FOTOGRAFÍA / Gaizka Azketa
2023/02/01

Los conflictos ocurridos meses atrás en la Cooperativa Mondragon causaron revuelo. En aquella ocasión, dos empresas abandonaron la Cooperativa, Ulma y Orona, alegando la falta de autonomía que la Cooperativa les ofrecía. Según esas empresas, los principios democráticos propios del cooperativismo se rompieron por la intervención continuada de una dirección centralizada. Sin embargo, los defensores de la Cooperativa acusaron a los miembros de Ulma y Orona de haber sido ellos quienes habían roto esos principios. Ya que entre ellos se encuentran la solidaridad y la ayuda mutua, que solo se puede garantizar mediante una dirección unificada.

En ese conflicto, sin embargo, ha estado en juego algo más que mantener viva la Cooperativa. Atendiendo a los debates y a lo achacado mutuamente, el cooperativismo ha sido el tema de debate, aunque explícitamente no se haya discutido demasiado sobre él. Han hablado de principios y de ética, de valores que conducen a la cooperación y de la ruptura de los mismos, sin darse cuenta de que la realidad, la crisis que había explotado en ese momento, más que la viabilidad de sus empresas, estaba golpeando la ideología superpuesta a esa viabilidad.

El cooperativismo es más que cooperación económica. Aunque básicamente trata de la forma de articular de una empresa, ésta no es una simple organización técnico-productiva inerte. La empresa define unos objetivos que deben llevarse a cabo bajo unos principios. Las cooperativas también lo hacen, pero en sus orígenes construyen esta empresa con la intención de destinarla no solo al beneficio económico sino también al beneficio socio-cultural. Es decir, los cooperativistas no solo quieren vender una actividad económica, sino también llevar a cabo una intervención social. Tienen una política, con sus principios ideológicos.

Los cooperativistas no solo quieren vender una actividad económica, sino también llevar a cabo una intervención social. Tienen una política, con sus principios ideológicos

La intervención social no les diferencia especialmente de cualquier otro tipo de empresa. Es sabido que todas llevan a cabo una intervención social. Las cooperativas, sin embargo, venden esta intervención y, además, conciben su práctica como acción transformadora. Al fin y al cabo, en la sociedad capitalista, tras una nueva forma de hacer las cosas se encuentra un mecanismo de marketing, con el objetivo de vender mercancías. Es decir, la propia vocación de intervención social se convierte en mercancía.

Con la crisis de la Cooperativa Mondragon, eso es lo que ha quedado patente. La esterilidad de los debates abiertos con la intención de centrarse en los principios del cooperativismo ha dejado al descubierto la verdadera cara de las empresas cooperativas. Los dos bandos del debate se han acusado mutuamente de haber roto los principios del cooperativismo, pero son estos principios los que no se corresponden con la realidad. Es decir, el principio cooperativista que se han querido hacer creer mutuamente no reside en ningún valor ético superior. Por el contrario, el principio cooperativista es un artilugio ideológico adherido a la práctica capitalista de producción, con el fin de endulzarla, y ahora ha chocado con su verdadera función.

El principio cooperativista que se han querido hacer creer mutuamente no reside en ningún valor ético superior. Por el contrario, el principio cooperativista es un artilugio ideológico adherido a la práctica capitalista de producción, con el fin de endulzarla, y ahora ha chocado con su verdadera función

No hay ruptura de ningún principio en la disolución de la Cooperativa, porque les ha dividido el mismo principio que les unió: aumentar los beneficios económicos y apoyarse mutuamente en ese camino, mientras fuera beneficioso para todos. Porque nadie se une al movimiento cooperativista si éste no le va a dar beneficios económicos; y porque nadie va a seguir siendo cooperativista si eso le supone una pérdida económica.

La crisis del cooperativismo no es, por lo tanto, una simple crisis del beneficio económico. Eso no diferenciaría esa crisis de la de cualquier otra empresa. La crisis del cooperativismo es una crisis de sus principios y de su justificación ideológica, así como de su práctica política, que deja una lección evidente: la cooperación obrera, en el seno de la empresa capitalista, tiene límites y esos límites son límites del modo de producción capitalista.

Esto no quiere decir que la cooperación entre los trabajadores, en el sistema capitalista, no ofrezca beneficios. Esto quiere decir que la pintura ideológica que dan a esa cooperación entre trabajadores es errónea, y eso es lo que hace equivocada la cooperación y sus objetivos. Porque, efectivamente, los objetivos políticos que subyacen a la cooperación de los trabajadores en la empresa capitalista son los que determinan la función que cumple esa cooperación en el modo de producción imperante: la simple supervivencia de algunos junto con el enriquecimiento de unos pocos cooperativistas, o la instrumentalización del beneficio productivo en favor de la organización comunista.

El cooperativismo puede cumplir un papel determinante en tanto que une a los trabajadores en una empresa común, pero se haya definitivamente delimitado por los márgenes capitalistas. Primero porque esa cooperación nace ya como cooperación para producir capital, y segundo porque la propia unidad subjetiva de los trabajadores en esa empresa común depende de la producción cuantitativa del beneficio económico, esto es, su potencia como sujeto organizado está absolutamente acotada por la potencia productiva del capital. Por lo tanto, la cooperación nace para producir capital y la producción del capital pone la potencia subjetiva de la cooperación como su propia condición de existencia. Esa capacidad subjetiva, además, no es simple expresión de la objetividad social; no es una mera confirmación de la viabilidad de la producción capitalista, sino que además es determinante en tanto que producir capital no solo es reproducción material de las condiciones de producción, sino que reproducción de la subjetividad que busca maximizar beneficios, y esa es la verdadera subjetividad capitalista.

Bajo la forma de producción del capital, el sujeto de la cooperación obrera no es la clase obrera que se ha organizado conscientemente y por voluntad propia, sino el capital. La colaboración entre los obreros que se da en las cooperativas la establece el capital mismo, como la establece en cualquier otra empresa capitalista. Lo que cambia es la personificación del capital, es decir, cuál es la clase social que desempeña la función de capitalista: la burguesía o la clase obrera. Con ello se difumina la frontera entre las dos clases sociales, por motivo de la estratificación entre los trabajadores que se da en la cooperativa, dividiéndose entre cooperativistas y no cooperativistas e incluso diferenciando distintos niveles de cooperativistas.

Quienes no aceptan las limitaciones inherentes al cooperativismo encuentran las condiciones de la cooperación en lo local y en lo pequeño. Porque el cooperativismo, más allá de la cooperación, como ideología política se basa en valores morales. Desde la perspectiva de la izquierda, el declive de la Cooperativa Mondragon puede explicarse con la pérdida de su adhesión local. Es decir, las diferentes perspectivas de izquierdas asocian la decadencia de esta cooperativa, y con ella la traición al cooperativismo, al afán de expansión de la cooperativa y del cooperativismo.

Desde la perspectiva de la izquierda, el declive de la Cooperativa Mondragon puede explicarse con la pérdida de su adhesión local. Es decir, las diferentes perspectivas de izquierdas asocian la decadencia de esta cooperativa, y con ella la traición al cooperativismo, al afán de expansión de la cooperativa y del cooperativismo

La contradicción es evidente: los que vienen a cambiar el mundo mediante el cooperativismo y sus agregados (economía social transformadora…), están diciendo que la razón de no cambiar el mundo es cambiar el mundo. Según ellos, hay que crear empresas pequeñas y cercanas, influir en nuestro espacio reducido… Esto es, el mejor camino para cambiar el mundo es no cambiar el mundo. Esa es la posición política de la izquierda frente al fracaso del cooperativismo.

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