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Argazki Nagusia
Jon Kortazar
2022/05/18 10:48

Con la actualidad que ha cobrado el conflicto en Ucrania y Donbass, han sido publicados dos artículos de opinión en la prensa vasca que he tenido la oportunidad de leer: uno es del profesor de euskara Joxe Manuel Odriozola (“Iragana orainaz mintzo da” –“El pasado habla sobre el presente”-, Berria, 27-IV-2022i) y otros del militante del partido Alternatiba Joxe Iriarte “Bikila” (“Faxista eta atzerakoiak Ukrainako gerran” –“Fascistas y reaccionarios en la guerra de Ucrania”-, Gara, 28-IV-2022ii). Por ser estos artículos publicados por medios que son referenciales para un sector sociológico del País Vasco, han tenido una difusión que me obliga a aclarar algunos conceptos.

Los artículos parte de sendos (y diferentes) puntos de vista; la primera diferencia es que el artículos de Iriarte parte de una pretensión de objetividad –pretende no tomar posición o ocultar una toma de posición-, mientras que el de Odriozola muestra una toma de partido más clara.

Iriarte “Bikila” enfoca su artículo en torno al fascismo, o mejor dicho, utiliza el fascismo para justificar una posición tomada de antemano. En este caso, la posición de Bikila es defender a Ucrania frente a la invasión de Rusia y no tomar partido entre Ucrania y Donbass. Por qué toma esta última posición no lo explica, pero lo justifica utilizando la existencia de gente indeseable –esto es, nazis- en “ambos bandos”.

Iriarte decide de antemano, en una petición de la cuestión, que en el conflicto Ucrania-Donbass ambas partes son deplorables, por tanto debe equilibrar la cantidad y el peso de los nazis –debido a que “hay nazis” es la base de su artículo- en cada bando. Por ejemplo dice que debido a esta guerra Azov y compañía han ascendido a “primera división”; pero lo cierto es que tuvieron un papel decisivo en el golpe de Estado del Maidan y eso trajo como consecuencia el papel desmedido que tienen en algunos sectores del Estado ucraniano (Como ejército y policía o educación). ¿Qué papel juegan dentro del Estado ucraniano si tenemos en cuenta que pudieron hacer revertir al mismísimo Zelenski su promesa electoral de “desarrollar el Pacto de Minsk? No podemos decir que sea un papel de poca importancia.

Por otra parte, tenemos el problema de que más allá de la importancia numérica de los partidos fascistas su ideología se ha convertido en hegemónica de diferente “aparatos de Estado” (los espacios públicos de Ucrania o el currículum escolar ucraniano pueden hablar de ello). Joxe Iriarte es un veterano marxista, debido a ello debe conocer los análisis de Antonio Gramsci o Nikos Poulantzas sobre las estructuras e ideología de diferentes aparatos de Estado; ningunos de los dos correlaciona de manera directa la ideología de diferentes aparatos estatales con la representación que dicha ideología tiene en el parlamento. ¿No ha denunciado repetidamente izquierda de Vasconia (y de Cataluña, y de España) la “carga franquista”, el “espíritu franquista” del Estado español post-1978 aunque hasta 2017 (Vox) no había un partido franquista de importancia? Este tipo de análisis serán familiares para Bikila: en la policía, en la judicatura, en el gran capital encontramos personas de ideología franquista, debido a que actitudes y estructuras heredadas de la dictadura han permanecido. Y es un análisis correcto. ¿Pro por qué Iriarte no aplica este análisis en Ucrania? Por el contrario grupos de este estilo no tienen peso decisivo en Donetsk y esto no se puede ocultar.

Bikila dice que “Moscú está más próximo al fascismo que Kiev”; seguramente habrá olvidado la ley de decomunización, que no sólo prohíbe el Partido Comunista, sino cualquier expresión de comunismo –el medio decomunización que publica estas líneas sería ilegal en Ucrania-; o diferentes leyes lingüísticas, que borran cualquier cooficialidad –también en las regiones donde otros idiomas que no son el ucraniano son mayoritarias- o imponen el idioma del Estado también en las publicaciones de las minorías étnicas. En Rusia no hay medidas de este nivel coercitivo.

Siguiendo don el ejemplos, por un lado dice que el Batallón Azov “no está en el Parlamento”, pero por otro lado nos menciona a Aleksandr Dugin (que vive en Argentina y su influencia en la política cotidiana de Rusia es nula o casi) como una persona decisivaa en Donetsk o en el nacionalismo ruso. Después de tomar la (ausencia de) representación parlamentario como único baremo de la fuerza de Azvo es llamativo que no utilice ese baremo en el caso de Dugin o los ultranacionalistas o los nazis rusos. En este caso infla el peso de grupos de esta tendencia en Donbasss con el viejo método de hacer una larga lista, en esa lista figuran grupos desintegrados o expulsados de Donbass (por ejemplo Unité Continentale o Sputnik i Pogrom) o mezclando a fascistas con otro tipo de reaccionarios (como el Movimiento Imperial Ruso, neozarista). Como “Prueba” de esta lista menciona también las “conexiones internacionales”, aunque algunos de los mencionados jamás hayan defendido a Donetsk y Lugansk –por ejemplo presenta a Vox como “próximo a Putin”, aunque Vox haya defendido públicamente a Kiev-. Por otro lado calla sobre los exitosos encuentros internacionales ultraderechistas que Vox y Corpus Nacional organizan periódicamente en Kiev –Bikila nos habla de un pequeño grupo ultranacionalista polaco que defiende a Donbass, no dice nada sobre la mayoría de la ultraderecha polaca que toma partido en contra de Donbass-.

En la práctica, todo el enfoque de Bikila es negador, sin lógica propositiva: en lugar de preguntarse por qué o hay que tomar partido no intenta explicar por qué no hay que tomar partido por algo (Donbass en este caso). Esto es, pone el listón muy alto para “aceptar” este movimiento en concreto, si no se supera, lo niega. El artículo de Iriarte es otro ejemplo del famoso cancel-culture. Aun así, habrá que ver si Bikila utiliza ese mismo procedimiento de cancel-culture para todos los casos. ¿La existencia de Jon Mirande cancela la lucha por la independencia del País Vasco? Iriarte menciona a Unité Continentale, estos, tras haber sido expulsados de Donbass fueron a luchar al Kurdistán iraquí ¿cancelará Bikila el Kurdistán iraquí? Y no mencionaremos los trasvases que ha habido entre los batallones nazis de Ucrania y el YOG kurdo-sirio, que no queremos levantar polvareda.

Basar el pensamiento en este tipo de lógicas negadoras tiene un peligro muy grande y es que se dejan todas las tomas de partido a expensas de “otros”, esto es, no se hacen análisis materialistas sobre la situación y las condiciones reales: cómo ha surgido ese conflicto, cuál es la contradicción de base, qué mediaciones hay entre esta contradicción y otros factores –historia, programas políticos, etcétera-; sino que deja todo en manos de “quién defiende qué”, esto es, en manos de factores externos. La tesis de Iriarte nos llevaría a concluir que en la II Guerra Mundial no se podría tomar posición entren Aliados y Eje, ya que algunos grupos o Estados fascistas o próximos al fascismo lucharon en el bando aliado –la dictadura polaca, la dictadura griega algunos viejos maurrasistas alistados en la Resistencia francesa, etcétera-.

Sin embargo hay una clave que a Bikila se le ha olvidado mencionar en su artículo: ¿Por qué hay tantos nazis rusos (me refiero a rusos de Rusia, no ucranianos de etnia rusa) en el Batallón Azov, o en otros batallones paramilitares ucranianos, o haciendo propaganda a favor del bando ucraniano? –Algunos además, han obtenido la ciudadanía ucraniana de manos de Poroshenko o Zelensski por “agradecimiento los servicios especiales”-. Podemos mencionar nombres como Dmitry Dyomushkin, Maksim Martsinkevich, Aleksei Levkin, Sergey Korotkij o Ilya Goriachev, u organizaciones o grupos musicales referenciales como Restrukt, WatanJugend, Russkie, Russki Tsentr o M8l8thiii. Si es por todos conocido que el fascismo y el nazismo son variedades del ultranacionalismo es muy llamativo que ultranacionalistas de una nación estén en contra de su misma nación (y aquí no tenemos ejemplos en dirección contraria: no conocemos ningún ultranacionalista ucraniano a favor del bando Donbass/Rusia). ¿Cuándo fue la última vez que los ultranacionalistas “traicionaron” a su nación? Habéis acertado, en esa guerra que finalizó en 1945, con el fenómeno de los “colabos” que actuaron en contra de su ejército y a favor de Alemania. En ese caso estos ultranacionalistas antepusieron su ideología a su Estado (a fin de cuentas, una democracia “degenerada”), poniendo sus esperanzas de “renacimiento nacional” en Alemania y la “Nueva Europa” que esta representaba. En esta guerra también tenemos a ultranacionalistas que están luchando contra su nación, y también en este caso la corriente es de una única dirección. Debería de darnos una pista el por qué hay tantos ultranacionalistas rusos contra el “partido ruso” y por qué ven en la “revolución nacional” acontecida en Ucrania una oportunidad.

En cambio Odriozola utiliza otro punto de vista. Si Bikila utiliza un elemento (supuesto) para justificar la “no posición” (o para negar solidaridad a la Repúblicas Populares de Donbass), Odriozola en cambio si dispone de un elemento afirmativo: el nacionalismo. Para él las naciones y la “autodeterminación de las naciones” son la clave del conflicto, dice así: “el nacionalismo es uno de los principales motores de la historia, quizá el principal (…) no hay burguesía o proletariado sin patria”. Joxe Manuel Odriozola, en esa lucha entre naciones distingue entre nacionalismos legítimos (en este caso el ucraniano) y no legítimos o “agresores” (en este caso el ruso), además de utilizar un argumento ex populo: endulza la vista de los posibles lectores al equiparar a uno con el nacionalismo catalán (¿y vasco?) y al otro con el nacionalismo español.

El artículo de Odriozola tiene muchas deficiencias. Si las naciones son el motor de la historia y “todas las naciones deben ser conferidas de autodeterminación” no entendemos cómo en todo el artículo no se mencionen ni una sólo vez las palabras “Donbass” o “Donetsk y Lugansk”; sabiendo que en 2014 la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk decidieron ser independientes tras un referéndum (y sufrieron una guerra de ocho años por parte del Gobierno de Kiev). Según Odriozola no existe, por tanto concluimos que los considera como proxies de “Rusia” o del “nacionalismo expansionista y asimilacionista ruso” (por tanto, del mal, en comparación con el nacionalismo “defensivo” ucraniano). La identidad, la historia, y finalmente, la autodeterminación y la toma de personalidad como sujeto del Donbass, así como el conflicto surgido en 2014 desaparecen del artículo de Odriozola.

Aquí se nos aparece el primer problema: Odriozola identifica y equipara naciones con idiomas (otra vez, “exportando” nuestro caso, ya que en nuestra tierra el idioma ha sido un elemento muy importante). El problema es que no siempre es así: en la antigua Yugoslavia, los serbios, los croatas y los bosniacos hablan el mismo idioma, y dudo que alguien piense que son la misma nación. Y también es un problema que olvida otro elemento: el territorio. El territorio aparece en cualquier definición canónica sobre la nación como elemento definitorio: comenzando por Stalin, siguiendo por Lenin (por algo no consideraban “nación” a los judíos, por algo se opusieron al concepto extraterritorial de nación de los austromarxistas) y acabando por las definiciones académicas (por ejemplo, Benedict Anderson). Todas las naciones deben reivindicar un territorio, pero aquí, al delimitar territorio nos surge el problema, ya que reivindicar una nación no significa que esa nación se sienta de la misma manera en todos los territorios a los cuales dicha nación aspira o que las toma como su solar, que no vaya a haber solapamientos territoriales o contradicciones con otras naciones (estoy hablando de naciones, no de Estados), o que no vaya a haber territorios fronterizos. En este caso el problema es Donbass: ¿es Ucrania o no lo es? ¿Es parte de la nación ucraniana esa región de lengua mayoritariamente rusa? ¿Esos rusoparlantes son parte de la nación ucraniana? Aquí yace el problema, no en la existencia de la nación, sino en delimitar hasta dónde llega el solar nacional; hacer desaparecer esto, o hacer como que no se ve (¿o tratarlos de simples “rusos”?) como lo hace Odriozola no nos ayuda a resolver o superar el problema. Y tampoco decir “esto es como España, aquello es como Cataluña o Vasconia”. Odriozola nos habla de la necesidad de analizar la historia, pero en su artículo no hace ningún esfuerzo para explicar cómo Donbass (y en general, toda Ucrania del Sureste) entraron a formar parte de Ucrania, y por tanto cómo viven los habitantes de esa zona su relación con la ucraniedad.

Donbass dispone de su propia historia, ligada a la industrialización y a la urbanización del siglo XIX; esto es, una base para la identificación de esa comunidad ha estado ligada a la industria y al trabajo. Como territorio fronterizo, también ha desarrollado una fuerte identificación en base al territorio mismo. Esta región pasó a ser parte por primera vez de una formación política denominada “Ucrania” con la Unión Soviética, como parte de esta –anteriormente tampoco formaba parte de la región de la Pequeña Rusia, el núcleo en base al cual se desarrolló la conciencia ucraniana-. En febrero de 1918 los comunistas locales, bajo el liderazgo de Fiodor Sergeyev alias “Artiom” proclamaron la República Soviética de Donetsk-Krivoi Rog (como curiosidad mencionemos que su hijo, Artiom Sergeyev se casó con una vasca, Amaia Ruiz Ibarruri). En ese febrero de 1918 Kiev estaba bajo control de los rojos, por tanto, la razón para proclamar esa nueva república no eran “ideológicas”, sino de otro orden, podemos pensar que de identidad cultural. Por cierto, los bolcheviques de Moscú –esto es, el Gobierno de Lenin- no reconoció dicha república y ordeno que se integrasen en la República Soviética de Ucrania (qué curioso, Rusia amplió las fronteras de Ucrania a costa del Donbass). Podemos argüir que en febrero de 1918, a punto de comenzar la guerra civil y sin salir del todo de la I Guerra Mundial (el Pacto de Brest-Litovsk se firmó en marzo de 1918 y los alemanes entraron en Ucrania), las decisiones se tomaban precipitadamente, que no hubo espacio para un debate racional, y que si existiesen esas condiciones quizá los trabajadores de Donetsk no hubiesen decidido separarse de Ucrania; pero este episodio muestra claramente que había ya una fuerte identidad local. Eso no puede tratarse como mera “asimilación rusa”, ni tampoco a los donbassinos como colonos al servicio del nacionalismo ruso. Y no se puede negar pues que Donbass y el Sureste de Ucrania (según el censo de 1925 de mayoría étnica rusa) entraron en Ucrania por influencia de la Unión Soviética. Esto refuta en dos planos el artículo de Odriozola: por un lado la intención de tratar a la Unión Soviética como continuadora del nacionalismo ruso no casa con la realidad de que la identidad ucraniana se expandió en esa comarca precisamente en época soviética –no hay más que comparar el la identificación étnica de ese Sureste de Ucrania en el censo étnico de 1925 y en el 1985., y por otro lado hay que tener en cuenta que la ucranización y la aprehensión de la identidad ucraniana en esa región se dio en contexto soviético, siendo el legado soviético parte de la identidad ucraniana para los habitantes de esa zona. La política ultranacionalista del Gobierno de Kiev desde 2014, consistente en criminalizar el comunismo y la historia, el legado, los valores, etcétera soviéticos, ha traído, como consecuencia lógica, que la población de la región se aleje de la ucranidad. Debemos entender esto, ya que si el pasado habla –para emplear las palabras de Odriozola- debemos de conocerlo por completo.

Además de esto, nos aparece un segundo problema con el marco teórico: Odriozola define claramente qué nacionalismos tiene por “legítimos” y cuáles por “ilegítimos”. Odriozola nos dic sin ambages que unos nacionalismos son libertadores, contrarios al “expansionismo”; por tanto levanta un muro entre ambos tipos, También tiene claro a qué campo pertenecen el nacionalismo ruso y el ucraniano. Por supuesto, los nacionalismo sin Estados, privados de los elementos coercitivos propios del Estado, son menos dados a la cultura coercitiva que los nacionalismos con Estado; y por tanto podemos decir que tienen una mayor potencialidad democratizadora (esto ha sido notado por numerosos marxistas). Pero otra cuestión es si el nacionalismo es de por sí un universal emancipador,; o por el contrario, si existe una de una dialéctica emancipadora fuera del nacionalismo –aunque sea de pueblos sin Estado- capaz de superar y anular las premisas que dan lugar a la situación anterior, esto es la lucha entre naciones. La respuesta de Odriozola es negativa, esto es, la lucha de las naciones, además de ser eterna, es omnisciente, no hay nada exterior a ella, se lo traga todo.

Pero la historia no da razón a Odriozola. El objetivo de los nacionalismos sin Estado no es superar unas premisas concretas, sino disponer de los mismos instrumentos de los nacionalismos con Estado. Aceptado ello, en la lucha entre nacionalismos, la posibilidad que un nacionalismo concreto, también el más democrático, “se convierta en su anverso” –siguiendo las leyes de la dialéctica- son muy grandes. La misma historia nos da motivos para negar la hipótesis de que esta contradicción entre nacionalismos sea la contradicción emancipadora principal: ya que hablamos de Ucrania, los habitantes de Ucrania Occidental, en el periodo entreguerras sufrieron al nacionalismo estatal polaco, pero cuando dispuso de oportunidad, el tratamiento del nacionalismo ucraniano hacia la población polaca no fue mejor, sino peor. Los croatas y los albaneses tenían muchas razones para protestar contra la política centralista del Reino de Yugoslavia (1918-1941), pero cuando sus nacionalismos pasaron a ser hegemónicos en 1941 establecieron la versión más dura de la opresión nacional que se conoce en los Balcanes. Por tanto, las premisas para superar esta dialéctica no se encuentran en la misma dialéctica, sino en otra parte; aun así, como Odriozola niega esto mismo, le ocurre lo siguiente: que debe presentar a la URSS como “Rusia”, ya que no entiende que esta puede ser otra cosa que un Estado-nación. Esto es, del artículo de Odriozola, además de desaparecer Donbass, desaparecen las condiciones para superar la lucha entre naciones y otros horizontes diferentes a esta.

Es debido a estos problemas teóricos que Odriozola comete tantos errores cuando habla de la URSS, ya que pretende presentar a esta como una enemiga de los “pueblos pequeños” –o más que pretender, debe hacerlo, ya que si nos basamos en la arquitectura teórica ya mencionada de la lucha eterna entre naciones, no nos queda otra salida-. Para comenzar, tenemos u problema lógico, ya que si presenta una cuadro lo más negro posible para el idioma ucraniano en el siglo XIX, si la circular de Valuev (1863) y el decreto de Ems (1876) prohibieron el ucraniano, ¿cómo es posible que al mismo tiempo la Unión Soviética “intensificase la rusificación” (¿más aún?) y que en 1933 “se parase la ucranización” (¿por tanto existía ucranización? ¿Cuándo se puso en marcha esa política?) o que en 1958 se diese a los padres el “derecho de escoger el idioma de escolarización” de los hijos? (¿Es esto “intensificar la rusificación”?)

Odriozola nos muestra una cronología, donde pone en lista lo que en su opinión son las diferentes agresiones del nacionalismo ruso a la nación ucraniana. Una de ellas es que “entre 1914 y 1916, los rusos prohibiesen en Ucrania Occidental el ucraniano en laIglesia y en la escuela” –fue hasta septiembre de 1915, no hasta 1916-. No negaremos ese hecho, en el contexto de la Primera Guerra Mundial Rusia presentó la conquista de la provincia de Galitzia (parte de Austria-Hungría) como “liberación de los hermanos rusos” y desarrolló una política de asimilación nacional; pero se basó también en un sector de la población galitziana entonces existente, en los “antiguos rutenos”iv o “rutenos filomoscovitas”. Esta población rusófila autóctona fue duramente reprimida por el Imperio Austrohúngaro (se calcula que unos 30.000 rutenos rusófilos fueron internados, de los cuales murieron entre 3.000 y 5.000). Alguien que colaboró como fiscal en numerosos juicios y deportaciones fue Kost Levytsky, diputado nacionalista ucraniano en el parlamento austriaco. A este Levytsky le encontraremos de nuevo en Lviv en 1941, esta vez trabajando para los banderistas, mientras volvían a sucederse sangrientos pogromos. Con esto no queremos decir que entre los galitzianos no hubiese sentimiento ucraniano o sectores de población con ese sentimiento, que no hubiese movimientos ucranistas o que la variedad lingüística local no sea un dialecto del ucraniano. Esto es, no queremos negar que Galitzia sea Ucrania o que haya razones para defender esto, tampoco queremos negar que la ocupación rusa de 1914-15 hiciese una dura política de asimilación; pero si mencionamos la violencia, debemos de aceptar que fue en dos direcciones –los galitzianos rusófilos no eran ninguna planta trasplantada del imperialismo ruso, ya que Galitiza jamás fue Rusia, eran un producto autóctono, enraizado en la tradición local-.

Sin embargo la distorsión de los hechos es más grave cuando Odriozola se refiere a la URSS. Según Odriozola la URSS no era más que la “continuación del proyecto de la Gran Rusia”. Esta afirmación encierra unas distorsiones; por un lado porque presenta el sovietismo como extraño a los pueblos no rusos, y por otra parte porque presenta la ideología soviética como continuación del zarismo, negando todos los cambios –políticos, sociales ideológicos, filosóficos- traídos por la Revolución. Esto se ve por ejemplo en la frase “1920. Los soviéticos toman Ucrania. En las siguientes seis décadas aplicaría políticas de rusificación más intensas”. No podemos negar que esa frase no sea coherente con el pensamiento de Odriozola; ya que reduce todo a un conflicto nacional, y por tanto toma a los “soviéticos” como algo extraños a Ucrania. El problema es que eso no era así, los “soviéticos” eran partidarios de un tipo específico de organización estatal, del poder basado en Soviets obreros y existían tanto en Ucrania como en Rusia. En la misma Ucrania, hubo episodios famosos en la época de la revolución, como el Congreso Panucraniano de los Soviets celebrado en 1917 en Járkov (que declaró la República Soviética de Ucrania) o la rebelión de la fábrica Arsenal de Kievv. En la fundación y dirección del Ejército Rojo participaron numerosos ucranianos. Esto es, no fueron sólo “los de fuera que toman Ucrania”, también eran autóctonos. Es más, en 1919 el famoso historiador y político nacionalista ucraniano Mijailo Hrushevsky (primer presidente de la Rada o del parlamento ucraniano) dijo que el Gobierno basado en los Soviets era el más adecuado para gobernar a las masas ucranianas. Obviamente, eso no dijo porque le diese es siroco, sino porque era consciente de la adhesión que los Soviets habían conseguido entre las masas ucranianas –y esta postura trajo que otros nacionalistas ucranianos, como Petliura por ejemplo, mandasen al exilio a Hrushevskyvi-.

La realidad sobre los idiomas de la Unión Soviética está también bastante lejos de lo que nos presenta Odriozola; ya que los esfuerzos para promocionar los diferentes idiomas fueron constantes y comenzaron desde el primer momentovii; como lo aceptó el historiador anticomunista Richard Pipes (“la Rusia Soviética fue el primer Estado que convirtió en ley el principio de las naciones”viii). Según algunos historiadores, los soviéticos reconocieron los esfuerzos de construcción nacional hechos por los Gobiernos nacionalistas anticomunistas entre 1918-1920 (aunque claro está, vehiculasen estos esfuerzos por otra ideología)ix. Por ejemplo en la educación, según datos de 1927, el 93,7% de los estudiantes de primera de Ucrania y el 90,2& de los de Bielorrusia estaba matriculado en su “Idioma materno”x. Para 1928, de las 20.000 escuelas que había en Ucrania 14.000 impartían en ucraniano (1.500 en ruso)xi; y en Bielorrusia, en 1930, el 93% de las escuelas impartían en bielorrusoxii. Teniendo en cuenta cuál era la situación anterior, ese logro, si bien no perfecto, era impresionante. Esa política siguió en la década de los 30, por ejemplo, tras la ley educativa de 1938 –que muchos erróneamente tratan como “ley rusificadora”, sólo porque reglaba la enseñanza del ruso-, dicho sea la verdad, las escuelas no rusas aumentaron en númeroxiii. Pero también fuera de la educación. En 1928 se editaban 207 periódicos en 47 idiomas aparte del ruso, para 138 eran más de 2000 periódicos que se editaban en 66 idiomas no rusos, según datos de Yuri Slezkinexiv. Por ejemplo, en Ucrania, en estas décadas el progreso fue muy grande: en 1924 se editaban en ucraniano el 37,5% de los periódicos, el 32% de las revistas y el 31% de los librosxv; en 1928 en cambio eran el 84% de los periódicos y el 70% de las revistas las que salían en ese idiomaxvi. El ucraniano y el bielorruso, hasta entonces tenidos como “dialectos rurales” –Odriozola tiene razón en esto- se estandarizaron durante la Unión Soviética (en tiempos de Stalin): el bielorruso en 1926 y el ucraniano en 1927xvii.

Este tipo de políticas también se aplicaron en la administración estatal, donde los comunistas dieron preferencia a los funcionarios “locales” o impulsaron, que en el caso de no serlo aprendiesen el idioma local. En Ucrania, en 1929, los ucranianos eran el 36% del personal de la administración superior (hay que tener en cuenta que en aquella época, la etnia ucraniana era más numerosa fuera de las ciudades, por tanto, en los tiempos previos a la revolución, tradicionalmente había pocos ucranianos en la administración); pero eran el 54% en la administración inferior. En Bielorrusia, los bielorrusos eran la mitad del personal de la administración superior y el 73% de la administración inferior. La “indigenización” de los países de Asia Central era más lenta: en Uzbekistán el 41% de los funcionarios de la administración inferior eran uzbekos, pero sólo lo eran el 11% de la administración superior, en Tayikistán los tayikos eran el 45% del personal de escalones inferiores y el 14% de los escalones superiores, y en Turkmenistán, los turkmenos eran el 24% y el 8% respectivamentexviii. En la representación política también el número de los representantes “nacionales” creció: en 1927, en el X Congreso Panucraniano de los Soviets el 60% de los diputados soviéticos eran ucranianosxix. En Bielorrusia, en 1927 el 48% de los representantes eran bielorrusos, y en 1929 ese número ascendió a un 61% (el 72% en los pueblos)xx. En Tatarstan, en 1927 el 90% de los soviets funcionaba en tártaroxxi, y en 1926, en Ucrania, el 65% de las decisiones del Gobierno se comunicaban en ucraniano –en Bielorrusia, en 19128 el 90% de las comunicaciones del Gobierno eran en bielorrusoxxii-.

Dentro del Partido también se vivió un proceso de “indigenización”. Poco a poco, en las repúblicas no rusas, la mayoría de los miembros del Partido iba a caer a manos de la nacionalidad local, también en la década de los 30. En 1922 el 72% de los miembros del Partido Comunista eran rusos, pero en 1927 esa cifra se redujo a un 65%, y en los “territorios no rusos” los comunistas no rusos (“locales”) eran el 46,6%. En 1932 esa cifra se revirtió, en los “territorios n o rosos” la mayoría de los militantes eran no-rusos, el 54%xxiii. Precisamente fue Ucrania el ejemplo más claro: cuando se creó el Partido Comunista de Ucrania la mayoría de los miembros eran proletarios de ciudades rusoparlantes, de identificación étnica rusa. Pero eso cambió durante la década de los 20, según el historiador de origen ucraniano (y tendencia nacionalista) Basil Dmytryshyn en 1922 los militantes ucranianos del Partido Comunista Ucraniano eran el 22,3% del total, en 1924 el 33% y en 1927 el 52% (una cifra parecida para 1930)xxiv. También en el Partido se puso en marcha un programa para que los cuadros que no dominasen el idioma nacional lo aprendiesen (praktikanstvo)xxv.

Hubo una excepción en la mayoría de las repúblicas (tanto en Ucrania como en Bielorrusia, como en las repúblicas centroasiáticas), en la política dirigida al proletariado y por tanto a los sindicatos. En los centros de trabajo las políticas de preferencia duraron menos. Dos fueron los factores para ello: por un lado, la resistencia que muchos obreros pusieron ante el riesgo de perder su puesto de trabajo; y por otro, la reticencias del Partido en imponer este tipo de políticas culturales sobre el proletariado. En varios artículo de 1926 escritos tanto por Stalin como por Lazar Kaganovich aparecía la siguiente idea: “podemos ucranizar los soviets de Ucrania, pero no podemos imponer la ucranización al proletariado ruso de Ucrania”; por tanto en la industria se aplicaron programas de “ucranización voluntaria” –no forzosa- mediante charlas, conciertos etcétera. Por ejemplo, en los primeros años de la década de 1930, la mayoría de los boletines laborales y sindicales editados en Ucrania era en ruso (en ucraniano se editaban un 30%), cuando en otras instituciones las editadas en ucraniano eran ya mayoríaxxvi. Esto es, cuando en los soviets, en el Partido, en la educación o en la cultura la ucranización avanzó, en los sindicatos y en los centros de trabajo se ralentizó.

Siguiendo con la historia, el siguiente hito, según Odriozola, fue en 1933: en esa fecha Stalin, en palabras de Odriozola decidió parar la ucranización (esto es, la promoción de la cultura ucraniana) por telegrama. Aquí ocurren dos cosas: por un lado se presentan los hechos como si fuesen del todo unilaterales, como si bastase que fulanito mandase un telegrama para que todo cambiase en la URSS al unísono. Por otro lado hay un malentendido o una tergiversación bastante grande –además del error lógico ya mencionado en las páginas anteriores-. Lo que Stalin recomendó fue revertir algunos aspectos dela ucranización llevada a cabo en las regiones fuera de la República Socialista de Ucrania (Kubán, Cáucaso Norte, Kazajistán) por los ucranianos localesxxvii, ya que chocaba con otras comunidades, no parar la ucranización (y menos en la misma Ucrania). En Ucrania no se abolió la ucranización (tampoco la “indigenización” en las demás repúblicas)xxviii.

Sobre el primer aspecto hay muchas cosas que comentar, sobre todo porque el tópico –algo que ha ido construido por la ideología burguesa- nos muestra el periodo de Stalin como el reinado de poder ilimitado de un sólo hombre, como si no hubiese ningún debate. Pero tocante a la cuestión nacional, eso no sucedió así. Los militantes muchas veces mostraban una agencia local, que podía condicionas, influenciar o revertir las decisiones del centro. Según historiadores ucranianos como Serhiy Yekelchyk las fuerzas locales disponían de gran autonomía y poder de influencia (dentro de la ideología comunista, por supuesto)xxix. En las discusiones internas del Partido las cambios de dirección eran debatidos, muchas veces ocurría que diferentes órganos tomaban decisiones discordantes, había disputas políticas o dinámicas contradictorias. Tenemos un ejemplo de esto en 1933, cuando hubo una crítica pública de los “ucranizadores” más duros –Mykola Skrypnyk y sus seguidores-, algunos entendieron esto como una llamada a la rusificación –algunos periódicos pasaron a editarse en ruso, algunas decisiones del Partido pasaron a comunicarse en ruso-: sin embargo el Parido ucraniano se reafirmó en la ucranización. Esto es, la crítica la nacionalismo ucraniano no significaba que se aboliese la ucranización –aunque hubo quien entendió así-. Efectivamente, esa “rusificación espontánea”, como la denomina Terry Martin, impulsada por algunos cuadros inferiores del Partido, fue revertida por el Partido mismo a finales de 1933, cuando Stanislav Kosior llamó a continuar la política de ucranizaciónxxx. Cuando los vientos del centralismo comenzaron a soplar en Bielorrusia en 1934 (visto lo ocurrido en la vecina Ucrania), el Partido Comunista de la Unión Soviética, en boca del mismo Stalin, defendió el autogobierno de los soviets bielorrusosxxxi. También en estas épocas, aunque en 1930 se intensificase la lucha de clase también en la política cultural de cada nación –esto es, la nueva política, en lugar de exaltar la cultura completa de cada nación consistía en exaltar los aspectos progresistas y en criticar los reaccionarios- el peligro principal continuaba siendo el “chovinismo de gran nación”xxxii.

Debemos examinar atentamente el segundo problema, ya que frecuentemente desde la izquierda se identifica el “fortalecimiento de las posiciones de Stalin” con una supuesta abolición de las políticas de promoción de la multinacionalidad; como si la “consecución del poder por un solo hombre”, “utilización del terror” y “rusificación” fuesen sinónimos o concurrentes. Debemos hablar también de esto, con datos en la mano. Y es que en la década de 1930 la ucranización y la indigenización continuaron, es más se hicieron más esfuerzos porque los ciudadanos soviéticos conociesen otras culturas, por ejemplo mediante las “décadas” –festivales de diez días dedicados a una cultura- anuales celebradas en Moscú o en Leningradoxxxiii. No podemos negar que estas políticas no se modificaron, tanto en los objetivos como en el contenido: por ejemplo en la década industrializadora de 1930 había menos tolerancia hacia la cultura tradicional o los restos tradicionales supervivientes de diferentes culturas, esto es, la lucha ideológico-cultural de clases fue llevada también a las diferentes culturasxxxiv.

Como ejemplo de la continuidad de la “indigenización” tenemos el caso de las escuelas. Como Odriozola ha mencionado a Ucrania, examinando los datos para Ucrania de la década de los 30, estos no concuerdan con lo que dice. Por ejemplo, según Dmytryshyn, durante el año escolar 1934-35, de las 21.000 escuelas que había en Ucrania 17.000 impartían en ucraniano, los números serían similares para el año escolar 1936-37: cinco millones y medio de alumnos en las escuelas en ucranianoxxxv. Según Terry Martin, en 1933 sólo el 7% de las escuelas en Ucrania impartían la docencia en ruso, y en 1934-35 un 8,5%, números muy modestos que no reflejan una política de rusificaciónxxxvi. En Bielorrusia, en 1935, de 1858 escuelas 1627 impartían en bielorruso –en porcentaje, un 87,4%-xxxvii. Si bien es cierto que en 1938 (Odriozola nombra esta fecha en su cronología) la ley educativa puso el ruso como asignatura obligatoria, también en las escuelas “nacionales”, la verdad sea dicha, este tipo de escuelas aumentaron a partir de esta fecha. Según Blitstein, poner el ruso como asignatura obligatoria tenía dos objetivos: por un lado regularizar la enseñanza del ruso, bien respecto a la edad con la cual los niños iban a comenzar a aprenderlo, bien respecto a los libros de texto a utilizas; y por otra parte, garantizar un mínimo de comunicación entre diferentes ciudadanos soviéticos, sobre todo, en vistas al reclutamiento del Ejército Rojo –precisamente el aumento de las escuelas nacionales no casa bien con un objetivo de rusificación de la población-xxxviii. Como dice Terry Martin “el año 1933 no trajo la rusificación de Ucrania”xxxix.

En otro aspecto también avanzó la “indigenización” en esta década de 1930. Por ejemplo, sobre la literatura, según los datos que da Dmytryshyn, en 1935 el 56% de los periódicos se editaban en ucraniano (el 26% en ruso), cifras algo inferiores a las de 1930; sin embargo en 1936 había 13.000 bibliotecas en ucraniano, habiéndose editado ese año 69 millones de libros en ese idiomaxl. En 1958, en Dushambé (capital de Tayikistán) había 89 bibliotecas, una por cada 5.000 ciudadanosxli. En la década de 1930 se avanzó también en uno de los puntos débiles de la indigenización, en la educación superior: en Ucrania, según la carrera, entre un 40% y 70% de los alumnos eran ucranianosxlii. En el terreno de la prensa tampoco los datos avalan la existencia de una “política de rusificación”; según Terry Martin en 1937 la cantidad de los periódicos editados en Ucrania rondaba el 80%; aunque debido a algunas advertencias de altos dirigentes del Partido en 1938 empezaron a editarse y a apoyar a algunos periódicos en ruso: en 1938 y 1939 la tirada de los periódicos ucranianos bajó hasta ser algo inferior al 70%, mientras que la de los periódicos del ruso se situaba en torno al 30%xliii -tampoco este equilibrio muestra una fuerte rusificación-.

En lo que respecta al Partido, este siguió reclutando en las repúblicas no rusas (y en las etnias no rusas); por ejemplo, si en el Partido Comunista de Ucrania los ucranianos eran el 54% en 1930, en 1933 esa cifra asciende al 60%, y en 1938 al 63% (los rusos, de ser un 26% en 1930, pasarían a ser un 22% en 1933 y un 19% en 1938)xliv. Ocurrió lo mismo en la repúblicas “túrquicas” de Asia Central (donde la distancia entre la población urbana u rural era mucho más grande, y por tanto se partía de una situación que las etnias locales estaban peor representadas en el Partido –y en el proletariado local-): en esas repúblicas, en 1937 la mitad de los militantes era de las etnias localesxlv. Por otra parte, también se continuó con la política de que los cuadros trasladados a una república en concreto debían de conocer el idioma de esa república, tanto si trabajaban en al Partido como en la Administración, es bastante claro el discurso que pronunció Stanislav Kosior en noviembre de 1933: “todo aquel que quiera trabajar en la administración de Ucrania debe conocer el idioma del pueblo ucraniano” o que el secretario del Partido Comunista de Tayikistán declarase en 1937 la necesidad de un mayor número de cuadros tayikosxlvi.

También en la Administración se intensifico la ucranización: en 1935 más de la mitad de los representantes de la República Socialista Soviética de Ucrania –a nivel republicano- eran ucranianos (los rusos eran el 25%). Si a nivel provincial esa cifra descendía a un 43%, a nivel de distrito ascendía a un 68%, y a nivel de municipio era mayorxlvii. En el mismo 1933, el dirigente el Partido Comunista de Ucrania Stanislav Kosior llamó a reclutar a más cuadros ucranianosxlviii. En 1937, según Terry Martin comenzó otra campaña para continuar ucranizando el Partido y los soviets ucranianosxlix. En Bielorrusia ocurría algo parecido: en 1934 el 85% de los representantes de los soviets de Bielorrusia eran bielorrusosl. Con esto, no sólo en la Adminsitración, sino también en los puestos de trabajo “intelectual” (white-collar jobs) la cantidad de empleados no rusos crecióli.

También en estas fechas comenzó a aparecer un proletariado urbano local; esto es, las ciudades dejaron de ser centros de rusificación y apareció un proletariado “autóctono”lii. En otras áreas también se prosiguió con la indigenización de la cultura estatal: en el teatro y en la ópera se apreció un aumento de los musicales u obras de teatro locales, por ejemplo, en Ucrania, en 1935, de los 97 teatros existentes solamente 28 eran no ucranianosliii (y si no había compositores o productores locales se traducían los musicales rusos o internacionales, como ocurría en Bashkiria, o en Ucrania, donde aparte de existir ópera en ucraniano frecuentemente las óperas rusas se actuaban en ucraniano, cosa que a veces suscitaba quejas de directores y actores rusosliv). En 1929 se abrió el teatro Dramático Nacional Tayiko, en 1932 el Teatro Nacional Bielorrusolv y en 1941 fue escrita la primera obra en turkmenolvi. A nivel cultural, en esa década de los 30 prosiguió el cultivo de las literaturas nacionales, por ejemplo en 1933 comenzó en Ucrania una campaña para dar a conocer aún más a Taras Shevchenko, una campaña que muchos calificaron como “culto a la personalidad”lvii. Según Peter Blitstein, quien ha comparado la política nacional soviética de esa época con la de otros Estados europeos –muchos de ellos credos sobre las ruinas de Imperios, esto es, producto de nacionalismos “liberadores”-, la asimilación en la URSS era menor que en estos Estadoslviii. Según Terry Martin “la Unión Soviética fue el primer Estado en implantar políticas favorables a las minorías (Affirmative Action). Y no hay Estado que haya igualado la intensidad de esas políticas activas soviéticas”lix.

Tampoco es cierto, como dice Odriozola que “tras la Gran Guerra se impuso el ruso como idioma oficial del comunismo soviético”. El ruso no fue idioma oficial de la URSS hasta 1990, hasta entonces cada república decidía sobre sus idiomas. Es cierto que el ruso fue cooficial en muchas repúblicas, pero las había donde nunca lo fue, como Georgia y en Azerbaiyán. También es cierto que el desarrollo de algunos servicios, la extensión de las relaciones entre repúblicas, etcétera trajo una mayor presencia del ruso como lingua franca que era (más que resultado de una política activa por parte del Estado podía ser fruto de omisión ante las dinámicas sociolingüísticas), también es cierto que a Jrushchov se le atribuyen algunos comentarios despectivos –sobre todo contra el bielorruso-; pero no es cierto que en 1945 el ruso se hiciese oficial.

Lo cierto es que tras la Gran Guerra Patria la enemistad entre naciones o una supuesta “opresión nacional” era algo que muy pocos experimentaban; como muestra tenemos un estudio de Serhiy Yekelchyk sobre unos interrogatorios que unos investigadores de EEUU hicieron en 1945 a ex-presos ucranianos recién liberados de los campos nazis que habían solicitado visado para el país norteamericano: en un contexto favorable para realizar esas denuncias (habían solicitado emigrar a EEUU, eran investigadores estadounidenses quienes preguntaban) la mayoría d los entrevistados no veía diferencia entre la situación de rusos y ucranianos bajo la URSS, ni enemistad entre ambos puebloslx.

Por último, las leyes educativas soviéticas de 1958-1959, según Odriozola, dieron a los padres el derecho de elegir el idioma de educación de sus hijos “pero como excepción el ruso como asignatura era obligatorio”. Aquí hay un error o falta de exactitud, ya que en la ley de 1958 no se contempla eso. Según el historiador Yaroslav Bilinsky que ha examinado esa ley, en la situación previa a 1958 (en la marcada por la ley de 1938) sí era obligatorio estudiar el ruso, por lo menos como asignatura. Según la ley vigente entre 1938 y 1958 un niño debía estudiar tres idiomas: el idioma nacional de su república, el ruso y un idioma extranjero. Según la ley de 1938 era posible estudiar en el idioma nacional de cada república (el ruso como asignatura) o en ruso (y el idioma nacional como asignatura); lo que trajo la ley de 1958 era la posibilidad de estudiar sin ese segundo idioma (fuese el ruso en caso de recibir la educación en idioma nacional; o el idioma nacional en caso de estudiar en ruso). Esta nueva ley (que por cierto, cada república disponía de autonomía para desarrollarla en su región) salió sobre todo por presión de los padres, que se quejaban que la carga de tres idiomas era demasiado para los alumnoslxi. Por tanto, se hizo voluntario para los niños escolarizados en idiomas nacionales estudiar el ruso como asignatura o no (esto es, podían hacer la educación completa en idioma nacional, sin el ruso como asignatura, o tomar el ruso como asignatura); así como se hizo voluntario estudiar o no el idioma nacional para los niños educados en ruso (esto es, hacer la educación completa en ruso, sin idioma nacional, o tomar la asignatura del idioma nacional)lxii. Por supuesto que podemos debatir si esta nueva ley debilitó más los idiomas nacionales en comparación con el ruso (ya que la “libre elección” sin otra política activa, en contextos de desequilibrio histórico, suele favorecer al “idioma poderoso”), podemos hacer interpretaciones sociolingüísticas; pero no es cierto que el ruso fue investido de privilegios de iure ni que fuese una imposición unilateral (esa ley fue debatida antes y después de su aprobación).

Hoy día, la ideología dominante también muestra una gran capacidad para influir sobre el pensamiento de izquierdas, por ejemplo, en torno a la valoración de procesos históricos. Sobre la Unión Soviética también se han extendido clichés de ese tipo; seguidamente nos vienen a la cabeza conceptos como “autoritarismo”, “represión” y también “rusificación forzosa”, y pensamos con estos prejuicios, también en la izquierda. Pero si queremos actuar con rigor, debemos de investigar, no actuar según nos encaje en una ideología previa. Es recomendable y necesario buscar las raíces del conflicto ucraniano o de cualquier otro en la historia y hablar de los diferentes factores políticos. Pero si el análisis pretende ser riguroso no puede basarse en prejuicios o distorsiones de los hechos históricos.










iii Podemos leer un artículo sobre este fenómeno en esta fuente: https://violence-marker.org.ua/en/2021/11/24/nazi-exodus-how-russian-nazis-ended-up-in-ukraine/

iv El gentilicio “ruteno” proviene de la palabra “Rus” y de la latinización de la misma, “Ruthenia”. Esta denominación se refería a la población eslava-oriental que desde el siglo XV quedó bajo Polonia y desde el XVIII bajo Austria. Hacia fines del siglo XIX los rutenos de Galitzia comenzaron a dividirse en dos campos: los “antiguos rutenos” o “filomoscovitas” eran partidarios de estrechar relaciones con Rusia y el pueblo ruso, defendían que todos los pueblos provenientes de la antigua Rus eran el mismo pueblo y eran partidarios de mantener el demónimo “ruteno” –también había razones etimológicas para ello, ya que “ruteno” (rus’kyi) y “ruso” (russkii) comparten raíz-; por otra parte, los “nuevos rutenos” hicieron causa común con la conciencia nacional ucraniana que comenzó a surgir en ese mismo siglo y poco a poco fueron abandonando el etnónimo “ruteno” para adoptar el de “ucraniano”.

v Para profundizar en este aspecto, por ejemplo, BOJCUN, Marko: The Workers’ Movement and the National Question of Ukraine. Brill. Leiden y Boston. 2021; o BORYS, Jurij: The Sovietization of Ukraine, 1917-1923: The Communist Doctrine and the Practice of Self-Determination. Canadian Institute of Ukrainian Studies. Edmonton, 1980. Este último libro está escrito desde el punto de vista nacionalista ucraniano, aun así no niega la gran adhesión que los partidos prosoviéticos tenían en Ucrania.

vi La posición de Hrushevsky respecto a los Soviets, en estas fuentes: PRYMAK, Thomas: Mykahilo Hrushevsky. The politics of national culture. Universidad de Toronto. Toronto, 1987, págs. 189-190; y PLOKHY, Serhii: Unmaking Imperial Russia. Mykhailo Hrushevsky and the Writing of Ukrainian History. Universidad de Toronto. Toronto, 2005, pág. 217.

vii En 1918, en Letonia, un Estado soviético allí proclamado declaró al letón como idioma oficial. Ese Estado duró hasta 1919, cuando fue abolido por una coalición entre nacionalistas letones, alemanes y rusos blancos. SUNY, Ronald Grigor: The Revenge of the Past. Nationalism, Revolution and the Collapse of the Soviet Union. Universidad de Stanford. Stanford (EEUU), 1993, pág. 102.

viii PIPES, Richard: The formation of the Soviet Union: Communism and Nationalism, 1917-1923. Universidad de Harvard. Massachussets (EEUU), 1964 [1954], pág. 11.

ix Respecto a esto: SUNY, Ronald Grigor: The Revenge of the Past. Nationalism, Revolution and the Collapse of the Soviet Union. Universidad de Stanford. Stanford (EEUU), 1993, pág. 99-101; y MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 15.

x SLEZKINE, Yuri: “The USSR as a Communal Apartment, or How a Socialist State Promoted Ethnic Particularism” in Slavic Review, vol. 53, núm 2, (págs. 414-452), 1994, pág. 432. No debemos confundir el “idioma materno” como el bielorruso en Bielorrusia o el ucraniano en Ucrania, ya que en esas dos repúblicas convivían numerosas naciones y comunidades lingüísticas (también rusos). Aun así, según Terry Martin, los únicos de los pocos que en el curso 1929-30 no podían estudiar en su “idioma materno” eran rusos locales que no podían estudiar en ruso. MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 107.

xi DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, pág. 128. En otro lugar (pág. 84) Dmytryshyn asegura que en 1926 el 87% de las escuelas de Ucrania eran en ucraniano (su fuente: el Comisariado Popular para la Educación de la República Soviética de Ucrania). Según Ronald Grigor Suny, en 1927, el 83% de las escuelas de Ucrania eran en ucraniano. SUNY, Ronald Grigor: The Revenge of the Past. Nationalism, Revolution and the Collapse of the Soviet Union. Universidad de Stanford. Stanford (EEUU), 1993, pág. 103. Martin da la cifra de 80% pero admite que las cifras respecto a la educación superior eran menores. MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 92 y 110-112.

xii MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 261.

xiii BLITSTEIN, Peter A.: “Nation-Building or Russification. Obligatory Russia Instruction in Non-Russian School” in SUNY, Ronald Grigor eta MARTIN, Terry: A State of Nations. Empire and Nation-Making in the Age of Lenin and Stalin (págs. 253-283. orr). Oxford University Press. Nueva York, 2001, pág. 253.

xiv SLEZKINE, Yuri: “The USSR as a Communal Apartment, or How a Socialist State Promoted Ethnic Particularism” in Slavic Review, vol. 53, núm 2, (págs. 414-452), 1994, págs. 431-432 y 439.

xv MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 92.

xvi DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, pág. 128. Terry Martin da unas cifras un poco más modestas: en 1928 considera que el 63% de los periódicos, el66% de las revistas y el 54% de los libros editados en Ucrania eran en ucraniano.

xvii MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 204-205.

xviii SUNY, Ronald Grigor: The Revenge of the Past. Nationalism, Revolution and the Collapse of the Soviet Union. Universidad de Stanford. Stanford (EEUU), 1993, pág. 14. Los datos sobre Ucrania también los confirma Basil Dmytryshyn, pero él presenta estos datos como prueba de la “relegación de los ucranianos en el Partido y la administración” en la década siguiente. Esta interpretación suya no casa con los datos que él mismo da para las década de los 30, cuando el número de ucranianos en la administración aumenta. DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, págs. 129-130. Quizá los más radicales eran los kazajos, donde en 1924 se aplicó tanto para la administración de nivel de república como de nivel local un programa de “preferencia étnica”; algo que en cierta medida lo copiaron las demás repúblicas túrquicas. En 1926 esa “preferencia étnica” fue sustituida por la “preferencia lingüística”, esto es un ruso que dominase el idioma kazajo podía beneficiarse también de esa “preferencia”. MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 135-138.

xix DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, pág. 83.

xx MANDEL, William M.: Soviet but not Russian. The other peoples of Soviet Union. Universidad de Alberta. Edmonton (Canadá), 1985, págs. 357-358.

xxi MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 136. Aun así, en el Gobierno de Tatarstan, en esas fechas, los tártaros eran solamente el 35% (pág. 146).

xxii MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 92, 112 y 261.

xxiii SUNY, Ronald Grigor: The Revenge of the Past. Nationalism, Revolution and the Collapse of the Soviet Union. Universidad de Stanford. Stanford (EEUU), 1993, pág. 103. Según Suny, en esas fechas el 60% de los militantes de Bielorrusia eran bielorrusos, el 59% de los militantes de Ucrania eran ucranianos, y el 66% de los militantes de Georgia eran georgianos. Fueron los armenios los que más “nacionalizaron” su Partido: el 90% de los miembros del Partido Comunista de Armenia eran armenios.

xxiv DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, págs. 240-242. Según Terry Martin en 1925 el 37% de losmilitantes eran ucranianos y en 1928, el 43%. MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 91.

xxv MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 93-94, 116 y 134-135. Según Martin en varias repúblicas se adoptó tanto en el Partido como en la administración.

xxvi MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 97-102. Según Terry Martin, en las repúblicas de Asia Central se hicieron más esfuerzos para llevar la “Indigenización” a la industria, habiendo tomado también medidas legales y coercitivas –aunque esta política no culminase-, mientras que en Bielorrusia o en Ucrania no se tomaron medidas de ese tipo. Hay dos factores que pueden explicar esta diferencia: por un lado que el proletariado “local” de Asia central fuese tan pequeño y la diferencia lingüística fuese más grande, podía hacer pensar que la única manera de crear un “proletariado nacional” fuese esa. Por otro lado que la dirección del Partido pusiese la alarma más sobre Ucrania que sobre Asia Central (como ejemplo, las preocupaciones expresadas por Stalin y Kaganovich en 1926, ya mencionadas).

xxvii Sobre esto, las siguientes fuentes: MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 26, 155-156 y 403. Según Terry Martin, una de las razones para revertir la ucranización de las regiones de fuera de Ucrania fue el anhelo de la República Socialista Ucraniana para anexionarse las regiones pobladas por ucranianos de las repúblicas vecinas (págs. 273-274, 279-280, 282-293 y 302-303). Aun así, según Martin, en la década de los 30, en algunas provincias de Rusia, como la de Leningrado, seguían subsistiendo “soviets nacionales” (págs. 51, 406, 413). También BLITSTEIN, Peter A.: “Cultural Diversity and the Interwar Conjuncture: the Soviet Nationalities Policy in Its Comparative Context” in Slavic Review, vol. 65, núm. 2. (págs. 273-293), 2006, pág. 289; SLEZKINE, Yuri: “The USSR as a Communal Apartment, or How a Socialist State Promoted Ethnic Particularism” in Slavic Review, vol. 53, núm 2, (págs. 414-452), 1994, págs. 445-446 y KUROMIYA, Hiroaki: “Ukraine and Russia in the 1930es” in Harvard Ukrainian Studies, vol. 18, núm. 3-4 (págs. 327-341), 1994, págs. 330-331. La existencia de la ucranización fuera de Ucrania, paradójicamente presuponía la existencia de las naciones más allá del territorio. Esto es, hasta esta fecha, la política seguida por Stalin y sus seguidores se basaba uno de los principios criticados por Stalin en 1913, en su obra El marxismo y la cuestión nacional: en la extraterritorialidad de la nación. Sobre esta política de reconocimiento de la “extraterritorialidad” en los años 20: SUNY, Ronald Grigor: The Revenge of the Past. Nationalism, Revolution and the Collapse of the Soviet Union. Universidad de Stanford. Stanford (EEUU), 1993, págs. 87 y 102.

xxviii MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 351 y 379. Según Martin, la ucranización a partir de 1933 “pese a que no fue tan dura como en la década anterior, no fue nunca puesta en duda por los rusos de Ucrania”.

xxix YEKELCHYK, Serhy: Stalin’s Empire of Memory. Russian-Ukrainian Relations in the Soviet Historical Imagination. Universidad de Toronto. Toronto, 2004, págs. 5-6 y 52-66; YEKELCHYK, Serhy: “Diktat or Dialogue in Stalinist Culture: Staging Patriotic Historical Opera in Soviet Ukraine, 1936-1954” in Slavic Review, vol. 59, núm. 3 (págs. 597-624), 2000, págs. 597-599. y 609.

xxx MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 365-366 y 376.

xxxi MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 364.

xxxii MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 360-361.

xxxiii BLITSTEIN, Peter A.: “Cultural Diversity and the Interwar Conjuncture: the Soviet Nationalities Policy in Its Comparative Context” in Slavic Review, vol. 65, núm. 2. (págs. 273-293), 2006, pág. 274; y YEKELCHYK, Serhy: “Diktat or Dialogue in Stalinist Culture: Staging Patriotic Historical Opera in Soviet Ukraine, 1936-1954” in Slavic Review, vol. 59, núm. 3 (págs. 597-624), 2000.

xxxiv Sobre esto, en las siguientes fuentes: BLITSTEIN, Peter A.: “Cultural Diversity and the Interwar Conjuncture: the Soviet Nationalities Policy in Its Comparative Context” in Slavic Review, 65. lib., 2. zkia. (273-293. orr.), 2006; SLEZKINE, Yuri: “The USSR as a Communal Apartment, or How a Socialist State Promoted Ethnic Particularism” in Slavic Review, vol. 53, núm 2, (págs. 414-452), 1994, págs. 436, 438, 440-442; y : SUNY, Ronald Grigor: The Revenge of the Past. Nationalism, Revolution and the Collapse of the Soviet Union. Universidad de Stanford. Stanford (EEUU), 1993, págs. 115-117. También Dmytryshyn dice algo parecido, aunque utiliza un lenguaje algo enrevesado: por un lado pretende dar la impresión que en 1933 se paró la ucranización, pero al mismo tiempo, citando los informes del X Congreso del Partido de 1933 menciona una y otra vez que el programa del Partido hablaba de “Una ucranización verdaderamente bolchevique”. Esto es, de las citas del Partido utilizadas por Dmytryshyn no se puede deducir que quisiesen parar la ucranización, sí en cambio que querían aumentar su clave ideológica. DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, págs. 136-150. Serhiy Yekelchyk matiza esa interpretación de aumento de la ideologización –por lo menos respecto al teatro y a la música-, según este autor, en la década de los 30 la ópera de Ucrania se volvió aún más “patriótica” que en la década anterior, exaltando a algunas figuras prerrevolucionarios –tendencia que muchas veces era alentada por el poder político-. YEKELCHYK, Serhy: “Diktat or Dialogue in Stalinist Culture: Staging Patriotic Historical Opera in Soviet Ukraine, 1936-1954” in Slavic Review, vol. 59, núm. 3 (págs. 597-624), 2000, págs. 603-605.

xxxv DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, pág. 154.

xxxvi MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 355. La fuente de Terry Martin es Volodymyr Zatonsky, Comisario del Pueblo para la Educación de la República Soviética de Ucrania.

xxxvii MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 365.

xxxviii BLITSTEIN, Peter A.: “Cultural Diversity and the Interwar Conjuncture: the Soviet Nationalities Policy in Its Comparative Context” in Slavic Review, vol. 65, núm. 2. (págs. 273-293), 2006, pág. 273. Según Terry Martin el ruso ya se impartía antes de 1938 en las escuelas soviéticas, lo que hizo este decreto fue poner una única medida sobre los métodos de enseñanza y libros de texto. MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 457-458.

xxxix MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 355.

xl DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, pág. 154.

xli MANDEL, William M.: Soviet but not Russian. The other peoples of Soviet Union. Universidad de Alberta. Edmonton (Canadá), 1985, pág. 130.

xlii MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 368.

xliii MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 369 y 372. Según Martin, Pavel Postyshev (máximo dirigente del Partido Comunista de Kiev y el segundo del Partido Comunista de Ucrania) se quejó en 1937 diciendo que de los 32 periódicos nacionales de Ucrania no había ni uno escrito en ruso, y que de los 23 periódicos regionales sólo uno se tiraba en ruso. En 1938, en un informe que hizo llegar al Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Jrushchov, entonces máximo dirigente del Partido Comunista de Ucrania se quejó diciendo que en Kiev “no había ni un periódico en ruso”. DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, págs. 161-162.

xliv DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, págs. 245-246. Dmytryshyn no es especialmente prosoviético ni tiene la intención de presentar a esta como protectora de las otras naciones, sino que es simpatizante del nacionalismo ucraniano y defiende militantemente la postura de que la URSS pretendía rusificar Ucrania; esto le hace caer en algunas incoherencias. Por ejemplo, sobre la purga de miembros del Partido entre 1932-1933, en el contexto de la colectivización, dice que el 14% de los militantes del Partido ucraniano fu expulsado “la mayoría de ellos campesinos y ucranianos” y que fueron reemplazados por rusos “fue tan grande la llegada de rusos que el número de los miembros del Partido Comunista de Ucrania creció”. Aun así, dice que en 1933 el porcentaje de miembros ucranianos del Partido Comunista de Ucrania fue del 60% mientras que en año anterior fue del 54%. Dmytryshyn salva ello diciendo que esos datos son “poco fiables”, pero no aporta ninguna cifra del flujo de militantes de Rusia hacia Ucrania para soportar su afirmación, tan sólo dice que muchos cuadros de origen proletario y urbano fueron enviados a zonas rurales (política aplicada en toda la URSS, y no con criterios étnicos).

xlv MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 376.

xlvi SLEZKINE, Yuri: “The USSR as a Communal Apartment, or How a Socialist State Promoted Ethnic Particularism” in Slavic Review, vol. 53, núm 2, (págs. 414-452), 1994, pág. 433; y MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 365-367 y 379.

xlvii DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, pág. 155. Según Terry Martin, en 1937 el número de empleados ucranianos en la administración ucraniana era de un 52,4%. Como se ve, no se aprecia un descenso en comparación con las cifras de la década de los 20. MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 368.

xlviii MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 363.

xlix MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 423.

l MANDEL, William M.: Soviet but not Russian. The other peoples of Soviet Union. Universidad de Alberta. Edmonton (Canadá), 1985, pág. 358.

li MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 380-385. Aun así, esta subida se dio más en las repúblicas occidentales de la URSS que en las de Asia Central –donde en la década de los 20 también el porcentaje era muy bajo-. Según Martin los ingenieros causaban algo así como una excepción, ya que en este caso la presencia de los no-rusos era inferior a la de otros “trabajos intelectuales” (también hay que tener en cuenta que en las repúblicas no rusas las ciudades eran generalmente zonas de concentración de población rusa). El único pueblo que no vio ascender el número de sus componentes en estos puestos de trabajo entre estas dos fechas eran los armenios, debido a que en la década de los 20 la presencia de los armenios ya era muy alta.

lii En ocasiones, este “proletariado nacional” se creó mediante la “preferencia nacional”, sobre todo en las repúblicas de Asia Central o en las autonomías “túrquicas” de dentro de Rusia: MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 147-157 y 159-160; y SUNY, Ronald Grigor: The Revenge of the Past. Nationalism, Revolution and the Collapse of the Soviet Union. Universidad de Stanford. Stanford (EEUU), 1993, pág. 105. Para el caso tayiko: MANDEL, William M.: Soviet but not Russian. The other peoples of Soviet Union. Universidad de Alberta. Edmonton (Canadá), 1985, pág. 158-160. También, para el caso ucraniano: DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, pág. 127-128. Según Dmytryshyn, el proletariado urbano de Ucrania se ucranizó entre el final de la década de los 20 y comienzos de la década de los 30 (aunque la escritura de este autor es un poco confusa y en ocasiones sus datos contradicen sus conclusiones).

liii DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, pág. 154.

liv SLEZKINE, Yuri: “The USSR as a Communal Apartment, or How a Socialist State Promoted Ethnic Particularism” in Slavic Review, vol. 53, núm 2, (págs. 414-452), 1994, pág. 447; YEKELCHYK, Serhy: “Diktat or Dialogue in Stalinist Culture: Staging Patriotic Historical Opera in Soviet Ukraine, 1936-1954” in Slavic Review, vol. 59, núm. 3 (págs. 597-624), 2000, págs. 607-608.

lv MANDEL, William M.: Soviet but not Russian. The other peoples of Soviet Union. Universidad de Alberta. Edmonton (Canadá), 1985, págs. 128 y 358.

lvi MANDEL, William M.: Soviet but not Russian. The other peoples of Soviet Union. Universidad de Alberta. Edmonton (Canadá), 1985, pág. 237.

lvii MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, págs. 363-364.

lviii BLITSTEIN, Peter A.: “Cultural Diversity and the Interwar Conjuncture: the Soviet Nationalities Policy in Its Comparative Context” in Slavic Review, vol. 65, núm. 2. (págs. 273-293), 2006, págs.. 280-283. En 1937, Stanislav Kosior, en un discurso ante el Congreso de los Soviets, dijo que el fundamento de algunos problemas políticos en Ucrania era que “No se había hecho el suficiente trabajo de ucranización en el Partido, en los Soviets (…)”. Esto es, ¡según un portavo oficial del Partido Comunista todavía hacía falta más ucranización! DMYTRYSHYN, Basil: Moscow and the Ukraine, 1918-1953. A study of Russian Bolshevik National Policy. Bookman Associates. Nueva York, 1956, pág. 158.

lix MARTIN, Terry: The Affirmative Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Union, 1923-1939. Cornell University Press. EEUU, 2001, pág. 18.

lx YEKELCHYK, Serhy: ““Them” or “Us”. How Ukrainians and Russians saw each other under Stalin” in Ab Imperio, núm. 2009/2 (págs. 267-294), 2009.

lxi Según Yuri Slezkine, una de las razones para aprobar la nueva ley era la libre voluntad, ya que antes de la ley de 1958 muchas veces se asignaba a cada niño un colegio de su etnia. Puede ser cierto que debido a la libre voluntad se potenciase el ruso (ya que podía ser más numeroso el caso de los padres de otras etnias que mandasen a sus hijos a colegios en ruso, que padres rusos que mandasen a sus hijos a colegios de otros idiomas nacionales, por no hablar de los matrimonios mixtos), pero es difícil tomas esto como un plan preestablecido desde arriba. SLEZKINE, Yuri: “The USSR as a Communal Apartment, or How a Socialist State Promoted Ethnic Particularism” in Slavic Review, vol. 53, núm 2, (págs. 414-452), 1994, págs. 432, 436 y 450-451.

lxii BILINSKY, Yaroslav: “The Soviet Education Laws of 1958-9 and Soviet Nationality” in Soviet Studies, vol. 14, núm. 2 (págs. 138-157), 1962.

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