FOTOGRAFÍA / Maitane Lizarraga
2023/05/02

Este reportaje se centrará en el contexto político que se ha desarrollado en las periferias como consecuencia de los procesos de deslocalización, centrándose en las expresiones concretas del movimiento obrero y en los casos de represión tanto de ayer como de hoy contra él. ¿Qué condiciones existen en esos países para la organización política? ¿Cómo ataca la burguesía a la organización de las masas desposeídas fuera del centro imperialista?

Antes de abordar directamente la cuestión de las libertades políticas, conviene refrescar la imagen general de las condiciones laborales en las periferias, para lo cual analizaremos algunos datos. En las últimas décadas se ha escrito mucho sobre el régimen específico del trabajo asalariado en las periferias. Sin ir más lejos, en otros números de esta misma revista abordamos dos reportajes sobre la estructura internacional del salario y las condiciones laborales en las periferias bajo los títulos «La muerte como oficio» (1) y «Luces y sombras en el mapa» (2). En ellas, se dan cifras muy interesantes que ayudan a situar la deslocalización, por ejemplo, que el 60% de la producción textil se sitúa en Asia, para ser más exactos en el Sudeste Asiático. En el 2018 en el sector textil camboyano había 700.000 personas asalariadas trabajando por 181 euros al mes. En Bangladesh en año pasado fueron 4,5 millones, con un sueldo medio de 247 euros. Cerca de ahí, en Vietnam, se estima que el 25% de las exportaciones estatales pertenecen a la empresa Samsung; asimismo, es también el país donde Intel lleva a cabo la mayor parte de su fabricación. Es imposible encontrar un fenómeno así en las economías de las potencias avanzadas. El proletariado se encuentra en medio de este torbellino del mercado laboral; en 2017, 2,8 millones de trabajadores perdieron la vida en trabajos asalariados en el mundo entero, y alrededor de 374 millones, por su parte, sufrieron tanto lesiones como enfermedades a causa del trabajo. Según los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Costa Rica es entre los 72 países analizados el país con más lesiones y muertes laborales, con 9.421 lesiones profesionales no mortales y 9,7 de muertes por accidentes laborales por cada 100.000 trabajadores en 2016. Hay otros cuatro países latinoamericanos en el pódium: Argentina, Chile, Uruguay y México (3).

Según lo que ha sacado a la luz una investigación realizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) (4), los trabajadores de Alemania, Noruega y Dinamarca eran los que de media menos horas de trabajo realizaban en 2019, con 1.386, 1.384 y 1.380 horas respectivamente. Mirando el otro lado de la moneda, los dos países con las horas medias de trabajo anuales más altas entre los países de la OCDE procedían de Sudamérica: México (2.137 horas) y Costa Rica (2.060). Chile les seguía en sexta posición, con 1.914 horas. Es más, como recuerda Statista (5), muchos países latinoamericanos superaban con creces la media de horas de trabajo semanales de los países de la OCDE. Destacan Bolivia, Honduras, El Salvador y Perú, pues de cada diez trabajadores de estos países, más de tres trabajan semanalmente 49 horas o más. En otros países, como México y Colombia, el índice denominado «exceso de jornada» es del 27%, mientras que en Venezuela y Panamá sólo es algo inferior al 10%. En la clasificación de 2021 de las capitales mundiales donde los trabajadores realizaron una media de horas de trabajo más elevada en el mundo, no hay ningún país europeo ni norteamericano hasta el puesto 20 (6). 

En la clasificación de 2021 de las capitales mundiales donde los trabajadores realizaron una media de horas de trabajo más elevada en el mundo, no hay ningún país europeo ni norteamericano hasta el puesto 20

En lo que respecta a la higiene, el informe mundial de la Organización de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos en el pasado diciembre estimaba que al año mueren casi 400.000 trabajadores y trabajadoras en trabajos asalariados por las enfermedades contagiosas contraídas en los espacios laborales (7). Advierten de que sus principales factores suelen ser la mala calidad del agua potable, el escaso saneamiento y la falta de higiene, con una incidencia significativamente mayor fuera del centro imperialista.

Por su parte, Unicef estima que en todo el mundo trabajan más de 160 millones de niños y niñas de entre cinco y diecisiete años, de los que se estima que casi la mitad (79 millones de niños) se dedica a trabajos peligrosos (8). En la África subsahariana, exactamente, se estima que el número de niños que trabajaba fue de 16,6 millones entre el periodo entre 2016 y 2020.

No es difícil imaginar que, ante todas las condiciones extremas, los trabajadores tienden a rebelarse, pues a menudo se encuentran en medio de situaciones que amenazan directamente su salud y su seguridad. Es lógico, pues, que la clase obrera de las periferias tome conciencia y organice periódicamente huelgas, protestas y levantamientos, como lo hicieron los trabajadores europeos y norteamericanos en la época de la industrialización del siglo XIX. La burguesía lleva más de dos siglos de experiencia como clase dirigente y ha perfeccionado los métodos para hacer efectiva la opresión en este proceso histórico.

LAS LIBERTADES POLÍTICAS EN EL MUNDO

¿Qué condiciones existen hoy en el mundo entero para la organización y lucha obrera? Por lo que muestran los datos, las libertades formalmente reconocidas, más que la norma, son una excepción en la mayoría de los lugares. Según el informe Global Rights Index (9) de la Confederación Sindical Internacional (CSI), en el 87% de los países del mundo el derecho a huelga se violó en 2022, un 24% más que en 2014. En el 74% de los países se ha denegado a los trabajadores el derecho a sindicarse, y solamente entre el 2021 y 2022 el número de países que ejercen esa prohibición ha aumentado de 106 a 113. El 79% de los estados del mundo violaron también el derecho al convenio colectivo el año pasado. Los que han criminalizado el derecho de reunión y manifestación fueron al menos el 41%. Mientras que en 2014 los países que obstaculizaron o prohibieron el registro sindical fueron el 59%, en 2022 subió al 74%. El 66% de los países del mundo no garantiza el acceso a la justicia a sus trabajadores, mientras que al menos en 69 países estos han sufrido detenciones arbitrarias. Por si todo esto fuera poco, el año pasado fueron cinco más que hace dos los países que registraron agresiones físicas directas contra sus trabajadores: en 2021 se contabilizaron 45 y, en 2022, 50. El año pasado fueron asesinados en trece países trabajadores que luchaban por mejorar sus condiciones de vida, tanto en medio de las protestas como a través de atentados. Bangladesh, Colombia, Ecuador, Suazilandia, Filipinas, Guatemala, Haití, India, Irak, Italia, Lesoto, Myanmar y Sudáfrica registraron estos actos de terrorismo patronal.

Por lo que muestran los datos, las libertades formalmente reconocidas, más que la norma, son una excepción en la mayoría de los lugares

En resumen, en los últimos nueve años se ha producido una ofensiva generalizada a nivel mundial contra todos los derechos políticos de la clase trabajadora. Aun así, la situación varía dependiendo del lugar: en la mayoría de los países europeos, por ejemplo, el informe señala la existencia de «numerosas violaciones de los derechos de los trabajadores», «violaciones regulares» o «sistemáticas». Es, sin embargo, la zona que a nivel mundial las mejores condiciones tiene respecto a las libertades políticas de los trabajadores. Mediante la combinación de varios indicadores, CSI calcula una puntuación coyuntural de los derechos políticos de los trabajadores en una escala de uno a cinco. Siendo uno el «mejor» y el cinco el peor, estos son los índices de las zonas del mundo: Europa 2,49; África 3,76; Oriente Próximo y Norte de África 4,53; Asia Pacífico 4,22 y las Américas 3,53.

POR ZONAS

1. Oriente Próximo y el Norte de África

    En cuanto a los derecho políticos de los trabajadores en general, en el informe del CSI, la región de Oriente Medio y el Norte de África representaban «la peor zona del mundo», según los datos aportados sobre el 2022. La clasificación media de 4,53 fue superior a la media del año anterior (4,50), por lo que la sitúan en el grado de «las violaciones sistemáticas y de los derechos no garantizados». Entre los 19 países que componen el bloque, se pueden ver los siguientes datos:

  • En un 100% no tienen convenios colectivos. 
  • En un 100% tienen prohibido sindicarse.
  • En un 100% se impide el registro de sindicatos.
  • En un 95% se vulnera el derecho a huelga. 
  • El 84% niegan la libertad de expresión y reunión. 
  • El 79% niega a los trabajadores el acceso a la justicia.
  • El 47% ha efectuado detenciones contra trabajadores.
  • En un 42% se han contabilizado agresiones físicas directas.
  • Asesinatos de trabajadores en Irak.
En cuanto a los derecho políticos de los trabajadores en general, en el informe del CSI, la región de Oriente Medio y el Norte de África representaban «la peor zona del mundo», según los datos aportados sobre el 2022

2. En Asia Pacífico (23 países):

  • Vulneración del derecho a huelga: 87%
  • Vulneración del derecho a la negociación colectiva: 83%
  • Sin derecho a formar o afiliarse a un sindicato: 87%.
  • Sin acceso a la justicia: 70%.
  • Ataques físicos: 43%.
  • Impedido el registro de sindicatos: 91%.
  • Ataques contra la libertad de expresión y de reunión: 61%.
  • Detenciones de trabajadores: 83%.
  • Asesinato de trabajadores en Bangladesh, Filipinas, India y Myanmar.

3. África (39 países):

  • Vulneración del derecho a huelga: 95%
  • Vulneración del derecho a la negociación colectiva:93%
  • Sin derecho a formar o afiliarse a un sindicato: 95%.
  • Sin acceso a la justicia: 90%.
  • Ataques físicos: 31%
  • Impedido el registro de sindicatos: 79%.
  • Ataques contra la libertad de expresión y reunión: 45%.
  • Detenciones de trabajadores: 36%.
  • Asesinato de trabajadores en Suazilandia, Lesoto y Sudáfrica.

4. Américas (25 países)

  • Vulneración del derecho a huelga: 92%.
  • Vulneración del derecho a la negociación colectiva: 76%.
  • Sin derecho a formar o afiliarse a un sindicato: 76%.
  • Sin acceso a la justicia: 77%.
  • Ataques físicos: 36%
  • Impedido el registro de sindicatos: 88%.
  • Ataques contra la libertad de expresión y reunión: 24%.
  • Detenciones de trabajadores: 52%.
  • Asesinato de trabajadores en Colombia, Ecuador, Guatemala y Haití.

CASOS CONCRETOS

Poniendo el foco en los asesinatos de los trabajadores y trabajadoras, Colombia merece una especial mención. En efecto, según los datos, es el país más peligroso del mundo para los trabajadores y sindicalistas. Según estudios realizados hace algunos años por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), entre 1984 y 2012 más de 2.800 sindicalistas fueron asesinados en Colombia, casi 100 al año, con un grado de impunidad del 94,4% (10). El estudio también contabilizó 3.400 amenazas, 1.292 casos de desplazamiento, 529 detenciones, 192 atentados, 208 persecuciones, 216 desapariciones forzadas, 83 casos de torturas y 163 secuestros.

Según cifras de la Confederación General del Trabajo de Colombia (CGT Colombia), hace una década cerca del 64% de los asesinatos de sindicalistas de todo el mundo se producían en Colombia (11). Sólo entre el año 2019 y el primer semestre de 2020, el CSI contabilizó cuatro intentos de homicidio contra sindicalistas, una desaparición forzada, 198 amenazas de muerte y 14 asesinatos de dirigentes (12). Entre 2021 y 2022, 13 sindicalistas fueron asesinados, otros seis fueron víctimas de intentos de asesinato, otros 99 fueron amenazados de muerte y ocho fueron detenidos de forma arbitraria (13). En una perspectiva histórica más amplia, desde el 1 de enero de 1973 hasta el 31 de diciembre de 2018 se registraron 14.992 violaciones de derechos contra las vidas, la libertad o la integridad física de los sindicalistas. De estas agresiones se estima que 3.240 afectaron a cerca de 480 sindicatos (14). La mayoría de los crímenes quedan sin resolverse y, al no tener ningún apoyo, las vidas de los sindicalistas y sus familias siguen constantemente amenazadas. América, en general, es el continente más letal para los trabajadores y trabajadoras. En el Índice Global de derechos del CSI de trece países que se registraron asesinatos contra sindicalistas cuatro estaban en América en 2022. En dicho continente, el año pasado se contabilizaron 15.481 vulneraciones de los derechos de los trabajadores, siendo 3.295 de estos asesinatos.

Hemos visto que las leyes antisindicales, los rompehuelgas y el paramilitarismo siguen siendo el pan de cada día de los movimientos obreros en la periferia. Un par de noticias publicadas no hace mucho permiten fijarse aún más de cerca en el caso. El Partido Comunista de Filipinas (CPP) reveló recientemente que dos dirigentes del partido y otros ocho militantes fueron asesinados por las fuerzas armadas el 21 de agosto de 2022 (15). Y es que ser comunista en Filipinas u organizar huelgas no es cuestión de bromas. El propio informe del CSI no puede ser más claro: «En Filipinas, los trabajadores y sus representantes siguen siendo particularmente vulnerables a ataques violentos, actos de intimidación y detenciones arbitrarias. Los sindicalistas, maliciosamente etiquetados de “rojos” por el presidente Duterte, siguen sometidos a constantes amenazas de redadas e incursiones por parte de la policía y el ejército. Más de 50 sindicalistas han sido asesinados desde que el presidente Duterte accedió al poder en 2016». Cerca de allí, en Indonesia, se aprobó el año pasado una nueva ley que permitirá condenar a diez años de cárcel a militantes comunistas (16). Junto a ello, también se impondrán cuatro años de prisión por el mero hecho de hacer propaganda comunista. Como veremos a continuación, estas prácticas tienen profundas raíces históricas en todos los países.

LA REPRESIÓN EN LA PERIFERIA: SU HISTORIA Y SU DOCTRINA 

Aunque la opresión y la criminalización de la resistencia organizada de la clase obrera es la tendencia más general y habitual propia del capitalismo, para comprender la forma concreta que adoptan hoy en día las violaciones de las libertades políticas en muchos países de la periferia, hay que tener en cuenta al menos dos factores: 1) La función que desempeñan estos territorios en este momento histórico en la división internacional del trabajo y en la cadena de producción global y 2) La historia de la contrainsurgencia. Como ya hemos dado algunas pinceladas para caracterizar el primer punto y el resto de los artículos de este ejemplar profundizan en esta función histórica, nos centraremos en el segundo factor: los métodos que históricamente se han utilizado para reprimir el proletariado organizado de las periferias y la lógica que han seguido.

Como es de sobra conocido, en la época del colonialismo existía una dominación directa sobre la fuerza de trabajo, las sociedades eran regidas por relaciones de servidumbre que llevaban la explotación hasta sus límites biofísicos. De este modo, las potencias colonizadoras que llevaron a cabo el saqueo de materias primas, metales preciosos y piedras preciosas fueron imprescindibles para la primera fase de acumulación y expansión del capitalismo. Al mismo tiempo, como ya habían hecho anteriormente en Europa y Norteamérica, les sirvió para integrar culturalmente nuevas relaciones productivas capitalistas entre las masas agrícolas desposeídas, para disciplinar a la población como fuerza de trabajo mercantil, fundamentalmente, para la «modernización». En Occidente, la propiedad privada y el trabajo asalariado están hoy profundamente arraigados culturalmente, hasta el punto de pensar que las sociedades se han organizado desde siempre en función de esos principios. Muchos creen que las civilizaciones que no han funcionado bajo esta forma social aceptaron sin resistencia alguna la pérdida de la propiedad comunal de la tierra o que la única manera de conseguir los medios de vida fuese tener que trabajar para otra persona, es decir, se cree que toda esa barbarie se estableció pacíficamente. Cualquier historiador serio desmiente hoy este mito, pues está sobradamente demostrado que tanto la población indígena como la esclava se opuso en muchos casos a esa vida ajena hasta la muerte. Los que no querían trabajar a su servicio, los que se rebelaban contra la expropiación de tierras, los que no querían ser evangelizados o los que simplemente no se doblegaban ante cualquier injusticia representaban un obstáculo para la implantación de la civilización capitalista. Los colonos los mataban como un perro que muerde al cazador.

Entre la década de los 40 y los 60 del siglo XX cambió la forma política con la que las potencias capitalistas dominaban las periferias y se iniciaron procesos de descolonización. Entre el siglo XIX y mediados del XX se produjo además un fenómeno significativo: la revolución proletaria. Desde la Gran Revolución de Octubre de 1917, las administraciones coloniales y la alta burguesía occidental eran conscientes de que la amenaza que representaban tanto los movimientos comunistas de ese espacio llamado tercer mundo como los movimientos de liberación nacional ya no era como la resistencia de las revueltas indígenas. La nueva guerra era «la cruzada contra el Comunismo Internacional», la guerra moderna. El enemigo al que se enfrentaban también fue capaz de poner en marcha procesos revolucionarios, organizarse internacionalmente y conquistar el poder político en algunos territorios. La Unión Soviética derrotó a una potencia industrial avanzada como la Alemania nazi, y ella sola ocupaba 1/6 de la superficie mundial.

Ese nuevo «enemigo comunista», en cambio, no luchaba basándose solo en la fuerza de las armas y presentando todas sus unidades en un campo de batalla. El oficial del ejército francés durante la Segunda Guerra Mundial, la Primera Guerra de Indochina y la Guerra de Argelia, Roger Trinquier, explicó claramente esta lógica en su obra La guerra moderna y la lucha contra las guerrillas (17). Subrayaba que tanto los movimientos de liberación nacional como los comunistas utilizaban una compleja graduación de métodos de lucha «tanto convencionales como no convencionales»: agitación, propaganda, adoctrinamiento, protestas, huelgas, sabotajes, atentados, actos de hostigamiento, guerra de guerrillas, y, por último, una guerra civil abierta para la toma del poder político. Es decir, los jefes de Estado de la generación de Trinquier aprendieron que los objetivos estratégicos de los comunistas consistían en ganar el apoyo cercano de la población, tomar el control del territorio y de sus procesos sociales, erradicar el viejo modelo de civilización y construir uno nuevo. Por si fuera poco, la burguesía de la metrópoli era plenamente consciente de sus debilidades políticas estructurales respecto a la población periférica, tanto cualitativa como cuantitativamente. Por poner un ejemplo, se estima que en la época colonial francesa de la primera mitad del siglo XX, vivían en Indochina alrededor de 21 millones de habitantes, los cuales, en la práctica, eran sirvientes de 40.000 colonos franceses. Además, no podemos dejar de lado que los únicos partidos políticos europeos que defendían la independencia de las colonias a principios del siglo XX eran los comunistas. La síntesis de estos factores hizo que, en el contexto de final del colonialismo e inicios del neocolonialismo se llegase a identificar que el comunismo tenía opciones claras para vencer en las periferias. Al hallarse frente a una guerra global en todos los frentes, crearon una red de exterminio a escala global. Vincent Bevins lo explica inmejorablemente en el libro El método Yakarta: «Se olvida con mucha frecuencia que el anticomunismo violento fue una fuerza mundial y que sus protagonistas trabajaban cruzando fronteras y aprendiendo de los éxitos y fracasos de otros lugares conforme su movimiento adquiría impulso y cosechaba victorias. Para comprender lo sucedido tenemos que entender esta colaboración internacional» (18).

Los ejércitos y servicios de inteligencia franceses y estadounidenses enseñarán los nuevos conceptos estratégicos como los de Trinquier y técnicas concretas en academias militares al estilo de la Escuela de las Américas, más efectivas a la hora de enfrentar a la nueva amenaza. A partir de entonces, la organización de una huelga ya no representaba una simple amenaza contra el beneficio privado de un empresario determinado, o realizar una manifestación no constituía un desorden público puntual, sino que constituía una fase, aspecto o pieza de la «ofensiva comunista global». Algo tan insignificante como colocar un cartel comunista en la calle se interpretaba como una amenaza directa, un acto de guerra. Tomar medidas al respecto será competencia de las administraciones tanto coloniales como postcoloniales, siguiendo las indicaciones de los manuales de contrainsurgencia. Es así como se entiende la crueldad desmedida de los métodos empleados para ejecutar a millones de personas a lo largo y ancho del planeta bajo la bandera de la «guerra contra el comunismo», así como la dimensión del genocidio. Además, el hecho de que los movimientos comunistas y los movimientos de liberación nacional se fundiesen con la sociedad civil enmarañaba aún más el asunto: la posibilidad de que cualquier persona de la periferia pudiese ser un luchador en la sombra convertía a todos en objetivos militares en potencia. Dicha caza de brujas derivó en una generalización de la paranoia y el miedo, así como en el arraigo de una cultura de la acusación. En muchos casos, se castigó, torturó y ejecutó sin pruebas a personas sin ningún tipo de vinculación con las organizaciones comunistas. En cualquier caso, no les importaba, ya que ni las leyes de guerra clásicas, ni el derecho internacional, ni siquiera la carta de los derechos humanos les servían para enfrentarse a ese enemigo que operaba en base a métodos de lucha no convencionales. Guerra psicológica, control de masas, servicios de inteligencia, escuadrones de la muerte, métodos de tortura salvajes, secuestros, desapariciones, ejecuciones selectivas y en masa… son las armas de la nueva doctrina ensayada por los imperialistas en el teatro de operaciones de nivel global. En consecuencia, en diversos lugares, la cultura de la organización desaparecerá dejando atrás una estela de exilio, encarcelamiento, muerte y poblaciones atemorizadas. En los lugares en los que los movimientos contestatarios no se disolvieron del todo, no quedará ni siquiera una sombra de lo que algún día fueron. Es comprensible, que, en diferentes países, tras todo este proceso, exista a día de hoy semejante agresividad reaccionaria ante cualquier viso de reforma política o social, por muy pequeña que sea.

La organización de una huelga ya no representaba una simple amenaza contra el beneficio privado de un empresario determinado, o realizar una manifestación no constituía un desorden público puntual, sino que constituía una fase, aspecto o pieza de la «ofensiva comunista global»

La Operación Cóndor de Sudamérica y los exterminios anticomunistas del Asia-Pacífico representan los ejemplos más claros de este terror burgués de la postguerra de la Segunda Guerra Mundial. Con la excepción de Irán, todos los países que llevaron a cabo ejecuciones anticomunistas en masa fueron aliados de los EE. UU. Además, cabe señalar que las cifras que estos genocidios nos dejan corresponden a ejecuciones realizadas fuera del conflicto militar directo. Los datos que se presentarán a continuación corresponden a estimaciones conservadoras a la baja realizadas por organismos burgueses internacionales, recogidas por Vincent Bevins en el libro El método Yakarta (19):

  • Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay (1970-1980): 50.000-90.000 muertos
  • Colombia (1984-2002): 5.000
  • Corea del Sur (1948-1950): 100.000-200-000
  • El Salvador (1979-1992): 85.000
  • Filipinas (1972-1986): 3.250
  • Guatemala (1954-1996): 200.000
  • Honduras (1980-1993): 200
  • Indonesia (1965-1966): 1.000.000-2.000.000
  • Irak (1963-1978): 5.000
  • Irán (1988): 5.000
  • México (1965-1982): 1.300
  • Nicaragua (1979-1989): 50.000
  • Sri Lanka (1987-1990): 40.000-60.000
  • Sudán (1971): 100
  • Tailandia (1973): 3.000
  • Taiwán (1947): 10.000
  • Timor del este (1975-1999): 300.000
  • Venezuela (1959-1970): 500-1.500
  • Vietnam (1968-1972): 50.000

El caso de Indonesia resulta especialmente llamativo. Al inicio de la década de los 60, era el sexto país más poblado del planeta, y se estima en cuestión de un año ejecutaron un genocidio que afectó a millones de personas; algunas fuentes hablan incluso de tres millones de víctimas. En esta masacre se emplearon los métodos más crueles que el ser humano es capaz de imaginar, que harían palidecer a cualquier agente de policía de occidente hoy. En la película The Act of Killing, los verdugos confiesan sus crímenes sin ningún tipo de complejos y con todo lujo de detalles (20). De manera consciente, abrieron rumores de que el Partido Comunista (PKI) había comenzado a asesinar a altos cargos del ejército o que se preparaba un levantamiento, a la vez que el Estado daba la orden expresa de «asesinar a comunistas» a paramilitares, mafias, islamistas y soldados. De esa manera, la purga ideológica se dio a una velocidad con la que ni siquiera los nazis hubieran soñado: prácticamente desmantelaron el PKI en cuestión de meses. Un gigante de tres millones de militantes, el mayor Partido Comunista en el mundo allende la Unión Soviética o China, quedó reducido a la nada. También aprovecharon para llevar a cabo una limpieza étnica contra la población china, y exterminar sin ningún tipo de piedad hasta a los sindicatos y organizaciones de izquierda más pequeños.

Prácticamente desmantelaron el Partido Comunista de Indonesia (PKI) en cuestión de meses. Un gigante de tres millones de militantes, el mayor Partido Comunista en el mundo allende la Unión Soviética o China, quedó reducido a la nada

Los sucesos mencionados representaron el «bautizo de fuego» (21) de los aparatos de estado recién inaugurados de la época postcolonial. A medida que demostraron la capacidad de dominar política y militarmente al proletariado local, permitieron a las respectivas burguesías nacionales de la periferia la creación de «estados independientes». Por lo tanto, a pesar de que el empleo de la violencia contra el proletariado es consustancial al poder de la burguesía, se puede afirmar objetivamente que los cuerpos policiales, fuerzas armadas y milicias de determinados lugares geográficos poseen una experiencia mayor y más actualizada.

En cualquier caso, cabe señalar la hipocresía que demuestra la moral burguesa occidental frente a semejante baño de sangre, llegando a justificar este tipo de fenómenos esgrimiendo «el atraso cultural» como argumento. De hecho, la razón es la inversa: la gran mayoría de genocidios antiproletarios de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial no pueden entenderse sin hacer referencia a las motivaciones ideológicas, los intereses políticos, la financiación económica y el entrenamiento militar de las potencias occidentales, esto es, son sucesos que corresponden a la modernidad capitalista, que han cumplido la función imprescindible de neutralizar su antagonismo. Bevins lo expresa de manera muy clara en su investigación: «La violencia que tuvo lugar en Brasil, en Indonesia y en otros veintiún países repartidos por el planeta no fue accidental, ni un efecto secundario de los principales acontecimientos de la historia mundial. Aquellas muertes no fueron «la muerte más fría y más insulsa», meros errores trágicos que no supusieron cambio alguno. Todo lo contrario. La violencia fue efectiva, parte fundamental de un proceso mayor. Sin una perspectiva completa de la Guerra Fría y de los objetivos internacionales de Estados Unidos, los hechos resultan inverosímiles, ininteligibles o muy difíciles de enjuiciar» (22).

La gran mayoría de genocidios antiproletarios de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial no pueden entenderse sin hacer referencia a las motivaciones ideológicas, los intereses políticos, la financiación económica y el entrenamiento militar de las potencias occidentales, esto es, son sucesos que corresponden a la modernidad capitalista, que han cumplido la función imprescindible de neutralizar su antagonismo

RESISTENCIA PROLETARIA EN LA PERIFERIA

A pesar de la crudeza de la represión, cabe subrayar que no todos los oprimidos de la periferia han claudicado. El ejemplo más claro de esto lo encontramos en las guerras civiles contra el Estado sostenidas por la Insurgencia Naxalita en India (23) o El Nuevo Ejército del Pueblo de Filipinas. A pesar de no ser muy conocidas en el centro imperialista de occidente, podría decirse que estos movimientos comunistas han logrado la construcción de una especie de dualidad de poder, con una fuerza social con la que ninguna organización comunista occidental del siglo XXI podría llegar a soñar. Aquí, nos detendremos a observar de manera general el caso de Filipinas.

El Partido Comunista de Filipinas (CPP) y su brazo militar El Nuevo Ejército del Pueblo (NPA) llevan en guerra con el estado desde 1968. Con la revolución socialista en el área urbana y el área rural como objetivo, dirigen a día de hoy una amplia oposición contra el gobierno autoritario de Duterte. Para ello, han tejido una red compleja a partir de las organizaciones que simpatizan con la estrategia del CPP: El Frente Nacional Democrático de Filipinas (NDFP). Tal y como se explica en un reportaje del portal Descifrando la Guerra (24), el Partido sintetiza dos líneas: por un lado, mantiene la dirección de las proclamas de reforma democráticas en los «movimientos populares», y, por otro lado, se sirve de la guerra revolucionaria de guerrillas para erosionar el poder del Estado. De esa manera, gana en referencialidad entre los movimientos antifascistas y antiimperialistas, así como entre la masa de campesinos pobres. Con la táctica del Frente Único, tratan de dinamizar la agenda política del país, a través de la creación de organizaciones en diversos sectores de la clase trabajadora y llevar a cabo planteamientos que respondan a problemáticas cotidianas desde ellas.

El Partido Comunista de Filipinas (CPP) y su brazo militar El Nuevo Ejército del Pueblo (NPA) llevan en guerra con el estado desde 1968. Con la revolución socialista en el área urbana y el área rural como objetivo, dirigen a día de hoy una amplia oposición contra el gobierno autoritario de Duterte

También han desarrollado cierta táctica parlamentaria de manera intermitente, pero no con el objetivo de calentar poltronas en el Parlamento. Son muy ortodoxos en ese sentido: crean marcas electorales con las que presentar candidaturas, y, una vez hayan alcanzado el Parlamento, se aprovechan de los privilegios que este les brinda para rebasar la censura y conseguir un altavoz mediático. Su objetivo no es ganar las elecciones, y, por lo tanto, nunca emplean su representación de manera electoralista, ya que el CPP tiene claro que las elecciones son una herramienta del estado burgués. Por el contrario, ven el Parlamento como una herramienta propagandística para poner de relieve el carácter reaccionario del Estado y poner sobre la mesa proclamas que sean compatibles con el programa socialista.

Por otro lado, el Partido debe una parte de su buena fama a su historia; en efecto, fueron los comunistas quienes defendieron el país de manera más aguerrida contra la invasión del Imperio Japonés, quienes lucharon contra el imperialismo de los EE. UU. y quienes antepusieron la independencia a la influencia de las potencias extranjeras. A día de hoy, la gran mayoría de los sectores progresistas ven su labor de Frente Social con buenos ojos, ofician matrimonios homosexuales entre guerrilleros y están ganando apoyo dentro de la minoría musulmán. También realizan un trabajo político para hacer llegar su programa a los sectores liberales, nacionalistas, religiosos e intelectuales.

A lo largo de su largo recorrido, el CPP ha iniciado diversos procesos de negociación con el gobierno de Filipinas. No obstante, estas conversaciones no han tenido nada que ver con «procesos de paz» como el de Colombia. El modelo es totalmente diferente: por un lado, los comunistas de Filipinas no aceptan ningún tipo de injerencia por parte de órganos internacionales, ni tampoco el desarme de la guerrilla. El gobierno de Colombia y los paramilitares han intensificado las masacres contra los movimientos obreros y campesinos aprovechando el desarme de los guerrilleros. El CPP ha aprendido la lección que deja este tipo de procesos y, por lo tanto, no está dispuesto a realizar ningún tipo de concesiones que puedan impulsar un proceso de desmovilización militar del NPA. Por el contrario, tienen claro que su estrategia se basa en la Guerra Popular Prolongada (GPP). Toda «conversación de paz» que se impulse se enmarca en una táctica orientada a alimentar dicha estrategia. Visibilizan que la llamada «Guerra contra el terrorismo y las drogas» llevada a cabo por el ejecutivo de Duterte no es más que una excusa para oprimir a los trabajadores y el campesinado entre la población, evidenciando el antagonismo social entre, por una parte, la coalición popular del proletariado y el campesinado pobre que desea la paz, y, por otra, bien el Estado de empresarios y terratenientes asesino y subordinado a la EE. UU. Aprovechan el inicio de las conversaciones para denunciar las masacres perpetradas contra los campesinos, el expolio de las multinacionales y el despotismo de los terratenientes, y, de paso, miden el estado de fuerza de cara a conseguir la amnistía de los presos políticos. En el 2007 consiguieron la amnistía para 1.377 militantes del CPP y el NPA. Con el objetivo de observar el tamaño actual del movimiento guerrillero, se calcula que solo el NPA contaba en 2018 con alrededor de 5.600 miembros repartidos en más de 120 frentes. Como es lógico, ha sido catalogado como «organización terrorista» por las mayores organizaciones terroristas del mundo, es decir, EE. UU. y la Unión Europea. 

CONCLUSIONES

Que el capitalismo sólo gobierna mediante la democracia es una gran mentira. La historia ha demostrado con creces que los estados de derecho de occidente no se han estabilizado hasta haber conseguido ciertas cuotas de bienestar material, y que a día de hoy una parte mayoritaria de la clase trabajadora a lo largo del ancho mundo no cuenta con ningún tipo de derechos políticos. Se ha vivido una guerra social entre los estados modernos y los diversos movimientos antagonistas de masa que ha impedido totalmente la supuesta paz social que aquí y ahora aparece como eterna. El capital ha apostado por el modelo de gobernanza de la dictadura abierta para la gestión de ese conflicto, lo que aún a día de hoy se mantiene en la gran mayoría de territorios fuera de ciertas fronteras.

Se ha vivido una guerra social entre los estados modernos y los diversos movimientos antagonistas de masa que ha impedido totalmente la supuesta paz social que aquí y ahora aparece como eterna. El capital ha apostado por el modelo de gobernanza de la dictadura abierta para la gestión de ese conflicto, lo que aún a día de hoy se mantiene en la gran mayoría de territorios fuera de ciertas fronteras

De manera correlativa, para lograr imponer socialmente el concepto de la clase media estratégico para afianzar el predominio de la burguesía, han sido necesarios asideros materiales concretos basados en el saqueo, la explotación y el genocidio. El desplazamiento de la producción industrial no está suponiendo más que una fase de estabilización de ese proceso. En la formación social capitalista, un sistema mundial basado en la lógica de acumulación de ganancia privada no es posible saciar las necesidades materiales de las amplias masas de un territorio determinado, si no es a costa de explotar y aplastar sin límites a la población de algún otro lugar. Pensar lo contrario no tiene sentido, así como pensar que las personas podemos vivir satisfechos y tranquilos trabajando 16 horas al día, mal alimentándonos, sin una higiene adecuada y bajo constante amenaza. Por lo menos una de cada diez personas vive en esas condiciones en el mundo, y, aún con niveles de organización irregulares, no siempre se deja aplastar con tanta facilidad. Mientras tanto, el rey continúa disfrutando de su banquete, aunque sabe que se sienta sobre un trono hecho de bayonetas..

REFERENCIAS Y NOTAS

(1) GEDAR LANGILE KAZETA. La muerte como oficio. (27 de septiembre de 2020). gedar.eus.

(2) GEDAR LANGILE KAZETA. Luces y sombras en el mapa (10 de septiembre de 2020) gedar.eus.

(3) Florencia Melo, M. Los países donde trabajar es peligroso (3 de mayo de 2023). statista.com

(4) Promedio de horas de trabajo (Datos estadísticos de 2021). Clockify.me

(5) Pasquali, M. ¿Cuántas horas por semana trabajan los latinoamericanos? (12 de abril de 2023). Statista.com.

(6) Promedio de horas de trabajo (Datos estadísticos de 2021). Clockify.me.

(7) GEDAR LANGILE KAZETA. Munduko biztanleriaren %29k ez du kalitatezko ur edangarrira sarbiderik (17 de marzo de 2023). Gedar.eus.

(8) Unicef. Trabajo infantil: estimaciones mundiales 2020, tendencias y el camino a seguir. Unicef.es.

(9) Confederación Sindical Internacional, Índice Global de los Derechos de la CSI 2022. Bruselas, 2022. Globalrightsindex.org. El CSI envía cuestionarios a los sindicatos de todo el mundo para que informen acerca de la violación de derechos de los trabajadores. Estas se registran anualmente entre abril y marzo, y se verifican. Posteriormente, se analiza cada uno de los países en base a 97 indicadores y la jurisprudencia de la Organización Internacional del Trabajo para crear un índice que refleje las violaciones de derechos laborales al nivel de las leyes y en la práctica.

(10) Público. La impunidad arropa los asesinatos de 2.800 sindicalistas colombianos (13 de marzo de 2013). Público.es.

(11) Telesur. El 64% de asesinatos de sindicalistas en el mundo se producen en Colombia (9 de mayo de 2013). Telesurtv.net.

(12) Confederación Sindical Internacional. Índice Global de los Derechos de la CSI 2020. Bruselas, 2020. Globalrightsindex.org.

(13) Confederación Sindical Internacional. Índice Global de los Derechos de la CSI 2022. Bruselas, 2022. Globalrightsindex.org.

(14) Echeverri, J.A. El país de los 3.240 sindicalistas asesinados (21 de septiembre de 2020). Ail.ens.org.co.

(15) GEDAR LANGILE KAZETA. Filipinetako Alderdi Komunistako militanteen erailketak salatu dituzte (21 de abril de 2023). Gedar.eus.

(16) GEDAR LANGILE KAZETA. Indonesian hamar urterainoko kartzela.zigorrekin zigortuko dute lan politiko komunista (9 de diciembre de 2022). Gedar.eus.

(17) Trinquier, R. La Guerra Moderna. Librería del Ejército, Madrid, 1963.

(18) Bevins, V. El método Yakarta: La cruzada anticomunista y los asesinatos masivos que moldearon nuestro mundo. Capitán Swing. Madrid, 2021. P. 16.

(19) Ibídem. P. 381-384.

(20) Oppenheimer, J. (Director). (2012). The act of killing [Película]. Final Cut for Real, Arts and Humanities Research Council (AHRC), Radio (DR), Spring Films, Novaya Zemlya, Piraya Film.

(21) Se hace referencia a la primera vez en la que un soldado participa en un conflicto armado. También se utiliza para denominar el primer asesinato que cometen las personas que acaban de ingresar en una organización militar para mostrar su fidelidad a sus superiores.

(22) Bevins, V. El método Yakarta: La cruzada anticomunista y los asesinatos masivos que moldearon nuestro mundo. Capitán Swing. Madrid, 2021. Pp. 14-15.

(23) Llopis, A. Introducción a la cuestión Naxalita (22 de diciembre de 2018). Descifrando la guerra.es.

(24) Marrades, A. La insurgencia comunista en Filipinas (28 de noviembre de 2018). Descifrandolaguerra.es.

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