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La atención mediática generalizada sitúa su foco, una vez más, sobre el actual repunte de la inflación, algo razonable si tenemos en cuenta la importancia que otorgan las máximas autoridades económicas internacionales a este fenómeno. Como si de una fobia se tratase, la aversión de los grandes agentes económicos hacia la inflación es tal, que el único objetivo (al menos, de manera oficial) del Banco Central Europeo (BCE) es mantener el nivel general de precios estable. En concreto, el único objetivo del BCE consiste en que la pérdida de poder adquisitivo del euro se sitúe en un nivel ligeramente inferior al 2 % interanual.

Esto significa que el BCE, la autoridad encargada de gestionar la política monetaria de la zona euro, utilizará todos sus instrumentos (alterar el tipo de interés, modificar las reservas y la cantidad de dinero en manos del público, compra de deuda pública y privada en mercado abierto...) con tal de mantener estable el crecimiento del nivel de precios. Aún así, el último dato registrado apunta a un incremento del Índice Armonizado de Precios al Consumo del 3,4 % interanual para septiembre, máximo valor desde la crisis del 2008. Es decir, el valor del dinero, en comparación con el resto de las mercancías, se redujo un 3,4 % respecto al año pasado (aunque esa subida es bastante más reducida si no tenemos en cuenta el precio de la energía y de los alimentos frescos).

La parálisis económica del confinamiento nos descubrió fenómenos nunca antes vistos. Aunque fuera algo anecdótico, no deja de ser curioso el hecho de que, en abril del año pasado, los futuros de petróleo cotizaran a precio negativo, lo que significa que se debía pagar para vender el petróleo (esto se explica por la falta de demanda del petróleo y por los gastos de almacenamiento y distribución necesarios a la hora de vender el crudo). En realidad, ocurrió algo similar con muchos otros productos. Al no ser capaz de vender una gran masa de mercancías, principalmente bienes intermedios, bienes que se utilizan para producir otros bienes, el precio de muchos de estos productos disminuyó considerablemente. Varios países de la zona euro cerraron el 2020 con niveles de inflación negativos.

Una vez dejado atrás el parón de la COVID-19, la repentina vuelta de la actividad económica generalizada ha presionado al alza el nivel de precios. Muchos productos han pasado de no tener compradores a venderse con facilidad. Además, las recientes dificultades y cuellos de botella en la producción de varios bienes indispensables para la cadena de producción internacional, sumado a un rápido crecimiento de su demanda, han llevado a grandes subidas de precios en estos productos. Apenas un ejemplo vale para ilustrar esta idea: los famosos semiconductores son indispensables para la producción de cualquier equipo que lleve partes de electrónica, esto los convierte en uno de los insumos más preciados. Sin embargo, los semiconductores, que se producen únicamente en el sudeste asiático, han visto su oferta disminuida debido a problemas logísticos. Esta situación en la que se da una desproporcionalidad entre sectores, en la que la cantidad de semiconductores demandada supera, con creces, su oferta ha influido no solo en el precio de los propios semiconductores, sino en el de todos aquellos bienes que los llevan. Esto es, un aumento en los precios de los semiconductores se traslada en cascada a lo largo de la cadena productiva.

De todas formas, lo interesante no es entender los motivos por los cuales se produce la inflación, sino entender que la inflación es también una cuestión política y de gran impacto. La inflación no es un fenómeno neutral que afecte a todos por igual. La pérdida de poder adquisitivo del dinero provocada por la inflación hace que el valor real de los ahorros disminuya. En una economía con un 10 % de inflación anual, en tal sólo siete años el valor real de una cantidad de determinada de dinero se ve reducido a la mitad. Dicho de otra manera, una inflación del 10 % mantenida a lo largo de siete años devaluaría tanto el dinero, que la misma cantidad de euros sería capaz de comprar, tan sólo, la mitad de cosas que hace siete años. Con la inflación, una persona con grandes ahorros tiene mucho más que perder que alguien sin ahorros.

Al mismo tiempo, la disminución del valor del dinero es beneficiosa para los deudores por la misma razón que veíamos antes. La inflación hará que el valor real de una deuda disminuya al mismo ritmo que el valor del dinero, por lo que se deberá hacer un esfuerzo menor para devolver el dinero prestado. Una persona que tenga que pagar un préstamo en un periodo de inflación estará devolviendo, en términos reales, menos dinero del que recibió prestado. Por el contrario, los acreedores, los agentes que prestan dinero, se verán perjudicados por la inflación.

Esto tiene una gran relevancia en el contexto internacional: si los bancos alemanes, franceses y británicos son unos de los mayores compradores de la deuda pública de los países del sur de Europa, estos se mostrarán en contra de la inflación.

Aparte de eso, la inflación puede jugar un papel decisivo en la distribución de la renta. De hecho, una subida de precios generalizada puede conllevar una reducción del salario real en caso de que el nivel de salarios no suba a la par de la inflación.

Además, una inflación elevada obligaría al banco central a elevar el tipo de interés (el interés que se paga a cambio de recibir prestado una cantidad de dinero), que produciría una disminución de la inversión y, en consecuencia, una contracción en la actividad económica. Por esto y por lo visto anteriormente, los bancos, estados e instituciones financieras se alarman cuando prevén inflación. Entonces, ¿por qué el BCE mantiene un objetivo de inflación del 2 % en vez del 0 %?

Existen cuestiones técnicas vinculadas a la relación entre inflación y tipo de interés, pero también se trata de una cuestión estructural. El capitalismo, por su razón de ser, exige el crecimiento continuo de la producción y de la ganancia, puesto que cualquier empresa, capital o economía que no crezca será arrollada por la competencia y la manera más sencilla de aumentar la ganancia es, simplemente, aumentar el precio de lo que vendes. El problema es que si todo el mundo imita el comportamiento, se dará un crecimiento de los precios generalizado. Evidentemente, procesos ultra inflacionarios como el de Argentina o Venezuela son devastadores, pero la inflación es un elemento necesario para la dinámica de acumulación capitalista. Al fin y al cabo, en caso de tener deflación, es decir, inflación negativa (disminución del nivel general de precios y aumento del valor del dinero), nadie querría gastar su dinero en comprar productos porque con la misma cantidad de dinero se podría comprar una cantidad mayor de bienes en el futuro.

En esta situación, en vez de gastar y comprar mercancías, se tendería a ahorrar y almacenar dinero, posponiendo el consumo para el futuro, lo que podría suponer una crisis de realización realmente dañina, puesto que no habría incentivos para comprar y no se le daría salida a la producción. Algo absurdo desde la lógica de incrementar la ganancia.

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