Toda crisis de poder se manifiesta violentamente. Esa violencia no acostumbra a ser, empero, la sirena que anuncia el final de un orden social, sino que el medio para su restitución, para un equilibrio de poder renovado. La violencia es la evidencia más clara de la renovación del orden imperante, es inherente a ese orden, y no una exterioridad que la amenaza. Allí donde parecía imperar un equilibrio, tal apariencia se resquebraja y da pie a nuevas expresiones de recentralización autoritaria. El Estado interviene de manera visible en la economía, si no convirtiendo dinero en capital, mediante inyecciones ficticias, sí lo hace redefiniendo las condiciones de reproducción social del conjunto de la sociedad, aunque de manera disímil, y con resultados políticos dispares.
Para ello tiene como comadrona a una clase media que clama por mayor intervención estatal sobre los procesos de vida de la sociedad; mayor control como respuesta a una crisis que identifican como crisis por despreocupación política, o falta de intervención por parte de la voluntad popular hecha Estado. Control sobre el proletariado, que es irresponsable, incumple las leyes y se ve sumido en el caos cuando todo poder coercitivo que la normalidad económica capitalista ejerce sobre él desaparece. Exigencias políticas de una izquierda que raya el autoritarismo fascista, y que adquiere particularidad en situaciones ya normalizadas. Vecinos que la única conexión que tienen con sus semejantes es mediante el Estado, su policía, previa llamada telefónica. Insolidarios vestidos de solidarios que, con indiferencia total para con el prójimo tildan a terceros de insolidarios y los denuncian frente al Estado. Insolidarios que acatan no las medidas colectivas conscientemente adoptadas, sino que las impuestas por la burguesía, mediante sus representantes políticos, y lo hacen por miedo, no solo al poder positivo ejercido por el Estado, sino que a su poder negativo, al vacío que genera sobre el individuo desprovisto de poder la desaparición de esa figura de autoridad, a la que llama y acude en situaciones de debilidad. Todas esas muestras de mutua preocupación, de recurso al intervencionismo estatal, son formas antagónicas a una organización comunista de la sociedad, y nada tienen que ver con la solidaridad, más bien son expresiones del individuo egoísta.
Qué duda cabe de que el Estado es la colectividad enajenada, la voluntad social que adquiere cuerpo objetivo y se independiza de esa misma sociedad. En ese proceso reside el control social como control especifico sobre el proceso de reproducción de la clase obrera, y no como mero proceso de sistematización de la información o de ordenación social sin sujeto. Control social no significa subordinarse a las medidas adoptadas por una colectividad. Tampoco norma ni autoimposición social, u orden conscientemente determinado, que es la base objetiva de la libertad individual. El control social tiene como objetivo el sometimiento de clase, ese es su contenido diferenciador del orden en general. Y es que es orden para el capital, para una mayor racionalización de la explotación capitalista de la fuerza de trabajo y de la producción a gran escala de plusvalía y poder de clase. La información que pueda recabar el órgano para la dominación de clase, por ello, no se emplea en favor de un colectivo de individuos libres, sino que contra él. La información no es poder, sino que el poder es información, sustracción constante de la misma y monitorización social sobre el individuo con fines de sometimiento.
Control social no significa subordinarse a las medidas adoptadas por una colectividad. Tampoco norma ni autoimposición social, u orden conscientemente determinado, que es la base objetiva de la libertad individual. El control social tiene como objetivo el sometimiento de clase, ese es su contenido diferenciador del orden en general
De esta manera, resultan irrisorios los lamentos de la clase media por la falta de libertad, al tiempo que llaman libertad a una mayor estatalización autoritaria de las relaciones intersubjetivas. Cumplir con las leyes impositivas del Estado capitalista nada tiene que ver con la solidaridad ni con el colectivo que se reconoce a sí mismo y se regula conscientemente, siendo esta regulación condición de su propia existencia. Al contrario, obedecer no deja de ser, bajo estas condiciones sociales, acatar y rendirse, plegarse a una voluntad ajena, la de la clase dominante, y hacerla propia, hegemonizarla socialmente como voluntad propia por el bien común. Ese es el eslabón intermedio de la dominación de clase, una clase media que no es tal solo porque disfruta desinteresadamente de unas condiciones económicas a medio camino entre la burguesía y el proletariado, sino que porque media entre ambas clases antagónicas, y media como solo se puede mediar en una confrontación como tal: en pro del orden social imperante, a favor de la burguesía, por el sometimiento del proletariado. Esa es la condición objetiva de la clase media, a la que se aferra y no está dispuesta a dejar escapar. De tal manera se somete al Estado, voluntariamente, con el fin de reproducir su existencia en el seno del mismo, al cual se encuentra condicionada y sin el cual no existiría.
Vemos cada vez más cómo la clase media reclama control social: políticas de salario indirecto mediadas por el Estado que monitoriza la vida de quien opta a las mismas; exigencias de salarización directa mediante intervención estatal en las esferas que escapan a la misma, como puede ser en diferentes ramas de cuidados; valorización violenta de todo espacio de vida, y control numérico sobre todas nuestras relaciones, sometiéndolas a la racionalización capitalista de la ley del valor; y un largo etcétera de políticas filofascistas de control social encubiertas de defensa de derechos, igualdad y preocupación por los más débiles, al tiempo que solo cosifica nuestras relaciones sociales y nos hace más dependientes frente a un poder político y una estructura objetiva para la cual no somos más que números y medios desechables.
Vemos cada vez más cómo la clase media reclama (...) políticas filofascistas de control social encubiertas de defensa de derechos, igualdad y preocupación por los más débiles, al tiempo que solo cosifica nuestras relaciones sociales y nos hace más dependientes frente a un poder político y una estructura objetiva para la cual no somos más que números y medios desechables
Ese es el papel de la clase media en la racionalización de la explotación de clase, papel que, como contra balance, se transmuta necesariamente en su contrario: frente al autoritarismo, mayor anarquía social, despreocupación por nuestros compañeros, nuestra gente y más concretamente nuestra clase. Atomización, democracia y enajenación del poder en las estructuras estatales de la burguesía. Falta de compromiso, solidaridad y unidad de acción política en el proletariado, que es educado por figuras autoritarias de disciplinamiento social, a sangre y fuego, si no es en el trabajo, con el látigo, lo es en el espacio público, mediante la marginalización, señalamiento, manipulación y mentira, ataques personales y presión social.
Control social no es sistematizar información. Ni siquiera racionalizar la reproducción social. Control social es ordenar toda esa información de tal manera que sea accesible y útil para la burguesía, para ser empleada no a favor del bien común, sino que de su clase. Y en ese proceder son diversos los mecanismos de disciplina empleados contra el proletariado, por la salvaguarda del poder del enemigo de clase. Todo avance social, toda información de interés, es monopolizada por la burguesía para ser empleada en contra del proletariado. Ese es el fundamento concreto que diferencia al tratamiento de la información, al orden social y a la colectividad como procesos específicos de control social: que todo ese proceso este gobernado por la burguesía, que la convivencia social sea sometimiento al poder de clase burgués y que la colectividad no sea más que el terreno en el que se sistematiza todo el proceso de sometimiento. No buscamos el desorden y el descontrol. Buscamos un nuevo orden, sin clases ni explotación.
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