Parte de la portada del número 17 de la revista Arteka FOTOGRAFÍA / Edu Vidiella
2021/05/01

Como ya es habitual, las efemérides resultan en celebraciones y reivindicaciones de diversos tipos, pero rara vez conllevan al análisis de los sucesos en cuestión y a su reapropiación no superficial, esto es, a una reapropiación que no tenga como fin la reivindicación de una estética, o anular una posibilidad por el simple hecho de generalizarla –¿si incluso quienes niegan la actualidad de la revolución socialista reivindican la Comuna, no será que carece de importancia?–, sino que tomar posición real frente a lo establecido.

Para los comunistas, la Comuna de París no es un acontecimiento a celebrar, un suceso histórico que queda en un lugar recóndito de nuestro pensamiento al que recurrimos cuando la coyuntura efímera lo exige, y solo si lo exige, sino que una experiencia viva del proletariado, que hay que reivindicar en el sentido de realizar el proceso histórico para el que, y en el que, nació la Comuna, y no como simple recuerdo de tiempos pasados a los que no podemos acceder.

La Comuna de París no es un suceso histórico que queda en un lugar recóndito de nuestro pensamiento al que recurrimos cuando la coyuntura efímera lo exige, es una experiencia viva del proletariado, que hay que reivindicar en el sentido de realizar el proceso histórico para el que, y en el que, nació la Comuna

Muchas veces, el recuerdo de un suceso histórico trata precisamente de anular su actualidad. Para ello, es suficiente desconectarlo de su necesidad objetiva, históricamente determinada, y presentarlo como un ejemplo de valentía, incluso de grandes dosis de voluntad y compromiso, todos ellos valores ahistóricos, siempre unidos a la casualidad derivada de un cúmulo de condiciones igualmente casuales. Al fin y al cabo, el acontecimiento consiste en convertir en casualidad la necesidad, que es lo mismo que convertir innecesaria o relativa la organización por la emancipación de la clase obrera. Así surge la épica, esa gran reaccionaria que reivindica los sucesos históricos de manera superficial y, con ello, niega su necesidad en tanto que sucesos históricamente determinados, que no nacen por los valores abstractos de sus participantes, sino que estallan como contradicción social inmanente del sistema capitalista.

Es por ello que no resulta sorprendente ver a la socialdemocracia reivindicar la Comuna de París, desde la condescendencia hacia el pasado, y porque lo sucedido no se puede borrar, pero sí acaso ocultar, siendo necesario para ello reivindicar. Tampoco sorprende que la socialdemocracia reivindique la Comuna parapetada tras el sindicato, aunque sea en detrimento de las lecciones de la Comuna. Que sea un sindicato el que reivindique un proceso político de emancipación de la clase obrera es prueba irrefutable del reformismo obrerista, que solo concibe a la clase de manera parcial, y totalmente mutilada en el puesto de trabajo, condenándola a ser, no sujeto de producción de la vida social, esto es, sujeto revolucionario, sino que objeto de mediación de poder ajeno, sujeto a explotación.

Que sea un sindicato el que reivindique un proceso político de emancipación de la clase obrera es prueba irrefutable del reformismo obrerista, que solo concibe a la clase de manera parcial, y totalmente mutilada en el puesto de trabajo

Trataremos de huir de esa concepción superficial, que identifica a la Comuna con la clase obrera, simple y llanamente porque fueran obreros los que la organizaron. Es más, ni siquiera fueron únicamente obreros los que participaron en ella, por lo que tal identificación resulta de la necesidad que los hechos imponen a sus lectores de tomar posición, y definirse a sí mismos, tergiversando la realidad. Debemos evitar, asimismo, toda idealización de la clase obrera. Una estrategia es «obrera», e inherente a la clase obrera, siempre y cuando parta de su condición objetiva en el proceso general de producción social, y hace suya esa condición. Pero, al mismo tiempo, esa condición objetiva que posibilita la revolución socialista, no es positiva en sí misma, ni siquiera en el sentido común de la palabra. La clase obrera, que por su condición objetiva puede reapropiarse de todas las condiciones de la producción social y organizarlas de manera consciente, es hoy en día un ser socialmente mutilado en tanto que sujeto, pero en cambio consciente, y organizador de la producción, en cada unidad productiva del capital, y también administrador de los asuntos comunes de los capitalistas en el estado. Esto es, las funciones de dirección inmediata del proceso social capitalista recaen sobre el conjunto de la clase obrera, que está obligada a administrar para posibilitar la producción poder ajeno, o capital. No podemos caer en la idealización de tal condición, ya que es precisamente una condición para realizar su negación, esto es, la revolución socialista que ha de superarla. De lo contrario, se cae en reformismo perpetuador de lo dado, que idealiza a la clase obrera como productora de todo lo existente, tal y como el capital la ha construido.

La Comuna de París es importante sobre todo porque pone en cuestión a la clase obrera misma. En palabras de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), La Comuna es «la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo», esto es, la forma en la que puede desarrollarse la abolición de las clases sociales en el comunismo. Pero esa forma no es tal porque sean obreros quienes la desarrollan, sino que son los obreros quienes la desarrollan porque es la única forma en la que pueden realizar su emancipación. La diferencia es sustantiva: no todo lo que hace la clase obrera conduce a su emancipación, y no todas sus luchas épicas están mediadas por la conciencia revolucionaria. Asimismo, la Comuna es la forma en la que ha de realizarse la emancipación, pero puede no desplegar todas sus potencias como necesidad y caer en la derrota porque su contenido, esto es, las medidas políticas adoptadas, no se correspondan con su quehacer histórico. Así pues, la Comuna no es tampoco un ideal, es la forma que ha de adquirir la emancipación del trabajo, y como tal la que ha de desplegar en concordancia las potencias políticas que le corresponden. Esto es inherente a la lectura realizada por la AIT, en la que se señalan las deficiencias de la dirección política de la Comuna, copada mayormente por pequeñoburgueses, proudhonistas y blanquistas, pero se defiende a la misma como forma necesaria de organización social para superar el capitalismo.

No todo lo que hace la clase obrera conduce a su emancipación, y no todas sus luchas épicas están mediadas por la conciencia revolucionaria

La necesidad de la Comuna se corresponde con la necesidad de superar las relaciones de producción capitalista. Esto es, la Comuna, la organización social consciente articulada en diferentes escalas, es la abolición de las potencias sociales del capital, de la producción mercantil o privada, y la realización inmediatamente social de la producción. Como tal, ha de abolir, por convertir en superfluas y anacrónicas, las figuras sociales y políticas que encarnan la personificación del capital: la burocracia, la policía y el ejercito permanente, tres instancias que surgen como enajenación de las potencias sociales en la mercancía. La perpetuación de las mismas es la prueba evidente de la perpetuación de las relaciones sociales capitalistas y la derrota de la Comuna, esto es, de nuestra potencia social emancipatoria.

La necesidad de la Comuna se corresponde con la necesidad de superar las relaciones de producción capitalista

Así pues, la reivindicación de la Comuna va más allá de una mirada retrospectiva de museo, para convertirse en la reivindicación de la revolución socialista. La Comuna no fue una lucha específicamente localizada en París, que surgió como estallido causado por una situación histórica especial e irrepetible, como lo era la guerra franco-prusiana. Tampoco la Revolución Soviética puede ser explicada como producto de la I. Guerra Mundial. Eso acaso puede coadyuvar en una coyuntura política favorable para desplegar las potencias sociales del proletariado. Pero las potencias siguen ahí presentes, objetivamente determinadas en el capital, y siguen haciendo necesaria la experiencia de la Comuna, y de la Revolución Socialista Mundial, no como experiencias particulares, sino como la universalidad necesaria en la que ha de emanciparse la clase obrera y con ella toda la humanidad. Los tiempos serán otros, quizás, pero eso tan solo implica renovar la táctica que haga posible la estrategia revolucionaria, esto es, los momentos de mediación que unifiquen a la clase obrera con la conciencia por su emancipación.

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