Durante el último año, las ideas reaccionarias han cobrado una gran centralidad en diferentes esferas sociales y políticas a nivel global. Asistimos a lo que podemos categorizar como derechización del marco político o auge reaccionario. Este proceso ha de ser comprendido al calor de la coyuntura actual, en la que los fundamentos materiales de la acumulación global capitalista están cada vez más mermados como resultado de las contradicciones económicas capitalistas.
En el caso europeo, la incapacidad de los partidos políticos para contener el retroceso del Estado de Bienestar ha provocado que una parte importante de aquellos que ven cada día empeorar sus condiciones de vida, es decir, que encuentran mayores dificultades para acceder a la vivienda, perciben salarios de miseria o sufren los estragos de la inflación, reaccionen ante tal situación de impotencia abrazando el autoritarismo de las fuerzas reaccionarias. En un contexto en el que el movimiento obrero no cuenta con una dirección política que lo guie o, lo que es lo mismo, en ausencia de un Partido Comunista que pueda organizar la lucha del proletariado, concienciando a la clase trabajadora y combatiendo la ofensiva de clase de la burguesía, esta impotencia acaba siendo subsumida por las ideas más reaccionarias.
Además, a esto hay que añadirle el giro autoritario del Estado, que responde a la necesidad de amortiguar la conflictividad que surge como consecuencia del recrudecimiento de las condiciones de vida de la mayoría trabajadora. Endurecimiento del marco penal, militarización de las fronteras o aumento constante del número de policías son algunos ejemplos que ilustran esta realidad. Todo ello genera un caldo de cultivo idóneo para la expansión del racismo, el discurso securitario y demás tendencias reaccionarias que, a su vez, establecen el escenario perfecto para la instauración de más y más reformas jurídicas en clave autoritaria. Giro autoritario e ideas reaccionarias son, en definitiva, dos elementos de causalidad recíproca.
LOS FLUJOS MIGRATORIOS Y LA CONDICIÓN DEL MIGRANTE
La historia del capitalismo es, al mismo tiempo, una historia de flujos migratorios. Desde sus mismos inicios y durante todo su desarrollo histórico, el capitalismo ha provocado el desplazamiento de esclavos, pobres y desposeídos de todo tipo. Así, el proceso histórico de acumulación capitalista es indisociable del movimiento del proletariado a escala planetaria.
Las razones por las que el proletariado ha sido desplazado masivamente a lo largo de la historia tienen raíces tanto económicas como políticas. Tras estas razones se esconden las relaciones de producción capitalistas, es decir, la acumulación de capital. Por ello, cuando hablamos de migración debemos situar las causas de estos flujos en la instauración de la sociedad capitalista.
Por ejemplo, en las sociedades precapitalistas, los flujos migratorios eran principalmente provocados por lo que podríamos llamar “circunstancias externas”, como cambios bruscos en el clima, inundaciones o sequías que lastraban las oportunidades reproductivas de las sociedades agrarias. En cambio, fue durante la transición hacia la sociedad industrial-burguesa, en la que las relaciones de producción capitalistas comenzaron a imponerse sobre las feudales, cuando comenzaron a darse los primeros desplazamientos masivos de los desposeídos de la tierra, quienes migraron hacia los centros urbanos desde las zonas rurales para obtener un salario. Es decir, las masas proletarizadas comenzaron a migrar para poder vender su fuerza de trabajo, que constituía la única vía para la reproducción de la vida, dotando de una racionalidad puramente económica al desplazamiento.
Una vez se consolidaron las relaciones de producción capitalistas, el imperialismo comenzó a ser la forma histórica en la que se relacionaban los distintos territorios del planeta. Las contradicciones relacionadas con la rentabilidad del capital y el mantenimiento de la tasa de acumulación requirieron que la burguesía buscara nuevos espacios que pudiesen ser sometidos a la explotación capitalista y permitieran invertir rentablemente el capital superfluo y la mano de obra excedente. El objetivo de esta burguesía era ampliar el mercado a aquellas zonas en las que el capitalismo todavía tenía margen para desarrollarse, como África y Asia.
Esta expansión transformó las relaciones sociales a escala planetaria. Por un lado, en un sentido político, la organización del territorio adquirió la forma de estados-nación. Y, por otro lado, en un sentido económico, la nueva división internacional del trabajo dividió el mundo entre centro imperialista y periferia. Estas dos características del capitalismo son determinantes para comprender los flujos migratorios.
En cuanto al primer elemento, los estados-nación se constituyeron como la forma política en la que las relaciones de producción capitalistas se desarrollaron a nivel global. Esto implicó la separación del globo en territorios nacionales independientes. Los estados, como instrumentos burgueses para la gestión de la dominación doméstica y la expansión de sus intereses económicos, construyeron nuevas fronteras políticas a lo largo y ancho del planeta. De esta manera, la burguesía, a la vez que fijaba su soberanía política sobre el territorio, hubo de establecer legislaciones y políticas migratorias, regulando los procedimientos de acceso y residencia.
El orden político internacional capitalista de los estados-nación trajo consigo, por lo tanto, que la burguesía comenzara a distinguir jurídicamente entre el trabajador nacional y el extranjero, aprovechando tal distinción para propagar discursos racistas que dividían al proletariado. Así, podemos afirmar que la organización política del capitalismo en estados-nación constituye una de las bases materiales que dotan de un sentido histórico a las ideas racistas. En la actualidad, por ejemplo, la llegada de inmigrantes se nos presenta como la causa de la inseguridad, de la destrucción del Estado del Bienestar o del retroceso salarial, lo que ayuda a propagar el racismo y justificar la restricción de los flujos migratorios. Por mucho que el sentido común burgués nos empuje a pensar en las fronteras o en la distinción entre nacionales y extranjeros como naturales, la realidad es que son las relaciones de poder capitalistas las que estructuran esta forma de dividirnos.
En cuanto al segundo elemento, como hemos anticipado, el despliegue histórico del capitalismo provocó un desarrollo desigual entre el centro imperialista y la periferia. La necesidad incesante de extraer riqueza que le es intrínseca a la dinámica del capital llevó a las empresas de las regiones más desarrolladas a perseguir nuevos mercados, para poder ampliar el margen entre el coste de producción y la ganancia. Las colonias, por ejemplo, fueron idóneas para instaurar sus plantas de producción y rebajar los costes, empleando mano de obra más barata a la que se le negaban por definición unos derechos políticos mínimos. Simultáneamente, la burguesía pudo acceder a ingentes recursos naturales de forma directa y gratuita. Esto provocó que se articulara una división del trabajo internacional que limitó las posibilidades de desarrollo productivo de las regiones periféricas. Tras la instauración de estados formalmente independientes pero políticamente controlados por el centro, es decir, tras el proceso de descolonización, el equilibrio internacional quedó prácticamente inalterado. Los territorios imperializados, por lo tanto, vieron limitado su desarrollo económico por las grandes potencias capitalistas o, lo que es lo mismo, el desarrollo económico del centro imperialista sólo fue posible gracias al subdesarrollo de la periferia. Actualmente, y pesar de los grises o países en vías de desarrollo, la división entre un centro imperialista copado por los tramos productivos de mayor desarrollo tecnológico y una periferia condenada a la producción de menor valor añadido sigue siendo tremendamente explicativa.
Este desarrollo desigual no solo produce diferencias a nivel productivo, sino también, como es lógico, a nivel social. Así, el mundo está dividido en dos formas de vivir completamente diferentes. La lucha de los trabajadores occidentales fue central para adquirir un nivel de vida relativamente aceptable basado en los servicios públicos más o menos generalizados, un peso importante de la masa salarial en la economía y el reconocimiento de ciertos derechos políticos. Pero es justo reconocer que, sin la mayor explotación de la otra parte del globo, que obliga a miles de millones de personas a vivir de forma penosa e inhumana, sometidos a la miseria y la muerte cotidianas, las formas de consumo del centro serían impracticables. ¿O acaso creemos que nuestros aparatos electrónicos, alimentos y prendas tendrían el mismo precio si las multinacionales que los producen no sobreexplotarán a los trabajadores del resto del planeta? El estilo de vida occidental, bajo las coordenadas sociales del capitalismo, es una vida sostenida, al menos parcialmente, por los pobres del mundo.
El estilo de vida occidental, bajo las coordenadas sociales del capitalismo, es una vida sostenida, al menos parcialmente, por los pobres del mundo
La enorme polarización entre estas dos formas de vivir está a la base de una parte importante de los flujos migratorios que suceden hoy en día. La búsqueda de un futuro más próspero es la principal motivación de aquellos que migran hacia los países occidentales. La pobreza, el hambre y la crisis son los factores fundamentales para comprender por qué masas ingentes de proletarios se agolpan en las fronteras del llamado “mundo libre”. Las guerras y la persecución política son, en realidad, un efecto de segunda ronda del mismo fenómeno. Los Estados y la burguesía de las potencias desarrolladas promocionan a dictadorzuelos de todo tipo con el objetivo de contener las aspiraciones políticas del proletariado periférico y mantenerlo en su condición de subordinado. Asimismo, contribuyen a la expansión de la guerra siempre que sus intereses se ponen en tela de juicio. Y, en última instancia, sostienen el orden político y social sobre el que estos fenómenos se dan en muchas regiones del planeta de forma trágicamente simultánea.
Desde esta perspectiva, el migrante no es más que un proletario con los mismos intereses que el proletario de la parte desarrollada del mundo, pues las posibilidades de emancipación de ambos pasan necesariamente por la abolición del régimen de propiedad que sostiene el poder de la burguesía internacional. No obstante, el migrante no sólo sufre una explotación de mayor intensidad en su tierra natal, sino que se enfrenta a la antes mencionada distinción jurídica y discursiva practicada por la burguesía nacional. Este es un mecanismo que no sólo cumple la función de dividir políticamente a la clase trabajadora, apelando a las “insalvables barreras de la cultura nacional” o al racismo directamente, sino que, además, sirve para mantener una posición devaluada de la mano de obra migrante. La negación de determinados derechos políticos y sociales –o sea, la ciudadanía de segundo orden– intensifica la relación de dependencia que ya de por sí arrastra un colectivo por lo general empobrecido.
Los migrantes, en este sentido, no sólo acceden a los puestos laborales peor remunerados o de menor reconocimiento social por la falta de recursos o formación, sino que hay todo un aparato político al servicio del capital que insiste en que permanezcan bajo esta condición, al menos durante sus primeros años en el territorio. Cuando el requisito para obtener la ciudadanía de pleno derecho consiste en conseguir un contrato laboral urgentemente o subsistir durante un par de años de forma irregular, el Estado está condenando a una parte del proletariado a situarse en los estratos menos reconocidos del mercado laboral. Así, que la burguesía y el Estado fuercen a la población migrante a vivir de forma diferenciada del resto es una de las circunstancias que las fuerzas políticas reaccionarias aprovechan para propagar sus discursos xenófobos y sus bulos racistas. Esta diferenciación es la que hace posible que en la sociedad burguesa un mismo hecho provoque indignación y preocupación a nivel social si tiene a un migrante como protagonista o sea sencillamente irrelevante si por el contrario tal hecho está relacionado con un trabajador nacional. El racismo, en definitiva, expresa en términos ideológicos la división económica entre trabajadores que genera la burguesía.
No obstante, la aversión discursiva de la burguesía hacia la población migrante esconde un elemento importante a considerar: la importación selectiva de mano de obra. Como hemos dicho, el discurso racista se combina en la sociedad burguesa con el aprovechamiento económico del proletariado periférico, tanto en su tierra natal como en territorio nacional. Sobre la base de la división política global en estados-nación y sobre la base de los movimientos migratorios que genera el desarrollo económico desigual capitalista, la burguesía ha ido militarizando las fronteras para poder regular la entrada y salida de migrantes, en función de las necesidades del capital. El migrante es tratado por la burguesía como mercancía, como mano de obra explotable, pero expuesto socialmente como amenaza. El interés económico en la explotación del migrante como sujeto devaluado es el fundamento del racismo institucional y discursivo.
El interés económico en la explotación del migrante como sujeto devaluado es el fundamento del racismo institucional y discursivo
¿Pero qué sentido tiene para la burguesía criminalizar la existencia de quien aporta fuerza de trabajo enormemente rentable? La militarización de las fronteras expresa esta aparente contradicción. La burguesía necesita importar mano de obra, pero no de forma tan masiva como provoca su actividad imperialista transfronteriza. El control militar de las fronteras permite que la burguesía fortifique los límites de poder de su Estado y, por lo tanto, pueda regular la cantidad de potenciales explotables que ingresan en el territorio. Así, el racismo no es sólo funcional a la política burguesa para dividir a los obreros o utilizar a la población migrante como chivo expiatorio. Sirve, además, para justificar la agresión militar en las fronteras contra quienes exceden el número de migrantes necesarios o no cuentan con las condiciones formativas demandadas por el Capital.
Por el contrario, cuando la burguesía requiere de mano de obra rápidamente, vemos a patronales y gobiernos solicitando la apertura de fronteras y la flexibilización de los trámites burocráticos para responder a esta necesidad. Pero siempre bajo el estricto control del aparato militar del Estado.
Veamos algunos ejemplos. La Confederación Extremeña de la Construcción (CNC) alertó de que la falta de mano de obra ha provocado que las promociones previstas en la Comunidad Autónoma de Extremadura se hayan reducido, señalando que no existe mano de obra suficiente para cubrir los proyectos y que se precisan 9.000 profesionales. Este problema está causando atrasos y otros proyectos no están saliendo adelante. A modo de solución la propia patronal ha propuesto que se legalice la situación irregular de los migrantes de la zona.
A mediados de este año, el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, Antonio Garamendi, se mostraba a favor de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que se tramitaba en el Congreso de los Diputados. Evidentemente no desde una perspectiva de reconocimiento de los derechos fundamentales que todo ser humano debería poseer. Sino haciendo referencia a que existen muchos puestos de trabajo sin cubrir. De hecho, han sido las patronales de diferentes sectores como hostelería, agricultura o construcción las que han denunciado la escasez de mano de obra.
El pasado agosto, Fabio Panetta, miembro del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo (BCE) y gobernador del Banco de Italia, declaraba sobre la necesidad de la UE de importar mano de obra que “las medidas que favorecen la afluencia de trabajadores legales extranjeros constituyen una respuesta racional desde el punto de vista económico”. Asimismo, Adrian Prettejohn, analista de Capital Economics, destacaba que “con el envejecimiento de la población, la inmigración neta tendrá que aumentar significativamente simplemente para mantener la población en edad de trabajar en su tamaño actual”.
LA REALIDAD MIGRATORIA EN EL ESTADO ESPAÑOL
Para entender la realidad migratoria actual en el Estado Español, debemos comprender primeramente que la política que regula los flujos migratorios se basa en un equilibrio entre el control del tráfico de la mano de obra de la periferia y la política de responsabilidad en los estados receptores. El objetivo de estas políticas no es otro que proveer del número óptimo de trabajadores a los estados receptores para la acumulación del capital, mientras que se intenta contener o reducir la responsabilidad política y social de todas esas personas como ciudadanos, por ejemplo, creando diferentes estatus de ciudadano o permisos temporales. Las fronteras sirven para clasificar a las personas e imputarles unas condiciones sociales específicas, mediadas por los intereses del Capital.
Las fronteras sirven para clasificar a las personas e imputarles unas condiciones sociales específicas, mediadas por los intereses del Capital
Repasemos ahora las cifras. Según los datos consultados, los migrantes en situación regular que han llegado al Estado Español desde el 2015 han aumentado. En el 2015, fueron 400.000 los migrantes en situación irregular que traspasaron las fronteras del Estado. En cambio, en el 2022 el número ha aumentado a 1.200.000. A estas cifras hay que sumarle la migración “irregular”, que no se encuentra contabilizada en los datos expuestos y que en el año 2022 alcanzó la cantidad de 31.219 migrantes, algo más baja que los dos años previos.
El número de proletarios migrantes que ingresan anualmente en territorio español de manera irregular ha crecido desde el año 2015. En 2015, menos de 20.000 personas consiguieron traspasar las fronteras del Estado. En los años 2021 y 2020, la cifra se incrementó a 40.385 y 40.100 migrantes respectivamente. Las cifras más altas registradas son del año 2018, cuando 64.298 trabajadores “irregulares” ingresaron en el Estado Español. Los últimos datos registrados, del año 2023, recogen 56.852 migrantes.
Gran parte de ellos llegan por las distintas vías marítimas. En el año 2023, 55.618 llegaron por mar y solo 1.234 por vía terrestre a Ceuta y Melilla. Esta situación nos obliga a considerar el mar Mediterráneo como la ruta principal de los flujos migratorios de los últimos años, sobre todo para las masas proletarias en zonas de conflicto. Desde que comenzó la recopilación de datos en enero del año 2014, al menos 61.457 personas han muerto o desaparecido en trayectos migratorios en todo el mundo. Más de un tercio, 28.806 personas, solo en el Mediterráneo.
La causa de la muerte más habitual es el ahogamiento, 34.961 personas del total, seguida por las muertes vinculadas a transportes peligrosos, que suman 4.959 víctimas. La violencia es la causa de la muerte de 3.593 de personas, mientras que las condiciones ambientales extremas, la falta de albergue, comida o agua han acabado con la vida de 3.481 migrantes. Las enfermedades se cobraron un total de 1.579 vidas y la muerte accidental 702. Además, hay 8.594 personas que fallecieron por causas desconocidas o por una mezcla de alguna de las anteriores.
Otro problema relacionado con estos desplazamientos son las devoluciones en caliente en la frontera. Según las cifras del Ministerio del Interior, en 2017 el Gobierno realizó 607 rechazos en frontera y, en 2018, un total de 658. Más allá de lo aportado en alguna respuesta escrita por parte de miembros del Gobierno Español, Interior no facilita datos sobre esta práctica, ni relativos a esos mismos años, ni de los siguientes. Y aunque algunas fuentes periodísticas han tratado de buscar los datos, no se han podido encontrar cifras exactas de esta práctica. La opacidad es total.
Estas insoportables cifras cierran una década marcada por el aumento de los desplazamientos forzosos en todo el mundo, a lo que habrá que sumarle el nuevo acuerdo que definirá el futuro Pacto de Migración y Asilo de la UE, que socavará aún más el derecho de asilo y pondrá mayores obstáculos a quienes pretendan llegar a la UE sin permiso de la burguesía continental.
CONCLUSIONES
La realidad descrita durante todo el artículo no ha cambiado ni un ápice en lo fundamental desde que el capitalismo rige nuestras vidas. En 1913, Lenin advertía de que el capitalismo había dado lugar a “una forma especial de migración de naciones” en la que “los países industriales en rápido desarrollo (…) expulsan a los países atrasados del mercado mundial, aumentan los salarios en casa por encima de la tasa promedio y, por lo tanto, atraen proletarios de los países atrasados”. Sobre los proletarios migrantes precisaba el ruso que “el capitalismo avanzado los absorbe a la fuerza a su órbita, los arranca de sus regiones lejanas en las que viven, los hace partícipes del movimiento histórico-mundial y los enfrenta cara a cara con la poderosa clase unida e internacional de propietarios industriales”. Acerca de las razones por las que los proletarios migraban indicaba que “no cabe duda de que la pobreza extrema obliga a las personas a abandonar su tierra natal y que los capitalistas explotan a los trabajadores inmigrantes de la manera más descarada”. Pero, al mismo tiempo, no dudaba en afirmar que “sólo los reaccionarios pueden cerrar los ojos ante la significación progresista de esta migración moderna de naciones”.
Donde los políticos del Partido del Orden ven una frontera natural e incuestionable, los comunistas vemos una división artificial que responde al poder político de la burguesía. Donde los burócratas ven jardines que proteger, los comunistas vemos un orden económico internacional basado en la subyugación del proletariado nacional y periférico. Donde los empresarios ven mano de obra devaluada, los comunistas vemos a un compañero de clase. Donde reaccionarios de izquierda y derecha ven el chivo expiatorio sobre el que volcar su impotencia, los comunistas vemos a un camarada.
Dice Lenin que “la burguesía incita a los obreros de una nación contra los de otra en el esfuerzo por mantenerlos desunidos”. La política comunista ha de ir, entonces, en la dirección contraria: combate sin cuartel el racismo hacia la unificación del proletariado de todas las naciones en una fuerza política conjunta.
BIBLIOGRAFÍA
Ritchie, G. et al. (eds.) (2022), Marxism and migration, Palgrave.
Mezzadra, S. & Neilson, B. (2017), La frontera como método, Traficantes de sueños.
Vogel, R. D. (2013)., Marxist theories of migration, Wiley-Blackwell.
González, N. (2011). Migrantes, procesos de irregularización y lógicas de acumulación y exclusión.
Lenin (1913). Capitalismo e inmigración del proletariado.
De Genova, N. (2028), The deportation power.
DATOS GENERALES
Gobierno Vasco. (2022, octubre). VI Plan Intercultural de Ciudadanía, Inmigración y Asilo 2022-2025 (VI). Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco.
Gobierno Vasco. (2018, octubre). Pacto Social Vasco para la Migración. Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco
Portal de datos sobre migración, Flujos migratorios internacionales.
Ministerio del Interior de España, Inmigración Irregular 2024.
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