FOTOGRAFÍA / Lander Moreno Lizarraga
Xabi Losada
2023/10/02

Cualquier sociedad, hasta la más primitiva, precisa del control social para el establecimiento del orden. Las normas sociales se hacen cumplir mediante todo tipo de métodos (preventivos, punitivos y compensativos; tradiciones, creencias y valores; vergüenza, miedo y deseo) y mecanismos (familia, iglesia, educación, medios de comunicación...). En ese sentido, la restricción física ha sido empleada con el fin de hacer cumplir las normas desde la Antigüedad. Así lo demuestran tanto estudios antropológicos sobre tribus primitivas como la historiografía de la Antigüedad. No obstante, la creación de grupos especializados y profesionales con el monopolio de la violencia para el mantenimiento del orden social es únicamente propio del sistema de dominación burgués. El delegar exclusivamente en un cuerpo profesional las tareas de vigilancia, patrullaje, pacificación de conflictos o investigación de delitos, entre otras cosas, es invento original de la burguesía. Ese invento es la Policía.

Hay que aclarar que el término “policía” se ha empleado a lo largo de la historia para denominar un concepto muy amplio que abarcaba todo aquello que tuviera que ver con el bienestar de la comunidad. La palabra proviene del griego πολιτεία (politeia) y hacía referencia a todo lo que tuviera que ver con la supervivencia y el bienestar de la ciudad (polis). No obstante, hoy en día, pese a que en el lenguaje jurídico todavía se emplee de forma más amplia o aunque hasta hace bien poco se haya mantenido para designar otras cuestiones, el empleo común del término designa clara y exclusivamente al cuerpo policial, el mecanismo de control social con el cual la burguesía mantiene su propio orden, y es ese el uso que se hará del termino en el presente texto. Policía como institución.

En un contexto en el que ante la crisis capitalista la burguesía apuesta por el reforzamiento autoritario del estado mediante el reforzamiento de la Policía entre otras medidas, y siendo esta cada vez más normalizada y bien vista, este texto pretende esbozar algunas claves para entender la función que desempeña. En las siguientes líneas se ha tratado de hacer una aproximación a los mecanismos de control social pre-industriales, los cambios que supuso la revolución industrial y el desarrollo de la Policía como nueva herramienta de control. Finalmente, se reflexiona brevemente tratando de extraer alguna conclusión.

EL CONTROL SOCIAL ANTES DE LA INDUSTRIALIZACIÓN

Como ya se ha señalado, el ser humano ha recurrido a la fuerza desde la Antigüedad como medio para el mantenimiento de la paz social, para imponer normas o para impedir infracciones de las mismas. Desde la Antigüedad se han vigilado calles, caminos y edificios. Desde la Antigüedad se ha perseguido a los delincuentes. Pero esta labor no ha sido realizada por una institución estatal, especializada y profesional. La existencia de un cuerpo policial encargado de perseguir a delincuentes, vigilar a la población, hacer cumplir la ley y demás es inconcebible hasta hace por lo menos doscientos años.

Por ejemplo, la persecución de delincuentes ha estado durante miles de años totalmente delegado en manos de las víctimas. Estas podían ser ayudadas por sus parientes o amigos, o por algún viandante que presenciara el delito, pero incluso esta responsabilidad era voluntaria en un principio (más tarde los testigos o vecinos se verán obligados por la religión o por la ley a ayudar a las víctimas). Así pues, la investigación, detención, enjuiciamiento y muchas veces hasta la aplicación del castigo ha recaído en manos de las víctimas durante siglos, es decir, se ha realizado de manera privada. Desde la Antigüedad han existido cuerpos especializados en el uso de la fuerza, o figuras encargadas de la supervisión de la comunidad, pero las instituciones “públicas” no eran comprendidas como veladoras de la integridad individual sino como encargadas del mantenimiento del orden general. Por lo tanto, no participaban en los conflictos a no ser que estos afectaran al gobierno mismo. El entendimiento de que la Policía debe erradicar el delito es, pues, algo totalmente moderno.

Además del apoyo de los cercanos, el peso de los valores, las creencias y de la moral fue indispensable durante todo ese tiempo para hacer que las normas fuesen respetadas. No hay más que ver cómo la brujería y la magia han funcionado para resolver conflictos, siendo común por ejemplo el uso de maldiciones para restablecer la paz entre diferentes partes. La fe en diferentes religiones nos es más cercana para entender cómo se han hecho respetar las normas de convivencia por temor al castigo eterno.

Podemos encontrar las figuras formalmente responsables de hacer cumplir la ley hasta en las comunidades más primitivas, y, sin embargo, hasta el desarrollo del capitalismo esta no se sistematizará de forma profesional y estatal

Podemos encontrar las figuras formalmente responsables de hacer cumplir la ley hasta en las comunidades más primitivas, y, sin embargo, hasta el desarrollo del capitalismo esta no se sistematizará de forma profesional y estatal. Tareas como vigilar calles y caminos o atrapar bandidos y contrabandistas se han realizado de forma comunitaria, mediante turnos rotativos o patrullas voluntarias. Pero hasta figuras especializadas como el alguacil han sido rotativas hasta comienzos del siglo XIX, con mandatos de un año y sin retribución salarial. Estos desempeñaban funciones como asegurarse de que los turnos de limpieza se realizaban, comprobar que las casas disponían de seguridad ante incendios (como un cubo de agua detrás de la puerta, chimeneas limpias etc.) y entregar órdenes judiciales. Algunas tareas ofrecían retribución (como una parte de la multa a cobrar) y muchas veces, las que no la ofrecían se quedaban sin atender. Los adinerados podían pagar a algún otro para librarse de tener que ser alguacil si les tocaba.

Por último, figuras como el condestable, el alguacil mayor y los oficiales de policía se encargaban de las tareas de supervisión general directamente en nombre del gobernador, el rey o quien fuera. Para acceder a estos cargos era necesario tener niveles altos de estudio (en Derecho, por ejemplo) y se requería el pago de una suma importante a cambio del puesto. Estas figuras tampoco cobraban salario directo, pero obtenían buenas retribuciones por recaudar impuestos, juzgar delincuentes, etcétera.

LOS CAMBIOS QUE TRAJO LA INDUSTRIALIZACIÓN: LA NECESIDAD DE UN NUEVO MODELO POLICIAL

Los mecanismos comunitarios de control social fueron perdiendo eficacia paulatinamente a medida que el modo de producción capitalista se fue extendiendo. Y es que el antiguo orden social reposaba sobre comunidades agrícolas con un gran peso, entre otras cosas, de las relaciones interpersonales, el derecho consuetudinario, la fuerza de la institución familiar y eclesiástica o la regulación de los mercados (proteccionismo, sistema gremial...). El desarrollo de la sociedad industrial supuso el paso de la economía agrícola a la fabril, y del mismo modo, el éxodo masivo del campo a la ciudad, de un crecimiento demográfico inédito en la historia de la humanidad y de la cada vez mayor concentración poblacional en grandes urbes.

Todos estos cambios se dieron a partir de la conversión de los medios sociales de subsistencia en capital mediante los procesos de desamortización, cercamiento y privatización de tierras que, hasta entonces de uso comunitario, fueron la base económica sobre la que descansó el antiguo orden social. La introducción de máquinas y nuevas técnicas de agricultura trajeron, por un lado, una mayor rentabilidad de la tierra, que pasando a estar en manos privadas, posibilitó una mayor concentración de riqueza en manos de los terratenientes. Por el otro, los productores directos eran despojados de su medio de subsistencia y empujados a las ciudades fabriles para ser convertidos en mano de obra asalariada.

Hay que subrayar que la construcción de la clase trabajadora fue un proceso de disciplinamiento largo y violento. La disciplina asalariada, el sentido común que da por sentado el tener que ir a trabajar a cambio de un salario, no existía. Menos todavía el entendimiento de que la única forma para subsistir pudiera ser la remunerada. Las leyes de vagos y maleantes se inventaron precisamente para forzar a todo aquel que no quisiera asumir la subsistencia asalariada. A los viejos o inválidos incapaces de trabajar se les podía otorgar una licencia de mendigos, pero todo aquel capacitado para la labor era perseguido por la ley: aquel que era sorprendido sin poder demostrar una remuneración era multado, apaleado, marcado al rojo vivo, encerrado en el hospicio, esclavizado, enviado a galeras o incluso condenado a muerte. Las leyes contra desempleados, vagabundos, vagos, mendigos y ociosos se remontan al siglo XV y llegan hasta nuestros días. Por ejemplo, en el caso español, la Ley de Vagos y Maleantes fue aprobada en 1933 por las Cortes de la Segunda República, fue sustituida por la Ley de Peligrosidad Social para introducir la represión a los homosexuales en 1970 y no fue derogada completamente hasta 1995.

Del mismo modo que se castigó a quien pretendiera subsistir fuera del régimen del salario fueron ilegalizadas las prácticas que, durante miles de años, fueron el medio de vida de buena parte de la población. Las costumbres, tradiciones y derechos consuetudinarios que desentonaran con la idea de ganarse un salario fueron prohibidas, así como el derecho a la madera caída en los bosques, al grano no recogido en las fincas, los productos derramados en los suelos portuarios, etcétera.

En resumen, primero se despojó de la tierra al campesinado y se ilegalizaron sus costumbres, para después perseguir y castigar a todo aquel que no tuviera un trabajo asalariado. Esa fue la forma en la que se disciplinó al proletariado, así fue como se forjó la clase trabajadora, y fue precisamente mediante la labor policial que se efectuó el trabajo sucio. La Policía se encargó de supervisar a los emigrantes pobres, a los vagabundos que se movían de un sitio a otro, que eran vistos como un peligro creciente. Los entonces oficiales, alguaciles y celadores, fueron el mecanismo de control social necesario para el establecimiento del nuevo orden. Ellos fueron quienes limpiaron las calles de indeseables, ociosos y peligrosos. Ellos fueron quienes reprimieron la vagancia y las conductas antisociales. Fue la Policía la encargada de producir la clase trabajadora. La encargada de producir el orden burgués.

Primero se despojó de la tierra al campesinado y se ilegalizaron sus costumbres, para después perseguir y castigar a todo aquel que no tuviera un trabajo asalariado. Esa fue la forma en la que se disciplinó al proletariado, así fue como se forjó la clase trabajadora, y fue precisamente mediante la labor policial que se efectuó el trabajo sucio

Así pues, las ciudades fueron creciendo y se fueron formando cada vez mayores masas de trabajadores creando una situación en la que los medios de control informales perdían fuerza. Los emigrantes, muchas veces vagabundos, no pertenecían a la comunidad y no estaban sujetos a su control. Las relaciones interpersonales, que en el campo suponen un fuerte mecanismo de control –la gente se conoce mutuamente–, disminuyen su capacidad en la ciudad, a causa de un cierto anonimato. Va de la mano la pérdida de fuerza de la institución familiar y eclesiástica para el establecimiento del orden. Nos encontramos por lo tanto con cada vez mayor concentración de gente que a su vez tiene cada vez menos mecanismos para el autocontrol comunitario. La revolución industrial, con la invención de la máquina de vapor a la cabeza, supuso un aceleramiento de todos estos procesos. La demografía creció como nunca antes lo había hecho y las ciudades acogieron cada vez más porcentaje de la población. En las ciudades se fueron amontonando enormes masas poblacionales pobres que, además, vivían en cada vez peores condiciones.

La desigualdad social fue en aumento acompañado por ejemplo de la desregulación de los gremios, los cuales establecían límites a la explotación, o la de los precios, fomentando por ejemplo que las malas cosechas hicieran alzar sin medida los precios de alimentos básicos, y por lo tanto favoreciendo las hambrunas. Del mismo modo, las nuevas fábricas precisaban de mano de obra no cualificada a mansalva, y las grandes cantidades de desempleados permitían que los salarios fuesen de miseria.

Todo este cúmulo de factores hizo que los disturbios, que solían ser la forma que adquirían las protestas de aquella época, fueran cada vez a más. El método comúnmente empleado para sofocar la tensión y restablecer la paz solía ser el ejército, pero cada vez se demostró menos eficiente, sobre todo porque las formas de pacificar mediante la fuerza aquellas protestas se llevaba a cabo con el uso de caballos, sables y armas de fuego. El excesivo número de víctimas que provocaban no hacía sino multiplicar los conflictos y agravar las crisis políticas. Los caídos eran mártires, y los disturbios se volvían más violentos todavía. Por otro lado, muchas veces el ejército se identificaba con las protestas. Al no ser un ejército regular quienes eran llamados a filas provenían de la clase trabajadora y en ocasiones se llegaron a negar a reprimir las protestas. En tercer lugar, la armada debía responder a otras tareas que le eran propias, así como defender las fronteras y estar preparados para la guerra o mantener el control de las colonias, y mantener tantos efectivos resultaba excesivamente costoso.

Por todo ello, la burguesía, para apuntalar su posición dominante, necesitó nuevos mecanismos de control social que no fueran ni aquellos informales que tradicionalmente pacificaron la sociedad, ni aquellos militares no especializados en las nuevas formas de caos urbano.

La burguesía, para apuntalar su posición dominante, necesitó nuevos mecanismos de control social que no fueran ni aquellos informales que tradicionalmente pacificaron la sociedad, ni aquellos militares no especializados en las nuevas formas de caos urbano

DESARROLLO DE LA POLICÍA BURGUESA

Como hemos visto, el proceso de industrialización provocó tanto la urbanización masiva como el aumento de la desigualdad y de la pobreza. A su vez, los antiguos mecanismos de control social tanto internos como externos, formales e informales, fueron perdiendo fuerza. El orden social estaba en crisis, y era necesario reforzarlo con nuevos mecanismos de control. Así pues, la burguesía apostó por hacer un reclutamiento estatal y empezó a organizar grupos estables, con una formación especializada, que se dedicasen de manera profesional (o sea recibiendo una remuneración por ello) al mantenimiento del orden público en las nuevas realidades urbanas. La novedad no residía tanto en las tareas a realizar, pues como ya se ha comentado en el apartado segundo, muchas de estas tareas ya se venían haciendo desde hace tiempo; la novedad vino de la mano de la profesionalización, especialización y estatalización de las mismas. Se dotó al estado de un brazo especializado en el mantenimiento del orden mediante la coerción y la intimidación. Así como el estado desarrolló un poder bélico para proteger al soberano y a la población de amenazas exteriores, se desarrolló un poder policial destinado a la amenaza interior.

Los primeros experimentos al respecto se dieron en Francia y en Inglaterra a comienzos del siglo XIX. París y Londres, las ciudades industriales más desarrolladas de entonces, tenían necesidades parecidas. Por eso no es casualidad que se desarrollaran paralelamente los Sergents de Ville en la primera y la Metropolitan Police en la segunda. Con pequeñas diferencias, ambas se crearon con la misma pretensión: la prevención. Estos cuerpos patrullaban las calles por rondas para prevenir el desorden mediante su presencia. Formaban divisiones para cubrir toda la ciudad, uniformados y armados con bastones. Estos cuerpos, que se suelen considerar como policía civil, comenzaron a expandirse por toda Europa. Al mismo tiempo, junto a la policía civil, se desarrolló la llamada policía militar. En resumen los cuerpos que durante años se habían utilizado por toda Europa para patrullar el campo, los caminos, o perseguir a los bandidos se establecieron de forma permanente y profesional. Entre estos podemos mencionar la Gendarmerie Nationale en Francia, la Guardia Civil en España, los Carabinieri en Italia o la Guarda Nacional Republicana en Portugal, entre otros.

Esta diferenciación entre cuerpos se ha solido utilizar para debates entre “modelos policiales”, como si los estados “democráticos” apostaran por el primero, mientras que los “autoritarios” prefirieran a al segundo modelo. Sin embargo, el empleo de ambas fuerzas policiales ha sido la regla y se han empleado de manera complementaria. Hasta Inglaterra, que ha enarbolado la bandera de la policía democrática, comenzó su andadura policial creando la Irish Constabulary (policía militar) para mantener el orden en la Irlanda colonial. Se podría decir que ambos “modelos” policiales son dos caras de la misma moneda: mientras la primera se especializa en las ciudades, la segunda se emplea en el campo; mientras que el “modelo democrático” se expande en el desarrollado centro imperial, el “modelo autoritario” se emplea para controlar las colonias periféricas. Por otro lado, hay que especificar que las organizaciones policiales de naturaleza civil adoptaron desde el principio la jerarquía, disciplina y estructuras militares, con abundantes categorías y escalas, que moderaron solo en parte la tendencia a la estructura altamente piramidal del Ejército.

Los agentes tuvieron que realizar muchas más tareas además de patrullar las calles: mantenerlas limpias de basura u obstáculos (que podían dificultar persecuciones, podían servir para guardar armas, objetos robados...), limpiarlas también de mendigos, comprobar las listas de registro de los albergues, controlar los comercios de segunda mano, encauzar el tráfico y evitar accidentes, lidiar con las pequeñas trifulcas callejeras, etc. Llevar a cabo todas estas labores de forma eficaz llevó tiempo. Pero la prevención no acabó con los disturbios, y el ejército siguió (y sigue) funcionando como brazo auxiliar para los momentos necesarios. Durante todo el siglo XIX y buena parte del XX, estas necesidades fueron más que frecuentes. 

La Policía, desde su constitución, ha ido modernizándose y perfeccionándose para el mantenimiento del orden. El objetivo ha sido sobre todo mejorar la eficacia de este sistema de control. Por un lado, la Policía necesita ser un cuerpo legítimo. Por otro, debe dar resultados

La Policía, desde su constitución, ha ido modernizándose y perfeccionándose para el mantenimiento del orden. El objetivo ha sido sobre todo mejorar la eficacia de este sistema de control. Por un lado, la Policía necesita ser un cuerpo legítimo. Por otro, debe dar resultados. En lo que respecta al primer problema, la Policía al principio tenía muy mala imagen, solía ser percibida como un agente empleado con fines partidistas (en diversas ocasiones se usaba, de forma muy poco discreta, para controlar los votos, los oficiales eran elegidos de forma clientelar por los políticos...) o como cuerpo de seguridad de los patrones (solían actuar como rompe-huelgas, los empresarios enchufaban hombres de su confianza dentro del cuerpo...). Para solventar esto, durante el siglo XX se fue burocratizando la institución policial: se fueron implementando formas de acceso público mediante oposición o se implementaron carreras universitarias de estudios criminológicos para acceder a ciertos rangos, entre otras cosas. Así se dio el proceso para asemejar a la Policía con cualquier otro servicio público como la medicina o la educación, dejando de lado la imagen de matón y legitimando su labor bajo el pretexto de hacer cumplir formalmente la ley.

En lo que respecta a dar resultados, el desarrollo de la técnica se fue perfeccionando mediante el estudio sistemático de la labor policial, dando paso a la creación de la ciencia policial. Durante la primera mitad del siglo XX, se fueron estableciendo métodos para el estudio policial: cómo interrogar a los reclusos y analizar las características físicas de cada uno; qué había que buscar en la escena de un crimen; cómo clasificar y almacenar los registros de delincuentes... Asimismo, se fueron desarrollando técnicas como por ejemplo la antropometría o la identificación por huellas dactilares; se introdujeron en las patrullas la bicicleta, la motocicleta y finalmente el coche; se establecieron redes de locutorios y el uso de radios para la comunicación interna; y se inventaron artilugios específicos como el detector de mentiras, entre otros.

Me parece importante aclarar que todas estas innovaciones se fueron aplicando en los países capitalistas desarrollados a costa de su previa utilización experimental en la periferia colonial. La ya mencionada Irish Constabulary como inspiración de la Metropolitan Police londinense y la Phillippine Constabulary como inspiración de la Pennsylvania State Police son claros ejemplos, pero también se pueden mencionar los cuerpos de policía colonial en Haití, República Dominicana o Nicaragua; las operaciones de inteligencia y contrainsurgencia en Japón, Corea del Sur o Vietnam del Sur; o la creación durante la Guerra Fría de cuerpos represivos en Irán, Uruguay, Argentina o Brasil.

Es interesante también señalar cómo la relación entre instituciones policiales de diferentes Estados se empezó a dar para discutir y poner en común las técnicas para hacer frente a los movimientos revolucionarios. A partir de las revueltas de 1848 se empezaron a acordar sistemas de extradición, a reforzar las fronteras y a fortalecer las policías ferroviarias. Tras un parón en el periodo de entreguerras, la cooperación internacional se restableció definitivamente durante la Guerra Fría.

Durante la primera mitad del siglo XX, en su proceso de perfeccionamiento como técnica de orden social, la Policía no solo tuvo que ser auxiliada sistemáticamente por las fuerzas armadas, como ya hemos apuntado arriba, sino que, ante el desbordamiento del Estado para mantener a las masas proletarias en diferentes circunstancias, la burguesía apostó también por grupos paramilitares. Los “camisas negras” en Italia, los “camisas pardas” en Alemania o las “escuadras negras” en España actuaron como grupos de choque ante la incapacidad de los mecanismos formales estatales para mantener el orden burgués.

Es importante resaltar la importancia que tuvo el desarrollo del Estado del Bienestar tras la Segunda Guerra Mundial como paradigma de control social. Ante la amenaza soviética, y en un momento de alza en la tasa de plusvalor, la burguesía pudo (y tuvo que) implementar una paz social basada en la integración de un buen sector de la clase trabajadora en el consenso democrático burgués, comprando su obediencia, abrazando un bienestar nacional u occidental basado en la sobreexplotacion de los países subdesarrollados. Las políticas sociales que se emplearon también hay que entenderlas como mecanismos de control social en tanto que son empleadas para el mantenimiento del orden burgués. La combinación de políticas sociales y políticas punitivas, popularmente conocido como el palo y la zanahoria, se ha dado a lo largo de todo el siglo XX.

La crisis de acumulación capitalista obligará y el fracaso de la Unión Soviética permitirá a la burguesía occidental adentrarse en una fase de privatización, desregulación y proletarización que pondrá en riesgo el mencionado pacto interclasista. Ante esta nueva situación, el Estado perfeccionará sus capacidades de control social mediante el desarrollo de la ciencia policial y de las nuevas tecnologías. Los objetivos, no obstante, no cambiarán: por un lado, se pretende eliminar cualquier posibilidad de revuelta y, por otro, se quiere asegurar la disciplina asalariada imposibilitando formas alternativas a la subsistencia. Las novedades residen en las nuevas técnicas. La nueva ciencia policial comprende mejor que nunca la importancia que tiene la legitimidad social de la Policía para el mantenimiento del orden. 

Los procesos de burocratización que se emprendieron a comienzos de siglo se verán ahora limitados por cómo la población percibe a los agentes de la ley separados de las necesidades de la ciudadanía. Se empezará a plantear la necesidad de una “policía orientada a los problemas”, un cuerpo que ponga el foco en lo que a la sociedad le preocupa, y hacer así que las actuaciones policiales sean aceptadas por la mayoría social.

Se empezará a plantear la necesidad de una “policía orientada a los problemas”, un cuerpo que ponga el foco en lo que a la sociedad le preocupa, y hacer así que las actuaciones policiales sean aceptadas por la mayoría social

Este planteamiento se ha desarrollado mediante un doble rasero. Por un lado, se ha desarrollado la idea de la policía comunitaria, policía de proximidad, etc. Esta policía patrulla a pie, los agentes son conocidos en sus barrios, les llaman por su nombre, están en las escuelas, intervienen en asuntos familiares, participan en reuniones vecinales... Es una policía integrada en la comunidad que conoce los problemas de la gente y que, por supuesto, puede informar de hasta el más mínimo detalle y es utilizado para intervenir de la manera más quirúrgica posible. Esta técnica se ha solido emplear de la mano de la “teoría de las ventanas rotas”, la cual, a rasgos generales, plantea que si en un barrio se rompe una ventana y no se arregla, esta atraerá a los ladrones y poco a poco se irá degradando el barrio. Sin embargo, si la ventana se arregla en el minuto uno, se prevendrá del deterioro. Esta teoría ha inspirado la llamada “tolerancia cero”, o sea, la represión del más mínimo de los delitos como método para la erradicación de la delincuencia. Para que esto pueda funcionar la Policía precisa de ser normalizada, que su presencia sea aceptada en las calles, los vecindarios, las escuelas... Que esté bien visto que la gente hable con ella, que pregunten, que se preocupen... Es la introducción del orden hasta el más pequeño rincón de la sociedad.

El otro rasero es aún más retorcido si cabe. La “policía orientada a los problemas” busca dar la imagen de que los agentes se centran en lo que le preocupa a la gente, o sea, en la percepción subjetiva. Sin embargo, mediante el empleo de medios propagandísticos de masas es posible manipular estas percepciones, cambiar la opinión pública, establecer nuevas prioridades, etcétera. A esto hay que sumarle a la importancia y la centralidad que reciben las fuentes policiales a la hora de dar noticias y datos, la suposición de neutralidad y la dificultad para contrastarlo con otras fuentes.

En lo que respecta a las nuevas tecnologías, el desarrollo de la electrónica y la informática ha proporcionado todo un nuevo arsenal de mecanismos de monitorización, seguimiento y previsión impensables para los primeros teóricos policiales. Por mencionar algunos: internet, videovigilancia, identificación de personas a través de su ADN, sistemas de posicionamiento global (GPS), drones, aparatos de escucha y de grabación muy sofisticados y de difícil detección, armas letales y no letales muy sofisticadas, inteligencia artificial... Además, cabe mencionar el “Intelligence-led Policing”, que puede predecir situaciones o espacios en que podrían producirse delitos, patrones de grupos o personas considerados de riesgo haciendo uso de la recogida y tratamiento de grandes cantidades de datos de todo tipo (como antecedentes penales, propiedades de vehículos, trabajo u otras actividades económicas, historial médico, hábitos de compra, tendencias en redes sociales...) y mediante el uso de algoritmos.

HACIA LA ABOLICIÓN DE LA POLICÍA

Algunas voces críticas con la Policía suelen poner en duda el modelo policial como modelo de mantenimiento del orden. Esto se da tanto desde la izquierda como desde la derecha parlamentaria. Aunque no siempre sea así, los primeros suelen proponer que la institución policial esté más controlada y tenga menos manga ancha, mientras que los segundos abogan por dar mayor discrecionalidad y autonomía al cuerpo. Los unos suelen hacer hincapié en la necesidad de una Policía “más democrática”; los otros, de más “mano dura”. Sin embargo, lo que ninguna de las dos posturas hace es poner en duda que haya que mantener el orden capitalista en sí. Se discute sobre que la Policía actúe de esta o aquella manera, sobre que lo haga con más armas o desarmada, sobre que se le den más formaciones o se acorte el periodo de adiestramiento... Pero no se pone en duda la necesidad de un cuerpo separado que garantice la preservación del orden burgués mediante el monopolio de la violencia.

Se discute sobre que la Policía actúe de esta o aquella manera, sobre que lo haga con más armas o desarmada, sobre que se le den más formaciones o se acorte el periodo de adiestramiento... Pero no se pone en duda la necesidad de un cuerpo separado que garantice la preservación del orden burgués mediante el monopolio de la violencia

Incluso toda la serie de propuestas y reformas que se hacen desde la socialdemocracia en nombre de acabar con el poder policial y supuestamente con el objetivo de favorecer a las clases trabajadoras contribuye a la modernización y al apuntalamiento de la Policía misma como mecanismo de control social, ya que la actualiza a los nuevos tiempos y necesidades, la efectiviza mediante su legitimación y le limpia la cara adornándola de adjetivos biensonantes como “de proximidad” o “democrática”.

El orden burgués precisa de un poder coercitivo por el simple motivo de que la gran mayoría social no se subordinaría al régimen asalariado si no fuera por la coacción y la amenaza continua y directa. El modo de producción burgués necesita de una amplia clase trabajadora pobre que produzca la riqueza para que una pequeña minoría se apropie de ella. Este orden social, esta forma de organizar la sociedad no se sostendría sin el empleo de la fuerza. La paz social se sostiene en la cotidianidad de ir a trabajar con una pistola apuntándonos a la cabeza.

La paz social se sostiene en la cotidianidad de ir a trabajar con una pistola apuntándonos a la cabeza

Sin embargo, ¿sería necesaria esta separación en una sociedad en la que tanto los medios de producción como la riqueza social fueran comunes? ¿Sería necesario que una minoría social con el monopolio de la violencia controlara al grueso de la sociedad? ¿Sería preciso que la gran mayoría de la población estuviera separada del control del orden? Mediante la socialización de los medios de producción y del acceso a la riqueza social se acabaría con la necesidad de la privación al proletariado de los medios de control social. O, dicho de otro modo, una sociedad sin clases permitiría la puesta en común de las tareas de mantenimiento del orden. Es en este sentido que cobra vigencia la consigna de abolir la Policía. 

La abolición de la Policía no puede responder únicamente al hecho de que esté controlado por la burguesía, sino más bien a su propia lógica de mantenimiento del orden. La abolición de la Policía supone la socialización de los medios de control social, valga la redundancia. ¿Quiere esto decir que una sociedad comunista no necesite mecanismos especializados en el mantenimiento del orden? No necesariamente. Pero, de todas maneras, el control sobre estos mecanismos estará en manos del pueblo. Mediante la abolición del sistema de dominación se acabará con la separación entre controlado y controlador.

BIBLIOGRAFÍA

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GUILLÉN, Francesc (2016): Policía: modelos, estrategias y reformas. De la policía gubernativa a la seguridad plural

BAYLEY, David H. (1998): The development of modern police artikulua; Policing perspectives: an anthology liburuan, Larry Gaines (ed.)

EMSLEY, Clive (2021): A short history of Police and policing

NEOCLEOUS, Marc (2022): Maderos, chusma y orden social: una teoría critica del poder policial

VITALE, Alex (2019): El final del control policial

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