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(Traducción)

Según las últimas noticias, el ayuntamiento de Bilbao ha decidido impulsar el programa Erasmus de voluntariado. Se trata de un programa de prácticas financiadas e impulsadas por el Cuerpo Europeo de Solidaridad, que se avalan mediante certificados. A medida que se vayan desarrollando es previsible que se empiecen a considerar como prácticas curriculares, ya que equivalen a trabajo asalariado. La lógica es la siguiente: un periodo de prácticas de entre 2-12 meses en cualquier país europeo, con estancia y gastos mínimos pagados, trabajando en asistencia sanitaria, inserción social o acogida de personas migrantes. El último órdago de la Unión Europea encubre un intento interesado de darle la vuelta a la situación de la juventud. Digo intento porque hay demasiados escépticos detrás de esta maniobra política, aun así, nos corresponde estar atentos mientras dure. Por un lado, porque una nueva institución está cogiendo relevancia en la devaluación de la fuerza de trabajo de los jóvenes, y por otro, porque esta es una herramienta más para la despolitización juvenil.

Estas prácticas se llevan a cabo principalmente por gente de entre 18 y 25 años. A menudo aparecen como una oportunidad para solventar la inestable fase que llega al terminar los estudios. En realidad, es un intento mediocre de la burguesía, que haciendo uso de la buena voluntad de estos jóvenes, trata de solucionar la dificultad que tiene para incorporar la fuerza de trabajo juvenil a la producción, igual que lo hace con otras prácticas no curriculares o con alargar los procesos de aprendizaje, para así poder ocultar el desempleo crónico de la juventud. En concreto, este programa Erasmus de voluntariado pretende reunir a 100.000 jóvenes cada curso para realizar un periodo de prácticas de casi un año. Al margen de esto, el trabajo que cumple las funciones que están bajo la responsabilidad de los Estados, es habitualmente trabajo asalariado que gracias a estos programas, se convierte, en trabajo juvenil, a cambio de dejar cubiertas las necesidades mínimas de subsistencia. Esto implica, por una parte, que el Estado delega su responsabilidad, y por otra, que los jóvenes reciben menos salario por el mismo trabajo, con lo que se reducen el gasto y las inversiones a espaldas de la juventud. La normalización de estas prácticas provoca el abaratamiento de la fuerza de trabajo juvenil, que trae consigo la normalización del trabajo tanto gratuito o del que se realiza a cambio de una retribución miserable.

Igualmente, el factor despolitizador es innegable. Es innegable porque Europa ha tomado la clara decisión de impulsar la despolitización juvenil. Primero, pretendiendo dar solución a la desvinculación de la juventud hacia la política institucional, creando espacios de decisión donde la voz de la juventud sea un agente activo. Pero estos espacios ni son vinculantes políticamente ni van más allá de la performance. Se simula la delegación de decisiones cuando la realidad es que la cuota de participación y decisión de la juventud proletaria es cada vez menor. Más allá de estos espacios de teatro están las estas prácticas de voluntariado donde el capitalismo logra neutralizar la visión de clase, o sea, neutralizar, la voluntad socialista, ante los problemas que él mismo reproduce. En situaciones concretas en las que suceden estas prácticas, como la migración o la drogodependencia, consigue socializar al Estado como el salvador, cuando es el responsable junto a la burguesía. Difunde el relato de quien invierte dinero y recursos, cuando el coste es minúsculo frente a los beneficios percibidos. Resumiendo, provoca el arraigo y la normalización del relato apolítico del conflicto. Así, la voluntad transformadora es incorporada a la lógica del capital, por una parte, mediante la mano de obra barata antes mencionada, y por otra, haciendo creer que esta transformación puede concebirse y operarse en el seno del capitalista. Esto hace que en la juventud y, en general, en el proletariado, la creciente despolitización se socialice como su negación, como politización. La política así comenzaría desde un supuesto consenso y por ello el consenso no sería la conclusión de una lucha política, es decir, la política no sería un marco de acción donde se exponen las contradicciones, al contrario, se normaliza como un marco de acción donde las contradicciones solo son un obstáculo para ejecución de la esta.

Las estadísticas dicen que el interés político de los jóvenes y su malestar van en aumento, pero entonces, ¿cómo es posible que las tendencias de organización política hayan disminuido drásticamente en las últimas décadas? ¿Cómo es posible que la organización proletaria sea totalmente residual? ¿Cómo es posible que no haya militancia a favor de un programa emancipador? Porque, como se ha dicho anteriormente, la burguesía ha conseguido que la despolitización se socialice como su antagonista, como politización. Además, con la intención de criminalizar la política proletaria, cualquier joven que tenga una actitud radicalizada (cualquier actitud que pueda poner en duda el status quo) es víctima de intervención, se niegan las condiciones mínimas para militar, los derechos políticos son anulados sistemáticamente, asimismo, se normalizan, de forma explícita e implícita, la propaganda anticomunista, junto con la negación organizativa y colectiva.

Todo esto está ocurriendo en un contexto concreto, ya que estos tiempos de persecución policial, represión y negación de derechos van a la par de un proceso de proletarización. Cada vez una mayor parte de la sociedad se está sumergiendo en un modo de vida inestable de desempleo y miseria, siendo el malestar y la indignación cada vez más evidentes. Ello provoca un crecimiento de protestas espontáneas del proletariado, hace que una amplia masa de la sociedad haga suyas las reivindicaciones por las condiciones de vida y los derechos del proletariado; en términos políticos, se están dando las condiciones idóneas para poner sobre la mesa la legitimidad de la militancia. Aunque esto provoca y provocará respuestas policiales, estrategias ilusorias u otras tácticas por parte de la burguesía, los comunistas tenemos nuestras obligaciones. De hecho, nos corresponde hacer aportaciones en las esferas en las que existe ese interés juvenil, proponer medidas y medios organizativos a favor de los intereses del proletariado y señalar a la clase enemiga. Debemos mostrar la importancia que tiene un programa comunista en este momento histórico, y su necesidad como única garantía para el acceso a la libertad total. Porque la lucha por la libertad integral comienza con la organización proletaria y sólo se puede llevar a cabo mediante la organización comunista de la sociedad.