Reproducción social FOTOGRAFÍA / Zoe Martikorena
Isabel Benítez
@jerborejuo
2020/09/23

Este artículo explora la génesis, las coordenadas teóricas y las contradicciones políticas que acoge en su seno, en particular, respecto a la propuesta del «feminismo del 99%».

En los círculos académicos y algunos espacios feministas se ha popularizado en la última década la «teoría de la reproducción social» (TRS). La TRS surge como un marco explicativo renovado desde el que dar cuenta, no solo de la opresión de las mujeres sino también de otros ejes de segmentación de la clase trabajadora internacional en las sociedades capitalistas contemporáneas. Suele presentarse de forma explícita como heredera del llamado feminismo socialista-marxista tanto en la reivindicación crítica del legado teórico de Marx como en la vocación de análisis orientado a la intervención política anticapitalista.

Crecido al calor de los debates del feminismo la segunda ola en la década de 1970, el feminismo socialista-marxista desbrozó un terreno propio entre los enfoques del feminismo radical y el marxismo unilateral, por otra. Es decir, rompía con la «sororidad interclasista» y apostaba por la independencia de clase en el abordaje de la «cuestión de la mujer» eso sí, sin posponerla indefinidamente según la inercia reformista/determinista hegemónica en las organizaciones comunistas de la época[1]. La arena de discusión fue el llamado «debate sobre el trabajo doméstico». El feminismo socialista-marxista quedó desplazado (sin que se rebatiera su propuesta) durante la década de los 1980 en plena emergencia académica, política e institucional de los estudios culturales de género, la renuncia a marcos explicativos omnicomprensivos en el campo de lo social y «terceras vías», como las teorías duales (capitalismo-patriarcal/patriarcado-capitalista) o se «economía feminista» que, desde la academia se desmarcaba tanto del liberalismo económico como del marxismo[2].

En los 2000, dos décadas después, la reactivación de este feminismo socialista-marxista bajo el rubro de TRS se enmarca en el diálogo con las coordenadas de aquellas discusiones:

a) La procedente de las teorías duales, es decir, aquellas posiciones que distinguen dos lógicas de opresión diferentes aunque relacionadas entre sí: la de la opresión patriarcal y la opresión derivada de la explotación capitalista, una suerte de espacio cómodo en el que reconciliar -no sistemáticamente- postulados del feminismo radical con los del feminismo marxiano, con profundas debilidades teóricas[3]. La TRS se postula como teoría unitaria.

b) La discusión de la teoría valor-trabajo de Marx aplicada al trabajo doméstico (a colación de las controversias planteadas por las impulsoras de la campaña «salario para el trabajo doméstico»). La TRS interpela a la renovación del debate del trabajo doméstico realizado por los estudios englobados en el prisma de la llamada economía feminista.

c) La complejización de los análisis por el tratamiento de otros ejes de opresión más allá de la clase o el sexo/género: las perspectivas interseccionales y específicamente, en lo tocante a la consideración explícita de la opresión racial. La TRS aspira a superar, como teoría integrada, la mera descripción de opresiones concomitantes[4].

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Tanto en los años 1970 como ahora, la revitalización teórica del marxismo en la cuestión de la emancipación de la mujer cabalga sobre la agudización de las contradicciones del capitalismo a escala internacional, sus crisis e impacto en los segmentos más vulnerables del proletariado internacional… y en la escasa fecundidad política de las apuestas alternativas que lo desplazaron abierta o soslayadamente en la academia y en las asambleas de base. Así, desde la década de los 2000 se produce una fuerte feminización de los flujos migratorios hacia las economías del centro imperialista para cubrir trabajo doméstico y de cuidados, la crisis de 2007 también muestra un incremento de participación de las mujeres en la fuerza de trabajo internacional, esto es, un fuerte proceso de proletarización de mujeres hasta ahora excluídas del trabajo asalariado, vinculado a procesos de endeudamiento, expropiación de tierras, privatizaciones[5], junto con la depresión de las condiciones de vida de las mujeres de clase trabajadora en el mismo centro imperialista (restricción al acceso a la vivienda, retroceso de prestación de servicios públicos y extensión de working poor, especialmente entre la juventud y las familias monomarentales). Ni los giros lingüísticos, ni la performación dl género, ni las promesas o deseos de extensión del Estado del Bienestar jibarizado[6] han satisfecho o respondido a la agudización de la violencia estructural y cotidiana sobre las mujeres de la clase trabajadora. Esta necesidad de herramientas políticas también coincide con una reemergencia de un frente de masas feminista (desigual según regiones del planeta) que a su vez acoge propuestas políticas divergentes e incluso antagónicas respecto al enfoque teórico, programa y prioridades estratégicas en la lucha por la igualdad de las mujeres, donde se refleja una pugna ideológica en la que hasta la ultraderecha europea ha querido meter baza y directoras de bancos se reclaman activistas feministas.

La revitalización teórica del marxismo en la cuestión de la emancipación de la mujer cabalga sobre la agudización de las contradicciones del capitalismo a escala internacional, sus crisis e impacto en los segmentos más vulnerables del proletariado internacional… y en la escasa fecundidad política de las apuestas alternativas que lo desplazaron abierta o soslayadamente en la academia y en las asambleas de base

En el arco del feminismo anticapitalista, dentro de la TRS, también encontramos pluralidad de posiciones políticas. Si hay un consenso indiscutible, entre las figuras más divulgadas, es el de reconocer la obra de Lise Vogel como el punto de partida más serio y estructurado de desarrollo este enfoque unitario que aune teoría y práctica partiendo de Marx y no contra o a pesar de Marx. Fuera de este punto, los matices, las contradicciones o las expresiones eclécticas entre los diferentes aportes a la TRS están al orden del día.

La obra de Vogel hizo una contribución clave: a partir de la discusión crítica de la situación de opresión de las mujeres de la clase trabajadora y específicamente del papel que cumple (o no) el trabajo doméstico no asalariado en dicha subordinación social, sentará las bases para que el análisis se enmarque en una teoría unitaria. Es decir, con Vogel germina un enfoque que deja de lado apriorismos universales, interclasistas, más o menos historizados de las categorías «mujer», «familia» o la «división sexual del trabajo» como premisas indiscutibles de partida para estudiar la especificidad de la opresión de las mujeres de clase trabajadora en las sociedades capitalistas, para reentroncar con el análisis de la relación entre la opresión específica de las mujeres de la clase trabajadora respecto a la dinámica de acumulación y valorización del capital.

El primer efecto político es la inserción de la lucha por la igualdad de las mujeres en un enfoque de clase y directamente en el corazón de la crítica de la economía política. Es decir, el análisis de Vogel atiende la especificidad pero ligándola a la lucha de clases en su conjunto y rompe con enfoques sectoriales, parciales o titubeantes de las teorías duales. A nuestro juicio, su análisis sienta la piedra fundacional de una agenda de investigación contemporánea muy prometedora y de la que forma parte la obra de Michael Lebowitz (2005).

Así pues, no hablará de «reproducción social» como un término acotado a la reposición y reconstitución de la fuerza de trabajo, sino en el sentido marxiano de recreación y perpetuación de las condiciones de posibilidad y continuidad del capitalismo. El trabajo de Michael Lebowitz lo formulará en una clave más explícita señalando que, dicho proceso de «reproducción» del capitalismo que, por descontado, incluye la perpetuación de la clase trabajadora, no sólo atañe a una cuestión biofísica o acotada a los «trabajos de cuidado» en el presente o a futuro (relevo generacional)- sean o no realizados en formas mercantiles- sino también a la vertiente de recreación de la relación social, es decir, de «trabajadores libres propietarios de su fuerza de trabajo», listos para su incorporación al mercado de trabajo asalariado, pero también impotentes políticamente para apropiarse de la producción social realizada al servicio del capital.

Pero lo que es más interesante aun del trabajo de Lebowitz es la distinción entre la llamada reproducción ampliada del capital en contraposición a la reproducción ampliada de la clase trabajadora (en sí o para sí). Esto es, Lebowitz cartografía la lucha de clases dando una ubicación concreta a esta pugna y por tanto, nos libera de marcos explicativos funcionalistas o deterministas. Por otra parte, también aterriza la noción de «vida» (cuando se la plantea en términos de contraposición con el capital): no existe una lógica de la vida, o mejor dicho, el capitalismo tiene unas coordenadas de la noción de «vida» y la clase trabajadora tiene otras. La contradicción fundamental entre capital-trabajo es el primer peldaño ineludible de dicha pugna entre el capital por revalorizarse y la clase trabajadora asalariada por continuar existiendo como tal dentro del modo de producción, pero es una contradicción que se tensiona aun más desde una perspectiva política cuando vemos que dicha «lucha por la existencia» que se despliega en la lucha de clases va más allá de las reivindicaciones del sindicalismo economicista o de las políticas socialdemócratas (con o sin impronta familista, es decir, machista), cuando pugna por la superación del capitalismo como condición sinequanon para tener una vida digna, para devenir seres humanos no alienados.

En un orden analítico quizá menos ambicioso, por otra parte, Susan Ferguson y David McNally siguen la estela de Lebowitz en el sentido de reivindicar la noción de «totalidad orgánica» marxiana. En palabras de Martha E. Giménez (2018), McNally y Ferguson abrazan «una concepción marxista-hegeliana de la totalidad capitalista» como método para integrar con solvencia la cuestión racial (frente a los enfoques aditivos o de intersección de vectores que hegemoniza las teorías de la interseccionalidad) en el marco del feminismo de la reproducción social.

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Marx sí, pero ¿para qué? ¿De qué reproducción social estamos hablando?

La crítica de Martha E. Giménez a ciertos postulados de la TRS nos permite ver algunos de los puntos de fricción teóricos (y sus consecuencias políticas) dentro de la corriente principal de la TRS. De todos ellos, destacaremos dos, haciendo un repaso de las aportaciones más relevantes.

En primer lugar, ¿qué tipo de «ajuste» de cuentas se realiza respecto a la obra de Marx: es una teoría de la reproducción social incompleta o no, y si lo es qué tipo de desarrollo requiere (o no), ¿es posible tal desarrollo sin comprometer las categorías marxianas?[7]

Giménez, como Lebowitz, sostiene que la «reproducción social» de que habla Marx se refiere a la del capitalismo como modo de producción, por tanto, el enfoque de Marx no ha dejado ni olvidado nada, es simplemente coherente, en el sentido de que desde la óptica del capital realmente no es necesario articular ningún mecanismo que garantice la provisión fluida de FT. Por dos razones, por la propia dinámica de despliegue del capital y la tendencia de la composición orgánica del capital en detrimento del capital variable y por tanto, a provocar, sin mayor esfuerzo, un excedente poblacional (ejército industrial de reserva) que habilitará las condiciones políticas no solo para la continuación de la dependencia del capital para existir, sino también la presión a la bajada salarial y también la competición interna de los diferentes segmentos de la clase trabajadora internacional.

Para Giménez, muy influida por la escuela de Althusser, El capital está realizando un análisis al nivel de modo de producción, de la lógica general inmanente del capitalismo pero no de las formaciones capitalistas concretas. Que El Capital se autolimite a tratar, dentro de la reproducción social del capital como modo de producción, la perpetuación de la existencia del trabajo asalariado, de esta relación de clase, no es un déficit, simplemente es que es el nivel de análisis en el que está trabajando. Y en este nivel de análisis, efectivamente, la lógica de acumulación del capital como tal es ciega al sexo, la raza y otros ejes de opresión. En otro nivel de análisis, en la operativización concreta de las economías capitalistas históricas (las formaciones sociales capitalistas), estos ejes sí que son relevantes. Así pues, el estudio específico de los procesos de sexualización/género, racialización y otras opresiones y desigualdades que se producen en el seno de la clase trabajadora correspondería a este otro nivel de análisis. Considerar, por tanto, que la cuestión de la «población» en Marx puede despacharse considerando que se trata de una «ley demográfica» que naturaliza la disponibilidad de seres humanos (y con ellos de potencial fuerza de trabajo), es erróneo y para Giménez, que McNally y Ferguson abunden en esta caracterización es una provocación teórica sin rigor.

Finalmente, la autora propone como ventana de salida de los riesgos de abstracción de la «reproducción social» propuesta desde la TRS o del riesgo de que se colapsen de forma equívoca ambos niveles de análisis, la categoría «reproducción social capitalista» (cuya confrontación política sería la «reproducción social socialista») para dar cuenta de los procesos materiales e ideológicos específicos en los que sucede la reproducción social bajo condiciones capitalistas. Giménez (2018:297;305).

Ferguson, McNally y Arruzza empero sí que se hacen eco de las críticas de las primeras feministas-socialistas-marxistas que, como Heidi Hartmann, postulan dicha «ceguera» a una carencia analítica en el pensamiento de Marx que, forzosamente, debe desarrollarse y que es dicho estudio el que se propone realizar la TRS. Lo cierto es que hasta ahora dicho desarrollo teórico a fortiori no ha sido realizado de forma sistemática aun o, como mínimo, se encontraría aun implícito o incipiente.

Una posición que, podría considerarse a caballo entre ambas, sería como decíamos, la de Lebowitz. A diferencia de Giménez, el economista canadiense sí que considera que esta vertiente del análisis falta en El Capital, que sería el trabajo pendiente que se prometía para el libro jamás escrito dedicado al trabajo asalariado y que su carencia hace que la lucha de clases en el despliegue de El Capital quede relegada en favor de una visión unilateral (por incompleta) del capitalismo como totalidad orgánica preñada de contradicciones (y con ello, aplanando el terreno a lecturas mecánicas y funcionalistas).

Lebowitz sí que hace una propuesta para compensar esta unilateralidad de El Capital (no derivada de un pecado original, ni androcéntrico ni patriarcal, sino de la incompletitud de la exposición de la investigación). Para ello, identifica dos circuitos de producción (y reproducción) concomitantes pero también antagónicos en lo que es el capitalismo como modo de producción. Esta propuesta podría ser considerada un desarrollo tanto de la lectura que hace Giménez como de la de Ferguson. Esto es, desde la perspectiva de la reproducción de la relación social que representa el trabajo asalariado como pieza fundamental de la lógica de valorización y acumulación de capital, la vertiente política de dicho antagonismo implicaría atender al papel que juegan la división sexual del trabajo y los procesos de racialización. Y la incorporación analítica de dichos procesos (de carácter histórico, como lo es el desarrollo en sí de la lucha de clases) nos permitiría integrarlos de forma significativa también en la praxis política – deseo que palpita en la argumentación de Ferguson-, más allá del puro voluntarismo (que es la crítica que subyace en Giménez).

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¿La clase es determinante o co-determinante?

Y esta incorporación significativa, también clarificaría en términos políticos qué papel cumple la lucha de clases cuando se despliega dentro del circuito de valorización del capital y qué papel cumple cuando se despliega fuera de dicho circuito. Elemento que nos lleva al segundo gran eje de divergencia: Si la dinámica de acumulación capitalista, el eje de clase y la correlación de fuerzas de la lucha de clases, tiene un rol determinante en las condiciones de reproducción de las clases sociales; o si en cambio, ocupa un lugar co-constitutivo o co-fundacional en el mismo nivel que otros ejes como el de sexo/género, racialización, … Esta es una preocupación que la propia Vogel manifiesta en el prólogo a una antología de textos de la TRS: «A la larga creo que nos tendremos que deshacer de dos suposiciones muy arraigadas En primer lugar, la suposición de que diferentes dimensiones de la diferencia – por ejemplo, raza, clase y género- son comparables. En segundo lugar, de la conclusión de que categorías diferentes son equivalentes en términos causales» (Bhattacharya,2019:12). Una divergencia que en última instancia nos lleva a si se apuesta por la independencia política de clase o se opta por posiciones interclasistas y también, qué papel se concede a la lucha en el corazón de la extracción de la plusvalía (tradicionalmente sindical).

Para Giménez, la mezcla de los dos niveles de análisis (modo de producción/formación social histórica) en los términos realizados por la TRS conduce a una abstracción tal que ofusca la importancia teórica y política de la materialidad de la reproducción biológica humana y sus efectos sobre las mujeres de la clase trabajadora (en su conciencia, vivencia de la sexualidad, …), la variedad de ideologías y formas de control legal y social que suceden en torno a los derechos reproductivos y el encaje de la cobertura de las necesidades de aquellos segmentos de la clase trabajadora que no son productivos para el capital.

Volviendo a la cuestión de la incorporación de otros ejes de opresión, además del de sexual, a nivel político, descentrar la lucha de clases del ciclo de valorización del capital y entroncar con fórmulas que consideran el eje de clase igual de determinante que el de raza, sexo, … deja el campo abierto a dos riesgos: al de la perpetuación de los enfoques identitarios en la conformación de la lucha política y, añadimos nosotros, a la revitalización continua de las estrategias dualistas o aditivas, en detrimento de frentes unitarios de confrontación de clase (con sexo, raza y diversidad interna, pero unidos como polo antagónico común, no meramente aditiva), contra el capitalismo como la totalidad que representa.

Las fórmulas que consideran el eje de clase igual de determinante que el de raza, sexo, … dejan el campo abierto a dos riesgos: al de la perpetuación de los enfoques identitarios en la conformación de la lucha política y la revitalización continua de las estrategias dualistas o aditivas, en detrimento de frentes unitarios de confrontación del capitalismo como totalidad

Si bien Giménez es particularmente incisiva respecto a este posicionamiento, lo cierto es que la apuesta por dicha co-constitución o la prevalencia del eje de clase aparece de forma ambigua y contradictoria en Arruzza y en Bhattacharya.8 Esto es, mientras que se subraya la importancia de las luchas laborales también se subsume en formulaciones brillantemente ambiguas respecto a la universalidad/políticas de la identidad[9]. Esta ambigüedad, empero, quedaría nítidamente resuelta en la formulación concreta realizada en el «Manifiesto para un feminismo del 99%» que ya ha sido objeto de crítica desde diferentes organizaciones políticas de clase: «La lección que ya hemos aprendido es que la propuesta política que pretende desarrollar una estrategia de clase no puede simplemente hacer un llamamiento a la diversidad de las luchas que nacen de abajo»[10], o «la “reinvención” de la huelga que señala el Manifiesto no pasa por bautizar con ese nombre a todas las acciones feministas, cualesquiera sean, ni tampoco por reivindicar el retraimiento de tareas en “esa visión amplia de lo que se entiende por cuestión laboral”, donde las autoras mezclan confusamente la huelga del trabajo doméstico, con la “del sexo y de las sonrisas”[…] Por el contrario, esta nueva reivindicación del método de la huelga deberíamos ponerlo al servicio de fortalecer a las trabajadoras asalariadas en su enfrentamiento a la patronal, al Estado y a la burocracia sindical […] La tarea actual de un feminismo anticapitalista debiera ser combatir en los sindicatos, especialmente en aquellos sectores de la producción y los servicios altamente feminizados, para conseguir unir lo que la burocracia divide. Pero en el Manifiesto, que habla de clase trabajadora, de huelga, de anticapitalismo y lucha de clases, la burocracia sindical no está siquiera mencionada y, peligrosamente, se adjudica a los sindicatos en general la política corporativa, economicista y corrosiva de sus direcciones»[11].

Algunos apuntes políticos de la TRS en el Estado español

La TRS se postula explícitamente como una herramienta al servicio de la intervención política, por lo tanto, buscar los vínculos entre el análisis y la propuesta política concreta de las diferentes posturas es clave. Es decir, la exploración de la continuidad/ruptura entre la teoría y la apuesta práctica o estrategia de lucha es fundamental para evaluar posibilidades de éxito o fracaso en la lucha contra el capitalismo y por la emancipación de las opresiones sexuales, de género y raza que despliega el modo de producción capitalista contra la clase trabajadora.

Si bien existen antologías y publicaciones previas y coetáneas relacionadas de forma explícita con la TRS,[12] podría decirse que hoy dia Cinzia Arruza, Titti Bhattacharya y Susan Ferguson constituyen las principales figuras de referencia internacional en la divulgación de este enfoque renovado del feminismo marxista/TRS también en nuestro contexto. La visibilización de estas autoras daría un salto cualitativo de carácter político a su enfoque de la TRS con la publicación en 2019 de «Feminismo del 99%», un manifiesto para la intervención política al calor de las convocatorias internacionales del 8 de marzo de los últimos cuatro años, como ya hemos apuntado.

La prioridad política del enfoque defendido por estas autoras es disputar el terreno político e ideológico al feminismo liberal (en sus diferentes variantes y renovaciones, como el llamado feminismo corporativo). En un segundo plano, también discrepa de las posiciones defendidas por figuras emanadas del feminismo autónomo italiano[13] y respecto los planteamientos voluntaristas de la economía feminista, si bien, la táctica consiste más en buscar puntos de conexión que no de confrontación o clarificación de posiciones respecto a expresiones feministas, digamos de izquierdas, más cercanas a posiciones socialdemócratas o incluso al feminismo radical, en pro de ese gran frente unitario de corte ciudadanista.

La prioridad política del enfoque defendido por las principales autoras de la TRS es disputar el terreno político e ideológico al feminismo liberal, dejando en un segundo plano las controversias con el reformismo o las «identity politics» y apostando a la práctica, por frentes y estrategias interclasistas del «mínimo común denominador»

A grandes rasgos, la corriente principal de la TRS respecto al feminismo marxista-autónomo, rechaza la noción de que el trabajo no asalariado (sea doméstico o no) produzca valor en un sentido capitalista y no hace propia la consigna a favor del reconocimiento de un salario para el trabajo doméstico. Respecto a la economía feminista, la TRS reivindica explícitamente a Marx y subraya la necesidad de impugnar la totalidad capitalista de forma concreta, esto es, no acotar el programa de intervención y de demandas a reformas puntuales del actual estado de las cosas (acompañado o no de retóricas anticapitalistas de carácter utópico, esto es, fundadas en un voluntarismo de corte ciudadanista que obvia la lucha de clases): corresponsabilidad, «conciliación», cuotas, «políticas de reconocimiento» … En términos prácticos, la prioridad de confrontar el feminismo liberal o las boutades de la ultraderecha hace que apenas se confronte con la expresión reformista y corta de miras de estas propuestas, no es de extrañar que en al enfoque del «feminismo del 99%» se hayan sumado figuras con un discurso abiertamente socialdemócrata, como Nancy Fraser.

En el contexto de la llamada «crisis de cuidados» -fórmula enfáticamente popularizada en el Estado español a raíz precisamente de los recortes del gasto público en servicios públicos y desregulación del mercado laboral derivados del rescate de la banca privada tras el crack de 2007/8-, nuevamente la discusión sobre el trabajo doméstico. En términos contemporáneos, el viejo debate se reformula como «trabajos de cuidados» y, nuevamente, constituye el terreno de disputa privilegiado entre las diferentes corrientes de izquierdas dentro del campo del feminismo.

La tensión entre enfoques voluntaristas, socialdemócratas (o plataformas electorales aspirantes a «ocupar el espacio que deja a su izquierda» el socialiberalismo) o rupturistas con el orden capitalista en el Estado español se muestra nítidamente si vemos las diferentes concreciones de huelga convocada el 8 de marzo de 2018, basculante entre huelga «de mujeres/feminista» entre la huelga real o simbólica-visibilización. Por otra parte, la tensión o el eclecticismo político se muestran en el intercambio lingüístico y préstamos de conceptos y formulaciones como la noción «capitalismo-vs-vida», «poner la vida en el centro», «revalorizar los trabajos de cuidados», ... Bajo estos lemas aparentemente de consenso, en la práctica coagulan tablas reivindicativas contradictorias ... apenas discutidas en profundidad. Esta indefinición de sobreentendidos, o ambigüedades inclusivas calculadas, impactan en los manifiestos, estrategias y alianzas políticas de un frente de masas muy heterogéneo donde la discusión política suele liquidarse en la acumulación agónica de reivindicaciones y acciones sin perspectiva estratégica[14].

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De la política a la teoría de nuevo

Las consecuencias de la fragmentación identitaria de los frentes de lucha (o su impotencia para establecer una unidad de acción estratégica, como señalaron McNally y Ferguson respecto a la década de los 1990/2000, aunque no es una lógica de acción colectiva en absoluto superada) y la pretensión de surfear los movimientos sociales con retóricas anticapitalistas acompañadas de programas reformistas, es una discusión que se viene reeditando en el marco político general desde la década de los 1990, bien sea en clave antiglobalización, ecológica y ahora en el frente de masas feminista-.

La pretensión de surfear los movimientos sociales con retóricas anticapitalistas acompañadas de programas reformistas, se viene reeditando en el marco político general desde la década de los 1990, bien sea en clave antiglobalización, ecológica y ahora también en el frente de masas feminista

Sin embargo, es particularmente útil rastrear la relación entre las categorías y las propuestas estratégicas, esto es, rehabilitar la veta de la teoría de la praxis y del anhelo transformador de la célebre tesis sobre Feuerbach. Particularmente útil en el campo de la lucha por la emancipación de las mujeres de la clase trabajadora donde la relación teórico-política se fragmentó, la retórica académica o los enfoques «técnicos» (esto es, que no han cuestionado ni tensionado los determinantes estructurales del capitalismo como obstáculo recurrente en el éxito de políticas económicas concretas) obtuvieron una amplia audiencia e incluso se teorizó el fin de la acción colectiva como herramienta útil en el campo del feminismo (a favor de las políticas de reconocimiento identitario y la performatividad individual). La necesidad de articular de forma satisfactoria el bucle de la teoría y la praxis política es clave[15].

En resumen, el vínculo entre la teoría y la práctica en los objetivos y propuestas que emanan de las diferentes propuestas de la TRS nos permiten situar con claridad el sujeto político de la emancipación (la clase trabajadora) pero también aportan elementos clave para clarificar el impacto y el papel de los procesos diferenciales de proletarización y mercantilización de los cuerpos de los diferentes segmentos en los que el capitalismo jerarquiza y confronta a la clase trabajadora internacional: desde el tráfico de órganos y tejidos, pasando por la prostitución y el alquiler de vientres e incluso los procesos vinculados a la crisis del CoVid19 conformados contra la clase trabajadora y específicamente, las mujeres (sobreexposición al riesgo, superexplotación asalariada y extrasalarial, desmantelamiento de la sanidad pública, desprestigio de la educación pública y represión de la acción política). Una articulación que debería servirnos para una acción política pedagógica y clara y también para deshacernos de falsos lugares comunes y de las trampas oportunistas que tiende la socialdemocracia desde diferentes frentes, sea el cortoplacismo, el «pragmatismo» o la rendición política ante frentes inteclasistas – de masas o no- que, de entrada, exigen la renuncia teórica y práctica a la superación del capitalismo en pro de la utopía de que es posible un capitalismo «con rostro humano», «feminista» o siquiera «antirracista».

Referencias

Bhattacharya, Tithi (ed) (2019), Teoria de la reproducció social. Ressituant la classe, recentrant l’opressió. Manresa: Tigre de Paper

Ferguson, Susan (2020) Women and work. Feminism, labour and social reproduction. London: Pluto Press

Giménez, Martha E. (2018) Marx, Women and capitalist social reproduction. Marxist feminist essays. Chicago: Haymarket Books.

Lebowitz, Michael (2005) Más allá de El Capital. La economía política de la clase obrera en Marx. Akal: Madrid

Vogel, Lise ([1983] 2013) Marxism and the oppression of women. Toward a Unitary Theory. Chicago: Haymarket Books.

Young, Iris M. (1980) Socialist feminism and the Limits of the Dual system theory a Hennessy, R. & Ingraham, C. (eds) (1997), Materialist feminism. A reader in class, difference and women’s lives. London: Routledge

Notas

[1] Cinzia Arruzza hace un somero repaso a la caracterización política del período en «Las sin parte» En el caso específico del Partido Comunista de Estados Unidos, es interesante comparar relatos dado que la reconstrucción de genealogías y trayectorias no está libre de las posiciones políticas desde las que se realizan: a modo de ejemplo, el relato de Jodie Dean (a «Necessitem camarades», Tigre de Paper 2019) y el que hace Susan Ferguson (2020). Por otra parte, por razones de espacio, en estas páginas no se tratará el desarrollo teórico y político fuera del contexto occidental (Norteamérica y Europa).

[2] Benería, Lourdes (1999), La aparición de la economía feminista. Historia Agraria, nº 17, pp 59-61.

[3] Ver la crítica de Irish Young(1980) o Susan Ferguson (2020).

[4] Ver «Interseccions i dialèctica: reconstruccions crítiques en la teoria de la reproducció social» de David McNally en Bhattacharya (2019).

[5] Desde la perspectiva ecofeminista, la obra de Vandana Shiva y de Jules Falquet ilustra cómo los macroplanes de ajuste estructural impactan en la proletarización de más segmentos de población, a menudo vinculados a los célebres «microcréditos» promocionados por el Banco Mundial y otros organismos internacionales como herramientas específicas de «empoderamiento» de las mujeres de la periferia capitalista.

[6] La realidad práctica de la Ley de Dependencia es el ejemplo más claro de que el papel lo sostiene todo, hasta que llega el momento de cumplir con los pagos de la deuda privada y los dictados del Banco Central Europeo. En julio de 2020, los propios informes de Servicios Sociales reconocen que 164 personas dependientes fallecen cada día en el Estado español sin recibir atención, sea por el colapso para la mera evaluación del grado de dependencia, sea porque, aun estando reconocida, su abono se retrasa indefinidamente. https://www.infolibre.es/noticias/politica/2020/07/10/un_total_164_dependientes_mueren_dia_sin_recibir_atencion_segun_directores_servicios_sociales_108731_1012.html El contexto del CoVid nos ha brindado nuevos y aberrantes ejemplos sobre cuál es el potencial de estas políticas públicas que reconocen prestaciones que o no se abonan o cuyo acceso se restringe con trabas burocráticas insalvables: desde la prestación por Covid para las trabajadoras del hogar o el Ingreso Mínimo Vital.

[7] El nudo gordiano de este balance nos remite a la cuestión de «la población» en Marx y las dos citas célebres acerca de confiar en la naturaleza la reproducción humana o la existencia de relaciones sociales de producción y de reproducción.

[8] «For it is not true that the working class cannot fight in the sphere of reproduction. It is, however, true that it can only win against the system in the sphere of production»[…] An understanding of capitalism as an integrated system, where production is scaffolded by social reproduction, can help fighters understand the significance of political struggles in either sphere and the necessity of uniting them. […] At this particular moment of neoliberal crisis, gender is being used as the weapon of class struggle by capital. […] Our solution as Marxist revolutionaries is not to simply talk about the importance of class struggle, but to link the struggles of the formal economy to those outside of it. For this to happen, it is less important that we «win the argument» with oppressed identities. It is more important that we win their trust, by being the most intransigent fighters at home and at work. This is why in the organizations where we fight for wages (e.g., our labor unions), we need to raise the question of reproductive justice; and in our organizations where we fight against sexism and racism, we need to raise the question of wages. https://socialistworker.org/2013/09/10/what-is-social-reproduction-theory.

[9] «La experiencia concreta de la huelga de mujeres, [...], hizo que la cuestión de si la lucha de clases debía tener prioridad sobre las luchas “basadas en la identidad”, no solo quedara obsoleta sino también retratada como engañosa. Si pensamos la clase como un agente político, el género, la raza y la sexualidad deben ser reconocidas como componentes intrínsecos de la forma en que las personas concretan su sentido del yo y su relación con el mundo y, por lo tanto, son parte de la manera en que las personas se politizan e involucran en la lucha. […] Es fundamental para la organización, las estrategias y la táctica política, la idea de que siempre deben hundir sus raíces en la experiencia concreta de las personas. La abstracción de la experiencia conduce al reemplazo del materialismo por el racionalismo –a saber, combinaciones de categorías analíticas y realidad subjetiva y su proyección libresca acerca de lo que la lucha de clases significa (o debe significar) en las realidades vividas por la gente-. Por otra parte, si el feminismo y el antirracismo aspiran a ser proyectos de liberación para el conjunto de la humanidad, entonces la cuestión del capitalismo es ineludible. El problema de la sustitución de la lucha de clases por luchas basadas en la identidad debe ser reformulado como un problema político surgido de la hegemonía de la articulación liberal del discurso feminista. [...]» https://marxismocritico.com/2018/03/07/del-feminismo-de-la-reproduccion-social-a-la-huelga-de-mujeres/

[10] Itaia: https://itaia.eus/2020/01/26/politica-del-99-sumas-que-restan/

[11] http://www.izquierdadiario.es/Feminismo-para-el-99-estrategias-en-debate-134929 Para una lectura sindical de clase sobre las convocatorias del 8 de marzo, es recomendable el posicionamiento de la Coordinadora Obrera Sindical en 2018: https://sindicatcos.cat/8-de-marc-vaga-general-feminista/

[12] Algunos ejemplos: Bezanson, Kate & Luxton, Meg (eds)(2006) Social reproduction. Feminist political economy challenges neo-liberalism. Montreal: McGill-Queen’s University Press; Bakker, Isabella & Gill, Stephen (eds) (2003) Power, production and social reproduction. New York: Palgrave Macmillan; Hansen, Karen V. & Philipson, Ilene J. (eds) (1990) Women, class and the feminist imagination. A socialist-feminist reader. Philadelphia: Temple University Press, ...

[13] Tras el éxito editorial internacional de «El Calibán y la bruja» ha obtenido una fuerte visibilidad a través de la figura de Silvia Federici y ha provocado, incluso, la reedición de «El arcano de la reproducción» de Leopoldina Fortunati. Esta última ensaya una, a nuestro parecer, fallida enmienda a la teoría del valor para defender una posición intermedia entre quienes postulan que el trabajo doméstico (extramercantil) produce «valor» en el sentido capitalista del término y quienes rechazan de plano la aplicación grosera de las categorías de El Capital.

[14] Tampoco hay que perder de vista, que en la disputa política e ideológica del frente feminista en el Estado español también están presentes otros enfoques ligados a los estudios culturales y las políticas de la identidad, como la teoría y el activismo queer …, que a menudo reclama (y obtiene) su correspondiente cuota particularista autorreferencial. Y, finalmente con el telón de fondo, nunca hay que olvidarlo, del feminismo liberal, el neomasculinismo (y el rechazo a lo que llaman la «ideología del género») y la instrumentalización de la ultraderecha de la cuestión feminista. Especialmente preocupante, en nuestro contexto, cómo la agitación del fantasma (muy real) de la ultraderecha, a menudo sirve como mordaza de debates políticos de clarificación en el seno del anticapitalismo en nombre del cortoplacismo y el «realismo» (por no decir, de la resignación y abandono de un proyecto politico propio de ruptura y confrontación).

[15] Valga como ejemplo la contradicción entre la doctrina oficial del Pardido Socialdemócrata Alemán y la agitación realizada por Clara Zetkin, magistralmente repasada por Vogel, una herencia contradictoria que marcó los retrocesos de la II Internacional e inspiraría los elementos más rupturistas de la revolución bolchevique y cuyo eco, pese al anticomunismo banal, resuena en las asambleas de base del frente feminista contemporáneo.

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