Imagen de la portada del número cinco de la revista Arteka FOTOGRAFÍA / Arteka
Martin Goitiandia
2020/05/08

Dicen que estamos en crisis. Dicen que vivimos una crisis de salud con este COVID-19. Pensaba que estábamos en crisis desde la crisis financiera del 2008, pero parece ser que esta situación va a generar una nueva crisis económica. Al mismo tiempo, parece que la crisis social es una terrible consecuencia de estas crisis económicas: crisis de la vivienda, crisis de la igualdad de género, crisis de la cultura… Y esta crisis social, con una perspectiva global, se convierte en una crisis mundial: crisis alimentaria, crisis ecológica, crisis de la paz, crisis geopolítica, etc. En tiempos de crisis, por tanto, pasamos de la crisis política -crisis de la democracia- a la crisis de nuestra moral; llegando de una crisis emocional a una crisis existencial. Parece que tenemos una crisis para cada aspecto de la vida. Pero la cosa no termina ahí, porque también era muy difícil saber cuándo empezaba o terminaba la crisis. En el ámbito sanitario, por ejemplo, alrededor del 2016 se produjo la crisis del virus Zika, en el 2019 y el 2014 la del Ébola, en el 2014 la del Polio, o en el 2009 la de la gripe H1N1 (sólo declaradas emergencias globales por la OMS). La misma pregunta podemos hacernos sobre otras crisis: ¿cuántas crisis ha habido en cada ámbito? ¿Cuándo han empezado y cuándo han terminado?

En el campo de las llamadas crisis económicas, a principios del siglo XX se convirtieron en muy frecuentes los institutos de análisis de la coyuntura, entre los que se encuentra el DIW de Berlín. En ellos se consideraban capaces de encontrar el origen y características (duración, frecuencia…) de las crisis mediante el análisis de datos estadísticos y modelos matemáticos. En torno a esta idea se plantearon diferentes orígenes de la crisis: el cambio de precios, la tecnología y la invención, la cosecha y los factores naturales, la descoordinación entre los sectores, la tasa de interés, el crédito y el endeudamiento, los costes laborales, la falta de consumo, etc. Todos estos análisis se derivaron del programa que el Instituto DIW fijó en su primer año: «Los trabajos del instituto alemán van paralelos a los de Harvard. Harvard, así como otros intentos análogos, impulsan en primera línea la sintomática. (…) Cuanto más completamente el cuadro sintomático abarque los síntomas, tanto con mayor seguridad se puede establecer el diagnóstico». Sin embargo, aunque las academias positivistas vigentes hicieron muchos intentos en este sentido, no pudieron explicar la esencia de la crisis. De hecho, estaban analizando las consecuencias de la crisis, no su causa. Lejos de explicar la crisis, se limitaron a describirla.

De igual manera, no podemos explicar la crisis actual con una mera descripción de la situación. Esto significa que conocer con exactitud el número de muertos o el número de ERTEs permite percibir la situación, pero no ofrece la capacidad de entenderla. Esta cuestión «metodológica» es de vital importancia, ya que si se establece la causa de la crisis en un factor coyuntural, la respuesta a la misma estará necesariamente ligada a la coyuntura. Por el contrario, si el motivo de la crisis se sitúa en el propio sistema productivo, se deduce que todo el sistema debe ser transformado. Por eso se ha obsesionado la academia burguesa con asociar la crisis a factores coyunturales; porque si se relaciona con la acumulación de capital se pondría en cuestión el origen del poder burgués. El caso de la COVID-19 no ha sido una excepción. Esto no quiere decir que la enfermedad no tenga nada que ver con la situación que llamamos crisis, sino que no la explica.

Si se establece la causa de la crisis en un factor coyuntural, la respuesta a la misma estará necesariamente ligada a la coyuntura

La imposibilidad de entender la situación que vivimos no deriva de un mal análisis económico o sanitario, sino de una incapacidad para situar la situación en una totalidad. Cuando David Ricardo estudió la relación entre el trabajo y los medios de producción en la producción no vio problemas, mientras que Marx señaló la tendencia a la decadencia y el origen de la crisis al analizar la relación entre el capital constante y el variable en la producción capitalista. Ambos hablaban del mismo suceso, pero las conclusiones fueron muy distintas. Dentro de la totalidad capitalista, todas las crisis tienen su origen en la decadencia del capital; son expresiones de esa decadencia. La intuición nos dice que vivimos la crisis por consecuencia del coronavirus, pero la crisis tiene su origen en el carácter capitalista de la sociedad y luego se une con factores coyunturales y no al revés. El virus COVID-19 no lo ha creado el capitalismo (que nosotros sepamos), pero sí el paro y la pobreza que vivimos, la violación sistemática de las libertades políticas, la escasez… Hablando en general, las enfermedades son un fenómeno natural, pero el hecho de que África tenga el 25 % de las enfermedades del mundo, no. Asimismo, si vemos al COVID-19 como un simple desastre natural, todos estamos en el mismo bando y podemos seguir hablando del «sacrificio que todos debemos hacer». Por el contrario, si situamos la pandemia en el seno de la formación social capitalista al que corresponde, tenemos otro capítulo de la lucha entre clases irreconciliables.

Pero esto no es un simple choque entre diferentes puntos de vista, ya que la lucha contra el carácter capitalista de la crisis conduce a la necesidad de la revolución socialista, mientras que la respuesta ante una crisis coyuntural y aislada nos lleva, en cambio, al reformismo de la socialdemocracia. Esta segunda posición se refleja claramente en las líneas de trabajo que marcan los referentes intelectuales, sindicales y políticos del reformismo más radical de Europa. El Partido de la Izquierda Europea, por ejemplo, aúna muchas expresiones de la llamada «izquierda radical» o «anti-capitalista»: Syriza, Die Linke, IU, PCF, y comparte un grupo parlamentario más amplio con Bildu, el Sinn Fein y la izquierda verde escandinava. Las declaraciones que estos han realizado a raíz de la situación creada por el coronavirus son ilustrativas: «No podemos omitir la causalidad de la situación más allá de la incuestionable agresividad del nuevo virus. (…) han sido las políticas neoliberales imperantes en muchos estados y el austericidio consecuente en agresión sostenida, lo que nos ha llevado a la mercantilización/privatización y debilidad de los sistemas públicos de sanidad. En este estado de fragilidad, la carga de estrés provocada por la pandemia ha resultado insuperable». Esta causalidad sitúa el origen de la situación de crisis en la reducción del peso del gasto público. De este modo, es necesario que la actividad política de esta «izquierda radical» se limite a aumentar el gasto público. Podemos confirmar esta práctica en el ámbito sindical, por ejemplo en propuestas de la Confederación Europea de Sindicatos (CES): «Que se permita a los Estados miembros de la Unión destinen recursos para frenar estas catástrofes sin que se les penalice por ello» -significa la derogación del pacto de estabilidad-; «que la UE ponga a disposición fondos (…) que el Banco Central Europeo intervenga mediante estímulos económicos; acabar ya con las políticas de austeridad, tanto en lo que se refiere al gasto como en lo que tiene que ver con los servicios públicos».

Aunque habrá sus matices en cada partido y en cada sindicato, poner la intervención del estado en el centro de la crisis es un rasgo característico de la política reformista. Economistas como el conocido francés Thomas Piketty, representan la expresión intelectual de este keynesianismo demócrata (lo que en Estados Unidos son Krugman o Stiglitz). Piketty, junto con otros 400 economistas, envió un manifiesto al Consejo Europeo a favor de los eurobonos fracasados (para financiar el gasto público). Todos ellos, manteniendo la tradición del pensamiento burgués del DIW, relacionan la crisis con uno u otro factor coyuntural: la actual a la carencia de la salud pública, la del 2008 al sector financiero no regulado… La actividad política ligada a este pensamiento se limitará siempre a reformar estos factores coyunturales; esto es, a reformar los elementos dañinos puntuales sin comprometer la naturaleza de la sociedad.

Esta actividad política, hoy dominante, no deriva de una decisión o análisis erróneo de estos partidos y sindicatos, sino de su naturaleza política. En su visión de hacer política se abre un abismo infranqueable entre la situación que vivimos y la situación que debería ser. Caracterizan esa situación que debería ser en contraposición a cada manifestación de desequilibrio crónico provocado por el capital. Como se ha dicho anteriormente, consideran factores de una situación «normal» o perturbación coyuntural: frente a la pobreza y la desigualdad, redistribución y justicia social; frente a la política contra la clase trabajadora, un estado más democrático; o, en la situación que vivimos, una sanidad pública universal. Mezclando los valores del liberalismo clásico con los conceptos que afectan a la indefinición, contraponen a cada ausencia de la situación actual una característica de la situación futura. Sin embargo, partiendo del carácter capitalista de la situación en la que vivimos, no hay un momento que esté separado, sino el desarrollo de las contradicciones de la misma situación. Esto significa que en la situación que vivimos, en el capitalismo, la superación de sí mismo está dada, por lo que no hay necesidad de una proyección diferenciada de lo que debería ser. Si no se toma como fundamento que la situación en la que nos encontramos son determinadas relaciones históricas (capitalistas), esa situación dada se perpetúa, por lo que no hay otra alternativa que plantear una situación que debería ser. En cambio, si se interioriza que la situación actual es un conjunto de relaciones sociales determinadas, el atributo de la transitoriedad se encuentra en su propia naturaleza. En este segundo caso el principal reto es, por lo tanto, liberar esa potencialidad de la situación que vivimos. Los reformistas se jactan de tener en cuenta la situación inmediata porque dicen ser «realistas» a diferencia de los demás, pero no hay ninguna mediación para llegar a la situación que proyectan, por lo que es inevitable perpetuar esa situación inmediata o «normal». Es decir, no hay nada más utópico que un reformista.

Sin embargo, partiendo del carácter capitalista de la situación en la que vivimos, no hay un momento que esté separado, sino el desarrollo de las contradicciones de la misma situación

¿Cómo vamos a convertir, entonces, «la crisis del coronavirus» en una oportunidad para avanzar en la liberación de ese potencial? Como hemos dicho, es el germen del cambio que queremos dar en la situación actual. Si aspiramos a este cambio, debemos orientar conscientemente el desarrollo histórico que normalmente se da por sí mismo. Esto significa que, en la medida en que entendemos que las relaciones sociales capitalistas -que en la situación actual se nos presentan congeladas, eternizadas o cosificadas- son cambiantes e históricas, tenemos el propósito de guiar su cambio. Queremos marcar un rumbo entre todas las mediaciones complejas que hay en el tránsito de un momento histórico a otro. Esto supone una enorme fuerza material; suficiente para orientar el curso de la historia. Nada más golpear el mal de la COVID-19, la burguesía ha aprovechado para aumentar su fuerza material: control social, militarización de las calles, duras medidas jurídicas, ampliación de los aparatos de estado, reforzamiento de la explotación, mayor control de la educación, impulso de la propaganda ideológica de los medios de comunicación, alimentación de un discurso humanitario desclasado… Sus fuerzas materiales serán reaccionarias, porque, como hace el reformismo, básicamente perpetúan la situación que vivimos.

En contraposición a lo anterior, el proletariado es en sí mismo el portador del potencial o semilla de la situación actual. Esta clase social, en general, tiene el potencial de percibir la totalidad capitalista tanto en la crisis del coronavirus como en cualquier otro momento puntual. Esta percepción no es, sin embargo, un cambio de pensamiento en la mente de cada uno de los miembros de la clase obrera, ya que el individuo siempre se encontrará impotente frente a las leyes (no sólo jurídicas, sino también económicas, laborales, morales, culturales…) que gobiernan el mundo que él conoce. En cambio, revela el ser social para transformar la situación que vive una clase social que tiene unas condiciones; conciencia de clase de la práctica que debe realizar. Dicho así la cuestión puede parecer críptica y oscura, pero la conclusión más clara que se puede extraer es la necesidad de esa fuerza material: la fuerza para orientar a la clase trabajadora misma en un proceso consciente.

De nada sirve hablar de lo que hemos mencionado sobre el proceso histórico; sacar las entrañas al cambio histórico, resaltar el carácter histórico de la situación en la que nos encontramos o hablar de los límites del reformismo si no tenemos la capacidad material para encauzar el proceso

De nada sirve hablar de lo que hemos mencionado sobre el proceso histórico; sacar las entrañas al cambio histórico, resaltar el carácter histórico de la situación en la que nos encontramos o hablar de los límites del reformismo si no tenemos la capacidad material para encauzar el proceso. Esta no es una forma de menospreciar el esfuerzo realizado para desarrollar las tesis políticas, tanto a raíz de la crisis del coronavirus como en general, sino la afirmación de que esas tesis se pudrirán sin fuerza material. La primera verdad que debemos interiorizar es esta: debemos aspirar a ser una conexión entre el socialismo científico y las masas. De no ser así, nuestras hipótesis no tendrán sustrato, y mucho menos posibilidad de realización. Tanto en esta como en cualquier otra crisis del coronavirus la burguesía refuerza su posición material, pero al mismo tiempo en estas crisis se encuentra el potencial de detectar la vulnerabilidad y fragilidad de la situación en la que se encuentra la clase trabajadora y de actuar de forma consecuente. El rumbo de la historia es, por decirlo de alguna manera, una cuestión de fuerza. Si en el momento histórico no tenemos la fuerza suficiente para mediar, la historia pasará por encima de nosotros.

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