Tienen mala costumbre los nacionalistas: mientras masacran a una nación, utilizan esa cruda realidad para fortalecer su propio nacionalismo. “Envían” solidaridad al pueblo que está siendo atacado, pero lo hacen en nombre de la nación y subrayando la primacía de su nación, en ese gesto de solidaridad.
Por ejemplo, la iniciativa Gernika-Palestina, busca igualar la masacre de Gaza y el bombardeo de Gernika, o usar el genocidio que está sufriendo el pueblo palestino para recordar que el nacionalismo vasco, si envía solidaridad, no es en la forma errónea en la que se ha entendido habitualmente la solidaridad, es decir, en la forma del altruismo, sino en una forma egoísta, que es aún peor: te expreso mi apoyo, aunque sólo sea de palabra, tan sólo si puedo instrumentalizar tu situación para mi beneficio.
Esta actitud no se da sólo en el ámbito cultural de las “iniciativas populares”, por supuesto. Encuentra su expresión más triste en las estrategias políticas. Solidarizarse con el pueblo palestino sólo si es útil a los propios intereses nacionales particularistas y, además, exigir una solución para el pueblo palestino, sólo si fortalece la propia vía parlamentarista y pactista-democrática. O solidarizarse con el pueblo palestino, mientras se respalda la estrategia que lo ha encaminado a su desaparición.
En el número 34 de Arteka hablamos de las antinomias del nacionalismo. Lo que acabamos de mencionar es también una antinomia del nacionalismo: la solidaridad entre los pueblos sólo tiene cabida si esa solidaridad beneficia a una realidad nacionalista excluyente que rompe con la solidaridad como principio universal. Es decir, la llamada “supervivencia de los pueblos”, o supervivencia de las naciones, carece de principios universales si se formula con dependencia de la propia nación. El nacionalismo pone así en jaque la propia supervivencia de su nación, y es que tras la misma se esconden intereses particulares de la clase media que son más fuertes (democracia e institucionalización burguesa, estatus político y social, acumulación de privilegios...), y que se contraponen al concepto inclusivo de nación.
En definitiva, ha de darse una igualación de realidades diferentes para que se puedan comparar Euskal Herria y Palestina bajo un mismo concepto, y para que el exterminio de esta última pueda reforzar la “idea” de la primera. La construcción nacional tiene eso: que en ese proceso de igualación tiene que negar inevitablemente la singularidad del otro, hasta el punto de condenar al otro a la desaparición. Es decir, ese proceso de igualación adapta la nación que está siendo atacada a la realidad del nacionalismo que materializa la igualación, distorsionando el propio ataque que está sufriendo.
Ha de darse una igualación de realidades diferentes para que se puedan comparar Euskal Herria y Palestina bajo un mismo concepto, y para que el exterminio de esta última pueda reforzar la “idea” de la primera
¿Cómo no va a ser posible la solución de dos estados para Palestina si ese es el marco de actuación más legítimo para la mirada racista occidental, es decir, para la democracia parlamentaria europea?
En cualquier caso, las soluciones políticas necesitan un soporte teórico. En este caso, la igualación debe darse, inevitablemente, en el concepto de colonialismo. Y es que, para los nacionalistas vascos, Euskal Herria y Palestina, ambas, son naciones colonizadas. También hay quien ha señalado que la posición del Movimiento Socialista de Euskal Herria es contradictoria, sobre el supuesto de que niega el carácter colonizado de Euskal Herria, mientras que reconoce a Palestina su condición de colonizada, aunque, al parecer, no esté económicamente colonizada. Aunque esto último fuera cierto, quedaría una cuestión pendiente de resolver: si ambas, Euskal Herria y Palestina, no son naciones colonizadas en sentido económico, ¿cuál es su naturaleza colonial idéntica en sentido político?
El eje central de la colonización palestina no se explica por el colonialismo económico, por supuesto. Pero eso no quiere decir que no haya colonialismo económico: los palestinos que viven en la Palestina ocupada por Israel no tienen los mismos derechos que los ocupantes sionistas, ni tampoco los mismos que los judíos que no apoyan el sionismo. Negar el colonialismo económico que existe ahí es como decir que Palestina no está ocupada por los israelíes. Y es que, ¿qué es el colonialismo económico si no es la explotación que lleva a cabo un país extraño sobre otro país por medio de la violencia política? ¿No hacen eso los sionistas israelíes cuando no reconocen derechos económicos iguales a los palestinos?
El eje central de la colonización palestina no se explica por el colonialismo económico, por supuesto. Pero eso no quiere decir que no haya colonialismo económico: los palestinos que viven en la Palestina ocupada por Israel no tienen los mismos derechos que los ocupantes sionistas, ni tampoco los mismos que los judíos que no apoyan el sionismo
Pues bien, Euskal Herria y Palestina no pueden igualarse, ni siquiera en el sentido económico, porque en Palestina existe una situación económica que se puede analizar en función del colonialismo, situación que en Euskal Herria no existe –aunque haya segregación según diferentes procedencias, pero esa es otra cuestión y se da en función de otras realidades y principios, y, seguramente, no dejaría en buen lugar a la nacionalidad vasca–. Sólo con eso se puede justificar, pues, una visión e intervención política diferenciada.
Pero hay más razones para la diferenciación, y las consecuencias políticas que conlleva negarlas son menos benévolas que las negaciones ignorantes del colonialismo económico. Y es que el deseo de igualar a Euskal Herria y Palestina en el marco del colonialismo político y cultural niega el infierno que viven los palestinos: y no sólo cuando estalla la guerra de exterminio etnocida en la que miles y miles de palestinos son asesinados y sus casas destruidas; no sólo los controles y la violencia militar que viven en el día a día. Con ello se niega también la principal catástrofe de los palestinos: la Nakba, la estrategia planificada para expulsar a los palestinos de sus territorios. Y eso es negar la historia y la existencia de los palestinos. Esta negación no es tan benévola como la asociada a la ignorancia, porque hay que ser verdaderamente cruel, nacionalista extremista, para comparar el infierno palestino que se extiende a diario frente a nuestros ojos con la situación de los vascos.
Y no, ese infierno no se ha extendido por Palestina porque la resistencia haya hecho frente a la ocupación. Eso es como atribuir el mal de los palestinos a los propios palestinos. Es más, lo que debería explicar una teoría ingenua como esa no es tal causa-efecto (la resistencia aumenta el ataque), sino la causa misma: por qué los palestinos tienen la fuerza, los medios y las condiciones para organizar la resistencia nacional en forma militar, y las naciones oprimidas de Europa no. Pero también para eso hace falta un concepto claro de colonialismo y no el concepto oscuro que manejan los nacionalistas, en el que hasta Borgoña puede ser considerada una colonia atendiendo a su origen o “esencia”, mientras que la falta de un estallido nacional puede ser achacada a la “alienación” de los ciudadanos. ¡Caramba! ¡Las naciones están en todas partes, esperando el Mesías que las despierte!
Y no, ese infierno no se ha extendido por Palestina porque la resistencia haya hecho frente a la ocupación. Eso es como atribuir el mal de los palestinos a los propios palestinos. Es más, lo que debería explicar una teoría ingenua como esa no es tal causa-efecto (la resistencia aumenta el ataque), sino la causa misma: por qué los palestinos tienen la fuerza, los medios y las condiciones para organizar la resistencia nacional en forma militar, y las naciones oprimidas de Europa no
Así se despertaron también los sionistas judíos, con la llegada del Mesías. Ocuparon Palestina, establecieron allí su residencia, llevando a cabo para ello la limpieza étnica de los palestinos: expulsarlos de su tierra y de sus pueblos, incendiar sus pueblos y confinarlos en enormes cárceles. Diversos historiadores lo han denominado “colonialismo de pobladores”. Aunque, atendiendo a las dos posibles traducciones de “colonialismo de pobladores” al euskera, como “de pobladores” y “de creadores”, se podría decir: de creadores, porque crean una nueva “nación”; de pobladores, porque ese colonialismo no domina a una nación “desde fuera”, sino que ocupa el territorio para crear una nueva nación y expulsar a la existente mediante la violencia y el asesinato.
La igualación, pues, perjudica el proceso de liberación de los palestinos, y la solidaridad en función de la igualación significa imponer condiciones a la libertad de los palestinos: o sirve para alimentar el mundo de los nacionalistas, o no habrá apoyo. A esto hay que responder con claridad: ese apoyo con condiciones, que apoya la solución de los dos estados; un apoyo que pide a los palestinos, al mismo nivel que a los sionistas, un alto el fuego, no es un apoyo. Eso es un apoyo que condena a los palestinos a la dominación y a la desaparición.
Palestina, si va a ser libre, lo será sin ninguna condición. Y eso implica la eliminación de la mayor de las condiciones: la desaparición de Israel y de los sionistas.
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