Si tuviéramos que destacar uno entre todos los logros conquistados en los últimos años por el Movimiento Socialista en el ámbito de la educación, ese sería la crítica realizada al sujeto ‘Movimiento Estudiantil’, y que esa crítica se haya realizado en la forma de la autocrítica. La reivindicación y construcción del sujeto estudiante-obrero y la categorización de la educación vigente como capitalista han sido los dos aspectos más conocidos de esta crítica, y ambos han dado pie al debate y a la confrontación política.
Muchos han sentenciado, apoyados en estas innovaciones, que lo que hoy es Ikasle Abertzaleak no es lo mismo que lo que era hace diez años. Y es verdad, han cambiado muchas cosas. Pero el camino recorrido para ser otra cosa no es, para desgracia de los que se oponen, un camino hacia el olvido o un medio para dejar atrás lo que ha pasado y no comprometerse en absoluto con ello. Por el contrario, en la crítica a la realidad está siempre implícita, y se ha hecho explícita muchas veces, la crítica a lo que se ha hecho hasta entonces, lo que implica, además de la crítica a uno mismo, la crítica a todo un marco estratégico, es decir, a aquello que muchos todavía quieren sostener anacrónicamente.
La reivindicación del estudiante-obrero y la crítica de la universidad capitalista suponen una profunda crítica a las relaciones que hasta el momento habían estado vigentes en la institución capitalista de la educación, y suponen con ellas la fisura ideológica de la hegemonía imperante. El nacionalismo vasco ha sustentado su hegemonía en el ámbito educativo sobre redes conceptuales positivas como Movimiento Estudiantil (vasco), escuela (vasca), universidad (vasca) o sistema educativo (vasco). Si a través de ellas ha creado confrontación, eso ha sido de cara al exterior, manteniendo el equilibrio y la paz dentro de la ‘comunidad’ nacionalista.
La reivindicación del estudiante-obrero y la crítica de la universidad capitalista suponen una profunda crítica a las relaciones que hasta el momento habían estado vigentes en la institución capitalista de la educación, y suponen con ellas la fisura ideológica de la hegemonía imperante
Cuando define ‘pueblo’, el nacionalismo utiliza el mismo procedimiento: ‘pueblo’ es una institución positiva, sin contradicciones internas, que distorsiona las contradicciones de clase según la contradicción nacional valiéndose del esquema simple y falso de ‘pueblo vs oligarquía’. Así, ‘pueblo’ tiene a vasco como sufijo, aunque en su seno haya instituciones y relaciones de poder que son capitalistas o, mejor dicho, a pesar de que sean esas instituciones las que crean el ‘pueblo'.
Tenemos muchos ejemplos de lo mencionado en la historia del nacionalismo y su importancia es evidente en la teoría política nacionalista: el Estado es la realidad política que crea al ‘pueblo', y la educación crea la conciencia (nacional). Básicamente, llaman construcción nacional al control sobre ambos procesos. Porque si el poder político da la capacidad de definir la nación y la nacionalidad –es decir, de defenderse de los que no son miembros de la nación–, el control sobre la educación da el poder de crear hijos de la nación, según los nacionalistas.
Así las cosas, no es de extrañar que la ‘comunidad educativa' entre en confrontación con el proceder de los comunistas. Y es que el proceder y la perspectiva de los comunistas cuestiona los fundamentos de esa 'comunidad'. En este ámbito de la educación, la actuación de los comunistas se orienta contra el estado capitalista (la escuela, la universidad) y la educación capitalista, mientras que sus defensores más acérrimos son los nacionalistas vascos. Estos últimos encuentran en este ámbito, esto es, en el ámbito de las instituciones educativas que son feudos de la clase media y de sus intelectuales, los principales medios y fuerzas para llevar a cabo su objetivo de estado (véase el número de Arteka de diciembre de 2021 para entender la importante función que desempeña en todo esto la institucionalización lingüística burguesa).
Junto al nacimiento del Movimiento Estudiantil Socialista, se han tambaleado los cimientos del nacionalismo y su sustento político en el ámbito educativo. En ello han sido importantes la crítica de la educación antes mencionada y la articulación del estudiante-obrero. La crítica de la educación ha puesto de manifiesto cuál es la función del sistema educativo –la creación de una fuerza de trabajo barata y sumisa para aumentar los beneficios del capital– y cuáles son las figuras autoritarias que ejercen esas funciones –el lobby educativo de la clase media privilegiada–.
La crítica de la educación ha puesto de manifiesto cuál es la función del sistema educativo –la creación de una fuerza de trabajo barata y sumisa para aumentar los beneficios del capital– y cuáles son las figuras autoritarias que ejercen esas funciones –el lobby educativo de la clase media privilegiada–
El estudiante-trabajador, en cambio, no es una manera de nombrar al sujeto estudiantil que se ha alimentado durante décadas, lo cual muchos han considerado redundante y otros estéril, porque para ellos es evidente que alumno y trabajador no son lo mismo. El estudiante-trabajador es el sujeto que ha hecho posible el análisis y la crítica del sistema educativo capitalista y el que le da carácter político a esa crítica. Y es que, más que ser una denominación, el estudiante-trabajador implica una estrategia, pero, sobre todo, el estudiante-trabajador saca a la luz un conflicto –las reacciones que suscita son una prueba–; es la emergencia política del proletariado, hasta ahora subyugado, en el ámbito educativo.
Esta emergencia se produce en forma de ruptura: golpea directamente a la comunidad armoniosa del nacionalismo. Y esto es posible precisamente porque esa comunidad no es tan armoniosa como se sugiere y porque su unidad se basa en la opresión económica, política y simbólico-material del proletariado (estudiantes y trabajadores activos).
Por eso el estudiante-trabajador no es una figura retórica más; o es una figura retórica y más. Es una figura retórica porque tiene la capacidad de generar reacciones, dando nombre a una realidad. Pero, además de esto, es una figura que clarifica la realidad y saca a la luz las contradicciones; su existencia y su mera mención son insoportables a quien se llena la boca con la teoría posmoderna de las ‘múltiples opresiones’ y hace carrera en ello, porque el estudiante-trabajador revela el carácter capitalista de estas opresiones y, con ello, señala a los responsables en el ámbito educativo. Y muchos no están dispuestos a aceptar su función objetiva ni a entender la función de la crítica, dónde y en el que debería de ser un centro para el fomento de la visión crítica.
Deberían saberlo: la crítica no es hacer ejercicio de cara al exterior. No es criticar a otro y no fijarse en errores propios. Para la militancia comunista y comprometida, la crítica no es eso en absoluto. La crítica implica una actitud determinada; es decir, la crítica no consiste en renunciar a las propias responsabilidades, sino en definirlas y situarse ante ellas. El que hace crítica suele a menudo hacer crítica a lo que ha sido o a lo que es pero quiere dejar de ser, es decir, a sí mismo; pero, especialmente, el que hace crítica se impone a sí mismo responsabilidades concretas, adquiere un compromiso y determina los límites de su práctica para luego ser consecuente con ellos.
El estudiante-trabajador es también eso: es una crítica de una trayectoria, cierra las posibilidades de una estrategia para emprender una nueva.
PUBLICADO AQUÍ