A menudo, el fascismo se ha convertido en un recurso político estéril, en un medio para zanjar de golpe un debate. Lo hemos visto de un lado a otro, como un objeto arrojadizo, directo a las cabezas, pero sin reflexión alguna. La tradición política reformista, por ejemplo, formula el contenido del fascismo según sus expresiones unilaterales; a partir de ahí repite y repite una fórmula.
La imprescindible reflexión sobre el contenido de clase del fascismo y su función política se ha dejado de lado. El fascismo ha dejado de ser un fenómeno histórico para aparecer como estética, discurso o descripción. Esto ha dificultado su identificación, difuminando o eliminando directamente la lucha contra él.
La lógica nos dice: si el fascismo es un conjunto de características enumeradas según una determinada receta, lo que queda fuera de ella no es fascismo. Esta necesidad de identificación esquemática nace de las entrañas mismas de la clase media. En efecto, la clase media tiene que presentar, inevitablemente, su ruptura interna de esta manera esquemática para poder representar la distinción entre izquierda y fascismo como una contrariedad insuperable, es decir, para presentarse como dos fenómenos sin relación interna. Sin embargo, el fascismo no es un fenómeno aleatorio, sino que expresión histórica de la tendencia histórica de toda la clase media; es la expresión política de la impotencia de la clase media, y su impotencia política es la política reformista de izquierda.
El fascismo no es un fenómeno aleatorio, sino que expresión histórica de la tendencia histórica de toda la clase media; es la expresión política de la impotencia de la clase media, y su impotencia política es la política reformista de izquierda
Sin embargo, esta impotencia no es un límite que la clase media pueda superar. Es una impotencia estructural y tendencial, que sólo puede ser superada disolviendo la clase media, y con ella la sociedad capitalista que es su fundamento. La fractura interna de la clase media no es el resultado de una contrariedad subjetiva, de desacuerdos, sino de una fractura social. Y esa fractura social la genera el capitalismo, pero, es más, es el origen del capitalismo. La clase media es la expresión de la ruptura social previa, y la clase media es la forma social que necesariamente debe adoptar esa fractura social en una sociedad unitaria. Por eso también su carácter es el del conflicto, el de la contradicción, la tendencia a saltar constantemente de un polo de la sociedad (la burguesía) a otro polo (el proletariado). Porque la clase media es una figura social que crea el imaginario de una sociedad armoniosa, que debe desintegrarse, y de forma violenta, cuando los fundamentos de esa sociedad entran en crisis.
El fascismo es, pues, el resultado de la ruptura social. Y esta fractura social es la base de la sociedad capitalista. En tiempos de crisis capitalista, se pierde la capacidad de derivar por la vía «pacífica», esto es, mediante el control totalitario de la clase media, esta fractura social hacia parámetros aceptables del conflicto, precisamente porque, junto con la desintegración de la clase media, se desmantela también el origen de la cultura de paz social. En una situación como ésta, no es de extrañar que sea mayoritaria la tendencia a centrar el conflicto social en los dos polos de la clase media: por un lado el fascismo y por otro la socialdemocracia. Pero eso no es porque una y otra sean antagónicas, sino porque en una y otra se condensan dos opciones de reestructuración social del sistema capitalista postcrisis, porque lo que realmente se ha roto es la figura social que garantiza la paz social. En definitiva, las dos tendencias políticas de la clase media, tienen por objeto la reestructuración de la clase media, que es la garantía de la paz social.
Por eso, cuando prevalece el fascismo, la socialdemocracia ha fracasado, se ha mostrado incapaz de reformar el sistema capitalista por la vía de la democracia burguesa. Pero no ha fracasado, como pueden hacerlo dos combatientes que se golpean uno contra otro. No ha fracasado ante un rival exterior, sino que ha perdido en su interior. El fascismo y la socialdemocracia no son más que dos expresiones políticas que se incluyen mutuamente, que combaten en el interior del mismo movimiento político y la misma sociología de clase. Es decir, el fascismo es una tendencia histórica que surge del interior de la socialdemocracia; ambos tienen como objetivo final no derrotar el uno al otro, sino frustrar la revolución socialista del proletariado que supere a la propia clase media, es decir, ambos son estrategias políticas contra el comunismo y a favor de la reforma del sistema capitalista. Por ello, en ambos casos se pueden apreciar perfiles sociológicos parecidos.
Cuando prevalece el fascismo, la socialdemocracia ha fracasado, se ha mostrado incapaz de reformar el sistema capitalista por la vía de la democracia burguesa. Pero no ha fracasado, como pueden hacerlo dos combatientes que se golpean uno contra otro. No ha fracasado ante un rival exterior, sino que ha perdido en su interior
La principal característica de estos perfiles sociológicos es la despolitización y la supremacía moral, ambos entrelazados. Y es que la superioridad moral corresponde al individuo, pero no a cualquier individuo: al individuo despolitizado, al gestor, al buen militante, a ese que tiene un currículum sin igual, que no necesita racionalidad política para imponer sus puntos de vista y posiciones. La impotencia colectiva de la clase media suele abrir la puerta a la supremacía moral de los individuos de la clase media. Sociológicamente, en esa irracionalidad encuentra el fascismo su origen. Es decir, la racionalidad del debate político es sustituida por la irracionalidad de los valores que «hay que tener». Ese «hay que tener» está representado por individuos concretos: en el fascismo suele ser el líder, y los dirigentes intermedios que andan a su alrededor. No es el convencimiento lo que manda, sino la superstición; la confianza ciega hacia las autoridades, y la alabanza hacia su figura, hasta el punto de que el propio individuo se convierte en argumento.
Eso también se puede notar en los partidos de izquierda, especialmente en aquellos que escenifican la radicalidad. Cuando se les hace crítica política, a cambio, en vez de argumentos políticos, ataques personales, galones como argumentos y también individuos y colectivos convertidos en ídolos, que son ejemplo… para acabar de golpe con el debate. Junto a ello, difunden la negatividad respecto al futuro: difunden la idea de que la realidad no se puede cambiar, el abandono y el desprecio a los individuos, la creencia de que todo está perdido porque el otro, la mayoría de la sociedad, no comparte sus valores, los esquiva o no los protege directamente. Cuando pierden las elecciones, cuando se difunde una opinión diferente a la suya, la razón siempre es el bajo nivel de los individuos, la incapacidad biológica de la humanidad u otras posiciones esencialistas que benefician al fascismo y que, en definitiva, pueden servir para proteger las diferentes masacres que se han dado históricamente. Fácilmente se puede apreciar en la socialdemocracia una actitud fascista, o por lo menos útil al fascismo. Pero no como expresión individual, sino que son actitudes que reflejan el movimiento. Porque el fascismo no es una elección política en las elecciones, sino una forma activa de organización y una subordinación concreta a él que, aunque en sus características iniciales, puede apreciarse en la propia izquierda como una opción potencial y activa.
El fascismo, pues, encuentra las condiciones objetivas para su aparición histórica en el propio sistema capitalista. Los condicionamientos sociales creados por este mismo sistema y los individuos organizados en función de ellos son el sustento del fascismo. Esto no aparece, pues, de un día para otro; como la crisis capitalista, y como la fractura social que le corresponde, es latente, se puede notar en diferentes ámbitos sociológicos su tendencia, pendiente del momento histórico, para estallar. El fascismo es responsabilidad de todos aquellos que sustentan este sistema, y especialmente de esa socialdemocracia cuyo objetivo es la dominación capitalista del proletariado, la cual, además de no luchar contra el capitalismo, mezcla en sí misma los diferentes condicionamientos sociales para abrirles a ellos la oportunidad histórica del fascismo.
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