontar la decadencia de la clase media europea: «las élites», «la corrupción», «la pérdida de soberanía nacional» y, cómo no, «los inmigrantes».

Todos estos chivos expiatorios y sus correspondientes eslóganes producidos por la cultura reaccionaria, lejos de explicar el estado de cosas actual de forma fundamentada, aparecen como agentes externos que afectarían a una distribución de la riqueza justa de por sí. La cantinela es bien conocida: «las élites son avariciosas», «los políticos son corruptos», «la pérdida de soberanía nacional no genera riqueza para la nación» o «los inmigrantes viven de nuestros impuestos». Este último tópico merece nuestra atención, ya que el grupo social señalado, a la par de los «delincuentes» y los parados, constituye lo que anteriormente denominábamos como excedente de fuerza de trabajo, o, como menciona Madrid, «un excedente negativo». Con las palabras de Eduardo Matos-Martín, Madrid subraya que estos sectores se hallan en una situación de «exclusión-inclusiva», es decir, «fuera del orden productivo y de los derechos civiles, pero dentro del ámbito de la dominación del Estado y de sus dispositivos represivos». Por la misma razón, el historiador Emmanuel Rodríguez considera que la ciudadanía tiene «el perímetro de la clase media» (16). Los proletarios y los pobres de estas sociedades ya no son vistos como tal, «sino simplemente como aquellos que no están integrados o, aún peor, que no son integrables», añade Rodríguez en su último libro. El autor apunta en el mismo sentido que Matos-Martin: «El Estado aplica toda clase de políticas "especiales" –por lo tanto, no universales–; políticas específicamente dirigidas a devolver "a quien pueda" al marco de "igualdad de oportunidades", a garantizar unos mínimos de integración "artificial" (políticas para pobres) o para aplicar la regla represiva implícita en su monopolio de la violencia legítima». Como resultado, el grupo social subalterno al que pertenecen los inmigrantes o bien no aparece en la esfera pública, se le reconoce como grupo subsidiario de una clase media expectativa o si aparece en condición de pobre será bajo la forma de «problema social» o «lugar amenazante», concluye Rodríguez. Miguel Mellino va más allá en su obra Gobernar la crisis de los refugiados (17), asegurando que se está dando «una nueva forma de consenso político entre las clases dominantes y algunos grupos sociales "nativos" a partir del uso de la fuerza, la violencia y la represión contra otros (migrantes, negros, asiáticos, disidencias obreras, políticas, etc.)». Cuando vemos cómo se jalea el linchamiento mediático y policial contra los más débiles, somos testigos de la institucionalización de ese pánico moral mencionado anteriormente. En la UE, este proceso toma forma de lo que Mellino denomina nuevo estado de excepción: como nuevo vehículo de sutura política y como dispositivo material de jerarquización de la ciudadanía.

«Se está dando «una nueva forma de consenso político entre las clases dominantes y algunos grupos sociales "nativos" a partir del uso de la fuerza, la violencia y la represión contra otros (migrantes, negros, asiáticos, disidencias obreras, políticas, etc.)» Miguel Mellino

La clase media, formada principalmente por la aristocracia obrera y la pequeña burguesía, seUna pareja vasca que ronda los cuarenta años, con dos hijos, hipoteca, vivienda en propiedad, dos coches y trabajos estables bien remunerados, por lo general, está más interesada en las rebajas fiscales, la extensión de los conciertos educativos, mantener la «seguridad» en las calles, conservar su salario familiar y proteger su propiedad más que en otra cosa; por mucho que se autoidentifique como «progresista» o «de izquierdas» sitúa en la posición perfecta para legitimar todas estas políticas. La pequeña burguesía, amenazada por el capital extranjero y por el gran capital nacional, persigue igualar sus condiciones de competitividad en el mercado. No en vano puede encontrarse entre sus intereses políticos el proteccionismo, los impuestos progresivos, la limitación de poder de las élites, las protecciones y ayudas a las PYMEs, la lucha contra la corrupción política y contra un régimen jurídico que les excluiría de una igualdad de oportunidades económico-políticas, etc. La aristocracia obrera, por su parte, es más vacilante, encontrándose generalmente en la lucha política por unas mejores prestaciones públicas y toda política que empuje en dirección contraria a su proletarización. Para ambos, la cartera de presupuestos públicos es esencial, por lo que una eventual incapacidad de rellenarla a través de impuestos y actividad económica nacional o una incapacidad de contener su gasto económicamente «inútil» (por ejemplo, en ayudas a personas inmigrantes) es vista como una amenaza directa a su condición existencial.

Si bien las personas migrantes solo han aparecido como arma política en aquellas formaciones menos progresistas, no sería de extrañar que la xenofobia empezase a calar en cada vez más sectores de la base social votante de izquierdas. Porque, recordemos, ninguna opción del arco parlamentario ni su electorado están exentos de las condiciones históricas que producen la xenofobia. En Euskal Herria se ha delirado mucho sobre «el ADN antifascista vasco», pero hoy por hoy, una pareja vasca que ronda los cuarenta años, con dos hijos, hipoteca, vivienda en propiedad, dos coches y trabajos estables bien remunerados, por lo general, está más interesada en las rebajas fiscales, la extensión de los conciertos educativos, mantener la «seguridad» en las calles, conservar su salario familiar y proteger su propiedad más que en otra cosa; por mucho que se autoidentifique como «progresista» o «de izquierdas». Qué decir si el matrimonio es aún mayor, tiene más de una propiedad inmueble y está jubilado o a punto de jubilarse. El peso demográfico de los grupos sociales descritos y la presión política que estos ejercen es enorme en el país, y su tendencia hacia el conservadurismo ya es perceptible en una coyuntura donde la paz social de Euskal Herria no se ha visto demasiado alterada, los niveles de delincuencia son todavía bajos, las instituciones autonómicas mantienen cierto equilibrio presupuestario, la inmigración no está desbocada y la presión política que ejerce la derecha con el fenómeno migratorio aún no es demasiado alta.

Una pareja vasca que ronda los cuarenta años, con dos hijos, hipoteca, vivienda en propiedad, dos coches y trabajos estables bien remunerados, por lo general, está más interesada en las rebajas fiscales, la extensión de los conciertos educativos, mantener la «seguridad» en las calles, conservar su salario familiar y proteger su propiedad más que en otra cosa; por mucho que se autoidentifique como «progresista» o «de izquierdas»

No obstante, los datos y los acontecimientos más recientes apuntan a que estas tendencias empiezan a invertirse. La tasa de criminalidad de la Comunidad Autónoma Vasca, por ejemplo, aumentó un 10 % en 2021. Los delitos contra la propiedad privada constituyen la gran mayoría de las infracciones penales, habiendo aumentado estos un 24,2 % respecto al año anterior. Dentro de dicho subgrupo, los más comunes fueron los robos en domicilios, con una subida del 18,1 % en comparación con el 2020 (18). Estos datos supuestamente alarmantes difundidos por el periódico Deia, vinculado al PNV, son extraídos en base a comparaciones hechas entre los datos del 2021 y los del año previo que dio lugar al confinamiento. Por lo tanto, esos datos tienen menos de alarmantes y más de alarmistas, pero expuestos de tal forma, surten efecto en la producción de opinión; aún más, si tenemos en cuenta que el aumento de los delitos en la CAV no es del todo falso. Si observamos las cifras del Ministerio del Interior del Estado español, las 24.796 infracciones penales registradas durante el primer trimestre de 2022 superan con creces las 22.979 del 2019 previo a las restricciones (19). Los sucesos de actualidad relacionados y sus correspondientes reacciones son aún más interesantes: ante la comisión de 1.609 actos tipificados como delitos y 157 detenciones realizadas durante la Semana Grande de Bilbao (Bizkaia), los sindicatos ELA, SVPE, CCOO, UGT y LAB (este último perteneciente a la Izquierda Abertzale) se quejaban de que el Ayuntamiento redujera a la mitad los agentes de paisano de la Policía Municipal, calificando por ello la gestión del gobierno municipal como «nefasta» (20).

José Mari Esparza, editor histórico de la editorial Txalaparta de la Izquierda Abertzale publicó recientemente un artículo de opinión en Noticias de Navarra titulado ¿Migración? No, gracias (21). El texto recoge numerosos ejemplos de la habitual xenofobia de la aristocracia obrera que hemos mencionado, pero se pueden destacar dos elementos de gran significación cualitativa en la presente coyuntura. Por un lado, el hecho que menciona al principio: «No hace mucho, en un acto electoral de la izquierda en mi pueblo, una mujer pidió la palabra y dejó una pregunta en el aire: “¿Qué vamos a hacer con la inmigración?”». En segundo lugar, está la conclusión política de Esparza: «Cuando desde la izquierda comencemos a hablar con claridad de todo esto dejaremos menos resquicios a la derecha y a las ratas de Vox. Y sin duda, convenceremos más a la vecina de mi pueblo, que no tiene porqué ganar ahora la mitad que antes».

Vistas las tendencias, y hablando ya en términos especulativos, no sería de extrañar que en un futuro no muy lejano el aumento de la criminalidad sea falsamente relacionado con la inmigración, que se desencadene una acentuación de la deriva autoritaria entre amplios sectores socialmente integrados y que la clase media empiece a pedir más mano dura con la inmigración. Como consecuencia, sería lógico que los partidos políticos, sindicatos y demás actores de izquierdas fueran asumiendo poco a poco cierta hegemonía cultural y política xenófoba, aunque lo hiciesen con discursos menos explícitos y apelando al sentido común, como «un problema que hay que controlar, porque amenaza nuestra forma de vida» y para el que, desafortunadamente, dirán, «habrá que hacer sacrificios».

No sería de extrañar que en un futuro no muy lejano el aumento de la criminalidad sea falsamente relacionado con la inmigración, que se desencadene una acentuación de la deriva autoritaria entre amplios sectores socialmente integrados y que la clase media empiece a pedir más mano dura con la inmigración

Aún más, cuanto mayor es el carácter nacionalista de una formación política, mayores posibilidades hay de que el pensamiento xenófobo se instale en sus propuestas políticas, aunque sea de forma cuidadosa. Debido a que el nacionalismo siempre antepondrá la supervivencia de su nación, de su cultura, su territorio y su idiosincrasia, se le presentará como problema toda influencia externa que haga perder esta identidad o que dificulte que los autóctonos puedan acceder a «la vida nacional». De ahí las dos posturas del nacionalismo que estamos viendo tan acentuadas últimamente: por un lado, contra la pérdida de soberanía económico-política nacional, el «anti globalismo»; por otro lado, contra el empeoramiento de las condiciones de vida, la xenofobia.

LOS MÁS PROLETARIOS ENTRE LOS PROLETARIOS

Generalmente, encontrar en la sociedad categorías puras como «proletario» o «burgués» es un ejercicio inútil, por el hecho mismo de ser categorías simples que abstraen determinaciones. Esto no es un defecto, sino una cuestión de método. Para hacer ciencia de la sociedad, la abstracción es un instrumento. Ahora bien, siendo cierta esta dificultad para encontrar categorías abstractas en la realidad material, nada más fácil que buscar en las pateras del Mediterráneo para encontrar la categoría-proletario en toda su pureza.

Como señala el colectivo Endnotes, «emigrar a un país más rico puede ser, de lejos, la forma más eficaz de aumentar el precio de la propia fuerza de trabajo» (22). Otras veces, emigrar puede ser la única forma de vender la fuerza de trabajo. Y en otras, emigrar puede ser la única forma de escapar de regímenes opresivos y guerras. Este último caso es el de los llamados refugiados –a todos los solicitantes de asilo no se les reconoce como tal; depende de diferentes factores: zona de conflicto, país de origen, etc.–. No obstante, el refugiado frecuentemente tiene que refugiarse del supuesto refugio que le acoge. El estigma, la incapacidad de encontrar trabajo, su ilegalidad y su silencioso apartheid, no son precisamente los elementos que un refugiado desearía encontrar en su refugio. Pero, en el seno de los grandes flujos migratorios, ¿tiene sentido diferenciar entre refugiados e migrantes? ¿No son todos estos migrantes de los que hablamos refugiados de las condiciones de vida capitalistas de su país? El capital, por desgracia, no es algo de lo que podamos refugiarnos. Podemos refugiarnos de este o aquel capital individual o nacional, pero no del poder impersonal del capital. En este sentido, la persona migrante, que huye de un país a otro en busca de medios de subsistencia, no solo sigue sujeto al poder del capital, sino que seguramente esté más sujeto que ningún otro proletario.

Podemos refugiarnos de este o aquel capital individual o nacional, pero no del poder impersonal del capital

Ciertamente, el migrante no tiene por qué entrar en una relación salarial con un capital individual, resultando que a veces no le queden otras opciones más allá de la economía sumergida. El hecho de que estas actividades sean estigmatizadas (por la ilegitimidad que desprenden ante la refinada e hipócrita conciencia de las civilizaciones «desarrolladas»), acentúa no solo la xenofobia, sino también las penurias que los inmigrantes tienen que soportar en actividades no cubiertas por la protección laboral, los seguros médicos y otras conquistas de la lucha de clases histórica del proletariado mundial. En cualquier caso, entre o no el inmigrante en una relación salarial, su condición particular de desposeído, su incapacidad, al igual que cualquier proletario, de reproducir su vida por sí mismo (pero con mayor dificultad y en peores condiciones aún que la de un trabajador autóctono), deja al inmigrante en posición de ser el más proletario de todos los proletarios. Esta posición es acompañada por la doble tendencia descrita anteriormente en relación a la xenofobia. Por un lado, se presenta como problemática a los ojos del trabajador autóctono, lo que genera o acentúa el nacionalismo y el odio al inmigrante: «Los nativos primero». Por otro lado, la convivencia con trabajadores de origen extranjero en una experiencia de cooperación y opresión compartida, puede generar la conciencia de unos intereses comunes. Acentuar esta última conciencia es una labor que toda política socialista, internacionalista, tiene que adoptar. Más aún siendo la xenofobia una de las causas y, a la vez, uno de los efectos de la competición y discordia entre proletarios. Y es que esta especial situación del migrante puede ser potencialmente y mediatamente transformada en un verdadero problema para el capital, un problema que ya no pueda gestionar mediante ayudas, muros y deportaciones, sino que deba enfrentarlo como una auténtica amenaza contra la reproducción de la relación de clase capitalista. Cissè habla claro al respecto: «Desde el principio hemos intentado mostrar el nexo existente entre nuestra lucha y las de los trabajadores franceses. Decíamos a menudo que es una misma y única lucha» (23).

REFERENCIAS Y NOTAS

(1) Castillo, J. Fondos, condicionalidad y crisis: la tormenta perfecta que se cierne sobre la Unión Europea. Arteka, 2022.

(2) Narbona, I. & Hernández, I. Energía y transporte: los síntomas del agotamiento de una época. Arteka, 2022.

(3) Arteka. Guerras imperialistas por delegación. Arteka n.º 23, 2021.

(4) Portal de datos sobre migración. Flujos migratorios internacionales. migrationdataportal.org, 2020.

(5) Roura, A. 30 años de la caída del Muro de Berlín: 3 razones por las que las barreras fronterizas en el mundo aumentaron de 15 a 70. (11 de noviembre de 2019). bbc.com.

(6) Repeckaite, D. How Deportation Became the Core of Europe’s Migration Policy. (24 de julio de 2020). jacobin.com.

(7) International Organization for Migration (IOM). 2021 Global Migration Indicators report, 2021. pág. 11-24.

(8) Times of Malta. "I don’t want Maltese workers picking up rubbish" - Muscat (2 de mayo de 2019). timesofmalta.com

(9) International Organization for Migration (IOM). (2021) 2021 Global Migration Indicators report. pág. 23.

(10) Cissé, M. Palabra de sin-papeles. Gakoa Liburuak. Donostia, 2000. pág. 208-209.

(11) Mezzadra, S., Neilson, B. La frontera como método. Traficantes de sueños. Madrid, 2017. pág. 77.

(12) Cissé, M. Palabra de sin-papeles. Gakoa Liburuak. Donostia, 2000. pág. 229.

(13) Estaire, O. Los populismos de derecha italianos: similitudes y diferencias (6 de octubre de 2021). descrifrandolaguerra.es

(14) Dos textos que para profundizar en la cuestión de la suspensión del estado de derecho y el recorte de libertades políticas y civiles: Etxeberri, X. Los estados de excepción que no tenían nada de excepcional. Arteka, 2021. Arteka. Pandemia y seguridad global, un acuerdo internacional contra la urbe. Arteka, 2020. gedar.eus.

(15) Madrid, I. «El rumor de las periferias». A vueltas con el rap underground y el drill. (17 de junio de 2022). ikermadrid12.medium.com

(16) Rodríguez, E. El efecto clase media. Crítica y crisis de la paz social. Traficantes de sueños. Madrid, 2022, pág. 247-248.

(17) Mellino, M. Gobernar la crisis de los refugiados. Soberanismo, neoliberalismo, racismo y acogida en Europa. Traficantes de sueños. Madrid, 2021. pág. 35-36.

(18) Deia. La criminalidad aumenta un 10 % en Euskadi con 84.781 delitos en 2021 (21 de febrero de 2022). deia.eus.

(19) Epdata. País Vasco - Crimen: asesinatos, robos, secuestros y otros delitos registrados en cada comunidad autónoma. (2 de junio de 2022). epdata.es

(20) Olabarri, D. «Me llega a apuñalar un poco más fuerte en el pecho y ahora estaría muerto». (29 de agosto de 2022). elcorreo.com.

(21) Esparza, J. M. ¿Migración? No, gracias (22 de octubre de 2022). noticiasdenavarra.com.

(22) Endnotes. Gather us from among the nations. Endnotes #4 (octubre de 2015). endnotes.org.uk

(23) Cissé, M. Palabra de sin-papeles. Gakoa Liburuak. Donostia, 2000. pág. 229.

BIBLIOGRAFÍA

Cissé, M. Palabra de sin-papeles. Gakoa Liburuak. Donostia, 2000.

Frontex. Strategic Risk Analysis 2022. Varsovia, 2022.

Mellino, M. Gobernar la crisis de los refugiados. Soberanismo, neoliberalismo, racismo y acogida en Europa. Traficantes de sueños. Madrid, 2021.

Mezzadra, S., Neilson, B. La frontera como método. Traficantes de sueños. Madrid, 2017.

Rodríguez, E. El efecto clase media. Crítica y crisis de la paz social. Traficantes de sueños. Madrid, 2022.

Sassen, S. Inmigrantes y ciudadanos. De las migraciones masivas a la Europa fortaleza. Siglo XXI Editores. Madrid, 2013.

Waqcuant, L. Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y Estado. Siglo XXI Editores. Buenos Aires, 2013.

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