2020/03/16

Introducción de ITAIA, Red de Mujeres Socialistas

El proceso de transformación de la forma económica de la sociedad es un tema que genera interés ya desde hace tiempo. Esto hace referencia a los cambios que está experimentando el ámbito laboral en un contexto de crisis: se están haciendo sentir los límites objetivos del sistema. Un ejemplo de ello es el cambio cualitativo que se está dando en las últimas décadas en la explotación sobre la que se asienta el sistema, sobre todo porque es cada vez menor la cantidad de trabajadores, y mayor la plusvalía que deben producir. Las necesidades de que se mantengan los beneficios implican un empobrecimiento creciente de la plantilla: aumento del nivel de explotación, devaluación salarial... El análisis de esta situación concreta es necesario para comprender la transformación que está experimentando la composición de clase, así como para comprender la forma que adoptan las manifestaciones concretas de la dominación de clase.

Conscientes de ello y abordando el tema que nos ocupa, podemos decir que la situación de las mujeres trabajadoras ha adoptado muchas formas a lo largo de la historia. Por supuesto, cada momento histórico exige su análisis concreto y el actual tiene sus propias características: el número de mujeres que se han incorporado al mercado laboral a partir de los años 70 ha sido superior al de los hombres. La mayoría de estas mujeres trabajan en servicios de mano de obra, en actividades sanitarias y en sectores relacionados con el cuidado de personas. Asimismo, hay que señalar que el 73% de los trabajos a tiempo parcial son realizados por mujeres, debido a la falta de cualificación y a las obligaciones familiares. Obviamente, la ganancia por hora de los empleos a tiempo parcial es un 30% inferior a la de los empleos a jornada completo. Por tanto, y dada la feminización de estos sectores, los salarios medios suelen ser diferentes entre mujeres y hombres. A esto hay que añadir, por supuesto, la ofensiva cultural que trae de la mano, que en el caso de estas trabajadoras adopta la forma de violencia machista en todas sus manifestaciones.

Esta situación puso sobre la mesa hace tiempo la urgencia de tratar el asunto. Frente a ello, cabe destacar el auge del feminismo a nivel mundial y su capacidad para movilizar a amplios sectores de mujeres. Por el contrario, se está demostrando una evidente imposibilidad de dar la vuelta a esta situación que, aunque ha hecho aflorar numerosas denuncias, no ha alcanzado la organización de las capacidades necesarias para obtenerlas.

Todo ello sitúa a la cuestión de la opresión de las mujeres trabajadoras en la primera línea de la estrategia socialista también en Euskal Herria. Así, aunque los esfuerzos teóricos para abordar el tema desde una óptica proletaria son evidentes en el último año, consideramos necesario empezar a preparar el paso hacia la práctica política. Sabemos que la terrible situación de las mujeres no conducirá paralelamente al desarrollo de su conciencia, por lo que tenemos la premisa necesaria para liberar la potencia de este sujeto y acertar en sus instrumentos de organización. Es decir, nos corresponde empezar a crear espacios de masas que tengan como objetivo la educación política de las mujeres trabajadoras. Deben ser herramientas capaces de combatir una transformación de las condiciones de vida, ya que la única forma de desarrollar su conciencia es el proceso de experiencia práctica según las fuerzas de la clase obrera organizada.

En este desarrollo organizativo será necesario realizar un estudio exhaustivo de la historia. Es decir, el análisis crítico del movimiento obrero que se ha desarrollado en los últimos siglos es una actividad crucial para extraer de las referencias históricas las lecciones políticas necesarias. En el caso concreto, las decisiones políticas y organizativas adoptadas por los movimientos obreros ante la cuestión de la mujer tienen mucho que decir. A ello responde el siguiente reportaje: despojar de polvo a las resoluciones tomadas sobre la cuestión de la mujer por organizaciones que tuvieron como objetivo el comunismo y poner sobre la mesa la actualidad de las mismas.

8M: actualizando las lecciones históricas. Reportaje.

Para empezar a hablar del 8 de marzo es interesante volver siglos atrás y entender el contexto económico, social y político del nacimiento de ese día. De hecho, el proceso de industrialización que se dio en los siglos XVIII-XIX supuso un cambio en la posición social que ocupaba la mujer en el proceso productivo.

Los avances técnicos y la nueva maquinaria de aquellos tiempos permitieron producir más mercancías en menos tiempo, abaratando los costes de producción de las mercancías, aumentando los beneficios de los capitalistas. Las máquinas comenzaron a sustituir algunas de las actividades del hombre adulto, debido a los avances técnicos, ya que no eran tan necesarias ciertas características que respondían a la fisiología del hombre. Al mismo tiempo, a la burguesía se le hizo más útil la mano de obra femenina y infantil, ya que su fuerza de trabajo era más barata. Por ejemplo, las hilanderías estaban llenas de trabajadoras. Socialmente estaba aceptado que a las mujeres se les pagara menos, por lo que el beneficio obtenido de ellas era mayor para los burgueses.

La revolución industrial supuso la incorporación masiva de la mujer trabajadora al proceso productivo y, por tanto, a las fábricas. Esto tuvo varias consecuencias en la constitución política del proletariado que empezaba a organizarse. Por un lado, la inmersión de la mujer en la producción visibilizó aún más las injusticias de la sociedad capitalista. Las mujeres trabajadoras fueron conscientes de que se les negaba la posibilidad de participar en la vida política y que eran un sujeto negado. Así, afloraron la necesidad y el ansia de tener los mismos derechos que el hombre trabajador. Por otro lado, la negación de la participación política de la mujer trabajadora reducía las capacidades políticas de todo el proletariado, con una presencia tan alta de mujeres trabajadoras en los centros de trabajo que en muchas fábricas no era posible llevar a cabo reivindicaciones sin el apoyo político de las mujeres proletarias. A pesar de la evidente necesidad de participar en el movimiento obrero, las trabajadoras en muchos casos carecían de un instrumento de organización desarrollado para participar activamente en los partidos de trabajadores; ni una táctica definida, ni un marco organizativo …

Como Alexandra Kollontai dijo, en aquel momento el “derecho al voto sin género” no formaba parte integral de la lucha de los trabajadores, ya que, por un lado, hasta entonces las mujeres trabajadoras estaban encerradas mayoritariamente en sus casas y, por otro, la influencia de la ideología burguesa en los partidos obreros seguía siendo evidente.

Tendencias antagónicas

Los cambios producidos por el capitalismo en la situación objetiva de la mujer provocaron el surgimiento de la cuestión moderna de la mujer, aflorando posiciones antagónicas entre las mujeres. En lo que se refiere al derecho al voto, la tendencia de las mujeres burguesas era que, a través del derecho al voto, quisieran llegar a la altura de sus maridos y disfrutar libremente de sus bienes, mientras que las trabajadoras pretendían adquirir la capacidad política de revertir la realidad social en su conjunto.

En los grupos o espacios políticos que reivindicaban la unión política entre todas las mujeres no se abordaban en absoluto las necesidades e intereses de las mujeres proletarias, lo que suponía perpetuar el carácter y la situación de la mujer trabajadora.

Entre estas dos tendencias, las mujeres proletarias tenían que decidir entre implicarse en la lucha por los derechos políticos y sociales entre todas las mujeres o crear herramientas para combatir las necesidades de las trabajadoras dentro de la autoorganización de la clase trabajadora. Las mujeres trabajadoras tomaron la decisión de autoorganizarse y comenzaron a trabajar conjuntamente.

Avances y logros

Año tras año, en el movimiento obrero creció la participación de las mujeres desposeídas. En Inglaterra, entre los años 1888 y 1889, el movimiento sindical se fue radicalizando, pasando a estar compuesto por hombres y mujeres proletarios. En veinte años aumentó notablemente el número de mujeres en los sindicatos, pasando de 37.000 a 167.000 mujeres. Además, en sectores que negaban la sindicalización de la mujer, crearon estructuras propias de mujeres trabajadoras. En el año 1906 Mary Macarthur impulsó la creación de la Federación Nacional de Mujeres Trabajadoras, que pasó de 2.000 a 20.000 miembros en pocos años.
En Alemania, a partir de 1892, comenzaron a publicar la revista Igualdad, dirigida por Klara Zetkin. Además de hacer una defensa política del derecho universal al voto, Igualdad pedía la abolición de las leyes excluyentes. El Partido Socialdemócrata alemán fue el único en Europa que insertó en su programa político el derecho al voto de las mujeres y organizó campañas a favor del mismo. Esto permitió que dentro del partido las mujeres adquirieran herramientas organizativas para combatir sus espacios y necesidades materiales. Con el paso de los años aumentó enormemente el número de mujeres militantes socialistas: en 1905 había 4.000 mujeres en el sector obrero, 29.458 en 1908, y 82.642 en 1910.

También es de destacar la fuerza demostrada por las mujeres proletarias en EEUU, y Lucy Parsons es de recordar. Parsons era una mujer negra que lo había dado todo por la libertad total de la clase trabajadora. A su juicio, “la opresión racial y de género son formas específicas de opresión derivadas de la explotación de clase”. Por eso reivindicaba la unión política entre las mujeres negras y blancas de la clase trabajadora. Pauline Newman y Rose Schneiderman eran también mujeres socialistas, y gracias a sus luchas se empezó a revertir el carácter de media clase de la lucha por el derecho al voto y a articular la lucha sufragista de la clase trabajadora.

Esta tendencia ascendente hacia la organización de las mujeres, unido a la necesidad de identificación y desarrollo de objetivos concretos e instrumentos para alcanzarlos, llevó a plantear la posibilidad de establecer relaciones a nivel mundial entre las mujeres. Y no dejaron escapar esa oportunidad, conscientes del compromiso que la situación exigía, las mujeres socialistas de diferentes rincones del mundo siguieron dando pasos en el camino de la organización. Ejemplo de ello son la organización de conferencias propias de mujeres, así como los contenidos trabajados y los retos planteados en las conferencias mundiales de Mujeres Socialistas.

La Primera Conferencia Mundial de Mujeres Socialistas tuvo lugar en agosto de 1907 en Stuttgart. Tenía dos objetivos: el primero, desarrollar relaciones permanentes y estables entre mujeres socialistas organizadas, y el segundo, la lucha por el derecho al voto de las mujeres.

De cara al primer objetivo, decidieron crear una delegación a nivel mundial. Allí tendrían que enviar un análisis que recogiera la situación del movimiento de mujeres socialistas de cada país. Acordaron que la sede de la delegación estuviese en Alemania, en Stuttgart. Además, se decidió que la revista de mujeres socialistas Igualdad del Partido Socialdemócrata alemán fuera un órgano de difusión y expresión mundial de las mujeres socialistas. Asimismo, plantearon que dentro de los partidos socialistas hubiese órganos femeninos. Bajo su criterio, eso implicaría aportaciones interesantes tanto en el ámbito organizativo como en el político. Sin embargo, en la conferencia se denunció que, a pesar de la extrema gravedad de la situación política y social de las mujeres proletarias, los hombres proletarios aún no eran plenamente conscientes de ello, por lo que la presencia de espacios femeninos en el seno del partido podía permitir presionar a los hombres del partido para que participaran activamente en la lucha contra la situación de la mujer trabajadora.

Además de todo ello, cabe recordar la Segunda Conferencia Mundial de Mujeres Socialistas celebrada en Copenhague en 1910. Klara Zetkin propuso entonces organizar el día de la mujer trabajadora a nivel mundial. El nacimiento del día de la mujer trabajadora, lejos de ser una reacción ligada a un simple momento coyuntural, fue un paso táctico marcado por los partidos obreros. Precisamente, uno de los resultados del desarrollo del movimiento socialista de mujeres fue la creación del 8 de marzo.

El contexto actual

Una vez repasadas algunas pinceladas que ha dejado la historia, vamos a observar la situación actual. El contexto actual desde los años 2008-2009 se ha entendido como un contexto de crisis. Pero ¿qué es el contexto de crisis y cuáles son sus efectos sociales?

La crisis se define en su forma económica y en su concepción capitalista, en su incapacidad para la acumulación. A medida que crece la composición orgánica del capital, hay que añadir aún más plusvalías al capital constante, es decir, la inversión en capital constante debe ser cada vez mayor, a pesar de la tendencia a la bajada de las masas de plusvalía. Así, al aumentar la producción, se consigue rebajar el valor de las mercancías y la fuerza de trabajo, reduciendo los salarios. Para que la acumulación continúe, se reduce la parte de plusvalía destinada al capital variable. A partir de ese momento, como dice Paul Mattick, “el destino de la capital depende del empobrecimiento del proletariado”.

Los intereses de clase de la burguesía sólo pueden satisfacerse a costa del empobrecimiento absoluto de los trabajadores, ya que la única forma de obtener la plusvalía a mantener para obtener beneficio en momentos de crisis se basa en la explotación cada vez más salvaje de los trabajadores. Así pues, buena parte de la clase trabajadora que hasta entonces había vivido en condiciones aburgesadas conocerá en su piel los trastornos de las condiciones de vida. Es decir, vivirá en su piel el proceso de proletarización: la imposibilidad de tener una vivienda propia, los recortes en la alimentación básica, la precariedad emocional y social, las precarias condiciones laborales, la temporalidad en todos los ámbitos de la vida, los servicios sanitarios más precarios... En otras palabras, el proceso de proletarización consiste en una reducción de la capacidad económica y un aumento directo de la pobreza.

La sociedad actual está inmersa en pleno proceso de proletarización, momento en el que aparecen formas cada vez más perfeccionadas de explotación que empeoran continuamente las condiciones laborales de los trabajadores: trabajos parciales, sin contrato, contratos de prácticas, estudios duales... Esta situación sigue dejando a las mujeres trabajadoras en una situación más dramática.

Las condiciones de los trabajadores en los trabajos más feminizados o de mano de obra siguen siendo miserables. Son significativas todas las luchas que se han desatado en los últimos años, como la de las trabajadoras de residencias o las de limpieza. 6.700 personas se dedican a la limpieza de edificios y locales en el sector en Gipuzkoa, de los cuales más de 1.500 tienen un pacto de empresa. Al resto, más de 5.000, se les aplica el convenio de Gipuzkoa. La mayoría de los trabajadores que se dedican a la limpieza – 85% – se dedica a la limpieza de edificios y locales, y el resto, a la limpieza viaria. Predominan las mujeres en la limpieza de edificios y locales – 80% –, con gran diferencia. Por el contrario, casi la totalidad de las personas que se dedican a la limpieza viaria son hombres – más del 80% –. La división sexual del trabajo es, por tanto, muy notable en el sector de la limpieza. Esto provoca una brecha salarial en detrimento de las trabajadoras de los sectores feminizados. En la limpieza de Gipuzkoa, por ejemplo, hay un 28% de diferencia entre el personal de limpieza viaria y el de limpieza de edificios y locales.

Cabe destacar también la ofensiva cultural que se ha abierto como consecuencia del proceso de proletarización, sobre todo debido a las condiciones creadas para el auge de la violencia machista: en 2019, al menos cuatro mujeres fueron asesinadas en Euskal Herria, según datos de la Marcha Mundial de las Mujeres de EH. Según el portal feminicidio.net, en 2019 fueron 99 las mujeres asesinadas por un hombre en el Estado Español. Todos los días se pueden leer en los medios de comunicación noticias de mujeres que han sufrido acoso sexual, violaciones grupales...

Camino por recorrer

Ante el deterioro de las condiciones de vida de las mujeres trabajadoras y las limitadas propuestas políticas – feminismo hegemónico – que están surgiendo, las organizaciones que quieren alimentar la línea socialista han optado por abordar el tema desde una perspectiva proletaria. El contexto económico y social – crisis y proletarización – ha provocado un notable deterioro de las condiciones de vida de la mujer trabajadora y, sobre todo, de las mujeres proletarias. Trabajar la opresión de las mujeres desde una perspectiva proletaria implica identificar la cuestión como una función de dominación estructural de la sociedad. En definitiva, nos referimos a la necesidad de situarlo como una cuestión en el conjunto, partiendo del análisis de la realidad social actual.

Los análisis históricos juegan un papel crucial en los procesos revolucionarios. Es interesante y enriquecedor adquirir las capacidades para realizar un análisis crítico de los cientos de años que tiene el movimiento obrero, ya que las enseñanzas políticas extraídas de él contribuirán de manera significativa a los procesos y estrategias de lucha existentes. La situación actual exige un análisis propio, así como nuevas tácticas y estrategias.

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