La escultora británica Clare Sheridan recoge en sus memorias su encuentro con Lenin. Fue en 1920, cuando visitó la Unión Soviética. Fueron los bolcheviques quienes la invitaron a Moscú y allí se dedicó a esculpir bustos de revolucionarios como el mismo Lenin, Trotski o Dzerzhinski. Sheridan, sin embargo, tenía además otros planes: había hecho una estatua titulada Victoria, una especie de representación del heroísmo de guerra, y esperaba que los soviéticos la aceptaran y la colocaran en alguna plaza de Moscú. Era Lenin quien tenía la última palabra y Sheridan, el día que trabajaba en su busto, le enseñó fotografías de sus obras. Lenin insistió en que Victoria no le agradaba nada, y le acusó de haber querido «embellecer» el lamentable acontecimiento que era la guerra. Según él, ese era uno de los problemas del arte burgués, querer embellecerlo todo, tener una noción abstracta de la belleza. Y nada justificaba embellecer la guerra, ni siquiera el heroísmo o el sacrificio. Después Lenin miró a las demás fotografías de las obras y escogió la que aparecía el busto de Churchill. «Mire cómo le ha embellecido», le dijo a Sheridan, «le ruego que no haga lo mismo conmigo».
Generalmente relacionamos el arte con la belleza, parece que el arte debería embellecer este mundo basado en la miseria y la crueldad. Sin embargo, son evidentes las consecuencias que genera esa idea, las cuales se acentúan en nuestra época en la cual la lógica de las grandes industrias culturales rige sobre la producción artística. La belleza, hoy en día, se ha vuelto sinónimo de entretenimiento y placer. Benjamin mencionaba cómo el desarrollo de la fotografía ha logrado «hacer incluso de la miseria un objeto de placer». La cita no puede ser, creo yo, más actual. No le pedimos al arte nada más que nos entretenga, que nos dé placer. Y, así, podemos antes de acostarnos leer una novela de guerra y después quedarnos dormidos sin habernos afectado lo más mínimo; o una noche de fiesta podemos bailar extáticamente al ritmo de una canción que habla sobre consumo de drogas y violencia machista; o podemos ver una serie que nos enseña la miseria que sufrimos y, sin embargo, no decirnos nada sobre la miseria, solo entretenernos y provocarnos placer.
El arte, aun así, puede cumplir también otras funciones. Es cada vez más difícil encontrar tan solo un poco de belleza en este mundo que se cae a pedazos y es comprensible, por tanto, que los trabajadores sintamos el impulso de responder a nuestra mala situación. Todos los días vemos expresiones sociales y políticas de ese malestar, pero también en el ámbito artístico son muchas que con ese impulso intentan expresar la oscuridad de estos tiempos sombríos, que quieren dar forma al malestar y a la miseria, en vez de buscar la belleza abstracta. Quisiera comentar algunas referencias musicales que me parecen interesantes, para entenderlas como expresiones de la clase trabajadora contemporánea y, de paso, hacer un repaso de este año.
El grupo inglés Idles ha publicado este año su tercer trabajo, Ultra Mono. El hablar sobre la decadencia del actual modo de vida proletaria, a través de crítica social e ironía, parece estar en la base del proyecto: el mismo nombre, por ejemplo, es un juego de palabras, ya que en inglés se pronuncia como «idols» («ídolos»), pero en realidad quiere decir «vagos» o «desempleados». El punto de partida musical de los Idles es, claramente, el punk. Aunque muchos querrán aferrarse a lo contrario, la frase «punks not dead» es difícilmente creíble hoy en día, a pesar de alguna cresta o alguna tela escocesa que podamos ver todavía por la calle, el punk parece haber muerto como expresión artística eficaz. Idles, sin embargo, ha sabido recuperar el carácter del punk sin tener que copiar lo que otros hayan hecho anteriormente, y lo han sabido utilizar para hablar de su situación guitarras estridentes, ritmos sólidos y gritos de rabia. Esa rabia, junto con el uso del imagen, puede ser una de las características más importantes del grupo; el uso del imagen, tanto poético como visual. Lo vemos en la canción que abre el disco, War, y su videoclip, donde aparecen manos constantemente –manos comprando joyas y comida, poniéndose unos guantes en el taller, siendo esposados, limpiándose la sangre– y tan solo con esas imágenes crea una dura crítica al capitalismo actual. «¡Esto significa guerra!», grita la canción, y a uno se le revuelve el estómago.
Las demás canciones siguen por caminos similares: hablan sobre la falsedad de la sociedad emprendedora en Mr. Motivator, sobre el odio al poder en Reigns, sobre la vergüenza de la soledad y sobre la ansiedad en A Hymn o Anxiety. Las letras son poéticas más que narrativas, juegan con imágenes y onomatopeyas, pero la crítica a la decadente sociedad de clases es constante. «Hay un salario mínimo / mientras tu jefe coge un aumento / sonriendo con su nueva dentadura, es / cancerígeno», cantan en una canción, «solo se muere una vez / nunca volverás / así que ama lo que puedas». También hay, sin embargo, aparte de describir su situación, un deseo de politizarla. «Ni una cosa ha cambiado / porque estés ahí parado y ofendido», dice la canción Grounds, y el estribillo podría llamar a la lucha: «¿Oyes ese trueno? / Es el ruido de la fuerza en números».
La segunda referencia que quisiera mencionar también es de Inglaterra. Kate Tempest –de nombre Kae Tempest, desde hace poco– publicó su cuarto trabajo el año pasado, The Book of Traps and Lessons («El libro de las trampas y las lecciones»), y es curioso que haya utilizado la palabra «libro» para designar a su disco, ya que una de las características más interesantes de su proyecto es que está a caballo entre el rap y la poesía, a menudo rompiendo las fronteras entre las dos disciplinas. Esa elección es aún más interesante si lo entendemos desde el deseo de la artista de hacer crítica social. Resulta evidente que la poesía –la literatura lírica, sobre todo publicada en forma de libro– tiene un número de lectores reducido, que puede estar limitado para llegar a amplias masas. Entre otros, el ascenso que ha tenido el rap ha podido cumplir esa función de llegar a un público amplio, pero ese género también ha encontrado algunos límites impuestos por el uso de la rima o la misma tradición disciplinar, que han podido impedir el desarrollo poético pleno, a pesar de la fuerza que hayan podido tener sus mensajes directos. Por eso me parece interesante la elección de Tempest: quiere hablar de la decadencia y las opresiones de nuestra época, que le escuche más gente que se encuentre en esa situación, y para eso no se limita a hacer un rap al que estamos acostumbrados, combina sin pudor el rap con la poesía y el spoken word, canciones con bases sólidas con otras sin bombo-caja.
Partiendo de esa elección, ha creado once canciones que hablan, con precisión poética admirable, sobre la vida obrera moderna. Metaforiza las relaciones amorosas actuales con una trampa, canta sobre la falsedad de la felicidad y las aspiraciones contemporáneas, describe estampas urbanas cotidianas; en resumidas cuentas, Tempest habla sobre nuestro día a día, e intenta problematizarla a través de la poesía, ya que, como dice ella, «estos días no son días / sino extraños síntomas». Puede que las letras no tengan contenido político explícito, pero ubica políticamente los temas a los que canta; dice, por ejemplo: «trabajamos cada triste día que se nos ha dado / sintiendo que la persona a quien la gente conoce / verdaderamente no somos nosotros». Y puede que no llame directamente a la lucha, que la de Tempest sea una posición demasiado humanista, pero intenta siempre advertir de la necesidad de entender y cambiar esta situación: «nada de esto fue escrito sobre piedra / no hay nada que se nos haya prohibido saber / y puedo sentir las cosas cambiar».
Los dos discos son –y en gran medida los anteriores de ambos proyectos también– expresiones de la clase obrera actual, de aquellos que sienten la crisis capitalista en sus pieles, de aquellos que en Inglaterra se criaron con la máxima tatcherista de que «no hay alternativa», de aquellos que en tiempos de Brexit han visto el aumento del racismo y la extrema derecha. El grupo J Martina, nuestra tercera referencia de este año, también decía en una entrevista que intentan «cantar a inquietudes basadas en nuestro propio contexto». Es evidente esa intención; en las pocas canciones que han sacado, mencionan la miseria o los conflictos políticos, con imágenes fuertes y sugerentes, creando un nuevo imaginario sobre esos temas, donde el «bello paraíso», por ejemplo, lo encuentras las encapuchadas en las ardientes calles. Entre otras cosas, las J Martina han sabido entender las expresiones e inquietudes proletarias contemporáneas y renovarlas, también musicalmente, ya que beben del trap, del urban, del reggaetón, pero no para reproducir esos géneros tal cual, sino para coger lo que les interesa y renovarlos.
He querido hablar sobre algunas referencias, aparte de hacer un repaso del año, porque creo que rompen con la imagen simplificadora que hay sobre las expresiones artísticas proletarias de hoy en día. Como hemos visto, la belleza no es el único ámbito del arte. El arte nos puede ayudar a hablar sobre nuestra condición, sobre lo que vivimos cada día, y el contar puede ser en sí misma una denuncia; pero el arte puede renovar, puede ir más allá. Arraigado en una posición socialista, tal vez pueda cantarle a la superación de esa misma condición.