FOTOGRAFÍA / Tulyppe & Zoe Martikorena
2024/07/01

Casi como cada año, el presente pasará a la posteridad y será recordado por el gol que conquistó el título de la Eurocopa o por quien fuera el anfitrión de los Juegos Olímpicos. Y es que, como ya es habitual, junto al calor, en verano llegan los grandes chapuzones de masas, con la celebración de una nueva edición del acontecimiento urbano de turno.

Las previas suelen ser de sumo interés y muy esclarecedoras: las disputas entre grandes estados para poder atraer estos acontecimientos a los confines de sus fronteras demuestran que lo que ocurre en el campo de fútbol o dentro de la pista de atletismo son cuestiones contingentes; de muy poca importancia. Todos los pretendientes acceden a una especie de concurso donde han de demostrar que su estado cumple con las condiciones necesarias para poner en marcha en el mismo un gran campo de concentración en el cual llevar a cabo un experimento social.

Todos los pretendientes acceden a una especie de concurso donde han de demostrar que su estado cumple con las condiciones necesarias para poner en marcha en el mismo un gran campo de concentración en el cual llevar a cabo un experimento social

Desde luego que las condiciones que han de cumplir los anfitriones están íntimamente relacionadas con la capacidad de llevar a cabo estos acontecimientos. Es por ello que el análisis de los requisitos exigidos para organizar un acontecimiento de ese tamaño dice mucho sobre la naturaleza de los mismos: no importan el buen gusto por el fútbol o el mérito de los atletas, o el arraigo que pueda tener un determinado deporte en un país u otro, lo importante es tener la capacidad de llevar a cabo el hecho social mismo y poder garantizar que cumple con los objetivos que le han sido establecidos. Por ello, es determinante la capacidad de disponer de un plan de seguridad, coerción y control social suficiente para organizar dichos acontecimientos.

Algo lógico, claro. Lo ilógico sería buscar en unas Olimpiadas algún tipo de relación de las mismas con el deporte. O quizás habría que aceptar que el llamado deporte en realidad es eso: un elemento cultural de constitución de una determinada estructura social. Algo más que una simple actividad física o, incluso, que la competitividad en el seno de una actividad colectiva. En cualquier caso, como decimos, cuando los requisitos que se exigen tienen más que ver con el acontecimiento social que con aquello que dice ser su contenido (el deporte), quizás debiéramos concebirlo a la inversa: el deporte es la excusa, el medio transfigurado del verdadero contenido.

Cuando los requisitos que se exigen tienen más que ver con el acontecimiento social que con aquello que dice ser su contenido (el deporte), quizás debiéramos concebirlo a la inversa: el deporte es la excusa, el medio transfigurado del verdadero contenido

Si eso no fuera así, estos eventos no se organizarían. Ni siquiera por dinero. El beneficio económico de empresas y estados, si bien importante, no justifica por sí mismo la organización de tales eventos. No es suficiente. La naturaleza de estos eventos invita a pensar que ni el deporte ni el dinero captan adecuadamente su verdadero propósito, el verdadero contenido de los mismos: el control social, la disciplina social… En definitiva, la lucha de clases de la burguesía contra el proletariado. 

Desde luego que a nadie se le escapa las ingentes cantidades de dinero que mueven estos espectáculos sociales. Nadie duda de quienes son los beneficiarios y de que, entre ellos, se encuentra un buen puñado de políticos. Pero la aportación genuina de estos eventos suele ser, precisamente, la instauración de nuevas medidas de seguridad, nuevas leyes y protocolos, el desplazamiento de miles de personas y reestructuración socio-urbana del espacio… Esto es, la extensión de la lucha de clases en un terreno cualitativo renovado con la excusa del deporte y del derecho a disfrutar del mismo con plena seguridad.

La aportación genuina de estos eventos suele ser, precisamente, la instauración de nuevas medidas de seguridad, nuevas leyes y protocolos, el desplazamiento de miles de personas y reestructuración socio-urbana del espacio… Esto es, la extensión de la lucha de clases en un terreno cualitativo renovado con la excusa del deporte y del derecho a disfrutar del mismo con plena seguridad

Si eso no fuera así, ninguno de estos acontecimientos tendría sentido alguno. El beneficio económico de empresarios y políticos puede acaso explicar el impulso espontáneo de la burguesía de un determinado estado a optar por la candidatura de anfitrión, pero no explica de ningún modo la organización continuada, a escala mundial, de tales eventos. El cerebro colectivo de la burguesía busca algo más que enriquecer a una fracción nacional de la misma: busca imponer las condiciones para que eso pueda seguir ocurriendo, esto es, determinar el marco de la lucha de clases donde el proletariado siga siendo la clase subordinada. Es un hecho político (la subordinación) el que explica la posibilidad económica (que la burguesía se enriquezca explotando al proletariado). Sin una teoría del sometimiento del proletariado y de la lucha de clases, no podemos entender la realidad económica de la explotación de clase.

Así pues, los eventos deportivos de los que hablamos son en realidad un gran laboratorio social que buscan extraer datos que posibiliten el desarrollo de la técnica de control social. Esto es, son herramientas de la burguesía en la lucha de clases para subordinar al proletariado. Si fuera por amor al deporte, no se organizaría un acontecimiento que se reconoce como peligroso para la seguridad. Tampoco se harían en grandes metrópolis urbanas, con todos los problemas que ello genera. Y si se hace así, eso es precisamente porque el espacio urbano de la metrópoli se supone como un futurible campo de batalla de una guerra civil latente.

Estos acontecimientos son actos de masas inducidos con el fin de perfeccionar la maquinaria de guerra de la burguesía, adaptada a la composición de clase del proletariado actual (desarraigado, con trabajo a tiempo parcial o desempleado crónico, concentrado en grandes urbes y sin posibilidad de afiliación sindical o encuadramiento colectivo en estructuras formales legalizadas…) y a sus potencias subjetivas (la organización territorial expansiva de los comunistas como única posibilidad, esto es, la guerra abierta por el control del espacio). 

Por ello, se impulsan congregaciones sociales y actitudes que permitan procesar los comportamientos de masas en datos que faciliten depurar la maquinaria de represión y control social. En definitiva, desde el punto de vista de la burguesía, estos eventos son una especie de simulación de una guerra entre clases, en la forma moderna congruente con la composición de clase del proletariado.

Es por eso que muchos de los datos procesados se refieren a la actitud y al comportamiento físico en el espacio. Con ello se busca una especie de reglamentación de la movilidad social que permita analizar movimientos que puedan ser asimilables a actitudes de masas en una futurible guerra estratégica en el seno de la metrópoli capitalista. Un impulso científico por analizar la psicología de masas y desarrollar los mecanismos de control social apropiados para los tiempos que vivimos, de crisis capitalista crónica y de extensión de la miseria, en medio del recrudecimiento del antagonismo de clase y la amenaza de la revolución social.

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