FOTOGRAFÍA / Zoe Martikorena
2024/05/01

No hay duda de que la guerra supone un enorme desperdicio humano. Con cada bomba se destruyen vidas humanas e infraestructuras necesarias para el sostenimiento de esas vidas. Desaparecen años de esfuerzo y conocimiento, historia viva de muchos que se han relacionado en determinados espacios, actividades e incluso en la creación de eso que ha dejado de existir. Se destruyen también las capacidades destinadas a la producción para la guerra; la enorme cantidad de fuerza social productiva destinada a la producción de destrucción, que supone un derroche ingente de capacidades -y por ello, un empeoramiento de la calidad de vida-, por ser un valor superfluo para la reproducción humana. En la guerra, se da la síntesis, aparentemente paradójica, de que lo superfluo e inútil es también destructivo. Pero si destruye, alguna utilidad tendrá.

Esa paradoja suele presentarse de esta otra manera: si la guerra es desperdicio de dinero, no puede ser, al mismo tiempo, producción de beneficio. Porque aquello que es destructivo, ni es útil, ni es productivo; nada más lejos de la realidad. Si no fuera productiva, la guerra no sería ni siquiera una posibilidad. 

Por eso no es correcto equiparar el gasto público de la guerra con cualquier otro gasto público. No es real la disyuntiva que plantea si el dinero se debe gastar en la guerra o en la sanidad. Primero porque el dinero público no es un elemento que existe por siempre y para siempre, como fuente inagotable de riqueza que hay que administrar -épica que justifica la existencia de la socialdemocracia-; y segundo, porque el flujo de dinero del capital privado al erario público requiere de unas condiciones favorables para el capital privado, poseedor de esa riqueza. 

No es real la disyuntiva que plantea si el dinero se debe gastar en la guerra o en la sanidad. Primero porque el dinero público no es un elemento que existe por siempre y para siempre, como fuente inagotable de riqueza que hay que administrar -épica que justifica la existencia de la socialdemocracia-; y segundo, porque el flujo de dinero del capital privado al erario público requiere de unas condiciones favorables para el capital privado, poseedor de esa riqueza

La riqueza está relacionada con la capacidad de producirla, no necesariamente se dispone en forma dineraria en ese momento. De manera más evidente: el Estado no puede acaparar dinero, si el dinero no existe en ningún lado. Los créditos al Estado otorgados por el capital privado son en su mayoría capital ficticio que tiene por aval a la solvencia de quien los otorga –por si se da el caso improbable de no ser devueltos–, a la solvencia militar del Estado que emprende la guerra como negocio y a la ganancia esperada por el capital financiero. Es capital-dinero creado para invertir única y exclusivamente en la guerra, porque para los capitalistas la guerra es un negocio y la sanidad pública un robo.

La guerra produce sus fuentes de financiación; no simplemente gasta el dinero que ya tiene el Estado. Además, la guerra es una empresa, pretende un mayor retorno económico del invertido inicialmente: mejores acuerdos comerciales, acuerdos para inversión de capital en los países derrotados, mayor control sobre la fuerza de trabajo interior y exterior por medio de la militarización de toda la vida social en estado de alerta, control sobre los recursos naturales… En definitiva, enriquecimiento de los grandes capitalistas en disputa y, por medio de ellos, aumento de la riqueza del Estado, que implica una mayor cantidad de recursos destinados al financiamiento de la clase media en el centro imperialista: la guerra y el saqueo como fuentes potenciales de recursos para sanidad, ayudas sociales... sujetos a administración por el gobierno de turno.

La guerra produce sus fuentes de financiación; no simplemente gasta el dinero que ya tiene el Estado. Además, la guerra es una empresa, pretende un mayor retorno económico del invertido inicialmente

De ello se entiende por qué el Estado puede disponer de mayores fondos para la guerra que para sanidad. Pero, además, solo así se comprende que la llamada cuestión social no es una simple cuestión a administrar; está ya determinada por y subordinada al beneficio capitalista.

Sin embargo, la política tecnocrática de la socialdemocracia sostiene todo su discurso social en torno a la buena administración del dinero del Estado y al aumento de la inversión en ayudas sociales y sanidad. Dice que sí hay dinero para sanidad, y que debería destinarse a ese propósito, y no a la guerra. Aunque esto último los representantes políticos de la socialdemocracia lo dicen con la boca pequeña, a sabiendas de que la guerra es un factor económico que posibilita que sigan lucrándose de la política y de sus puestos administrativos bien retribuidos por el Estado. Más bien quieren guerra, pero como todo, en la justa medida que posibilite una vida digna de clase media.

Además, la mala administración del dinero se torna en escasez una vez que la socialdemocracia accede al poder: si sus medidas no son realizables, eso es porque no hay dinero. Empero, la escasez de dinero en manos del Estado para llevar a cabo el programa socialdemócrata no es falta de solvencia económica, sino, más bien, falta de responsabilidad socialdemócrata. No hay falta de dinero, sino falta de inversión rentable del mismo -crisis capitalista y no mala administración- y por lo tanto falta de retorno, vía impuestos, a las arcas del Estado. 

Es en ese punto en el que la guerra cumple con su propósito económico y llena las cuentas del Estado con créditos e inversiones especulativas de los capitalistas, que esperan un retorno seguro de esa inversión. Estado que no dudará, si es necesario, en recortar en prestaciones sociales y enterrar en impuestos a la clase obrera, para poder pagar los intereses de los créditos obtenidos y asegurarse la confianza de los capitalistas.

No es fácil calcular el retorno económico de la guerra, cuál es su beneficio. Desde el punto de vista del capital en general, la guerra es una deducción del plusvalor total producido, su redistribución vía Estado a las empresas especializadas en la guerra. Esto es, es una deducción a la acumulación del capital, en tanto que el Estado adquiere sus productos de manera gratuita, con el dinero que el propio capital le ha pagado previamente. Por lo tanto, la guerra es pérdida de beneficio para el capital productivo. 

Sin embargo, la guerra es, en cierto sentido, un trastrueque de los fundamentos de la acumulación capitalista. Es una lucha de supervivencia en una crisis mundial del capital; es la búsqueda de beneficio vía rapiña del escaso plusvalor ya producido. La guerra es la vía de escape para el capital en crisis, donde los grandes capitalistas buscan mantenerse a flote acaparando beneficio inmediato, por no poder abordar la dura empresa de restablecer la rentabilidad de la producción capitalista, esto es, una tasa de ganancia que permita la acumulación de capital.

La guerra es la vía de escape para el capital en crisis, donde los grandes capitalistas buscan mantenerse a flote acaparando beneficio inmediato, por no poder abordar la dura empresa de restablecer la rentabilidad de la producción capitalista, esto es, una tasa de ganancia que permita la acumulación de capital

Una economía de guerra es el conjunto de medidas y estrategias que tiene como objetivo operar en una situación de crisis como la descrita: una crisis donde el imperante urgente del capital no es restablecer la tasa de ganancia, sino que, primeramente, la supervivencia individual de los grandes capitalistas y con ellos de los grandes bloques de poder geoestratégicos y de su estatus político en la arena mundial. Es por eso que es una economía de guerra, porque primero y ante todo busca fortalecer las capacidades militares como medio de asegurarse los objetivos mencionados. Y es una guerra abierta contra el proletariado, porque la lucha no es solo por acceder a una mejor repartición del plusvalor, sino a una mayor cantidad de plusvalor a repartir.

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