Liquidación por cierre FOTOGRAFÍA / Gabri Morales
Dani Askunze
@menderagabe
2020/09/22

Históricamente, la expresión más primaria que ha tomado la lucha de clases, ha sido la económica, la lucha de resistencia de los trabajadores. Es decir, una vez estando sometidos a la explotación asalariada, la lucha por sus condiciones de trabajo, por las mejores o peores condiciones en las que somos explotados diariamente. Para lo cual el movimiento obrero ha tomado forma organizativa, entre otras pero de manera especialmente destacada, en el sindicato. Esto en términos generales, ya que su materialización ha sido muy diversa según la etapa histórica [1]: de la dispersión inicial a su potente fortaleza organizativa posterior y las consiguientes encrucijadas políticas, pasando por su integración en el Estado hasta su presente declive, al menos en lo que al centro imperialista se refiere.

Por todo ello, hay una diferencia clave entre la cualidad defensiva en términos políticos del sindicalismo respecto a la correlación de fuerzas de las clases en lucha; y el hecho de que a día de hoy podemos afirmar que es el propio sindicalismo el que está a la defensiva como tal. Han corrido y siguen corriendo ríos de tinta sobre la cuestión de la lucha por las reformas, sobre la línea en ocasiones demasiado estrecha que separa su obediencia a una política revolucionaria o a una reformista [2]. Sin negar el interés de este histórico debate, la coyuntura a la que se enfrenta hoy el movimiento obrero no está encaminada al logro de grandes reformas económicas, que pudieran suponer bien oportunidades o bien peligros para las posiciones revolucionarias, sobre todo cuando éstas son débiles. Y es que el panorama actual no es el de la perspectiva de la consecución de reformas, sino el de la amenaza constante de la contrarreforma. En ausencia de una mejora de las condiciones de vida a la vista, se trata de negociar hasta dónde se puede asumir que llegue su empeoramiento. Este y no otro es el campo principal en el que le toca jugar hoy para su desgracia a un sindicalismo en horas bajas, al menos en el sentido más clásico de éste.

El panorama actual no es el de la perspectiva de la consecución de reformas, sino el de la amenaza constante de la contrarreforma

Decíamos hace un tiempo que «precisamente la condición de posibilidad de la supervivencia de la clase media está en que ésta franja sea cada vez más minoritaria: se trata de ir tirando gente al agua para que el barco no se hunda» [3]. Pues bien, esta estrategia ha demostrado no ser más que una huida hacia adelante, con el precipicio cada vez más cerca. Ya que a medida que cada vez pueden garantizar unas condiciones decentes ligadas al trabajo estable para capas más minoritarias, las bases sociales de los propios partidos y sindicatos socialdemócratas se van minando inexorablemente. Y lo que sobre todo nos interesa aquí: sufren un debilitamiento político que se traduce en una falta de poder negociador, aplastados por la intransigencia y unilateralidad del gran capital.

Desde el momento en el que los sindicatos fueron integrados como gestores de la coexistencia conflictiva entre el capital y el trabajo han sido verdaderamente útiles a la gobernanza[4] burguesa. Lo cual no quiere decir que no lo sigan siendo. Simplemente le son cada vez menos necesarios, y con funciones parcialmente distintas. La diferencia fundamental estriba en que si gobernar consiste en administrar de manera inteligente la lógica del palo y la zanahoria, a falta de zanahorias, la ración de palos tiende a aumentar proporcionalmente. Por ello, si el papel habitual del sindicato es de intermediador, su perfil disciplinario y de contención dentro de ello tomará ahora mayor importancia. Una vía para canalizar el conflicto de la que pronto comprobaremos su estrechez, previendo que los golpes a encajar no van a ser pocos en este contexto de proletarización generalizada.

No se trata de hacer una condena moral de las traiciones individuales de los líderes sindicales por su papel -mejor dicho, papelón- en la gestión de EREs, deslocalizaciones y cierres patronales, por ejemplo. Tampoco de quitarles responsabilidad, la cual como mínimo suelen compartir. Sino de entender qué rol estructural les va a tocar cumplir a los grandes sindicatos en este contexto de crisis económica acelerada e impotencia política abocada al mal menor. En el peor de los casos, el de simples transmisores del chantaje al que nos someten los empresarios y en el mejor, el de hábiles negociadores que consigan arrancar indemnizaciones, prejubilaciones o planes de viabilidad lo menos sangrantes posibles para al menos algunos sectores de la clase trabajadora.

No se trata de hacer una condena moral de las traiciones individuales de los líderes sindicales [...]. Tampoco de quitarles responsabilidad [...]. Sino de entender qué rol estructural les va a tocar cumplir a los grandes sindicatos en este contexto de crisis económica acelerada e impotencia política abocada al mal menor

NOTAS

[1] Ver la serie de artículos sobre Sindicalismo de Adam Radomski en Ikuspuntua de Gedar.

[2] Sobre la cuestión de las reformas, recomiendo la lectura de un pequeño libro no muy conocido publicado en 1909 por Anton Pannekoek, Las divergencias tácticas en el seno del movimiento obrero.

[3] Dani Askunze, Soberanía para el cambio social: vía nacional a la reforma. Arteka nº 2, febrero de 2020.

[4] Definición RAE de «gobernanza» según el Diccionario de la lengua española: Arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía.

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