Barricada durante la Comuna de París
2021/05/02

El 26 de marzo de 1871 pendía sobre la cabeza de la burguesía de Francia la espada de Damocles. A la suerte de aquella poética caída sólo se aferraba un estrecho hilo rojo, que cedió con furia ante un destino que parecía inevitable desde 1848. El filo de la espada abrió brecha en el curso de la lógica de reproducción del nuevo sistema incapaz de cumplir la libertad prometida, e hizo temblar en todas partes del mundo los pilares de la burguesía: se hizo historia. Aunque el filo de la espada quedó clavado en el Hôtel de Ville e intimidó en Francia al poder de las clases poseedoras, las relaciones de todo el mundo cosificado no quedaron exentas. Instituciones como el Estado, la Iglesia y la propiedad privada sufrieron un corte histórico, con la toma heroica de las riendas de su vida por el proletariado parisino. Según Karl Marx, la Comuna de París dio a la historia un momento de importancia universal, no como si una ley en el seno de la sociedad llegara al mundo, sino como una ruptura de un ciclo ciego. Por primera vez se rompieron las leyes propias del capitalismo, llevando hasta el último extremo la contradicción entre el trabajo y el Capital. Si en 1848 el proletariado actuó como clase con cierta independencia política pero sin programa revolucionario diferenciado, en 1871 la Comuna se convirtió en un grito que expresaba la negación del obrero y de la sociedad capitalista. Impulsados por el afán de justicia y libertad, dispararon simbólicamente a los relojes para ilustrar que con el gobierno del proletariado había quedado abolida la sustancia del Capital.

Por eso, la Comuna se caracteriza por ser una de las experiencias revolucionarias autoconscientes bajo la dirección del proletariado, la cual marcó un hito en la historia de los dominados de la formación burguesa. Fruto de las fisuras y de la pasión emancipadora del poder burgués francés, la coyuntura histórica llevó al proletariado inexperto en organización independiente a ejercer el poder de clase de un día para otro, encontrándose con los límites del paradigma y los cañones del enemigo de clase. La identificación crítica de los condicionamientos propios del momento histórico determinaría la forma del movimiento revolucionario del siglo XX, encarnando la teoría socialista del poder y del Estado. El sujeto histórico que transitaba por la infancia económica y la fase embrionaria política tendría que vivir amargas experiencias y sacar lecciones de ella antes de recurrir a la definición de la estrategia revolucionaria propicia para llegar al poder. La de 1871 sería la primera parada de este largo viaje.

La identificación crítica de los condicionamientos propios del momento histórico determinaría la forma del movimiento revolucionario del siglo XX, encarnando la teoría socialista del poder y del Estado

HIJA DE SU ERA

La Comuna de París y sus años anteriores fueron momentos de profunda intensidad de lucha de clases, a nivel internacional, en el Estado francés y en el seno del Ejecutivo de Napoleón III que estaba en el gobierno. En cuanto a la escala internacional, se enfrentaban dos potencias imperiales: el Segundo Imperio Francés y Prusia. Ambos luchaban por la hegemonía continental a nivel europeo, y en un momento dado, cuando las placas tectónicas geopolíticas comenzaron a desgastarse, el equilibrio de poder entre ellas sufrió una fisura; provocando un terremoto. Así, la guerra franco-prusiana estalló en 1870, tan pronto como Alemania apostó por unir sus reinos bajo la dirección de Prusia y convertirlos en una nación-estado moderna. Como esta maniobra amenazaba directamente la hegemonía de Francia, las potencias trasladaron al frente sus antagonismos. La guerra duró tan sólo un año y la victoria fue de Prusia. La batalla de Sedán resolvió definitivamente la suerte bélica del imperio, y con ella, el fin de la dinastía Napoleón. El resultado inmediato de esto fue la ocupación militar de Francia por parte de Prusia, creando las brasas que encenderían la llama de la Comuna de París.

Observando más de cerca los antagonismos de la época, se pueden observar las consecuencias del paradigma insurreccional que se extendió en el seno del Estado francés a partir de 1789, en intensa efervescencia revolucionaria. Socialistas, anarquistas y republicanos radicales constituían un peligro interno directo para el inestable nuevo orden burgués, parapetado detrás de Napoleón III. La política de la capital estaba condicionada por los radicales, con la amenaza constante de estallar una guerra civil. De hecho, algunos años antes, en 1848, el proletariado y la pequeña burguesía radicalizada habían efectuado el levantamiento que dio pie a la Segunda República. «Las inundaciones son como las revoluciones, hay que llevar tanto a una como a otra en su dirección para que no salga más de ella», advirtió el emperador en 1856, con motivo de los daños producidos durante las inundaciones del Ródano (1). En este sentido, era clara la actitud de la clase dirigente en lo que respecta a la revolución: sirvió para desmantelar el antiguo régimen y las relaciones de producción feudales para llevar a la burguesía al poder. Toda tentativa emancipadora que fuera más allá sería violentamente reprimida. Las libertades de propaganda, de imprenta o de asociación del proletariado, por ejemplo, eran constantemente atacadas a finales del Segundo Imperio. Sin embargo, la represión no evitó que la conciencia propia de la nueva clase oprimida diera sus primeros frutos en el ámbito organizativo. El 28 de septiembre de 1864 se constituyó la Primera Internacional, y la alianza internacional de los expropiados extendió a los cuatro vientos la proclama: «La emancipación de los trabajadores debe ser cuestión de los obreros» (2). Aunque los que reclamaban transformaciones radicales estaban aún plegados en círculos minoritarios, poco a poco irían echando raíces en el movimiento obrero. En 1866 se celebró en Ginebra (Suiza) el primer Congreso General con el apoyo de sindicatos y organizaciones obreras de varios países, entre ellos Francia.

En este sentido, era clara la actitud de la clase dirigente en lo que respecta a la revolución: sirvió para desmantelar el antiguo régimen y las relaciones de producción feudales para llevar a la burguesía al poder. Toda tentativa emancipadora que fuera más allá sería violentamente reprimida

Además de la sección parisina de la Primera Internacional, en la ciudad de las luces florecieron otras muchas instituciones proletarias independientes a la burguesía, como sindicatos, cooperativas y clubes de trabajadores. Las armas de fuego estaban, además, también en manos de las clases bajas, encuadradas en las populares milicias de la Guardia Nacional. El Cuarto Estado se convirtió, pues, en una fuerza determinante en la Francia de 1871. Así las cosas, más adelante buscaremos todo el sentido a las palabras de Friedrich Engels: «Thiers, el nuevo jefe de gobierno, se dio cuenta de que mientras las armas estaban en manos de los obreros de París la dominación de las clases poseedoras estaba en peligro constante. Lo primero que hizo fue desarmarlos»(3).

El Estado Mayor del Segundo Imperio Francés era también una olla a presión que hervía por dentro, pues el aventurerismo imperialista había acarreado sucesivas derrotas militares. La beligerancia de los generales nacionalistas y la necesidad de conquistar territorios a toda costa les llevó con frecuencia a hacer un cálculo inadecuado de las fuerzas y a embarcarse en campañas estériles, como es habitual en imperios en fase de decadencia. Durante la segunda expedición mexicana, que se prolongó desde 1861 hasta 1867, se buscó, por ejemplo, evitar que la influencia de Estados Unidos se extendiera a América y consolidar la preeminencia francesa. El resultado fue adverso, ya que los republicanos mexicanos se enfrentaron a la invasión con tácticas guerrilleras. A medida que se prolongó la campaña, el control de México perdió interés para Napoleón III y lo único que consiguieron fue llegar debilitados a la batalla contra Prusia.

HONOR Y AGONÍA

La derrota en la guerra provocó un vacío de poder en la configuración de la burguesía nacional. En los primeros días de septiembre de 1870 cayó el imperio y se proclamó la República bajo la dirección de Adolphe Thiers. Mientras tanto, el ejército prusiano de Otto Von Bismarck sitiaba la capital desde los suburbios. En medio de este estado de excepción, los parisienses aceptaron que el viejo aparato legislativo formara un gobierno provisional para la Defensa Nacional, que se fortificaría en Versalles. Eso sí, las masas que querían evitar la entrada de prusianos a toda costa se alistaron en la Guardia Nacional y tomaron las armas. En consecuencia, miles de obreros vestidos de uniforme se convirtieron en la única fuerza armada eficaz de París. A la burguesía no le hizo ninguna gracia que el monopolio de la fuerza estuviera a cargo de su clase hostil. Además, el Gobierno de Defensa Nacional no era capaz de resistir la invasión, ya que las fuerzas ocupantes apretaban cada vez más las defensas, perjudicando a las clases más bajas. La realidad desmentía la protección prometida por Thiers y compañía desde sus castillos, la única razón que daba nombre y legitimidad al Gobierno de Defensa Nacional. Esta frágil situación no duró demasiado y la incompetencia del defraudador ejecutivo empujó al armado proletariado a tomar el timón. El 31 de octubre de 1870 batallones de obreros tomaron el Hôtel de Ville y detuvieron a varios miembros del gobierno. La única razón para no castigarlos fue evitar la guerra civil.

El 28 de enero de 1871 los prusianos derribaron las últimas defensas de París. La Guardia Nacional firmó un alto el fuego con los ocupantes, aceptando la pérdida de los territorios de Alsacia y Lorena y concediendo la indemnización. No obstante, las tropas no entraron hasta el corazón de la capital por si acaso. Los alemanes no tomaron más que fortificaciones del norte y del este, y la fuerza armada que vigilaba era la parisina del proletariado. Como se ha dicho más adelante, el gobierno burgués cobarde de Francia no veía con buenos ojos perder el control sobre la capital, y haciendo honor a su carácter, la madrugada del 18 de marzo de 1871 se emitió desde Versalles la orden de robar los cañones públicos pagados con sudor y sangre de los proletarios parisienses; para que la única garantía que tuvieran los milicianos de la Guardia Nacional para resistir heroicamente la ofensiva de los prusianos cayera en las garras de los incapaces. Entonces sí, al proletariado no le tembló el pulso: para la mañana siguiente anuló la intriga de las fuerzas armadas reaccionarias y declaró la guerra al Gobierno Francés. En consecuencia, la Comuna, dictadura del proletariado, se instauró inmediatamente después de que aquel Gobierno de Defensa Nacional, solo con capacidad de defenderse a sí mismo, dilapidara la poca popularidad que le quedaba en París.

Fue proclamado el 28 de marzo, dos días después de culminar el proceso constituyente. Los trabajadores se hicieron con el poder, nombraron a los responsables y se pusieron a elaborar la ley revolucionaria por decreto. Como órgano central de gobernanza de la Comuna, se constituyó un Consejo Comunitario compuesto por 92 miembros, con la participación de artesanos de diversos sectores, oficios liberalizados, pequeñoburgueses y políticos revolucionarios. Todos ellos, además, reunían a miembros de diversas corrientes. Había republicanos radicales, socialistas proudhonistas, comunistas, anarquistas, blanquistas... El enredo ideológico dificultaba frecuentemente la unidad de acción, y las discusiones para la definición de la estrategia podían tardar en darse en medio de las situaciones más complicadas. Sin embargo, impulsando una organización eficaz para el sostenimiento de los servicios públicos básicos (4), acertaron de alguna manera en definir un programa de mínimos y a sistematizar la división del trabajo necesaria para ello (5).

Los trabajadores se hicieron con el poder, nombraron a los responsables y se pusieron a elaborar la ley revolucionaria por decreto

Antes de nada, el Comité central de la Guardia Nacional, que hasta entonces había ejercido el poder real, se disolvió abrazando a la Comuna. Al mismo tiempo, los comuneros abolieron el servicio militar obligatorio y el ejército permanente el 30 de marzo, y en su lugar se constituyó la Guardia Nacional de Milicianos. También se resolvieron medidas económicas urgentes el mismo día, como la condonación de alquileres de viviendas o la suspensión de la venta de objetos embargados a los trabajadores. Al día siguiente, se fijó el salario máximo de los funcionarios. El 2 de abril llevaron a cabo la separación entre la Iglesia y el Estado, retirando todas las subvenciones a la institución religiosa, arrancándole su influencia en el ámbito educativo y nacionalizando todos sus bienes en propiedad. El día 6 la guillotina fue quemada delante del pueblo, con el fin de representar la decadencia del terror burgués. Más adelante, el 16 de abril, hicieron un censo de todas las fábricas abandonadas por la burguesía para restablecer la actividad productiva bajo las órdenes de los obreros. También expusieron su intención de organizar la unión entre estas cooperativas de la administración proletaria, aunque después quedaría por materializar. El 20 de abril se dispuso el trabajo nocturno de los panaderos y la abolición de las oficinas de empleo, asignando la cuestión del empleo a los gobiernos municipales de los distritos de la Comuna. A finales de este mes se decretó el cierre de las casas de embargo alegando que «están en competencia con el derecho a promover la explotación privada de los trabajadores y su derecho a poseer créditos e instrumentos de trabajo» (6). Además de las instituciones, relaciones sociales y formas jurídicas retrógradas, los comuneros destruyeron varios monumentos físicos construidos por mandato de la burguesía y la aristocracia, como la Columna napoleónica del Triunfo de la Plaza de Vendôme, la capilla de Luis XVI o la casa de Thiers.

A medida que estaban sitiados y bajo los bombardeos del gobierno francés desde el 2 de abril, la situación en el frente condicionó directamente el desarrollo de los decretos y el rumbo de las decisiones políticas. En este sentido, la Comuna tendría que dirigir la mayor parte de sus fuerzas a enfrentarse al ejército reforzado por el Gobierno de Versalles a partir de mayo. Aunque en abril lograron repeler varias ofensivas de los de Versalles, Prusia devolvió a Thiers a los prisioneros de guerra capturados en las batallas de Sedan y Metz para que éste los enviara a aplastar La Comuna. Con la complicidad del supuesto adversario, las fuerzas republicanas ganarían notable gallardía militar. Desde entonces, viendo que la correlación de fuerzas militar en el frente se había puesto de su parte, Thiers rechazó las negociaciones. El ensayo más conocido fue el del intercambio de varios clérigos presos por los comuneros por el líder revolucionario Auguste Blanqui, pero Versalles declinó la oferta (7). Enviarían las fuerzas de la reacción en busca de la victoria total.

A medida que estaban sitiados y bajo los bombardeos del gobierno francés desde el 2 de abril, la situación en el frente condicionó directamente el desarrollo de los decretos y el rumbo de las decisiones políticas

Los hombres de Thiers comenzaron a avanzar por el frente sur en los primeros días de mayo, neutralizando las fortalezas estratégicas. Por el oeste fueron conquistando poco a poco edificios y aldeas, hasta que llegaron a la altura de las murallas. El 21 de mayo consiguieron romper la puerta y acceder al casco urbano. Allí, los vecinos de los barrios ricos del oeste recibieron a los soldados republicanos con los brazos abiertos. A medida que avanzaban, se encontraron con una fuerte resistencia en los barrios proletarios. Eso sí, la respuesta militar fue totalmente caótica e improvisada, ya que no respondía a ningún plan estratégico ni a una disciplina determinada. Según Olivier Lissagaray, la defensa fue «como la caldera de una máquina en la que el vapor escapa por cien agujeros» (8). Mientras tanto, el ejército permanente, dotado de comunicaciones, organización y suministros adecuados, ganaba en todos los frentes. Los prusianos que ocupaban tanto las fortalezas del norte como las del este dejaron entrar por el norte a las tropas de Versalles, rompiendo lo firmado en la tregua con la Guardia Nacional. Aquella maniobra del enemigo había sorprendido a la Comuna que confió en la palabra de Prusia y no preparó las defensas. Una vez derribadas las últimas trincheras del proletariado, el terror burgués se hizo dueño en París. La represión dejó miles de muertos; el ejército republicano cometió una terrible matanza contra mujeres, hombres y niños desarmados. Los que lograron escapar de la muerte tuvieron que exiliarse. Otros muchos que no cayeron bajo las balas fueron interceptados por el enemigo y encerrados.

La respuesta militar fue totalmente caótica e improvisada, ya que no respondía a ningún plan estratégico ni a una disciplina determinada

FORMA POLÍTICA, OBJETIVOS

Pese a los fracasos, aquella experiencia llenó de contenido práctico la vieja idea revolucionaria de la dictadura del proletariado proclamada en 1848. Si ya se sabía que el sujeto histórico proletario debía basar su emancipación en la dictadura contra la burguesía, en 1871 se concretó, perdiendo en gran parte su carácter abstracto.

En efecto, la formación de la Comuna respondió a la forma de emancipación del proletariado. En primer lugar, porque el proletariado ya no debía tomar simplemente la vieja maquinaria del Estado, sino destruirla, junto con el ejército permanente, la policía y la burocracia. En su lugar se estableció el armamento general del pueblo y la corporación del trabajo de los delegados elegidos por sufragio universal, donde si los encargados no respondían a sus obligaciones, sus cargos podían ser revocados en cualquier momento. Según Marx, La Comuna no tenía nada que ver con el organismo parlamentario, que era la corporación del trabajo de carácter tanto ejecutivo como legislativo. La política, que es una esfera autónoma en el marco de comprensión de la sociedad burguesa, se disolvió. En lugar de esto, las funciones de la Comuna se limitaron a la administración y distribución ordinaria de la producción, que es realmente política para el proletariado. Por ello, se mostró la voluntad de arrinconar la ley del valor y reforzar la gestión del valor de uso, alternativa para construir una planificación de la producción adaptada a las necesidades sociales.

El armamento general del pueblo y la corporación del trabajo de los delegados elegidos por sufragio universal, donde si los encargados no respondían a sus obligaciones, sus cargos podían ser revocados en cualquier momento

Contrariamente a lo que muchos pensadores revolucionarios han creído, la Comuna no era un Estado al uso, como si los órganos locales fueran meros apéndices de un aparato central burocrático. En la Francia revolucionaria de 1871, el objetivo era extender el régimen comunal a todo el territorio y permitir la autoorganización de los productores (9), con sus limitaciones objetivas y sus debilidades estratégicas. Eso sí, no lo entendían como una absoluta federación o descentralización anárquica. Respetando la autonomía relativa de cada Comuna, en mayor o menor medida, su objetivo común era garantizar la asociación de todos y organizar la producción de acuerdo con la planificación consensuada. El régimen comunal no era, pues, el único organismo de representantes, es decir, sólo la Gran Comuna que incluiría a Francia (y al mundo entero después), sino que se interpretaba más bien como la forma política que adoptarían hasta las aldeas más pequeñas del territorio, o al menos así lo propuso el proletariado revolucionario de París. La Comuna sería el territorio de las asociaciones, con órganos supracomunitarios de representación que ejercerían políticamente esa asociación, por decirlo de alguna manera. He aquí una sencilla descripción de las claves políticas que el viejo espíritu comunero aprovechó para comprender la dictadura del proletariado.

CONCLUSIONES

La Comuna ha dejado al menos dos lecciones principales que merecen la atención tanto de los revolucionarios de los siglos actuales como de los venideros. Por un lado, que la lucha de clases no puede disfrazarse como una lucha nacional, porque la guerra que lleva el trabajo contra el Capital es internacional. En segundo lugar, nos ha mostrado también el medio exacto de emancipación del trabajo, a saber, que determinadas medidas revolucionarias pueden ser instrumentos adecuados para la abolición del régimen del trabajo asalariado.

Los soldados radicalizados de la Guardia Nacional y los operarios de París, con la proclamación de la Comuna, se pusieron manos a la obra para construir una nueva sociedad. Mientras tanto, toda la clase dirigente de la vieja Europa se unió en la Santa Alianza contra el cuerpo vivo del comunismo que formaba la amenaza directa. Porque el fantasma del comunismo ya no era una simple palabra que aparecía en los manifiestos, sino una realidad material organizada que se vertebraba en los rincones de las calles. Así, bajo la dirección del proletariado parisino, la capital francesa dejó de ser cuna de la sociedad burguesa y se convirtió en su tumba. La burguesía, por su parte, abandonó sus conflictos internos y se unificó contra el proletariado con puños de acero. Francia y Prusia, potencias enemistadas en aquel momento, cerraron sus filas en torno al objetivo común: había que destruir aquella República del Trabajo. La Comuna ya no era una amenaza particular para Francia, sino un peligro general para todas las clases poseedoras del mundo. Así encarnaron Bismarck y Thiers el alma de la burguesía, después de haberse fijado en la defensa de los intereses históricos de esa clase y resuelto que su principal objetivo era subyugar al proletariado, en lugar de hundirse en la rivalidad entorno a Alsacia y Lorena.

En el lado del proletariado, los comuneros también actuaron como clase internacional, designando al frente del gobierno de la Comuna a sendos obreros de Alemania y Polonia. La Comuna mostró su verdadero rostro como gobierno internacional del proletariado; Francia dejó atrás su orgullo nacional y su chovinismo para dar pie a la plataforma de la República Internacional del Trabajo. Si la Comuna supuso la unión nacional real de Francia, fue porque concentró al proletariado de todo el Estado en un gobierno que defendía sus verdaderos intereses; y con ello, también los intereses del proletariado de todo el mundo. Derribadas las fronteras nacionales, al menos en el sentido histórico, el proletariado francés comprendió que sus intereses eran los mismos que los del proletariado de todas las naciones. En consecuencia, arrió la bandera nacional de la barbarie y alzó al cielo francés la bandera roja del comunismo. La alianza criminal de la burguesía y la solidaridad revolucionaria del proletariado nos aclararon que la lucha de clases en la sociedad moderna se desarrolla a escala internacional, en un duelo a vida o muerte entre las clases productoras y las clases poseedoras de todos los países.

La alianza criminal de la burguesía y la solidaridad revolucionaria del proletariado nos aclararon que la lucha de clases en la sociedad moderna se desarrolla a escala internacional

De cara a las críticas que se han hecho desde la tradición marxista a la guerra revolucionaria de 1871, tres son los elementos más destacados: la decisión de no intervenir en el Banco de Francia, el concepto de organización de la autonomía y el de dictadura antiburguesa. En cuanto a la primera, con la resolución política de no tocar el principal banco del país y su reserva, se ha hablado de que al proletariado se le había negado la posibilidad de jugar una carta propicia para frenar la ofensiva de los versalleses. Engels, por ejemplo, afirmó: «Habría llevado a toda la burguesía francesa a presionar a Versalles para firmar la paz con la Comuna» (10). Sin embargo, los responsables políticos no se atrevieron a tomar aquella decisión. Al hilo del concepto de autonomía, se le ha atribuido, entre otros errores estratégicos, el fomento de la atomización y descentralización estratégica de la fuerza organizada del proletariado. Lissagaray criticó con un ejemplo concreto aquella tendencia que estaba inserta en la cultura política: «Ya se prohíbe intervenir en la autonomía del vecino en nombre de la autonomía santa, el comité ejecutivo se negó a armar a las Comunas dependientes de París que pedían permiso para recurrir a Versalles. Ni Thiers mismo haría nada mejor para aislar París» (11). En tercer lugar, se ha mencionado con frecuencia si la Comuna no fue demasiado tibia en la aplicación de la dictadura revolucionaria contra la burguesía. En efecto, autorizó la actividad de los periódicos burgueses, no acertó a evitar la deserción de las fuerzas armadas que después se reorganizarían para la contraofensiva, ni a intuir ataques contra Versalles. Se ha solido decir que en los momentos en los que tuvieron la capacidad de protegerse prefirieron actuar con indulgencia con la burguesía, pero evidentemente, la burguesía nunca perdona.

Aun así, la experiencia de la Comuna de París hace aflorar la dignidad del proletariado organizado con la determinación de derribar el viejo mundo. La burguesía, en cambio, sólo muestra ante la historia que es capaz de venderse y hundirse en los lodos de la hipocresía. Los comuneros no se centraron en hacerse con el triunfo de ninguna guerra, y quizá ese espíritu demasiado humano expuesto con los enemigos fue uno de sus punto débiles. Pero sobre todo, el sangriento fracaso dejó una lección que debería ser inolvidable para el proletariado: cuando la lucha de clases se lleva hasta las últimas consecuencias, la sociedad burguesa civilizada pacifista muestra su máxima crudeza. El contrato social, los derechos humanos, la libertad, la justicia y la fraternidad se convierten en una caricatura desagradable.

REFERENCIAS

[1] La Comuna de París, H. Prosper- Olivier Elissagaray, Txalaparta (2019), pg 23-24.

[2] Ibídem, pg 27.

[3] La Comuna de París, Marx-Engels-Lenin, Akal (2010), pg 84.

[4] La Comuna de París, H. Prosper- Olivier Elissagaray, Txalaparta (2019), pg119-120.

[5] Ibídem, pg 207-221.

[6] La Comuna de París, Marx-Engels-Lenin, Akal (2010), pg 86.

[7] La Comuna de París, H. Prosper- Olivier Elissagaray, Txalaparta (2019), pg 214-216.

[8] Ibídem, pg 206.

[9] Ibídem, pg 194-195.

[10] La Comuna de París, Marx-Engels-Lenin, Akal (2010), pg 90.

[11] La Comuna de París, H. Prosper- Olivier Elissagaray, Txalaparta (2019), pg 195.

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