FOTOGRAFÍA / Saraka
2023/05/01

Quienes reducen los males del mundo a la obra de cabezas malvadas no lo hacen por simple desconocimiento; lo hacen porque esa es la contrapartida necesaria para presentarse a sí mismos como salvadores. Empero, eso tiene como consecuencia nefasta hacer imposible la salvación, pues su significado se relativiza y a lo sumo se reduce a una simple promesa, siempre asociada a la figura concreta del salvador.

Eso es lo que pasa en general con la política socialdemócrata. Siempre con la promesa de ganar, de abolir los males sociales, pero siempre retornan una y otra vez las mismas promesas, y los mismos males. El proceso de ruptura es un proceso de retorno, y de promesas renovadas, pues en realidad no se rompe con nada.

Al fin y al cabo, poner nombres y apellidos a los enemigos, si bien es necesario, no es suficiente en sí mismo. Es preciso señalar al enemigo, pero como encarnación de una condición social determinada, frente a la cual tan solo se puede luchar luchando contra el enemigo. La lucha de clases y la lucha por el comunismo no son procesos abstractos que se realizan en contra de una idea de organización; adquieren necesariamente una traducción concreta y se despliegan en lucha contra individuos que encarnan algo más que la simple individualidad.

Es preciso señalar al enemigo, pero como encarnación de una condición social determinada, frente a la cual tan solo se puede luchar luchando contra el enemigo. La lucha de clases y la lucha por el comunismo no son procesos abstractos que se realizan en contra de una idea de organización; adquieren necesariamente una traducción concreta y se despliegan en lucha contra individuos que encarnan algo más que la simple individualidad

Es por ello que, si bien hay que señalar al enemigo, y acaso traducir su función social como «el mal», de la misma manera hay que denunciar a quien pretende suplirlo en su función, pretendiendo hacer «el bien», cuando ambos, «el bien» y «el mal» no son atributos contingentes, sino que su contenido está establecido, desde nuestro punto de vista, por la ética del comunismo. Esas cabezas malvadas que pretenden sustituir en la gobernanza, son malvadas porque gobiernan, y gobiernan porque lo hacen según los requerimientos sociales inscritos en el modo de producción capitalista.

En el tema que nos ocupa, la subjetivización idealista de los procesos económicos supone recomponer el discurso socialdemócrata sobre los pilares de un pasado mejor, de mayor prosperidad económica y, sobre todo, de mayor legitimización social de la ideología socialdemócrata, que no es otra que la ideología burguesa con una ligera capa de maquillaje. Ese pasado es el pasado de grandes movimientos de masas articulados en torno al movimiento obrero, de altos salarios y de pacto social entre la burguesía y la aristocracia obrera, base económica y jurídica de la clase media socialdemócrata.

La subjetivización idealista de los procesos económicos supone recomponer el discurso socialdemócrata sobre los pilares de un pasado mejor, de mayor prosperidad económica y, sobre todo, de mayor legitimización social de la ideología socialdemócrata, que no es otra que la ideología burguesa con una ligera capa de maquillaje

Ese pasado ya pasado, en cambio, sigue presente en el ideario socialdemócrata, fosilizado en la forma objetual de las grandes industrias. La ligazón entre prosperidad y maquinaria no es sino la otra cara del proceso de subjetivación anteriormente mencionado, pues este, así como idealiza el proceso objetivo, así mismo cosifica al sujeto y su desarrollo.

Hay una verdad objetiva: el capital es acumulación de riqueza abstracta de forma ampliada y continuada. Esta tiene, además, una traducción subjetiva, que es la avidez capitalista por la ganancia. Esta última explica los grandes procesos económicos de los últimos siglos; pero, en su forma transfigurada aparece como una simple avidez individual, asociada a cabezas malvadas. Ahora bien, esa avidez individual es una necesidad económica porque el capital es más que su simple personificación individual.

Ese proceso de individualización e idealización del capital y del capitalista conlleva a la aceptación del capital como presupuesto social válido. No se trata de abolir el modo de producción capitalista, sino que de apartar a las cabezas malvadas o al capitalista, convertido en una categoría moral asociada al mal, y no a su función social objetiva. De esta manera, es suficiente con cambiar de nombre y de justificación una medida social, para que esta deje de ser capitalista. Así, vemos en el programa socialdemócrata la estrategia de reindustrialización como pilar fundamental del proceso de recomposición nacional de la acumulación de capital, a pesar de que no lo presenten así, sino que como una abstracta prosperidad y aumento de riqueza. Ese proceso de reindustrialización ha de ser de vanguardia, con tecnología puntera que coloque a la nación en posiciones ventajosas en el mercado mundial.

Si traducimos, eso significa lo siguiente: el proceso de industrialización y modernización de la producción ha de ser de un tamaño suficiente que permita apropiarse de una mayor ganancia, esto es, de plusvalor extraído a la clase obrera y, además, aumentar la extracción de plusvalor en relación con la inversión de capital realizado, esto es, aumentar la explotación de la clase obrera.

El proceso de industrialización y modernización de la producción ha de ser de un tamaño suficiente que permita apropiarse de una mayor ganancia, esto es, de plusvalor extraído a la clase obrera y, además, aumentar la extracción de plusvalor en relación con la inversión de capital realizado, esto es, aumentar la explotación de la clase obrera

Así, la subjetivización del proceso social se traduce en la continuidad del proceso social, pero con otras personas, los nuevos burgueses que ya no son burgueses sino simples gestores de capital (sic). Empero, ese proceso social puede adquirir derroteros totalmente opuestos a las primeras intenciones de sus agentes activos. Y es que, si bien la socialdemocracia concibe la desindustrialización como una estrategia diseñada en despachos, la no comprensión de la ganancia como elemento central de estructuración de la economía capitalista conlleva a disonancias estratégicas y errores categóricos, tales como comprender la desindustrialización como proceso reversible del desmantelamiento del proceso concreto de trabajo y no como acumulación y centralización de capital.

Esta ceguera se debe, en gran parte, a los propios presupuestos históricos de la socialdemocracia, adquiridos y reiteradamente representados como dogmas de fe. La estrategia de reindustrialización condensa dos elementos centrales de la ideología socialdemócrata, a saber, la centralidad del trabajo asalariado y su personificación concreta en el trabajador colectivo de fábrica, como única encarnación valida del movimiento obrero, por ser su forma más evidente y la única que adquiere un corpus de tamaño social considerable. Y es que, el tamaño de ese movimiento importa, pues, por un lado la socialdemocracia tan solo se sostiene sobre la evidencia (por ello, aquello de «la clase obrera ha muerto» de unos, y «la clase obrera ha de reproducirse en la industria» de otros), y solo lo que es evidente existe; y por otro, porque tan solo aquello que puede actuar como grupo de presión representado, esto es, un amplio movimiento obrero estructurado según sindicatos burocráticos, puede servir a la socialdemocracia como elemento legitimador de su verdadera función como garantista del pacto entre clases (o el aplastamiento del proletariado bajo la bandera de la igualdad social) y puede renovarla como la figura política que encarna la función del salvador.

Por ello, todos los presupuestos de la socialdemocracia como fuerza colectiva pasan por la reconstrucción de la centralidad del trabajo asalariado en su forma concreta de potencia social organizada, esto es, como trabajador industrial organizado en sindicatos burocráticos. Ahora bien, las falsas ilusiones y los fantasmas, así como pretender ser la encarnación del bien, son insuficientes para reorganizar la explotación de la clase obrera a una escala rentable que permita reconstruir un parque industrial nacional y un movimiento obrero subordinado a las directrices burocráticas y a la política de los profesionales de la clase media.

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