Fundamentar una crítica del sistema capitalista desde el reforzamiento de su propia lógica es una actitud habitual del reformismo. Este proceder no consiste únicamente en recoger los datos que proporcionan los medios de comunicación capitalistas, que ni siquiera aunque lo hiciera de manera crítica escaparía de esa lógica, sino que en dar por buena la forma de sistematización de la información y la forma que adquieren los datos mismos como garante de interpretación de la realidad. A lo sumo, puede ser verdad o mentira el valor numérico de cada dato, pero no el dato mismo, que expresa una posición unilateral frente a la realidad.
Prescindiendo de si los datos son o no son veraces, resolución que para el fin que nos proponemos es indiferente, la calculadora se convierte en la herramienta por excelencia del ala izquierda del capital, que deduce, cuantitativamente, la posibilidad de construir una nueva sociedad, que no se diferencia de la anterior más que en los números y en cómo estos circulan de una mano a otra.
Así, es frecuente ver enumerados los logros de experiencias socialistas pasadas en gráficos de productividad y finanzas, o deducir la posibilidad de un «estado social» tomando como base el producto numérico -dinerario del capital, producido en condiciones de explotación, como excedente arrancado a la clase obrera- a diferencia de los comunistas, que no vemos en el producto específico de la producción capitalista las condiciones de nuestra emancipación, sino, muy al contrario, en la relaciones sociales de producción históricamente desarrolladas. De ello no es difícil concluir que quien basa sus posibilidades en el producto específico de la producción capitalista –el plusvalor en su forma de excedente dinerario-, necesariamente ha de reproducir las condiciones de producción de dicho producto si ha de posibilitar su propia experiencia «emancipatoria».
Es frecuente ver enumerados los logros de experiencias socialistas pasadas en gráficos de productividad y finanzas, o deducir la posibilidad de un «estado social» tomando como base el producto numérico -dinerario del capital, producido en condiciones de explotación, como excedente arrancado a la clase obrera- a diferencia de los comunistas, que no vemos en el producto específico de la producción capitalista las condiciones de nuestra emancipación, sino, muy al contrario, en la relaciones sociales de producción históricamente desarrolladas. De ello no es difícil concluir que quien basa sus posibilidades en el producto específico de la producción capitalista –el plusvalor en su forma de excedente dinerario-, necesariamente ha de reproducir las condiciones de producción de dicho producto si ha de posibilitar su propia experiencia «emancipatoria»
Ahora bien, esas posibilidades se agotan no bien se comprende la forma cualitativa del excedente dinerario que sirve como base de la política reformista. Ya se ha mencionado anteriormente que la parte del excedente destinado al denominado gasto público estatal está delimitada, precisamente, por las condiciones de producción capitalistas, y por la necesidad que tenga el capital de capitalizar ese excedente. En ese sentido, el margen de actuación del reformismo es muy estrecho, si no quiere socavar, junto con la producción capitalista de excedente dinerario convertible en dinero público, su propia política de publificación y estatalización. En cualquier caso, es un margen estrecho no delimitado cuantitativamente, ni investigado, por el reformismo. ¿Cuánto cuesta la producción capitalista y cuáles son las condiciones mínimas de su reproducción? ¿Es posible determinar un límite para la política por la reforma?
El margen de actuación del reformismo es muy estrecho, si no quiere socavar, junto con la producción capitalista de excedente dinerario convertible en dinero público, su propia política de publificación y estatalización. En cualquier caso, es un margen estrecho no delimitado cuantitativamente, ni investigado, por el reformismo
Los números brutos en los que se basa el reformismo, que están directamente emitidos por los propios capitalistas en sus balances de ganancias, impiden por completo realizar tal delimitación, así como impiden, por lógica, deducir una posibilidad y un margen de mejora en las condiciones de vida de la clase obrera. Pero, sobre todo, impiden e incapacitan al conjunto de la clase obrera para realizar una crítica radical del sistema capitalista, en el que la miseria se abre paso como una necesidad objetiva, y no es una simple cuestión de reparto subjetivo de la riqueza, que cabría disputar accediendo al gobierno, o acaso forzándolo para que ceda ante las «exigencias del pueblo».
Es hábito de la práctica sindical defender los derechos de los trabajadores, sus derechos salariales y su derecho a no ser expulsados del trabajo, recurriendo a los mencionados datos de balance empresarial. Con ellos, pretenden demostrar que las ganancias capitalistas son demasiado grandes y que por lo tanto habría de compartirlas con la clase obrera. Lo que no nos explican es su baremo para discernir sobre el tamaño de las ganancias, por lo que todo se reduce a una opinión subjetiva, carente de base alguna más allá de prejuicios morales que no dudan en exponer para llevar a cabo su visión utópica de la política. A eso hay que añadirle que cuando tratan de hacer cálculos, o entran en el terreno de las matemáticas, su impotencia se hace más evidente: pretenden hacer frente a una reducción de plantilla de 500 trabajadores apelando al salario de la junta administrativa, de alrededor de 10 personas, que, en suma, su coste no alcanza, ni mucho menos, al coste salarial de los mencionados trabajadores.
Empero, no importa que los cálculos sean erróneos. Lo verdaderamente importante es que esa manera de proceder e interpelar al capital, en la que tan solo se pone en cuestión una relación cuantitativa, oculta la posición cualitativa y tendencial, estratégica, que impulsa a que cada vez más trabajadores se tornen excedentarios para la producción de plusvalor, mientras que la junta administrativa sigue cumpliendo un papel fundamental. Esto es, ese proceder nos iguala en cuanto a seres reducibles a lo meramente cuantitativo, cuando en realidad ocupamos posiciones confrontadas en el proceso de producción capitalista, y es por ello también que somos desechables si la acumulación del capital así lo requiere.
Lo verdaderamente importante es que esa manera de proceder e interpelar al capital, en la que tan solo se pone en cuestión una relación cuantitativa, oculta la posición cualitativa y tendencial, estratégica, que impulsa a que cada vez más trabajadores se tornen excedentarios para la producción de plusvalor, mientras que la junta administrativa sigue cumpliendo un papel fundamental
La consecuencia política que acarrea tal posición consiste en desdibujar el antagonismo de clase hasta reducirlo a mera diferencia dineraria. Decíamos más arriba que es necesario desvelar la forma cualitativa del dinero excedentario, o de la ganancia bruta por encima del costo de producción. Esta no es un simple robo, fruto del engaño o de una repartición desigual de la riqueza. Al contrario, esa ganancia es la condición de la producción capitalista, sin la cual el salario desaparece y la clase obrera perece.
En el plano de la moral en el que se mueve el reformismo con sus políticas de repartición, lo absurdo se hace más evidente. La ganancia capitalista no es, como tratan de demostrarnos, un simple objeto de disfrute, al que todos deberíamos de acceder en igualdad de condiciones; es más, solo una pequeña parte de la ganancia es consumida en lujo por los capitalistas. En tanto que condición, la ganancia, como forma transmutada del plusvalor, es la herramienta de dominación sobre la clase obrera, es capitalización en potencia y por ello mayor control social y extensión de la explotación capitalista, es capacidad de comandar y explotar trabajo. No se trata, por ello, de repartirla, en aras del consumo, sino que de apropiársela, en la medida en que su expropiación signifique control obrero sobre el proceso de producción, y socialización comunista. Ese es el verdadero sentido de la ganancia: no un simple monto de dinero sino que una relación social oculta por el mismo en la que toda diferencia cualitativa, el dominio clasista sobre los medios de producción, queda desdibujada por la política del reparto cuantitativo de la riqueza, pregonada por el reformismo político y sindical.
Ese es el verdadero sentido de la ganancia: no un simple monto de dinero sino que una relación social oculta por el mismo en la que toda diferencia cualitativa, el dominio clasista sobre los medios de producción, queda desdibujada por la política del reparto cuantitativo de la riqueza, pregonada por el reformismo político y sindical
La contradicción de clase no es tan llana como: unos son ricos y otros son pobres; sino que: unos dominan socialmente, y los otros son dominados. Y es que la diferente apropiación de riqueza bien podría provenir de una diferente productividad, de un diferente acceso a los recursos por cuestiones geográficas, o de una diferencia de fertilidad natural, y no únicamente y necesariamente por una cuestión social.
En los costos de la producción capitalista se encuentra, por lo tanto, el límite del salario al que podría optar la clase obrera. Y esos costos son, ante todo, los costos de reproducir la dominación capitalista, esto es, costos de pluscapitalización del excedente, de manera que pueda reproducirse en forma ampliada la dominación clasista del proceso productivo.
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