En los años siguientes a la redacción de El Capital, y hasta su último aliento, Karl Marx investigó las comunidades basadas en la propiedad comunal de la tierra. Puso especial interés en las comunas agrarias de Rusia, como se recoge en su correspondencia con sus camaradas locales. En ese momento tuvo entre manos una cuestión política fundamental: ¿es posible construir el comunismo en un territorio con una fuerte organización comunitaria sin pasar por el capitalismo, y bajo qué condiciones?
También investigó más allá de Rusia. Recientemente se ha publicado el Cuaderno Kovalevsky en castellano. El cuaderno recoge apuntes de investigación de antiguas comunidades americanas, indias y argelinas. Aunque no se recogen sus conclusiones sistematizadas, puede afirmarse que el objeto de la investigación era analizar el desarrollo de estas comunidades en relación con la influencia del colonialismo contemporáneo y, en consecuencia, clarificar su función en el contexto del desarrollo capitalista, como opción de resistencia y alternativa a dicho desarrollo.
Más conocido es, probablemente, el libro escrito por Friedrich Engels en base a las investigaciones realizadas por Marx sobre las comunidades primitivas, que trata sobre el origen de la familia, la propiedad privada y del estado. Especialmente pertinente para el tema que nos ocupa, porque en él se recogen reflexiones sobre el origen de la opresión de la mujer, y porque sitúa su génesis en el mismo proceso fundacional de la sociedad dividida en clases, es decir, en el proceso de desintegración de las comunidades primitivas que sigue a la superación del modo de producción en que se sustentan.
Estas investigaciones han dado mucho que hablar en el marxismo y más allá. De hecho, más allá de las recetas simplificadoras y mecánicas de la historia que han imperado en la tradición política citada -donde todas las comunidades deben desarrollarse necesariamente siguiendo un esquema, es decir, donde el sujeto activo adquiere una importancia secundaria frente a la supremacía de la inercia de la historia-, en los cuadernos de Marx se sugiere un desarrollo distinto, multilineal y no de un único hilo, y que también por ello da prioridad al sujeto y no a la espontaneidad de las cosas. Sin duda, una contribución gigantesca a la libertad.
No fue, pues, la investigación mencionada el resultado del retiro espiritual que siguió a la redacción de su gran obra. Por el contrario, era una tarea importante, estrechamente relacionada con la investigación llevada a cabo hasta entonces. En efecto, aunque muchos hayan destacado en la base del trabajo de Marx la investigación económica, etiquetando al propio Marx como economista, en realidad el estudio económico-objetivo se desarrolla en su trabajo teórico con dependencia del estudio de la forma social o de la forma comunitaria. Es decir, Marx realizó un análisis del sujeto social o de la potencia histórica a través de determinaciones objetivas. Por tanto, el estudio de las formas de comunidad es una prioridad fundamental para resolver las relaciones sociales que en tales comunidades se desarrollan, así como para articular las capacidades del sujeto social.
En efecto, aunque muchos hayan destacado en la base del trabajo de Marx la investigación económica, etiquetando al propio Marx como economista, en realidad el estudio económico-objetivo se desarrolla en su trabajo teórico con dependencia del estudio de la forma social o de la forma comunitaria. Es decir, Marx realizó un análisis del sujeto social o de la potencia histórica a través de determinaciones objetivas
En cuanto a la cuestión que nos ocupa, esta forma de actuar implica analizar de forma concreta la opresión de la mujer, es decir, según la forma social históricamente variable. Esto significa, por un lado, que no hay una forma transhistórica en la opresión de la mujer, sino que según el modo de producción vigente sus fundamentos y expresiones son diferentes. Por otro lado, a la hora de juzgar las diferentes experiencias históricas, invita a reflexionar sobre estrategias políticas y su objetivo social, pero siempre diferenciando lo conquistado y socialmente establecido de la potencia que pretende conquistarlo, que, si bien están estrechamente ligados, no pueden ser indistintamente confundidos, en aras de perfeccionar la acción política necesaria para construir la sociedad comunista, y de valorar en su justeza el proceso de emancipación social.
De lo primero, esto es, de reconocer la opresión de la mujer como históricamente constituida, se infiere que deberíamos hablar de la forma capitalista de la opresión de la mujer, si queremos ser precisos. En este sentido, debemos encontrar su origen en los fundamentos de la sociedad capitalista y no, como a menudo se hace, en la mente de las personas o en épocas históricas ya superadas.
Sin embargo, y en relación con lo segundo -el proceso de emancipación social-, esa relación fundacional de la opresión aparece invertida en el proceso social y en las lecturas lineales de la historia. Porque, según la lógica historicista, si la opresión de la mujer es previa al capitalismo, sólo hay dos opciones: o bien la base del capitalismo es el «patriarcado», o bien el capitalismo y la opresión de la mujer son dos sistemas diferentes, y paralelos, que conviven. Pero en absoluto esta tercera opción: la forma de la opresión de la mujer depende de la forma de la sociedad de clases.
Según la lógica historicista, si la opresión de la mujer es previa al capitalismo, sólo hay dos opciones: o bien la base del capitalismo es el «patriarcado», o bien el capitalismo y la opresión de la mujer son dos sistemas diferentes, y paralelos, que conviven. Pero en absoluto esta tercera opción: la forma de la opresión de la mujer depende de la forma de la sociedad de clases
Las dos primeras opciones mencionadas se refuerzan aún más si atendemos a la historia, con las gafas de la historiografía burguesa. Y es que, según la lógica empirista sintetizadora de esa historia, el hecho de que el comunismo no haya superado la opresión de la mujer demuestra que el comunismo no garantiza la libertad de la mujer. Por lo tanto, es necesaria otra teoría socio-política que aborde la libertad de la mujer, que sea complemento del comunismo, o su alternativa. Ambas son posiciones que niegan el comunismo. Porque si el comunismo, como totalidad social, es incapaz de llevar a cabo la ruptura respecto a una forma social, esto es, respecto a la sociedad capitalista, y de romper con las opresiones que se gestan en su seno, entonces el comunismo no es una nueva totalidad social y, por tanto, ha fracasado en su objetivo.
Por eso mismo, la recuperación del comunismo empieza por aceptar la tercera opción: si el comunismo consiste en la negación del capitalismo y, en general, de la sociedad dividida en clases y de sus formas de opresión, no puede ser comunismo una forma social que no supere la opresión estructural de la mujer. Podemos decir que la estrategia de los comunistas fracasó, pero en ningún caso es aceptable admitir que en el comunismo se puede perpetuar la opresión de las mujeres, porque eso golpea directamente la propia posibilidad del comunismo.
La recuperación del comunismo empieza por aceptar la tercera opción: si el comunismo consiste en la negación del capitalismo y, en general, de la sociedad dividida en clases y de sus formas de opresión, no puede ser comunismo una forma social que no supere la opresión estructural de las mujeres
¿Cómo puede sobrevivir, de otro modo, una estructura social basada en la asociación voluntaria de los productores y en la administración directa de la reproducción social, que para ser realizada necesariamente ha de incorporar a su interior a todos los individuos, si persiste la confrontación entre grupos sociales? Y, de otra manera, ¿cómo pueden subsistir los grupos sociales y las confrontaciones entre ellos, si cada individuo, libremente, se asocia a los demás para ejercer la administración sobre la reproducción social, en la forma social y en la comunidad comunista organizada para ello?
La sociedad comunista, si va a abolir la confrontación social, tiene que abolir necesariamente las bases del poder de clase, y de la opresión. No es posible llevar a cabo una opresión social basada en el poder si se ha superado la dinámica social de acumulación de poder, es decir, si la nueva forma de comunidad se basa en relaciones directas entre las personas, siendo esas relaciones directas y simples la única manera de eliminar la función mediadora del poder.
En ese proceso es primordial, en tanto que célula de la futura organización social, incentivar el papel de la mujer en la estrategia comunista, como parte indispensable de la misma, no relegándola a teorías sociales complementarias o alternativas que la alejan más y más de la estrategia de poder de clase, y de la primera línea de la emancipación social, para servir directamente a los intereses del enemigo. Si fuera imposible la emancipación de la mujer en el comunismo, eso sería sólo porque el comunismo no es posible sin su emancipación, sin su participación activa en la edificación de la sociedad comunista.
En ese proceso es primordial, en tanto que célula de la futura organización social, incentivar el papel de la mujer en la estrategia comunista, como parte indispensable de la misma, no relegándola a teorías sociales complementarias o alternativas que la alejan más y más de la estrategia de poder de clase, y de la primera línea de la emancipación social, para servir directamente a los intereses del enemigo. Si fuera imposible la emancipación de la mujer en el comunismo, eso sería sólo porque el comunismo no es posible sin su emancipación, sin su participación activa en la edificación de la sociedad comunista
Al fin y al cabo, en eso consiste toda pretensión de dibujar al comunismo como lo que no fue -una forma social acabada- y de reivindicar lo insuficiente de su planteamiento -como forma social acabada que no fue-; consiste en alejar a la mujer de la lucha comunista y en hacer, con ello, imposible al comunismo. El papel de la mujer en el comunismo es primordial e inamovible; su emancipación pasa por el reconocimiento de ese papel y por actuar consecuentemente.
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