Leíamos hace poco, al calor de la presentación de una nueva sigla llamada a representar y a aunar la multiplicidad y el todo, que el concepto de totalidad tiene que ver con juntar luchas sociales que están en activo. Entre ellas se encontraba el ya conocido batiburrillo compuesto por la lucha de clases, la lucha nacional, la lucha de género y, en el tema que atañe a este número, la lucha ecologista.
Es importante aclarar el problema que nos presenta esa afirmación, ya que de ello depende la comprensión adecuada de cada lucha o expresión particular de la lucha de clases, y de la opresión de clase que la fundamenta. O, dicho de otra manera, no se puede acotar el concepto de explotación de la tierra sin el concepto modo de producción. Su entendimiento conlleva, también, una clara divisoria entre la estrategia comunista de totalidad, y la estrategia, también de totalidad, de la socialdemocracia, cuya espontaneidad política solo puede ser resuelta como expresión de una totalidad dominante que nos aplasta.
La parcialidad, en contraposición con la particularidad, no es más que mera apariencia. El contenido de todas esas luchas, que aparecen como independientes, pivota en torno a una misma estrategia de clase, y su apariencia de independencia no hace sino confirmarlo. No se trata, por tanto, tal y como muchos iluminados afirman -iluminados son aquellos que pretenden representar a la realidad por encima de ella-, de juntar lo existente, que ya de por sí está unido, esto es, la opresión de clase capitalista y su respuesta espontanea en diversas luchas particulares, sino que de unir lo que ha de unirse, esto es, la estrategia comunista que supere la forma parcial subjetiva y/o política de todas esas luchas que, en cuanto parciales, se tornan insuficientes en forma y contenido para conquistar los objetivos por los que dicen luchar.
Juntar luchas existentes no es, por tanto, aprehender la visión de totalidad, sino que subordinarse a una totalidad totalitaria, como es la explotación capitalista. En estos casos, la falta de estrategia de totalidad ha de suplirse, necesariamente, con un manto de política y falsa subjetividad, cuya expresión mundana es la moralidad. La moralidad izquierdista carga todo el peso sobre el individuo, y la colectividad es para ella el esfuerzo del individuo llevado a potencia cuantitativa, esto es, muchos individuos haciendo cosas individuales, de lo que resulta que un millón de personas son tan fuertes como una sola, pues más allá del individuo toda suma es redundante.
La moralidad izquierdista carga todo el peso sobre el individuo, y la colectividad es para ella el esfuerzo del individuo llevado a potencia cuantitativa, esto es, muchos individuos haciendo cosas individuales, de lo que resulta que un millón de personas son tan fuertes como una sola, pues más allá del individuo toda suma es redundante
Se trata de ser buenas personas y amar al prójimo, y de paso consumir en el comercio del vecino y no en grandes empresas, que no solo explotan personas, sino que, además, destruyen el medio ambiente. El objetivo de la política reformista es el individuo individualizado, y por ello le interpelan, de manera que no hay atisbo de colectividad política, sino que de simple llamamiento a la responsabilidad y grandes dosis de ideología moralista y superioridad moral. Comprar en tal o cual empresa también es política, según dicen los que han convertido la colectividad en burocracia clasista, y al individuo en colectividad despolitizada.
No consumir productos que en su producción emiten grandes cantidades de CO2, reutilizar envases o comprar productos con envases desechables, reciclar… todo el peso de la moralidad izquierdista cae sobre el consumidor y, por lo tanto, articula su proceder en la esfera de la circulación mercantil, dejando intacta la producción capitalista, o a lo sumo castigándola o beneficiándola según sus propias leyes de consumo. Se trata de inferir en ella, con la fuerza del consumidor individual, y nada más. Empero, esto no quiere decir que la responsabilidad colectiva no requiera de compromiso individual, sino que del qué hacer del individuo no se puede inferir una acción política.
La perspectiva ecologista de la izquierda verde se caracteriza precisamente por ser la expresión más clara en la que se presenta la forma más simple de la política reformista, a saber, la interferencia en los hábitos de consumo de las mercancías capitalistas, y la interferencia moralista sobre el individuo que implica una acción destinada exclusivamente a la esfera de la circulación mercantil capitalista. Esto posibilita reducir toda la política a números, como ya en ocasiones anteriores hemos mencionado. Se trata de reducir la cantidad de cosas consumidas, así como de reducir emisiones de gases tóxicos, e incluso plantarse frente a todo proyecto, en la mayoría de los casos por cuestiones de costes en dinero, o por simple amor a la naturaleza. Es la forma particular que adquiere una tendencia más general: reducir la plusvalía o repartir la propiedad privada, nunca abolirlas. No hay perspectiva de unidad entre la destrucción sistemática de nuestras condiciones naturales de vida y la producción capitalista, entendida esta no de manera reduccionista, como simple producción de dinero para el capitalista, sino que sobre todo como reproducción de unas relaciones sociales de producción que subsumen toda la realidad social.
La perspectiva ecologista de la izquierda verde se caracteriza precisamente por ser la expresión más clara en la que se presenta la forma más simple de la política reformista, a saber, la interferencia en los hábitos de consumo de las mercancías capitalistas, y la interferencia moralista sobre el individuo que implica una acción destinada exclusivamente a la esfera de la circulación mercantil capitalista
¿Dónde se haya el límite de una política contaminante? ¿Qué es el consumismo y cómo se relaciona con la individualidad a la que apela el reformismo? ¿A qué se le llama megaproyecto superfluo y bajo qué condiciones dejaría de serlo, si es que su oposición frontal no es absoluta?
Son muchos los interrogantes a los que no se puede responder desde la óptica reformista. Los comunistas no nos referimos a simples niveles contaminantes para oponernos a una producción, o a la moralidad para elegir qué mercancía consumir. En cambio, contextualizar e historizar cada uno de los conceptos en la realidad concreta del modo de producción capitalista es la única vía para responder a los mismos no con medidas abstractas, sino que efectivamente.
El consumismo no es una categoría explicativa del modo de producción capitalista. Las ganas de consumir no implican nada; sí, en cambio, la necesidad de consumir, que deriva de la necesidad de producir ganancia. La incesante producción de mercancías, que al mismo tiempo es consumo productivo de las condiciones de su producción, es una imposición objetiva de la producción capitalista, y venderlas una operación de mediación necesaria.
En estricta unidad con ello, la producción y sobreproducción, unida a la sobre emisión de gases contaminantes, tan solo puede deducirse concretamente del objetivo de la misma, que no es sino agrandar el poder de la burguesía. No se trata de si necesitamos o no lo que producimos y consumimos, sino de a qué proceso social sirve; en ese sentido, para la clase obrera es totalmente superflua toda la producción que se extienda más allá del trabajo necesario para su reproducción, mientras que para el capitalista toda sobreproducción es insuficiente. ¿Por qué poner el ojo en lo que consume el proletariado, y no en la enorme producción superflua destinada a acumular capital, que contamina y además apila en almacenes un montón de mercancías que jamás serán consumidas, pero que son producto necesario del metabolismo del capital? ¿Por qué mirar tanto en lo que se consume, y tan poco en lo que no se consume?
La producción y sobreproducción, unida a la sobre emisión de gases contaminantes, tan solo puede deducirse concretamente del objetivo de la misma, que no es sino agrandar el poder de la burguesía. No se trata de si necesitamos o no lo que producimos y consumimos, sino de a qué proceso social sirve; en ese sentido, para la clase obrera es totalmente superflua toda la producción que se extienda más allá del trabajo necesario para su reproducción, mientras que para el capitalista toda sobreproducción es insuficiente
Las mercancías que se almacenan no son un simple sobrante que se pueda controlar y limitar con una supuesta planificación; su función es vital en la renovación de la producción capitalista, ya que, por deducción de plusvalor no realizado en las mismas, coadyuvan a que se realicen masas enormes de plusvalor para relanzar la producción. Esto es, se suicidan a sí mismas para que sus gemelas puedan alcanzar el Olimpo, o lo que es lo mismo, convertirse en dinero. La necesidad o no necesidad libremente determinada y, por ende, una relación consciente y respetuosa con el medio natural en el que vivimos tan solo puede ser alcanzada en una sociedad comunista, sin clases. Mientras tanto, todas las medidas de reducciones de emisiones, de control sobre proyectos más o menos respetuosos con la orografía, el mar, la atmósfera, etc., serán medidas relativas a la situación existente respecto a la que difieren, pero no pueden ser valoradas como suficientes, en tanto que están determinadas y limitadas por la necesidad de producción capitalista. No pueden, en ninguno de los casos, delimitar la lucha ecologista, ni la defensa del planeta en el que vivimos; y, si son autosuficientes en sí mismas, de manera autónoma, no es porque carecen de una subjetividad totalizadora, sino que, precisamente, porque son ya expresiones espontáneas de la totalidad capitalista.
La necesidad o no necesidad libremente determinada y, por ende, una relación consciente y respetuosa con el medio natural en el que vivimos tan solo puede ser alcanzada en una sociedad comunista, sin clases. Mientras tanto, todas las medidas de reducciones de emisiones, de control sobre proyectos más o menos respetuosos con la orografía, el mar, la atmósfera, etc., serán medidas relativas a la situación existente respecto a la que difieren, pero no pueden ser valoradas como suficientes, en tanto que están determinadas y limitadas por la necesidad de producción capitalista
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