El problema de la vivienda siempre ha sido central en el seno del socialismo: utópicos como Fourier u Owen veían en sus falansterios y colonias, respectivamente, la solución a esta cuestión; Engels defendía que “es la solución de la cuestión social, es decir, la abolición del modo de producción capitalista, lo que hace posible la solución del problema de la vivienda” [1]; la requisa de viviendas fue una medida tomada tanto por la Comuna de París como por los bolcheviques al llegar al poder, etc. A lo largo de la década del 20 del siglo pasado, con la llegada al poder de partidos socialistas de distinto signo, el debate sobre la forma de la ciudad socialista, la cuestión de la vivienda y las distintas vías para solucionarlo pasaron a un primer plano.
El propósito de este artículo es atender brevemente a algunas de estas experiencias. Por un lado, se repasará el vasto programa de vivienda ejecutado durante quince años después de la Gran Guerra por el ayuntamiento socialdemócrata de Viena. Por el otro, se reparará en el proceso que concluyó en la construcción de un edificio experimental soviético que pretendía crear un nuevo estilo de vida radicalmente comunitario. Estas experiencias representan intentos originales de abordar, con sus méritos y evidentes límites, un problema que se arrastra hasta nuestros días.
EL PROGRAMA DE VIVIENDA DE LA VIENA ROJA
Tras la Primera Guerra Mundial y la desaparición del imperio austrohúngaro, el 12 de noviembre de 1918 nace la República de Austria Alemana. En febrero de 1919 se celebraron unas elecciones que decidirían qué gobierno sustituiría al provisional formado por representantes de los tres partidos mayoritarios: el socialcristiano, el socialdemócrata (SDAP) y el nacionalista alemán. Si bien el SDAP salió victorioso, tuvo que conformar gobierno con los socialcristianos en marzo. En los meses siguientes la prioridad fue intentar evitar el colapso económico y la hambruna en un país “cuyas provincias habían sido las más pobres en recursos naturales y las más caras de mantener de entre todos los territorios de la vieja monarquía” [2].
El SDAP estaba liderado intelectualmente por los austromarxistas, entre los que se encontraban Max Adler, Otto Bauer, Karl Renner y Rudolf Hilferding. Su objetivo antes de la guerra era el de democratizar el Imperio y convertirlo en una federación de estados-nación. Por otra parte, destacaban por tener una línea política “independiente”: intentaron fundar una “nueva Internacional Socialista que no estuviera alineada ni con Moscú ni con la línea del SPD berlinés”, defendiendo “la idea de un ‘socialismo integral’” cuya pretensión era “aunar, con el tiempo, lo mejor de la socialdemocracia y del comunismo” [3].
En la coyuntura en la que se encontraba la naciente república, las posibilidades de una revolución comunista eran reales, más teniendo en cuenta lo que había ocurrido en las vecinas Baviera y Hungría, donde se establecieron repúblicas soviéticas en la primavera de ese mismo año. El SDAP temía que los consejos obreros existentes en su territorio tomaran un rumbo parecido, por lo que, además de crear el Volkswehr (“defensa popular”) –un ejército conformado por veteranos de guerra–, mantuvieron a los consejos, en los que los comunistas eran una minoría, bajo un estricto control [4]. Por lo tanto, aunque quisieran desmarcarse de la socialdemocracia alemana, actuaron en una línea parecida neutralizando la amenaza comunista; el SDAP, que tenía la capacidad de contener a las masas, actuó como un partido contrarrevolucionario comprometido con la defensa de la República.
Hacia 1920 la posibilidad de una revolución comunista había cesado en Austria, los socialcristianos tomaron el control de la Asamblea Nacional y el peso del SDAP en la política estatal fue disminuyendo. Sin embargo, en la capital los socialdemócratas habían ganado las elecciones municipales de 1919 con un 54% del voto [5]. En esta tesitura, el SDAP se replegó en el que era su feudo, centrándose en desarrollar sus políticas a nivel municipal. Así es como nació el periodo comprendido entre 1919 y 1934 conocido como la Viena Roja.
Viena estaba sumida en una crisis de vivienda que la guerra agravaría. La escasez y los altos alquileres eran los principales problemas, provocando que, ya en 1912, más de 550.000 personas hubieran estado alguna vez en albergues temporales para personas sin hogar. El estallido de la guerra frenó la construcción de viviendas e hizo que muchas de las unidades fueran reconvertidas para otros propósitos. En 1918 la tasa de viviendas vacantes era prácticamente cero, mientras que en septiembre de 1919 tan sólo había 105, las cuales no cumplían con las condiciones para ser ocupadas [6]. No es de extrañar que en esta tesitura las viviendas estuvieran superpobladas. Tras el final de la guerra, la crisis se acentuaría con la llegada de soldados y refugiados a la capital en busca de cobijo. Teniendo en cuenta el papel estabilizador que cumplía el SDAP, el problema de la vivienda sería central; las políticas planteadas por el partido para atajar la crisis debían evitar que se subvirtiera el orden establecido.
El programa llevado a cabo por el consistorio socialdemócrata tuvo diferentes líneas. Las medidas más inmediatas tomadas por el SDAP cuando llegó al poder tuvieron que ver con el control del mercado privado, controlando el precio de los alquileres y requisando y asignando viviendas infrautilizadas. El control del precio de los alquileres hizo que este bajara –el alquiler pasó de rondar el 25% del ingreso medio de un trabajador antes de la guerra a un 4% en 1922–, pero había problemas como la escasez de viviendas y el hacinamiento en ellas a las que esta medida no podía hacer frente. El sistema de requisamiento pretendía superar estas debilidades: el exceso de propiedades era motivo de requisamiento, y sólo se podía evitar pagando una multa que costeara la construcción de nuevas viviendas municipales. De esta manera, fueron requisadas 44.838 viviendas de un total de algo más de 500.000, llegando a ser asignadas 9.385 en un año [7]. La asignación de viviendas estaba basada en la necesidad y tenía en cuenta factores como el tamaño de la casa o la salud de las inquilinas.
Las medidas más inmediatas tomadas por el SDAP cuando llegó al poder tuvieron que ver con el control del mercado privado, controlando el precio de los alquileres y requisando y asignando viviendas infrautilizadas
Con todo, el número de viviendas infrautilizadas no podía satisfacer la gran demanda existente en Viena. En ese momento los asentamientos informales crecían a las afueras de la ciudad [8], y aunque en un primer momento nacieran de manera espontánea, por pura necesidad, el ayuntamiento apostó por otorgarles un estatus legal y facilitarles los recursos materiales y técnicos para que mejoraran la condición de sus viviendas. No sólo eso, también apoyó a las cooperativas que nacieron de esta situación. La titularidad de estas viviendas construidas con recursos públicos fue después transferida al ayuntamiento.
A partir de 1923, tras el efecto insuficiente de las medidas anteriores y la estabilización de la moneda austríaca, el SDAP apostó por la edificación de viviendas municipales (Gemeindebauten) a gran escala, algo que además generaría empleo, ayudando a paliar las altas tasas de paro. En febrero de 1923 se lanzó el primer programa de vivienda cuya construcción se realizó en un tiempo récord: para final de año se construyeron 2.256 viviendas cuando tan sólo se habían planeado 1.000. Este éxito llevó a la elaboración del primer plan quinquenal de construcción de vivienda, que fue anunciado ese mismo otoño y contemplaba la construcción de más de 25.000 viviendas en 5 años. Superado con creces, a finales de 1926 el ayuntamiento añadió otras 5.000 adicionales al plan. Para finales de 1927 sólo faltaban por construir 2.378 de las 30.000 viviendas planeadas, y había otras 6.000 en construcción, y pese a que ese mismo año se anunciara el segundo plan quinquenal, factores como la tensión política o la depresión económica global imposibilitaron la finalización de las otras 30.000 viviendas previstas para 1933 [9]. Aun así las cifras del programa de vivienda vienés del SDAP no dejan de ser llamativas: entre 1919 y 1934 el consistorio construyó 63.294 nuevos domicilios nuevos en Viena, lo que significa que una de cada diez viviendas era una nueva creación de las instituciones públicas y que casi 200.000 vieneses residían en ellas [10].
La financiación para costear este titánico proyecto a fondo perdido provino, principalmente, de los impuestos recaudados. En este aspecto, la estrategia de los socialdemócratas se caracterizó por los “impuestos a los bienes de lujo más que a las necesidades” –por lo que no sorprende que “los servicios municipales que suponían una necesidad para la mayoría tuvieran unas tasas bajas o nulas”–; “una fuerte progresividad en los tipos, así como en la selección de las fuentes de ingresos que debían gravarse” y una “asignación de fondos” que permitía saber a qué se dedicaban exactamente los impuestos recaudados [11]. En este sentido, el impuesto con el que se cubría la mayor parte de los gastos era el “Impuesto para la Construcción de Viviendas” (Wohnbausteuer), un impuesto progresivo aplicado a los cánones de alquiler decretado en 1923.
Volviendo a las características de las viviendas, el tipo de asentamiento que predominó en la Viena Roja fue el de los Höfe (patios), superbloques equipados que se insertaron en el tejido existente de la ciudad, frente a los Siedlungen, formados por casas unifamiliares. Estos bloques, que podían albergar miles de apartamentos, fueron construidos en el anillo de circunvalación de la ciudad, lo que acabó conociéndose como la “Ringstrasse del proletariado”. Otras características de estos monumentales edificios son sus entradas principales, que dan amplios patios con zonas verdes. Asimismo, aunque los apartamentos de los Höfe eran pequeños y estaban mínimamente equipados, albergaban dentro de sí multitud de servicios colectivos que apuntaban hacia la autosuficiencia de las comunidades que vivían en ellos: “en los Gemeindebauten el énfasis se puso en las instalaciones públicas, comunales, como lavanderías con moderno equipamiento, casas de baños con bañeras y duchas (algunas incluso con baños turcos y piscinas), guarderías, escuelas infantiles, clínicas, bibliotecas, talleres de carpintería, salas de reunión, teatros e incluso cines” [12].
Por lo tanto, con la integración de estos servicios en su infraestructura, los Höfe apuntaban a un nuevo modo de vida; la vivienda social vienesa no sólo cumplía un papel práctico, sino también ideológico. El más grande y famoso de los 400 bloques construidos, que solían nombrarse a partir de célebres políticos y autores, es el Karl-Marx-Hof. Diseñado por Karl Ehn –arquitecto discípulo de Otto Wagner que acabaría trabajando para los nazis–, fue construido entre 1927 y 1930. Este complejo de edificación perimetral tiene 1,2 km de largo y bloques de 4 a 6 pisos de altura. Tiene aspecto de fortaleza, y “con su serie de entradas arqueadas y torres coronadas por astas de bandera que parecen avanzar de la mano hacia un futuro glorioso”, hay quien lo considera “el equivalente arquitectónico de una manifestación de masas” [13]. En él se construyeron 1.380 viviendas para aproximadamente 5.000 personas. Los apartamentos oscilaban entre los 30 y los 60 m2, con una o dos habitaciones, un salón, una cocina y un lavabo pequeños. Pese a su tamaño, la disposición con la que fueron diseñados los hacía luminosos y aireados. En la línea del resto de casas comunales, el complejo multifuncional albergaba multitud de servicios –guarderías, biblioteca, clínica dental, dos casas de baños, dos lavanderías, etc.– en sus plantas bajas y patios [14].
Con la integración de estos servicios en su infraestructura, los Höfe apuntaban a un nuevo modo de vida; la vivienda social vienesa no sólo cumplía un papel práctico, sino también ideológico
Pese a todo, el poder del SDAP era ilusorio: Viena estaba aislada respecto al resto de Austria, donde dominaban fuerzas más reaccionarias que veían con recelo las medidas tomadas por los socialdemócratas. La breve guerra civil de 1934 acabó con la Viena Roja. Los Höfe sirvieron como bastiones de defensa contra los austrofascistas; el propio Karl-Marx-Hof fue bombardeado por el ejército. Hoy, algunos de ellos siguen funcionando como viviendas municipales.
EL CONDENSADOR SOCIAL NARKOMFIN
Tras la Revolución de Octubre, el gobierno soviético, que todavía estaba sumido en la guerra contra los blancos, se vio ante la difícil tarea de proveer de vivienda a sus habitantes. En 1918 se aprobaron dos decretos que apuntaban en esa dirección: el “Decreto para la nacionalización de la tierra” y el “Decreto para la abolición de la propiedad privada de inmuebles en las ciudades”. Así, se dio comienzo a la socialización de las casas de la burguesía, lo que permitió hacer frente a las malas condiciones en las que se encontraba la clase trabajadora [15]. Esta inmediata medida, así como la construcción de nuevas viviendas, tenía claras limitaciones: en esa tesitura era imposible dotar a cada familia de una vivienda convencional; las nuevas construcciones, “aunque incluían programas colectivos, no dejaban de ser copias disminuidas de la vivienda burguesa de comienzos del siglo XX”, y los postulados teóricos sobre los que sustentaban los soviéticos “apuntaban la necesidad de ir más allá (…), la vivienda debería poder adaptarse a la nueva forma de vida, propiciando al mismo tiempo su transformación [16].
Luego no se trataba únicamente de proveer apartamentos de estilo burgués para alojar a varias familias: había que elaborar una nueva concepción de vivienda. Es decir, las nuevas casas soviéticas debían ayudar a transformar el modo de vida (byt). Frente a las casas unifamiliares y bloques residenciales multifamiliares –modelos más bien convencionales– que predominaron desde principios hasta mediados de la década de 1920, era necesario buscar nuevas soluciones para gestionar el rápido crecimiento demográfico vivido en las ciudades que la Nueva Política Económica (NEP) trajo consigo. En este contexto, se dieron varios concursos de arquitectura para experimentar con el diseño de las casas comunales como son los promocionados por el Soviet de Moscú en 1922 para diseñar dos esquemas de casas obreras y en 1925 para liberar a la mujer del ámbito doméstico [17].
No se trataba únicamente de proveer apartamentos de estilo burgués para alojar a varias familias: había que elaborar una nueva concepción de vivienda
A pesar de que en estos concursos no hubo una gran participación, la investigación no quedó ahí. En 1925 se fundó la Asociación de Arquitectos Contemporáneos (OSA), formada por arquitectos de vanguardia vinculados al constructivismo. Liderada por Moisei Ginzburg y los hermanos Vesnin, se convertiría en uno de los grupos más influyentes de la arquitectura soviética e internacional de la década de 1920, publicando sus estudios en la revista Sovremennaya Arkhitektura (Arquitectura Contemporánea). El compromiso del grupo con la renovación de la arquitectura iba ligado a su compromiso político: pretendían, mediante sus proyectos, colaborar en la construcción de la nueva sociedad. Para la OSA, “la arquitectura tiene por objeto la edificación de un marco de vida nuevo que refleje las aspiraciones de la sociedad socialista y que a su vez influya sobre la propia sociedad” [18]. Aquí es fundamental el concepto de condensador social, nuevas estructuras que reunirían diferentes funciones dentro de ellos en aras de la colectivización de la vida, convirtiéndose así en “el molde y el instrumento de la transformación social” [19]. Evidentemente, esto no quiere decir que ingenuamente defendieran que vivir en un nuevo tipo de estructura bastara para transformar completamente el modo de vida: eran conscientes de que el grado de desarrollo económico limitaba cualquier posible transformación. Entre estas estructuras que debían tanto plasmar las nuevas relaciones sociales como incentivarlas se podían encontrar clubes obreros, viviendas –que es lo que aquí nos concierne– y, en última instancia, la ciudad en su conjunto.
En 1926, la OSA, a través de su revista, anuncia un concurso amistoso entre sus miembros en el que se trataría el diseño de la vivienda obrera y también realiza dos encuestas sobre la casa-comuna dirigidas a futuros inquilinos y a técnicos. Todas las propuestas recibidas para el concurso se decantaban por una colectivización comedida, transicional, lo que demuestra que estaban diseñadas para la realidad del momento, convirtiendo a estos arquitectos en “los profesionales más preparados del régimen para definir nuevos modelos transitorios capaces de inducir el paso hacia el nuevo orden” [20].
Debido al interés suscitado por todo esto, en 1928 se creó, dentro del Stroikom (Comité para la Construcción), un departamento para la estandarización de la vivienda liderado por Ginzburg. En tres meses, diseñaron, por medio de una novedosa metodología, distintas células habitacionales que pretendían servir como modelos para la construcción en masa de nuevas viviendas en la URSS. Los resultados mostraron que la “miniaturización” de los apartamentos burgueses no era tan efectiva como se había creído y que la vivienda relativamente más económica era aquella cercana a los 50 m2 con tres habitaciones, cocina y baño. Sin embargo, ese tipo de casa no era asequible para la gran mayoría de la población (alrededor de un 60%), por lo que la solución residió en la novedosa “célula de habitación de tipo F”, un “verdadero hábitat mínimo de 27 m2 (30 m2 en su versión mejorada)” que a pesar de apuntar hacia una vida comunitaria –tan sólo contaba con una habitación, una pequeña cocina, baño y ducha–, “conservaba los valores esenciales de toda clase de vida” como son “la intimidad de la vida de familia, la separación total con respecto a los vecinos, la posibilidad del aislamiento, etc.” [21]. Por consiguiente, el tipo F aparecía como la solución más asequible para alojar a la gran mayoría de la población a la vez que incentivaba un nuevo tipo de vida. Aun gozando de cierta popularidad, no se construyeron más que 6 edificios siguiendo los postulados del Stroikom, siendo el Narkomfin de Moscú el más notable.
Encargado por el Comisario de Finanzas Nikolay Miliutin, el complejo Narkomfin se construyó para alojar a 50 familias de trabajadores del Comisariado Popular de Finanzas en un total de 54 apartamentos. Ginzburg y Milinis fueron los arquitectos de este condensador social concebido como una casa experimental de tipo transicional. Es decir, en ella convivirían modelos diferentes de vivienda con la intención de que, con el tiempo, se diese una transición hacia la casa comunal total.
En ella convivirían modelos diferentes de vivienda con la intención de que, con el tiempo, se diese una transición hacia la casa comunal total
De este modo, en el bloque residencial horizontal –la estructura principal del edificio–, aparte de las ya citadas células del tipo F, también existían las células del tipo K y las 2-F. Las células del tipo F estaban diseñadas para una o dos personas y eran las más vanguardistas: equipadas con lo mínimo, no había separación entre la sala común y el dormitorio, de 5 metros de altura, siendo el baño y la ducha los únicos espacios cerrados. Estas células contaban con grandes ventanas que, al facilitar la ventilación y la luz natural, hacían que los inquilinos conectaran con el mundo que les rodeaba. Las células del tipo K estaban diseñadas para familias que no dependían de la comunidad, siendo autosuficientes y contando con una habitación más. No obstante, al igual que en las células de tipo F, en ellas se mantuvo la sala común y el dormitorio principal sin separación. De esta forma, lo que estaba a la vista en estos espacios domésticos “eran los aspectos idealmente socializados del resto del ámbito doméstico. Todo lo demás que no podía socializarse por razones de decoro o de conservación de los patrones burgueses se ocultaba a la vista dentro de estos espacios domésticos” [22]. Las células del tipo 2-F eran prácticamente iguales que los apartamentos burgueses: totalmente independientes y con todos los habitáculos separados por paredes. En este edificio también se encontraban el ático del comisario Miliutin y los dormitorios con camas plegables y duchas compartidas que había en el último piso. Además, en el tejado había un espacio semicircular acristalado que hacía las funciones de sala común [23].
Pero el complejo del Narkomfin estaba compuesto por más edificios. El bloque comunal estaba conectado con el bloque de viviendas por un puente cerrado. En su primer piso había un gimnasio, vestuarios, una sala de descanso y almacenes, mientras que en el segundo se encontraba un comedor a doble altura –también había uno en la cubierta para verano–, la cocina, una sala de lectura y las instalaciones de servicio. La lavandería se encontraba en otro edificio separado. Asimismo, un cuarto edificio para el cuidado infantil fue planeado, pero nunca construido, por lo que esta labor fue desempeñada en la superficie libre del edificio comunitario [24].
El complejo se terminó de construir en 1930. Para ese momento la OSA se encontraba en decadencia y sus concepciones eran cuestionadas: la reforma del modo de vida estaba desapareciendo de entre las prioridades. Esto se reflejó en el Narkomfin, donde la necesidad hizo que los espacios diseñados cambiaran completamente de función, llegando a integrar apartamentos y habitaciones en lugares como el puente o el área de columnas que sostenían el bloque residencial. De esta forma, para cuando Ginzburg escribió su estudio crítico sobre el complejo en 1932, “la casa comunal de Narkomfin ya había sido relegada al basurero de la historia como una manifestación peculiar y arcaica de una época pasada” [25]. Actualmente, tras haber sido restaurado por el nieto de Ginzburg, alberga pisos de lujo.
CONCLUSIÓN
A lo largo del texto se han descrito dos experiencias distintas, pero con ciertos puntos en común. El programa llevado a cabo por el SDAP en la capital austríaca estaba enmarcado en una estrategia claramente reformista. Pretendían, a través de sus reformas e instituciones, crear una cultura obrera (Arbeitkultur) que remodelara la cultura popular (Volkskultur) [26], pero siempre comprometida con mantener el statu quo. El programa de construcción de vivienda era la punta de lanza de estas políticas enfocadas en transformar la forma de vida. Sin embargo, los Höfe no dejaron de ser lo que Tafuri denominó una “ciudad virtual”, y es que “el refugio se ofrece desde el principio como provisional: las orgullosas fortalezas rojas esconden a duras penas la contradicción que las conforma”; estos superbloques aceptan la ciudad tal y como es, “aspiran a una realidad distinta, de la que denuncian, por otra parte, la inalcanzabilidad” [27]. En este sentido, los superbloques jamás estuvieron directamente gestionados por sus residentes, ni sus paredes pudieron contemplar jamás la supresión de la división sexual del trabajo [28]. Como acertadamente afirma Engels, algo así sólo podría advenir con la abolición del modo de producción capitalista. Todo esto no ha de desmerecer el enorme avance que el programa de vivienda de la Viena Roja supuso para la clase obrera de un país que se encontraba en una situación tremendamente complicada. Como sugiere Magris, “los patios y los parterres poseen cierta melancólica alegría, hablan de los juegos de los niños que, antes de esas casas, habitaban en tugurios o en ratoneras sin nombre y del orgullo de las familias que en estas casas, por primera vez, tuvieron la posibilidad de vivir con dignidad, como personas” [29].
La situación en la Unión Soviética era a todas luces diferente. El proyecto que concluyó en la edificación del Narkomfin no pretendía quedarse en los márgenes de la reforma: su objetivo era ayudar a la construcción de una nueva sociedad. Dicho de otra forma, la necesidad de transformar el modo de vida mediante estos nuevos condensadores sociales era una exigencia de la revolución. Ahora bien, el compromiso revolucionario de los arquitectos constructivistas de la OSA se topó con multitud de dificultades. No sólo es imposible construir viviendas de calidad en masa para transformar radicalmente el modo de vida a la par que hacer frente a los tremendos gastos de industrialización del plan quinquenal, sino que, además, en un país mayoritariamente agrario, es difícil acabar con concepciones y tradiciones arraigadas en materia de vivienda. En ese momento la población soviética no estaba preparada para dar el paso a una vida comunal; el ideal de vivienda al que más bien se aspiraba era al de las casas burguesas prerrevolucionarias. Es por esto por lo que los arquitectos de los años veinte llegaron “demasiado pronto y demasiado tarde”: demasiado pronto porque las condiciones objetivas imposibilitaban el nacimiento del “ciudadano ideal de la ciudad ideal”, demasiado tarde porque “había pasado la época de las experiencias y de una cierta irresponsabilidad (…) del sueño lleno de ilusiones de los años veinte se había pasado a las necesidades planificadas de los años treinta” [30]. En definitiva, puede que el plan de estandarización de las viviendas comunales, con su ejemplo más notable en el Narkomfin, fuera un plan fallido, pero al intentar crear un nuevo hábitat, es interesante entenderlo, al igual que Buchli, como un “fallo productivo” [31].
Puesto que es un punto indispensable para el libre desarrollo personal, la solución colectiva a las tareas necesarias para la reproducción de la vida ha de estar siempre presente en un programa de vivienda socialista
Para terminar, en cuanto a las similitudes, hay quien como Hatherley defiende que “Viena era la ciudad imitada” por los bolcheviques, algo que se puede captar en muchos de sus elementos arquitectónicos [32]. Más interesante que comparar esculturas y ejes simétricos es aquí atender a una característica que en mi opinión ambas experiencias comparten: la importancia de la casa comuna. Tanto en los Höfe como en el Narkomfin, los espacios y equipamientos colectivos adquieren una dimensión esencial sin que por ello se elimine la intimidad. Puesto que es un punto indispensable para el libre desarrollo personal, la solución colectiva a las tareas necesarias para la reproducción de la vida ha de estar siempre presente en un programa de vivienda socialista. Obviamente, fórmulas supuestamente progresistas como el cohousing o el coliving, que reflejan la imposibilidad del proletariado de acceder a una vivienda de calidad y le condenan a la miseria están lejos de la casa comuna, el condensador social que debe plasmar e incentivar las nuevas relaciones sociales. Por último, huelga decir que cualquier planteamiento para el desarrollo de un sistema de vivienda socialista ha de ser fruto de extensas investigaciones que le permitan adecuarse a la realidad del momento y no una copia dogmática de experiencias anteriores.
BIBLIOGRAFÍA
1. Engels, F., Contribución al problema de la vivienda, Fundación Federico Engels, Madrid, 2006, p.55.
2. Blau, E., The architechture of Red Vienna, 1919-1934, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 1999, p. 26. Todas las citas directas utilizadas en el artículo que provienen de un texto en inglés son de traducción propia.
3. Ducange, J.N., La Viena Roja en Le Monde Diplomatique, mayo 2022, disponible en: shorturl.at/PST89
4. Gruber, H., Red Vienna: experiment in working class culture 1919-1934, Oxford University Press, Oxford/Nueva York, 1991, pp. 19-20.
5. Blau, op.cit.
6. Marcuse, P., “The housing policy of Social Democracy: determinants and consequences” en Rabinbach, A. (ed.) The Austrian socialist experiment. Socialdemocracy and austromarxism, 1918-1934, pp. 201-221, Westview Press, Boulder, 1985.
7. Marcuse, P. “A useful installment of socialist work: housing in Red Vienna in the 1920s” en Bratt, R.G., Hartman, C. y Meyerson, A. (eds.), Critical perspectives on housing, pp. 558 – 585, Temple University Press, Philadelphia, 1986, p. 563.
8. En 1919 14000 unidades conformaban estos asentamientos, mientras que en 1921 el número ascendió a 30000. Ibid., p. 565.
9. Blau, op.cit., p. 45.
10. Gruber., op.cit., p. 46.
11. Marcuse, P., “A useful installment…”, p. 571.
12. Blau, op.cit., p.7.
13. Hatherley, O., “Socialism and Nationalism on the Danube” en Places Journal, mayo 2017, disponible en: shorturl.at/tBILT
14. Prokopljević, J., “Karl Marx Hof, la supermanzana de la Viena Roja” en Veredes. Arquitectura y divulgación, enero 2021, disponible en: shorturl.at/syJK3
15. Sólo en Moscú, entre 1918 y 1924, medio millón de trabajadores y sus familias fueron reubicados de esta manera. Bliznakov, M., “Soviet housing during the experimental years, 1918 to 1933” en Craft Brumfield, W., Ruble, B.A., (eds), Russian housing in the modern age: design and social history, pp. 85-148, Woodrow Wilson Center Press y Cambridge University Press, Cambridge, 1993, p.85.
16. Movilla Vega, D., Espegel Alonso, C., “Hacia la nueva sociedad comunista: la casa de transición del Narkomfin, epílogo de una investigación” en Proyecto, Progreso, Arquitectura, nº9, pp. 26-50, noviembre 2013, p. 27.
17. Movilla Vega, D., “Housing and Revolution: From the Dom-Kommuna to the Transitional Type of Experimental House (1926–30)” en Architectural Histories, 8(1): 2, pp. 1–16, 2020.
18. Kopp, A., Arquitectura y urbanismo soviéticos de los años veinte, Editorial Lumen, Barcelona, 1974, p. 128.
19. Ibid., p.124.
20. Movilla, Espegel, op.cit., p. 38.
21. Kopp, op.cit., p. 169.
22. Buchli, V., “Moisei Ginzburg's Narkomfin Communal House in Moscow: Contesting the Social and Material World” en Journal of the Society of Architectural Historians, Vol. 57, No. 2, pp. 160-181, version online, junio 1998, p. 171.
23. Buchli, V., An archaeology of socialism, Berg, Oxford,1999, pp.73-74.
24. Movilla, Espegel, op.cit., pp 46-48.
25. Buchli, V., “Moisei Ginzburg's…”, p. 177.
26. Blau, op.cit., p.6.
27. Tafuri, M., “Das Rote Wien. Política y arquitectura residencial en la Viena socialista” en Arquitectura: Revista del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM), nº 278-279, pp. 16-41, 1989, pp. 37-39.
28. Marcuse, P., “A useful installment…”, p. 574.
29. Magris, C., El Danubio, Anagrama, Barcelona, 2019, p.181.
30. Kopp, op.cit., p. 248.
31. Buchli,V., “The social condenser: again, again and again—the case for the Narkomfin Communal House, Moscow” en The Journal of Architecture, 22:3, pp. 387-402, 2017, p. 388.
32. Hatherley, O., Paisajes del comunismo, Capitán Swing Libros, Madrid, 2022, p. 45.
PUBLICADO AQUÍ