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«El mercado mundial [es el lugar] en el cual la producción está puesta como totalidad al igual que cada uno de sus momentos, pero en la que al mismo tiempo todas las contradicciones se ven en proceso. El mercado mundial constituye a la vez el supuesto, el soporte del conjunto.»

Karl Marx, Grundrisse


Si bien es cierto que a mediados del siglo XX el proceso de acumulación de capital global, al necesitar una mayor cantidad de mano de obra, permitió que grandes masas de trabajadores se incorporaran al mercado laboral como fuerza de trabajo, hoy en día, en la mayoría de economías occidentales y en muchas otras, no sucede sino lo contrario. 

 

Esto quiere decir que el capital se encuentra ante dificultades en dotar de empleo y salario a grandes masas de la población, las cuales necesitan de ingresos con los que alimentarse, pagar el techo, abrigarse y, en definitiva, mantener unas condiciones de vida mínimas. Aunque en términos globales las tasas de desempleo se hayan mantenido similares o ligeramente inferiores respecto a los datos anteriores al estallido de 2008 (se podría poner en duda la pertinencia de estos datos, dado que en la mayoría de institutos estadísticas una persona que trabaja solamente una hora a la semana es contabilizada como ocupado), nos encontramos frente a un contexto en el cual un creciente número de personas empleadas tiene dificultades para mantener sus estándares de vida. Lejos de ser casos anecdóticos, cada vez son más las personas que trabajan bajo «formas de empleo atípico» como los empleos a tiempo parcial de corta duración o «empleos cero horas», en los que el empleado solo trabajara cuando así se lo requieran, sin tener establecidos ni un número de horas mínimas ni horarios de trabajo. Evidentemente, la imprevisibilidad y la gran variabilidad de horarios implica grandes niveles de ansiedad e incertidumbre, no solo dentro del trabajo sino también fuera de él, en la vida personal. Eso sin tener en cuenta que el nivel de salarios de este tipo de empleos es muy bajo.

 

Además, a esto hay que sumarle la tendencia del capital a subsumir bajo la lógica del valor todos aquellos espacios de la vida que le son ajenos. Con esto me refiero a que actividades cotidianas como un viaje en coche privado son ahora oportunidades de generar beneficio mediante el uso de servicios como Blablacar. Ocurre lo mismo en el caso de la venta de ropa de segunda mano, que cada vez está más generalizado como medio sencillo y de fácil acceso para ganar dinero. Asimismo, el hecho de disponer de una habitación vacía es visto como una oportunidad perdida de ganar dinero, puesto que el alquiler de dicha habitación supondría un ingreso importante. Lo que estos ejemplos ilustran es que cada vez más actividades o espacios de la vida que anteriormente eran ajenos al mercado están siendo atravesadas por la relación de capital. Hace apenas dos semanas, Ainhoa Vidal escribía en esta misma gaceta sobre el momento de universalización de los intereses del capital en el que vivimos, mencionando que el desarrollo de la identidad está sometido al mercado[1]. Así es, puesto que el capital tiende a totalizar y expandirse sometiendo todas las formas de propiedad y de reproducción social para legitimarse y para perpetuar e incrementar su poder. Todas las actividades que no forman parte del mercado, pero que podrían hacerlo, son fuentes de riqueza que el capital no dudará en aprovechar.

 

Tan solo con los elementos vistos anteriormente podemos intuir lo que algunos autores presentan como la mayor contradicción de nuestros días en términos de reproducción social. En definitiva, el modo de producción capitalista se encuentra, cada vez en mayor medida, ante una situación problemática: al mismo tiempo que no permite formas de subsistencia que sean ajenas a la lógica mercantil, no es capaz de ofrecer un modelo de reproducción de la vida para la mayoría.

 

Aunque siga necesitando de un gran número de consumidores a los que vender sus mercancías, el capitalismo genera una creciente masa de población sobrante, puesto que cada vez necesita menos seres humanos como productores. La sociedad del trabajo ya no necesita el trabajo. Las grandes empresas actuales dependen enormemente del uso de la tecnología para conseguir beneficios. Así, empresas como Netflix pueden ingresar miles de millones de euros anuales al mismo tiempo que cuentan con una plantilla muy limitada de trabajadores (menos de diez mil empleados en todo el mundo). Algo similar ocurre en el caso de las industrias biotecnológicas, que obtienen enormes sumas de ganancias a partir de la propiedad intelectual de medicamentos, vacunas, patentes, etc.

 

Todas estas industrias modernas son posibles gracias al cambio en las condiciones materiales en el proceso de valorización del capital industrial a escala mundial. La revolución de los medios de transmisión de conocimiento como las tecnologías de información y comunicación, sumado al desarrollo del capital intangible (conocimiento, educación, investigación) ha posibilitado el surgimiento de sectores con grandes beneficios en los que el trabajo es cada vez menos necesario.

 

Y es que, todos los descubrimientos tecnológicos aplicados a la producción de mercancías tienen como objetivo disminuir el trabajo necesario para su producción. Sin embargo, es únicamente el trabajo llevado a cabo en esa producción el que posibilita la existencia de ganancia. En términos generales, cuanto menos tiempo se necesite para producir una mercancía determinada, menos valor económico tendrá dicha mercancía, lo que implicará una menor ganancia. Aun así, esta tendencia a la disminución del valor ha sido compensada con un continuo aumento de la producción global: si es posible producir un coche en diez horas en vez de en cien, ese coche tendrá un valor menor; pero si se producen y logran vender diez coches en lugar de uno, estos tendrán el mismo, o incluso mayor valor que el único coche de antes.

 

Ese es el motivo por el cual el capitalismo está condenado a huir hacia delante y producir cada vez más. El problema de todo esto es que la producción de diez coches implica un mayor consumo de recursos naturales que la de un coche. La acumulación de capital, que es un proceso de crecimiento exponencial y necesita cada vez más recursos naturales se topa, de esta manera, con un límite inexorable ya que la naturaleza no es infinita. Muestra de ello es el enorme aumento del consumo y también del precio del petróleo y gas natural a partir de la década de los 70.

 

¿Quién se imaginaría, cuando a principios del siglo XX se discutía sobre los limites del capitalismo, que dichos limites tenían que ver con el uso extensivo de recursos naturales y la continua degradación de la biosfera? Pues sí, el capitalismo se topa, por su propia naturaleza, con barreras ecológicas insalvables.

 

Esto no implica determinismo alguno, no sabemos nada acerca del futuro de la crisis del capitalismo y, por suerte, el resultado final de este fenómeno está aun completamente abierto.


[1] https://gedar.eus/ikuspuntua/ainhoa-vidal/aniztasunaz-eta-askatasun-aukerez

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