Si hay un concepto de difícil definición ese es el concepto de «fascismo». Todos hemos estado en charlas donde solo en tratar de definir este concepto se pasó todo el tiempo que había previsto para abordar un debate más profundo. Lo cierto es que, estrictamente, el fascismo «auténtico» solo es el que se produjo en Italia tras la Marcha sobre Roma en 1922. Sin embargo, se tiende a considerar fascismo otros procesos de características similares o inspirados en el fascismo italiano que han tenido lugar en diversas partes del mundo.
Si nos adentramos en la primera mitad del siglo XX se desarrollan procesos que se han identificado de algún modo por su carácter fascista en varios países europeos. Varios elementos contextuales e ideológicos unifican y explican el fenómeno.
El contexto político, social y económico de ese período en Europa está marcado por la guerra interimperialista de 1914, conocida como Primera Guerra Mundial, y a su vez, por la revolución rusa de 1917, el auge y ascenso del movimiento obrero, del movimiento comunista y de proyectos de avance social o progresistas. Otro elemento clave, consecuencia directa del colapso capitalista, es el conocido como crack del 29, que no es más que el final de camino de una crisis anunciada.
Dentro de los movimientos que podemos considerar fascistas también hay algunos elementos comunes: uno de ellos es que son dados a la teoría conspirativa. Ante una situación de crisis, inventan o recrean un relato maniqueo y sencillo que dé una respuesta rápida a su incomprensión. Así el contubernio judeo-masónico-comunista sería un claro ejemplo. Por otra parte, son emocionales. Sus ideas son vagas, sus eslóganes fuertes. Por último, comparten un fuerte idealismo, que se refleja, entre otras cosas en su forma de interpretar la idea de patria. La patria es como una idea de Dios, una teología donde la patria crea al pueblo y no los pueblos a las patrias. Igualmente se tiende a idealizar un pasado lejano que es traído como un elemento más a esta relación mística. En ese sentido, los militantes fascistas presentan un fervor casi religioso, un elemento que ayuda a su vez a expresiones de violencia extrema.
En tanto que es una reacción de ideas vagas y profundamente emocional se puede reproducir en distintos países con divergencias notables. Su enemigo siempre será las ideologías transformadoras como el comunismo, el anarquismo o el socialismo. Igualmente, su caldo de cultivo es cualquier situación de crisis donde el statu quo esté siendo cuestionado y se esté produciendo cualquier atisbo de avance o progresismo. O simplemente la amenaza de un cambio progresista en dicho contexto.
La mejor forma de combatir al fascismo, por tanto, es la racionalidad y el análisis materialista de la realidad concreta.
La mejor forma de combatir al fascismo es la racionalidad y el análisis materialista de la realidad concreta
ANTECEDENTES
En octubre de 1922 se produce la Marcha sobre Roma en Italia liderada por Benito Mussolini. Este hecho histórico tuvo una gran repercusión mediática a nivel internacional y también en el contexto del Estado Español. Destacan diversos artículos publicados en el periódico conservador ABC donde se producen no solo odas a la «gesta» de Mussolini sino a su vez se llama a buscar la réplica en España.
Así, Rafael Sánchez Mazas, que por aquel entonces ejercía de corresponsal de ABC en Roma, describía lo acontecido de la siguiente manera: «una revolución a caballo, una revolución a paso gentil, una revolución aristocrática del pueblo –no de las masas–, incruenta y elegante». Incluso se atrevía a ir más allá y hacer mofa de la violencia ejercida por los fascistas italianos: «Se ha apaleado, como a un personaje de comedia, a algún socialista malhumorado».
Pero no fue el único. José María Salaverría, autor en distintos medios conservadores de la época, iba más allá y en varios escritos alude a la posibilidad de poder trasladar la experiencia del fascio italiano al Estado Español. Así analiza Salaverría el «problema»: «La guerra ha dejado a España, junto con algún dinero de más, una serie de vicios, una costumbre de gasto, un desenfreno del juego y una mayor soberbia de los nacionalismos regionales, puesto que las mayores ganancias de la guerra se quedaron en los dos focos del nacionalismo separatista: Barcelona y Bilbao».
Si el periódico ABC centra su discurso en la apología del fascismo unido a un fuerte componente anticomunista y antiparlamentarista. El diario El Sol, fundado por el filósofo Ortega y Gasset, no se queda atrás. El Sol juega a la ambigüedad dando voz a entusiastas del fascismo italiano como Ramiro de Maeztu y a su vez, a la crítica directa al fascismo, del periodista socialista, Luis Araquistáin. Finalmente, se traduce a nivel editorial como una forma de garantizar una opinión pública favorable a la equiparación entre marxismo y fascismo.
Las críticas al avance del fascismo en esta primera etapa, sin embargo, son muy tímidas dentro de la prensa obrera. Aunque con el tiempo sí ganará protagonismo.
CONTEXTO POLÍTICO Y SOCIAL
En 1922 está en pleno apogeo la crisis del régimen de la Restauración. Tras la pérdida de las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, conocido como el «Desastre del 98» se intensifica la guerra colonial en el norte de África. Una guerra que no cuenta con la aprobación mayoritaria de la sociedad y que es entendida por muchos como una acción unilateral de un ejército dañado en su «honor» por lo ocurrido en la guerra de Cuba. A nivel social, la población está empobrecida y los años continuados de guerra han tenido como consecuencia directa una juventud que solo ha sido educada en el arte de la misma y que, sin mayor oficio y beneficio, malviven como parias por el territorio. Ramón del Valle-Inclán caracterizaría esta época en su esperpento Martes de Carnaval, dedicado expresamente a analizar el mal momento que estaba viviendo la imagen del ejército español y las consecuencias sociales de las guerras coloniales.
El movimiento obrero avanzaba con fuerza sobre todo en las zonas más industrializadas. Destacando el cinturón industrial de la ciudad de Barcelona. Y es allí donde se produce uno de los estallidos sociales fundamentales de esta etapa, la Semana Trágica en 1909. Pero no será la única. Tras el triunfo de la revolución soviética en 1917, en el campo andaluz tiene lugar lo que se conoce como el Trienio Bolchevique o la toma de la tierra por parte de los jornaleros. A su vez, la burguesía inicia una caza directa contra los sindicalistas. El llamado «pistolerismo» en Barcelona que retrató Eduardo Mendoza en la conocida novela La verdad sobre el caso Savolta.
La crisis política, económica, social y militar y el auge del movimiento obrero llevan a la determinación del primer proyecto «protofascista» en el Estado Español: la dictadura de Primo de Rivera.
Cabe destacar que muchos sectores de la intelectualidad del momento apoyaron la dictadura entendiéndola como una forma de encauzar la propia crisis. El rey Alfonso XIII llegaría a llamar a Miguel Primo de Rivera «el Mussolini español». De alguna forma, la idea que transmitían determinados medios de comunicación tras la Marcha sobre Roma hizo pensar que la forma de encauzar los problemas que acechaban era importar una suerte de «fascismo» que, finalmente, era más una impostura que una verdadera respuesta natural al contexto.
Lo cierto es que son muchas las diferencias entre Miguel Primo de Rivera y Benito Mussolini. Para empezar el origen social de cada uno de ellos es completamente opuesto. Mientras que Mussolini nació hijo de un herrero y una maestra, Miguel Primo de Rivera pertenecía a la aristocracia jerezana terrateniente vinculada al ejército. Igualmente, el italiano se caracterizó por un gran carisma, mientras que Primo de Rivera no lideró jamás ningún movimiento de masas, y mucho menos similar a lo que significaron las camisas negras. En común tenían el apoyo en ambos casos de las monarquías italiana y española y de una burguesía que sentía que, en efecto, podían ser solución a la agudización de contradicciones y de lucha de clases derivada de la postguerra europea y el auge del movimiento obrero y, en concreto, del éxito del socialismo tras la experiencia de la Revolución rusa.
Si bien, como hemos dicho, el período dictatorial que abarcó desde 1923 hasta 1930 no es comparable al movimiento fascista italiano, no debemos dejar de atender a como sí fue o trató de ser reflejo del mismo y cómo este hecho se puede englobar como prolegómeno en la historia del fascismo en España.
El fracaso del experimento dictatorial da paso a lo que se conoció como la dictablanda y posteriormente a la proclamación de la II República el 14 de abril de 1931. La República, al contrario de la etapa anterior, sí que abre el debate a los temas centrales que han motivado la situación de crisis previa. Desde la cuestión nacional con el surgimiento de los estatutos de autonomía, hasta la extrema desigualdad auspiciando reformas fiscales, de reparto de la tierra, o de lucha contra el analfabetismo, y también el cuestionamiento de la dominación total de la Iglesia en la educación.
En este contexto es cuando surgen de forma efectiva movimientos, esta vez sí organizados y abiertamente fascistas, en el Estado Español. Destacan dos: Juntas de Ofensiva nacional-sindicalista (JONS) y Falange Española.
La JONS mantiene su actividad desde 1931 hasta 1934. Sus principales líderes serán Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo, vinculado este último a la organización Acción Católica. Ledesma escribe y articula una guía programática cuyo único fin es ejercer la violencia de forma sistemática. ¿El fin? Garantizar el caos en el período republicano. ¿Las víctimas? Fundamentalmente organizaciones identificadas con la izquierda política.
El 29 de octubre de 1933, José Antonio Primo de Rivera, hijo de Miguel Primo de Rivera, funda Falange Española. Otro miembro destacado de esta organización será Rafael Sánchez Mazas, aquel cronista de ABC que cantaba las glorias de la Marcha sobre Roma de Mussolini en 1922.
Ambas organizaciones se fusionan en 1934 iniciando una fuerte ofensiva conjunta contra el proceso iniciado en 1931 con la proclamación de la República y, sobre todo, contra la posibilidad de cambios que este proceso abría.
EL FASCISMO Y LAS CLASES SOCIALES
A diferencia de Italia, en el Estado Español, estos movimientos tuvieron un fuerte carácter elitista y burgués. No obstante, sí se trata de atraer a los obreros a la causa fascista. Ya en la década de los años 20, surgen dos revistas de ideología fascista que son distribuidas entre los obreros: La Palabra y Camisa Negra.
El postulado de estos movimientos al respecto de la lucha de clases es el interclasismo. Es decir, de alguna manera transmiten una idea de superación de las clases sociales a través del sindicalismo vertical. Este posicionamiento, unido a la defensa del conservadurismo y el statu quo lleva inevitablemente a la defensa de la clase dominante, es decir, de la burguesía.
Parafraseando a la película Novecento de Bertolucci «son los patronos los que sembraron a los fascistas» y en cierto sentido, así es. No podemos negar, a tenor de la propia historia, cómo estos movimientos, que en algunos casos incluso se llaman a sí mismos «anticapitalistas» han servido una y otra vez al fin de evitar el avance de la lucha de la clase trabajadora, de los movimientos progresistas y/o revolucionarios y, por tanto, como sostenes necesarios de la burguesía. Y cómo la burguesía ha respondido financiándolos o simplemente dejándoles hacer.
Estos movimientos, que en algunos casos incluso se llaman a sí mismos «anticapitalistas» han servido una y otra vez al fin de evitar el avance de la lucha de la clase trabajadora, de los movimientos progresistas y/o revolucionarios y, por tanto, como sostenes necesarios de la burguesía
El caso español es paradigmático de la relación entre fascismo y la defensa de los intereses del gran capital.
EL GOLPE DE ESTADO FASCISTA Y LA INSURRECCIÓN BURGUESA DE 1936
El 18 de julio de 1936 se produce un golpe de estado contra la autoridad republicana. Este golpe es participado por distintas fuerzas reaccionarias y financiado fundamentalmente por el gran capital del estado español y de otros países.
Como muchos supervivientes de la guerra cuentan, no era extraño que, sobre todo en los pequeños pueblos, las fuerzas falangistas llegaran como arietes del propio ejército golpista. Así se documenta como en muchos casos la llegada del ejército golpista –mal llamado nacional– era visto con cierta alegría en comparación con la situación previa que habían padecido. Los grupos fascistas se destacan en la guerra por su excesiva crueldad, por las violaciones a mujeres y la violencia extrema. Esto, no fue algo que simplemente ocurrió, sino que fue parte de la propia estrategia de los golpistas: el terror como arma de guerra.
La relación entre el franquismo y el fascismo es evidente; no lo es tanto, o de alguna manera se tiende a ocultar, la relación entre el golpe de estado y la posterior dictadura con la necesidad de los capitalistas de garantizar sus capitales.
Las reformas republicanas se basaron en el reparto de la tierra y en una profunda reforma fiscal que en cinco años igualó en el PIB las rentas del capital y las del trabajo. Fue este uno de los elementos claves del papel que la gran burguesía jugó en el golpe.
Una figura clave que explica la relación que se establece entre el golpe de estado del 36, el gran capital y los grupúsculos fascistas es el banquero Juan March.
A principios del siglo XX, Juan March no era más que un contrabandista balear, que supo mediante tejemanejes cuestionables ir ganando poder político y social. En plena primera guerra mundial se vio implicado en un conflicto diplomático con Inglaterra por haber participado en la administración de suministros a submarinos austriacos. Poco después, además, sería investigado por el asesinato de Rafael Garau, un contrabandista rival. Nada de esto impidió que, durante la dictadura de Primo de Rivera, llegará a un acuerdo con el dictador de «protección mutua» que le ayudó a fundar en 1926 la Banca March. El político de la Liga Regionalista catalana, Francés Cambó, llegaría a decir de él que era «el último gran pirata del Mediterráneo», tras conocerse como a la par que era el protegido del gobierno de Primo de Rivera, vendía armas y municiones al líder rifeño Abd el-Krim, que luchaba contra la dominación española en su territorio.
Con la proclamación de la República se inicia un proceso de investigación sobre sus actividades irregulares. El ministro de Hacienda del primer gabinete republicano, Jaime Carner, llegaría a afirmar en un famoso discurso: «O la República somete a March, o March someterá a la República». Finalmente fue detenido y acusado de contrabando y colaboración con la dictadura. Escapó, se marchó a París y fue el financiador fundamental del golpe de estado de 1936.
La relación de Juan March con Falange, por su parte, no deja de ser curiosa. Si bien en 1934, José Antonio Primo de Rivera declaraba que «uno de los primeros actos del Gobierno de la Falange será colgar al multimillonario contrabandista Juan March»; para 1936, el contrabandista ya era uno de los principales financiadores de Falange con el beneplácito del propio José Antonio.
Una vez más esas contradicciones entre el supuesto «anticapitalismo» de los grupos fascistoides y la buena relación que tienden a mantener con el gran capital.
Lo cierto es que el franquismo fue una amalgama ideológica, unidos sobre todo por su «anticomunismo» y defensa del sostenimiento de un statu quo en crisis. Así, se unieron los capitalistas, los católicos, los carlistas… y por supuesto, los grupos fascistas, que fueron, sobre todo inicialmente, un grupo de choque fundamental.
Durante la dictadura se les fue dejando cada vez menos espacio. Aun así, sus planteamientos ideológicos fueron determinantes para la construcción del pensamiento nacional-católico y los principios fundamentales del régimen.
La idea de España como «unidad de destino en lo universal» es adaptada de las tesis falangistas al ideario del régimen franquista. Como decíamos inicialmente, la idea de patria para el movimiento fascista atiende a principios metafísicos y se recrea en la construcción de un mito. El principal mito que es traído y reivindicado en este período es el Mito del Imperio Español. El falangista Ramiro de Maeztu desde los años 30 se destacó en la creación de este mito.
El 1931, el festejo del Día de la Raza, desarrollado sin mucha trascendencia en los países hispanohablantes desde finales del siglo XIX, sirve como excusa a Maeztu para la publicación de su artículo titulado La Hispanidad. Publicado en el medio reaccionario Acción Española, con financiación de Juan March, establecerá las premisas básicas de la recreación del mito que servirá como pilar fundamental del pensamiento nacional-católico.
Dos son las principales teorías del conocimiento: la idealista y la materialista. La primera de ellas argumenta que la idea crea la realidad; la segunda, por el contrario que la experiencia sobre la realidad construye a las ideas. Maeztu en su escrito no solo desarrolla un análisis idealista de la realidad concreta; sino que convierte esta disputa filosófica entre idealismo y materialismo en la tesis central de su planteamiento. Así, la Hispanidad se manifiesta a través de la idea del catolicismo político y la monarquía como elementos de un pasado que fue destruido por la barbarie representada en los principios de la revolución francesa como el laicismo o la Enciclopedia. Para el escritor reaccionario, fue el «mal» del racionalismo, de exportación extranjera por autores como Rousseau –y también Karl Marx– los culpables de la decadencia de la «hispanidad».
Como vemos aquí queda reflejado el mito necesario de inspiración fascista que dará paso a toda una construcción «nacional» reaccionaria e idealista que no solo estará presente en los movimientos fascistas de principios del siglo XX en España, sino que servirán de elemento superestructural de sostén ideológico del franquismo e incluso de los sectores más reaccionarios del nacionalismo español en la actualidad.
Tras la muerte del dictador Franco y la mal llamada transición no se produjo ningún cambio significativo en la construcción nacional fraguada en los años 30 por los filósofos de cabecera del fascismo.
Es una simpleza o, mejor dicho, un simple eslogan político, decir que un fascista no es más que un burgués asustado. No obstante, es evidente que la burguesía no tiene ningún problema en usar a los fascistas como un grupo de choque para imponer sus intereses en una sociedad en crisis.
La burguesía no tiene ningún problema en usar a los fascistas como un grupo de choque para imponer sus intereses en una sociedad en crisis
El debate sobre el neofascismo en Europa está abierto y dedicaré otro artículo para la profundización sobre este nuevo contexto.
Debemos recordar que como decía Marx, la historia se repite dos veces: una como tragedia y la otra como farsa. Es decir, no se repite dos veces. En ese sentido es urgente estar atentos a la farsa y saber identificar a los farsantes y los riesgos que de ello se deriven.
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