Nahia Santander
2024/04/06

En este artículo se abordan los distintos posicionamientos hacia la cuestión del parlamentarismo y el estado burgués desarrollados en el seno de la tradición socialista. Para ello, se realiza una revisión histórica tanto de la constitución del orden parlamentario en los estados modernos y su relación con el programa político de la socialdemocracia clásica a finales del siglo XIX, como de la propuesta bolchevique respecto a la lucha por la “libertad política” y el programa democrático. Asimismo, se recoge brevemente el debate entre Lenin y los “comunistas de izquierda” en el contexto de la Internacional Comunista y su Segundo Congreso en 1920.

LOS PRIMEROS ORDENAMIENTOS PARLAMENTARIOS Y CONSTITUCIONALES

A lo largo de los últimos decenios del siglo XIX, los ordenamientos políticos existentes hasta el momento comenzaron a ajustarse paulatinamente a las instituciones legales y políticas del modelo liberal. Se incorporaron las normas parlamentarias y constitucionales que regirían la vida política de los estados modernos; normas que, a pesar de las tensiones y conflictos que no cesaron, demostraron una enorme capacidad para aportar estabilidad política. A partir de la década de 1870 se avanzó hacia una forma constitucional de gobierno. Fueron los años de la belle époque, en los que la sociedad burguesa visionaba con confianza su futuro: el desarrollo de la economía mundial no dejaba lugar al pesimismo, al contrario, favorecía admirar las posibilidades del desarrollo tecnológico y científico de los valores y expectativas históricas burguesas que, entre otras, confiaban en que las instituciones liberales y el imperio de la ley continuarían con su progreso secular. Ya entonces existían sistemas electorales basados en un desarrollo amplio del derecho al voto e incluso estaba instaurado el sufragio universal masculino para los parlamentos francés (Asamblea Nacional), alemán (Reichstag), suizo (Asamblea Federal) y danés (Folketing). 

No obstante, en muchos otros estados el avance fue más moderado. En Reino Unido, las Reform Acts de 1867 y 1883 permitieron ampliar la base electoral del 8% al 29% entre los varones mayores de 20 años; en Bélgica, en el año 1894 lograron que el derecho al sufragio se extendiese del 3,9% al 37,3% de la población masculina adulta. Por otro lado, a pesar de promover la existencia de constituciones y asambleas soberanas elegidas, los gobernantes trataron por todos los medios de salvaguardar su control sobre la esfera reducida del poder político, valiéndose de un sinfín de fortificaciones. Por ejemplo, en el modelo recogido en la constitución imperial de Bismarck de 1871, se permitía que los hombres mayores de 25 años votaran a la Cámara Baja del Parlamento Alemán (Reichstag), pero los derechos constitucionales de dicha cámara eran limitados. No ejercía ningún control sobre el Jefe del Estado (que todavía mantendría el título de Emperador o Káiser). Este era un cargo hereditario que acumulaba amplios poderes, teniendo potestad también para nombrar al Jefe del Gobierno (Canciller). La división de poderes era superficial, ya que el Canciller era a su vez el presidente de la Cámara Alta (Bundesrat). Las segundas cámaras seguían estando formadas por cargos hereditarios en países como Prusia y Austria (La Cámara de los Señores o Herrenhaus), o Gran Bretaña (Cámara de los Lores o House of Lords). También se mantuvieron los sistemas de votos mediante colegios electorales especiales, que minimizaban el peso electoral de la población trabajadora o directamente la excluían, como era el caso de la Dieta finlandesa dividida en cuatro estados (caballeros, clero, terratenientes y burgueses). Persistieron de igual manera resquicios del sufragio censitario, con requisitos en forma de propiedad, contribución fiscal o alfabetización mínima en países como Bélgica, Italia y los Países Bajos, mientras que en Reino Unido siguió vigente la concesión de escaños especiales para las universidades. 

A pesar de promover la existencia de constituciones y asambleas soberanas elegidas, los gobernantes trataron por todos los medios de salvaguardar su control sobre la esfera reducida del poder político, valiéndose de un sinfín de fortificaciones

De esta forma, los programas democrático-liberales de instaurar parlamentos unicamerales, electos por medio de sufragio directo, universal y secreto, continuaron siendo un horizonte político. El proceso de democratización había comenzado a conquistar la vida política en varios países del mundo occidental y parecía llamar a la puerta de otros tantos, incluyendo en él a la Rusia zarista, que a partir de la revolución de 1905 fue forzada a introducir mayores garantías parlamentarias y electorales.

Los programas democrático-liberales de instaurar parlamentos unicamerales, electos por medio de sufragio directo, universal y secreto, continuaron siendo un horizonte político

EL DESPEGUE DE LA SOCIALDEMOCRACIA

Esta introducción progresiva de marcos políticos democráticos de signo liberal se yuxtapuso al proceso de desarrollo industrial capitalista, que introdujo de forma masiva mano de obra preindustrial (sobre todo campesinado y artesanado) en la dinámica productiva y produjo una concentración frenética de las clases trabajadoras en los nuevos centros urbanos e industriales. La expansión de una clase específica y opuesta a otros estratos sociales favoreció la aparición de un fenómeno político nuevo: los partidos obreros de masas con una organización nacional y existencia continuada, que podían centralizar sus fuerzas e influir en la esfera política, presionando a los gobiernos o desplegando su actividad en el terreno parlamentario. 

A partir de la década de 1880 y 1890 la socialdemocracia apareció como movimiento político de masas a escala europea, aunque no por ello serían uniformes su relevancia e implantación social. En países con gobiernos constitucionales como Gran Bretaña o Francia, los partidos obreros tuvieron dificultades para convertirse en una fuerza política mayoritaria y superponerse a las lealtades republicanas y tradiciones liberales. Mientras que, a la inversa, la socialdemocracia demostró una enorme capacidad de adaptación a la clandestinidad y a la represión más extrema en los países del borde oriental de Europa (Rusia, los Balcanes y gran parte de la zona húngara de los Habsburgo). En la zona de habla alemana de Europa central y Escandinavia también conseguirían construir un fuerte núcleo socialdemócrata.

La introducción progresiva de normas parlamentarias, así como el fortalecimiento de mecanismos democráticos como la ampliación del derecho al voto, fueron acogidos con admiración por los socialdemócratas. El sufragio ampliado era nada menos que una de las “armas más afiladas” del proletariado, que permitiría a este entrar en mejores condiciones en un nuevo frente de lucha: la confrontación parlamentaria. Ganar posiciones en esta esfera podría significar arrancar reformas a los gobiernos, tanto de corte económico como legal, conquistar mayores garantías democráticas y derechos civiles, utilizar el propio parlamento como tribuna, desvelar las maniobras de las clases dirigentes y así llegar a nuevas capas, generar simpatías y conseguir ser una fuerza electoral cada vez mayor. 

El panorama era esperanzador. En muchos de los lugares donde se consiguió ampliar el sufragio los partidos socialdemócratas avanzaban decididos en el terreno electoral, un ascenso que no se limitó en absoluto a la experiencia más frecuentemente citada, la del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). El SPD reiteradamente se agenció resultados realmente espectaculares y llegó a convertirse en el partido más votado del Imperio Alemán −por ejemplo, en 1912 obtuvo el 34,8% de los votos−.

En la zona austríaca del Imperio de los Habsburgo el Partido Socialdemócrata Austríaco (SPÖ) consiguió 1.040.000 votos y 87 representantes en las elecciones legislativas de 1907. 

No obstante, este avance parlamentario presentaba límites claros. Primeramente, el tope de la misma aritmética electoral: ya en los años anteriores a 1914 se volvió patente que se había alcanzado el apoyo potencial que podían movilizar, siendo este en el mejor de los casos entre un cuarto y un tercio del electorado. Pero todavía más importante: la política del electoralismo de masas integró gradualmente a los partidos en el sistema. Los mítines organizados, las manifestaciones cuidadosamente planificadas y las campañas electorales sustituyeron, más que planificaron, al levantamiento y la insurrección; como demuestra el hecho de que los socialdemócratas alemanes y sus émulos austríacos aparecieran cada vez más reacios a cualquier acción extraparlamentaria que pudiera poner en peligro la estabilidad de sus organizaciones. 

Los mítines organizados, las manifestaciones cuidadosamente planificadas y las campañas electorales sustituyeron, más que planificaron, al levantamiento y la insurrección

A pesar de esta práctica electoralista, la ortodoxia socialdemócrata era clara. Dado que, debido al limitado grado de poder que residía en las Cámaras Bajas una gran representación parlamentaria no garantizaba acceder al gobierno o a posiciones de influencia política, era coherente que la doctrina socialdemócrata se fundamentara en la máxima de no participar en el gobierno capitalista. Y, sin embargo, la actuación de los socialdemócratas no consistió en todos los casos en el boicot de la limitada política parlamentaria. En ocasiones, prestaron apoyo parlamentario a las iniciativas de los gobiernos burgueses y sus partidos. En Gran Bretaña el Partido Laborista, además de establecer una coalición electoral con el Partido Liberal ya en 1906, garantizó el apoyo al gobierno de este sin contrapartidas significativas para el movimiento obrero a partir de 1910. En Italia, el grupo parlamentario del Partido Socialista Italiano sostuvo gobiernos que mantuvieron una fuerte represión contra el movimiento sindical y los levantamientos campesinos y que avanzaron en la carrera colonial con la ocupación de Libia y la declaración de guerra a Turquía. Tal renuncia al principio de intransigencia hacia los partidos burgueses, lejos de ser excepcional, se convirtió en una práctica cada vez más recurrente entre los socialdemócratas, como demuestra que en reiteradas ocasiones se les ofrecieran carteras ministeriales en Francia, Italia o Suecia. 

Y, sin embargo, la actuación de los socialdemócratas no consistió en todos los casos en el boicot de la limitada política parlamentaria. En ocasiones, prestaron apoyo parlamentario a las iniciativas de los gobiernos burgueses y sus partidos

LA INTEGRACIÓN EN EL ESTADO CAPITALISTA

Hasta 1914 el rechazo a la participación en los gobiernos burgueses continuó siendo la norma, aunque no se cuestionara de igual manera su apoyo parlamentario. Entre tanto, asistidos por las condiciones favorables de un capitalismo en alza, los socialistas afrontaban confiados su futuro, inmersos en un contexto de garantías constitucionales cada vez más amplias, de reformas electorales o de legislaciones sociales más benevolentes con la clase trabajadora (planes de seguridad social, pensiones de vejez, bolsas de trabajo, seguros de enfermedad y desempleo…).

Cuando finalmente estalló la Primera Guerra Mundial, el arraigo y las implicaciones de la dinámica de conciliación con el estado burgués quedaron al descubierto. La mayor parte de los socialdemócratas europeos se vinculó en “sagrada unión” con sus gobiernos y sus clases dirigentes. Formaron parte del consenso nacionalista que los diferentes estados esgrimieron para blanquear sus aspiraciones belicistas, y en nombre de la defensa de los intereses de la clase trabajadora propugnaron que defender la patria contra las agresiones extranjeras sería honrosamente compensado al terminar la guerra. Los socialdemócratas alemanes votaron repetidamente a favor de los créditos de guerra del gobierno alemán (una de las pocas decisiones que debía ratificarse en el Reichstag). Los socialdemócratas franceses, además de validar los presupuestos de guerra en el parlamento, ya a finales de agosto de ese mismo año entraron en el gobierno de la mano de los líderes del partido Marcel Sembat y Jules Guesde. Otros tres miembros del Partido Laborista (Arthur Henderson, William B. Brace y G. H. Roberts) aceptaron cargos gubernamentales.

El desarrollo de la Revolución Rusa entre febrero y octubre de 1917 permite entrever dinámicas que lejos de ser locales caracterizarían la actitud socialdemócrata en las postrimerías de la guerra: el mantenimiento del orden en una situación insurreccional vendría de la mano de la incorporación al gobierno de las fuerzas socialdemócratas. El gobierno “octubrista-demócrata” resultado del levantamiento de febrero, al que los propios soviets en los que eseristas y mencheviques eran mayoritarios habían traspasado el poder, pronto entraría en una crisis política. Entonces, estos mismos partidos optaron por sostenerlo entrando en él. A pesar de haber mostrado una oposición de principio hacia la guerra (los mencheviques eran un grupo importante en el movimiento antibelicista de Zimmerwald), el Gobierno del que formaban parte reabrió en julio la ofensiva contra los alemanes y austríacos. Fueron cómplices de la barbarie militar que sufrían las clases trabajadoras y los campesinos pobres de Rusia y sistemáticamente dieron la espalda a los que habían sido los puntos centrales de su programa político: en el caso de los mencheviques, la celebración de la Asamblea Constituyente; en el de los socialistas revolucionarios, la solución de la cuestión campesina.

El desarrollo de la Revolución Rusa entre febrero y octubre de 1917 permite entrever dinámicas que lejos de ser locales caracterizarían la actitud socialdemócrata en las postrimerías de la guerra: el mantenimiento del orden en una situación insurreccional vendría de la mano de la incorporación al gobierno de las fuerzas socialdemócratas

En cuanto a Alemania, en lugar de aprovechar la conflictividad obrera, el SPD se esforzó por encauzarla a través de los nuevos marcos constitucionales y amainar su radicalismo introduciendo algunas reformas sociales, mientras apuntalaban las bases del nuevo orden político. El partido pasó a formar parte del gobierno alemán a comienzos de octubre de 1918. Aceptaron favorablemente la transición que comenzó con la Reforma Constitucional de 1918, por la que Alemania se convertía en una monarquía parlamentaria. En noviembre de ese mismo año el Káiser Guillermo II se vio forzado a abdicar y el Canciller entregó su puesto de Jefe de Gobierno a Friedrich Ebert, líder de la mayoría socialdemócrata en el último Reichstag. Había que asegurarse la aceptación popular del nuevo gobierno provisional, lo cual consiguieron una vez que supeditaron a este la dirección de los consejos de obreros y soldados. 

Las elecciones para la Asamblea Nacional celebradas en enero de 1919 dieron la mayoría de los votos al SPD (38%) seguido de los partidos de centro (Partido de Centro Católico y Partido Democrático), con los que formó un gobierno de coalición que se mantendría hasta las elecciones de 1920. Ebert sería nombrado Jefe del Estado hasta 1925 y varios líderes del SPD serían Presidentes de Gobierno hasta 1920. La socialdemocracia alemana, por tanto, sería un agente central en la nueva República de Weimar. Pero tras su política reformista se ocultaba un programa de reconstrucción de los fundamentos del estado capitalista: mantener la integridad de la administración pública y de la judicatura en el contexto insurreccional y reconstruir la capacidad represiva del estado mediante la formación de milicias de voluntarios (Freikorps).

El SPD no sería el único partido socialdemócrata en formar parte del gobierno burgués al finalizar la guerra. Cuando a finales de noviembre de 1918 la dinastía de los Habsburgo fue destituida y el Imperio Austrohúngaro se hizo pedazos (los territorios húngaros y eslavos se constituyeron en estados independientes), los socialdemócratas austríacos se encontraron liderando una posible revolución democrática en los estrechos límites de las provincias austroalemanas. La socialdemocracia era la fuerza política principal del territorio, como refleja la votación de la Asamblea Constituyente en febrero de 1919, donde consiguieron ganar la adhesión de más de 1 millón de personas (el 40,75% de los votantes), con su apoyo fuertemente concentrado en Viena. Los socialdemócratas optaron por una coalición nacional junto a los socialcristianos y los pangermanos, en aras de reforzar la nueva república parlamentaria. Sin embargo, su papel de dirigentes del nuevo Estado austríaco duraría unos pocos meses; pronto dejarían su lugar al gran partido socialcristiano.

Sin embargo, el verdadero alcance de las conquistas sociales y políticas que facilitaron los socialdemócratas ha de medirse en relación con la posibilidad de avance revolucionario que había engendrado el contexto de la postguerra. La radicalidad política de las clases trabajadoras había ido en aumento desde antes del cierre del conflicto. Había alcanzado a diversos sectores de la sociedad: trabajadores asalariados y desempleados, campesinado pobre e incluso soldados del ejército. En lugares como Hungría (21 de marzo-1 de agosto) y Baviera (7 de abril-15 de abril), durante 1919, los trabajadores constituyeron su forma de organización política y social independiente, las repúblicas de consejos. Mientras tanto, los líderes socialdemócratas, temerosos del avance del proletariado, se apresuraron a contener su voluntad de cambio en el estrecho marco de la democracia parlamentaria y el nuevo estado burgués. 

El verdadero alcance de las conquistas sociales y políticas que facilitaron los socialdemócratas ha de medirse en relación con la posibilidad de avance revolucionario que había engendrado el contexto de la postguerra

Sólo la tendencia política bolchevique se mantuvo intransigente hacia el colaboracionismo con los partidos burgueses y supo desarrollar la revolución burguesa iniciada en febrero de 1917 hacia la constitución de un poder político nuevo en manos del proletariado y del campesinado pobre a través de los consejos, que llevaría a cabo la transformación socialista. La Revolución de Octubre proporcionaría la experiencia política más avanzada del proletariado y actuaría entre los sectores políticamente conscientes como catalizador del rechazo que desde tiempo atrás habían comenzado a sentir hacia la línea política de la socialdemocracia y sus líderes colaboracionistas. 

LA EXPERIENCIA BOLCHEVIQUE

La comprensión de la Revolución de Octubre y, en especial, de su proceder respecto al parlamento y las instituciones políticas burguesas exige remontarse al proceso de constitución del bolchevismo como propuesta política singular.

La tarea de organizar un gran partido socialdemócrata de masas que actuara en un contexto carente de derechos políticos y garantías civiles fue la forma que adoptó la primera fase de la revolución en el Imperio Ruso. En ese proceso, fue necesaria la revisión crítica de la anterior generación revolucionaria (los narodniki y distintos grupos terroristas); aunque, si quería sobrevivir a la represión, habría de mantener necesariamente algunas de las características conspirativas propias de sus antecesores revolucionarios. Adicionalmente, en contra de lo que propugnaban sus adversarios economicistas, Lenin defendería que la lucha por la emancipación económica del proletariado tenía que ser una lucha política. Sin la conquista de ciertos derechos políticos y libertades civiles (libertad de discusión, de reunión, de prensa…), cualquier avance en materia económica sería ilusorio, puesto que las clases trabajadoras permanecerían impotentes ante los asuntos del estado y su administración, presos de la arbitrariedad zarista.

En este sentido, la defensa de la libertad política (equiparada a la instauración de una democracia burguesa que pondría término al régimen del zar) ocupó un lugar central en el programa bolchevique. Sin embargo, en contraposición a sus homólogos europeos, no cifraron sus esperanzas en la democratización burguesa. La abolición de la autocracia y la instauración de un gobierno constitucional iba de la mano de la comprensión de que bajo el capitalismo la completa democratización de la esfera política es imposible y que, entre los estratos sociales, sólo el proletariado tiene un interés incondicional en alcanzarla completamente y avanzar hacia ella. 

La abolición de la autocracia y la instauración de un gobierno constitucional iba de la mano de la comprensión de que bajo el capitalismo la completa democratización de la esfera política es imposible y que, entre los estratos sociales, sólo el proletariado tiene un interés incondicional en alcanzarla completamente y avanzar hacia ella

Este posicionamiento guió la actividad bolchevique durante los años de la revolución de 1905-1907. La facción denunció que la propuesta de instauración de la llamada Duma Buliguin (un organismo consultivo adjunto al zar) no se correspondía con las aspiraciones democratizadoras que habían estallado en la sociedad rusa en forma de huelga, y que su confrontación en forma de boicot permitiría avanzar pasos hacia la conformación de un régimen constitucional. Sin embargo, una vez habiendo conquistado unas mínimas garantías democráticas y constitucionales (como la posibilidad de voto, aunque de forma muy limitada, de las clases trabajadoras y campesinas), el parlamento proporcionó a los bolcheviques un nuevo terreno para la propaganda política y la lucha ideológica.

Esa fue la posición que Lenin defendió ante las tendencias izquierdistas que se gestaron en el seno del bolchevismo durante 1907. Ello no significaba rendirse a la dinámica parlamentaria, al juego electoral o a la carrera de escaños; tampoco hacer concesiones al resto de los partidos no-socialdemócratas, ni intercambiar la estructura clandestina del partido por su caparazón parlamentario y legal. Al contrario, significaba mantener cualquier resquicio habilitado para la batalla cultural e ideológica, incluso en el reaccionario entorno de la Tercera (1907-1912) y Cuarta Duma (1912-1917); hasta que la fuerza política del proletariado hubiera alcanzado la potencia necesaria para disolver el parlamento burgués. Así, en el momento determinante, la incapacidad del Gobierno Provisional para poner fin a los males que golpeaban a la clase trabajadora permitió a los bolcheviques obrar de manera contraria a la de los socialdemócratas europeos y rusos, actuando en pos de la elevación de los Soviets de Obreros y Campesinos a órganos de administración política de la sociedad, erigiéndose en la clase políticamente dirigente. La constitución de julio de 1918 de la nueva República Socialista pretendía hacer realidad los principios democráticos del derecho universal a la elección y control de representantes políticos a través de los delegados de los soviets y de la libertad de expresión y de reunión para los trabajadores. 

Ello no significaba rendirse a la dinámica parlamentaria, al juego electoral o a la carrera de escaños; tampoco hacer concesiones al resto de los partidos no-socialdemócratas, ni intercambiar la estructura clandestina del partido por su caparazón parlamentario y legal

LA REACCIÓN DEL COMUNISMO DE IZQUIERDAS

La Tercera Internacional creada oficialmente en marzo de 1919 tendría como objetivo avanzar en el proceso revolucionario, aportando para ello a los comunistas europeos un cuerpo doctrinal independiente, unificado y libre de la influencia de los socialchovinistas y centristas. El Segundo Congreso de la organización internacional, celebrado durante verano de 1920, pondría a la orden del día el debate sobre las formas de lucha. Durante los meses anteriores, habían ganado relevancia grupos de comunistas que rechazaban actuar en frentes que consideraban propios de los corrompidos líderes socialdemócratas: la esfera parlamentaria y los sindicatos mayoritarios. Si bien no habían perdido la simpatía de Lenin, ni la esperanza de acercarlos a sus filas, fueron convirtiéndose en un problema político a medida que se constituyeron en facción independiente en el cuerpo de la Tercera Internacional.

Estas ideas estuvieron presentes en Alemania desde la formación del Partido Comunista Alemán (KPD) y su posterior escisión (KAPD); en el PSI encabezadas por el “grupo comunista abstencionista” de Amadeo Bordiga; entre los tribunistas holandeses (Herman Gorter, Anton Pannekoek); entre los grupos socialistas de izquierdas y sindicalistas británicos (con figuras como Sylvia Pankhurst y William Gallacher); y en Francia cristalizadas en el Comité por la Tercera Internacional (Fernand Loriot) y grupos sindicalistas revolucionarios (Raymond Pericat). Los comunistas húngaros Bela Kun y Georg Lukács también harían de líderes ideológicos de esta tendencia. Tales grupos consiguieron un cuerpo organizativo propio, los llamados Bureáus de Amsterdam y Viena, que debían funcionar como nexo entre ellos y el Comité Ejecutivo de la Internacional en Moscú y establecer contactos con los movimientos obreros en la zona de Europa Central y meridional. La revista semanal Kommunismus sería uno de sus principales órganos.

El conocido opúsculo de Lenin, La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo, fue escrito precisamente en este contexto. Con él, su autor interpelaba a los delegados comunistas que acudirían al Segundo Congreso. Buscaba ofrecerles de manera pedagógica y comprensible la síntesis de décadas de experiencia revolucionaria y aclarar concepciones erróneas sobre la relación entre el bolchevismo y la cuestión parlamentaria o sindical. A nivel ideológico el debate continuó durante la reunión internacional de verano de 1920 y después con la réplica de Gorter a las decisiones del congreso en forma de Carta Abierta. La diferencia de opinión entre los comunistas no se trataba de una novedad: los bolcheviques estaban entrenados en el arte de la discusión y el choque de ideas, y el trueque de resoluciones y panfletos les era familiar. 

Los bolcheviques no querían poner en riesgo el despliegue potencial de los partidos comunistas europeos que fueron haciendo su aparición en los meses siguientes al congreso, por lo que tenían que evitar a toda costa el desarrollo de las prácticas sectarias que, bajo distintas formas, proponían los comunistas de izquierdas. Por ello, a la clarificación ideológica le acompañó una maniobra organizativa consistente en la desarticulación de los Bureaus de Europa central y meridional y el cambio del grupo redactor de la revista Kommunismus, en la que Gorter y Pannekoek escribieron por última vez en el número décimo. El siguiente ejemplar llevaría en sus páginas un artículo de Lenin contra las posiciones antiparlamentaristas de Bela Kun y Georg Lukács, con el que se finalizaba una etapa de lucha teórica y política contra una desviación en el seno del comunismo.

Los bolcheviques no querían poner en riesgo el despliegue potencial de los partidos comunistas europeos que fueron haciendo su aparición en los meses siguientes al congreso, por lo que tenían que evitar a toda costa el desarrollo de las prácticas sectarias que, bajo distintas formas, proponían los comunistas de izquierdas

BIBLIOGRAFÍA

Para una lectura del contexto de constitución de los primeros ordenamientos parlamentarios y constitucionales en Europa: 

Eley, G. (2002). Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa, 1850-2000. Crítica

Hobsbawm, E. (1998). La era del Imperio, 1875-1914. Crítica

Para profundizar en el desarrollo nacional de los partidos socialdemócratas en Europa en este período: 

Cole, G. D. H. (1959-1961). Historia del Pensamiento Socialista, vol. III-V. Fondo de cultura económica

Droz, J. (1979). Historia General del Socialismo, volumen II. De 1875 a 1918. Ediciones Destino

Para una historia sintética de la revolución rusa: 

Carr, E. H. (1981). La revolución rusa: de Lenin a Stalin (1917-1929). Alianza Editorial

Para la doctrina bolchevique, su concepción de la revolución, el concepto de partido y la cuestión de la libertad política: 

Krausz, T. (2015). Reconstructing Lenin. An Intellectual Biography. Monthly Review Press

Lih, L. T. (2011). Lenin. Reaktion Books

Nimtz, A. H. (2014). Lenin’s Electoral Strategy. From Marx and Engels through the Revolution of 1905. The Ballot, the Streets -or Both. Palgrave Macmillan

Para el desarrollo de la Tercera Internacional, el contexto del Segundo Congreso y una presentación de las facciones comunistas de izquierdas:

Hulse, J. W. (1964). The Forming of the Communist International. Standford University Press

Lazitch, B. y Drachkovitch, M. M. (1972). Lenin and the Comintern. Hoover Institution Press

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